domingo, 27 de marzo de 2011

“Si conocieras el don de Dios”. Jesús y la samaritana

Homilía 27 de marzo 2011
II Domingo de Cuaresma (ciclo A)

Muchas veces la rutina, nuestras obligaciones apremiantes y quizás agobiantes, y nuestra historia personal con sus logros y fracasos, nos hacen pensar y sentir que ya la vida está más o menos encauzada, que todo va a seguir siempre más o menos igual, que no pasará nada nuevo de envergadura, que no habrá grandes sobresaltos. Y así suele ser, aunque haya momentos más o menos intensos de tristeza o alegría. Pero así suele ser, si Jesús no se nos cruza en el camino, si no descubrimos el don de Dios, si no se enciende en nosotros el fuego del amor divino, si no se derrama en nuestros corazones el amor de Dios por medio de Espíritu. Si esto tiene lugar, todo cambia, llegamos ser nuevas criaturas, a nacer de nuevo como dice Jesús a Nicodemo en el evangelio de Juan.
                La samaritana iba esa mañana a ese pozo de Jacob sin esperar nada, a hacer lo de siempre, a sacar agua para llevar a su casa. Pero va a tener un encuentro que cambiará su vida. Algunos comentaristas han hecho notar que iba muy tarde al pozo a sacar agua, a las doce de mediodía, cuando lo normal es ir temprano por la mañana, con la fresca. Quizás no quería que la viera nadie ni encontrarse con nadie del pueblo. Quizás estaba algo avergonzada de su vida con tantos maridos. Y ahí, en ese pozo que se remonta a los tiempos de los patriarcas, está Jesús esperándola. Conversando con ella con cariño y respeto, partiendo de su realidad como hace todo buen evangelizador, quiere predisponerla a recibir el don de Dios que Él trae, a recibir el agua viva, esa agua que quita verdaderamente y para siempre nuestra sed profunda, que es sed de Dios y de su amor; esa agua que se vuelve en nosotros ‘un surtidor de agua que salta hasta la vida eterna’.
                Poco a poco y como gran maestro Jesús la va llevando a dar el salto de lo material a lo espiritual, del agua que estaba en el pozo y que ella iba a recoger con su cántaro todos los días, al agua del Espíritu que calma nuestra sed de Dios; de la discusión abstracta acerca del Mesías a reconocer que Él, el que está hablando con ella, es el salvador del mundo, mucho más grande que el padre Jacob que construyó ese pozo; de la discusión acerca del monte en el que hay que dar culto a Dios, a adorar al Padre en Espíritu y verdad. La mujer, transformada por este encuentro, al final se olvida de su cántaro y ella misma corre a dar testimonio de Jesús ante aquellos de los que antes se escondía.
                Todo este relato leído en este tiempo de cuaresma gira en torno al tema del don de Dios y nos quiere disponer para recibirlo, exhortarnos a que lo pidamos con fe, y llevarnos a dar gracias por haberlo recibido. “Si conocieras el don de Dios”, dice Jesús a la samaritana. Para hablar de este don de Dios usamos diversos términos que se iluminan recíprocamente y nos indican algo de los efectos del don espiritual que nos da el Señor. Decimos, por ejemplo, que el don de Dios es el Espíritu, fruto de la Pascua, que nos da Cristo crucificado y exaltado. Es a través de este Espíritu, como dice san Pablo en la segunda lectura, que el ‘amor de Dios es derramado en nuestros corazones’. Pero también hablamos de este don como ‘agua viva’, agua que calma nuestra sed profunda y espiritual, agua que hace que no tengamos que buscar otra, agua que se vuelve dentro de nosotros ‘manantial que brota hasta la vida eterna’. El don de Dios nos permite llevar a cabo un culto nuevo, ya no ligado a un lugar, sino un culto en Espíritu y verdad, un culto ligado a la autenticidad de la vida de la persona, que es el verdadero templo de Dios. Don de Dios que también va de la mano de reconocer a Jesús como más grande que los patriarcas, como el Profeta prometido, el nuevo Moisés que hace salir de la roca — de su costado traspasado — agua viva, como el Mesías esperado, como el Salvador del mundo. Don de Dios que es el fuego del amor divino, como se dice en el Prefacio de la misa de hoy.
Cuando hemos experimentado este fuego del amor divino todo cambia en nuestra vida; lo cotidiano, lo rutinario, se vuelve extraordinario. ‘El amor de Dios derramado en nuestros corazones’ es esa perla preciosa, ese tesoro escondido, esa parte mejor por la que vale la pena dejar todo lo demás. Hemos descubierto lo que de verdad calma nuestra sed profunda, lo que andábamos buscando sin saberlo.
Cuaresma es tiempo para disponernos a recibir este don de Dios, que se nos otorga en el bautismo. A reavivarlo si ya lo hemos recibido. A agradecerlo si no lo hemos hecho suficientemente. En el ciclo A en el que estamos, los evangelios de éste y de los próximos domingos nos quieren mostrar lo que recibimos en los sacramentos de la iniciación cristina, es decir, esa vida nueva que brota del amor de Dios. Y lo hacen a través de imágenes y comparaciones bellísimas: el agua, la luz, la resurrección. Hoy se nos dice que en el baustimo recibimos esa agua viva, ese manantial que brota hasta la vida eterna, el Espíritu, el fuego del amor divino. Toda cuaresma es para los bautizados, que ya han recibido los sacramentos de la iniciación cristiana, una ocasión para volver a descubrir y avivar los grandes dones del Señor que a veces tenemos olvidados y corriendo el peligro de que no den fruto.
Madre Teresa de Calcuta hizo poner las palabras Tengo sed, pronunciadas por Jesús en la cruz (Jn 19, 28), en todas las capillas de las Misioneras de la Caridad. Esas palabras son parecidas a las que Jesús dirige a la samaritana: “dame de beber”. Para Madre Teresa tienen una gran riqueza de significado e indican el carisma de la orden religiosa por ella fundada. Esas palabras nos revelan la sed que tiene Jesús de cada uno de nosotros, de nuestro amor, y a la vez, su deseo de darnos su amor. Pero también indican la sed de los pobres, en los que está presente el Señor, que nos piden a nosotros que les demos el agua del amor de Dios que calme su sed.
¡Qué con la intercesión de la Beata Teresa de Calcuta descubramos la inmensidad del don de Dios que nos ha sido dado en los sacramentos, que lo vivamos en plenitud y que lo transmitamos a los demás!

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

4 comentarios:

  1. La casualidad me ha traído hasta su blog, me he detenido un rato para leer su entrada y quisiera hacer algunas observaciones. Invoca usted a Teresa de Calcuta, y a pesar de que soy judía, reconozco la santidad y el mérito de una mujer que hizo por sus semejantes lo que su fe y su corazón le dictaban. Es un gran ejemplo que los seres humanos decentes debiéramos seguir; no importa la confesión religiosa porque sólo desde el amor a la humanidad podemos tocar la esencia Divina. Es usted sacerdote y exhibe un curriculum muy meritorio, pero ¿cree usted que esa vanita vanitatis de su blog es reflejo del auténtico espíritu cristiano?
    Me he acercado a la iglesia católica en muchas ocasiones y siempre me ha resultado incomprensible e incongruente que muchos de quienes la representan se muestren ante sus semejantes con todas las distinciones humanas, omitiendo el más alto valor de un critiano: la humildad y el amor a sus semejantes. La madre Teresa no estudió en universidades. Que yo sepa, Jesucristo tampoco pisó la escuela, el doctorado de ambos fue el amor y la generosidad hacia el prójimo. Ese es el mensaje. lo demás es oropel para deslumbrar al mundano.

    Un saludo,

    Judith.

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  2. Gracias, Judith, por tu comentario. Me alegra mucho que te hayas encontrado con mi blog, hayas leído algo y que hayas incluso escrito un comentario. Estoy de acuerdo contigo que para el Señor no cuentan mucho nuestros títulos académicos (aunque quizás los hayamos sacado para servirle mejor, o eso pensamos), ni nuestros currículums que se basan en méritos mundanos. Lo que nos une a Él para los cristianos es el ejercicio del amor, y para los judíos la obediencia de la Ley, que al final podemos decir que es lo mismo. Yo he puesto mi currículum con mis títulos acedémicos no para vanagloriarme (por lo menos eso creo), ni para deslumbrar, etc., sino para que el lector sepa quién soy y en qué estudios y conicimientos fundamento lo que digo. Creo que en Internet, donde por suerte todos podemos opinar sobre todo, hacer esto no es sólo util sino honesto para con los demás. Es distinto si leo un comentario a una enseñanza del Talmud escrito por un rabino que ha pasado su vida estudiándolo,que uno escrito por otra persona que se dedica a otra cosa. Anque esto no quiera decir que esta otra persona no sea más santa o incluso que lo que diga sea más interesante y enriquecedor.

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  3. hola a todos! en verdad creo que esta es nuestra meta, haunque agunas veces tropecemos en el camino lo importante es reconocerlo y levantarnos nuevamente, pues ninguna caida que tengamos en nuestro caminar nos privara de lo mas ecencial!por eso me permito compartir con usted la respuesta a su pregunta hermana JUDITH:
    reconozco la santidad y el mérito de una mujer que hizo por sus semejantes lo que su fe y su corazón le dictaban. Es un gran ejemplo que los seres humanos decentes debiéramos seguir; no importa la confesión religiosa porque sólo desde el amor a la humanidad podemos tocar la esencia Divina.
    TAMBIEN: quiero agradecer a mi amigo, Manuel por su blog
    en cual tambien me encontre no por casualidad si no porque asi tenia que ser.

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  4. Y el ser supremo y todopoderoso...perdona y perdona y no se cansa de perdonar, porque es manso y humilde de corazon. Lento para enojarse y pronto para perdonar. recordemos lo que dijo a la hora de su muerte .....Padre perdonalos porque no saben lo que hacen

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