martes, 31 de mayo de 2011

La confirmación, un sacramento importante

Homilía 29 de mayo 2011

VI Domingo de Pascua (ciclo A)


                El mes de mayo es el mes de María y en las parroquias es también el mes en el que se celebran las primeras comuniones y muchas bodas y bautizos. También se suelen celebrar en mayo las ordenaciones sacerdotales y la unción comunitaria de los enfermos. Es muy apropiado que en el mes de la Virgen, bajo su protección maternal, en primavera, con el reflorecer de la naturaleza y en el tiempo de Pascua en el que hacemos memoria de la  resurrección de Jesús, se celebren los sacramentos de la Iglesia. Como hemos aprendido en el catecismo, los sacramentos son ‘signos eficaces de la gracia instituidos por Cristo’; a través de ellos, se nos da la salvación, la participación en la vida de Jesús, nos vamos configurando cada vez más a Él. La salvación que ha obtenido Jesús para todos nosotros, la reconciliación con Dios y la nueva vida que se nos ofrece gratuitamente, se nos pone al alcance de la mano, llega a nosotros, a través de los sacramentos. Por eso son tan importantes y es lo que nos distingue de otras confesiones cristianas.

Van der Weyden - Retablo de los siete sacramentos
                Sin embargo, los sacerdotes también constatamos que muchos fieles no valoran suficientemente estos regalos de Dios o no los valoran todos por igual. Así, mientras justamente dan mucha importancia a la comunión, suelen dar menos a la confesión, la unción de los enfermos y la confirmación. De hecho, en Madrid, donde a diferencia de otras diócesis esto está permitido, muchos de los novios que se casan no están confirmados y a veces muchos que quieren ejercer como padrinos en el bautismo de familiares no pueden por no haber recibido este sacramento que completa la iniciación cristiana. De la confirmación nos hablan las lecturas de hoy y esto nos puede ayudar a comprender a la luz de la Palabra de Dios su importancia en la vida cristiana.

                En la primera lectura se nos narra como a causa de la persecución que tuvo lugar después del martirio de san Esteban, los cristianos helenistas que residían en Jerusalén, entre ellos Felipe, se dispersaron, y aprovecharon esta circunstancia para anunciar la ‘Buena Nueva de Jesús’ en los lugares donde iban. Felipe predicó con fruto en Samaria y los que se convirtieron recibieron el bautismo ‘en el nombre del Señor Jesús’. Al enterarse de ello los apóstoles que habían permanecido en Jerusalén, ‘bajan’ Juan y Pedro a Samaria, rezan sobre los que habían sido bautizados, imponen sus manos y éstos reciben el Espíritu Santo. Tenemos aquí los elementos esenciales del sacramento de la confirmación como se han mantenido hasta hoy: la imposición de manos de parte de los apóstoles y el don del Espíritu Santo a los que ya han sido bautizados. Interpretando este relato del Libro de los Hechos de los Apóstoles, diríamos que Pedro y Juan van a Samaria para dar el sacramento de la confirmación a los que ya habían recibido el bautismo.

                Del ‘Espíritu de la verdad’ que se recibe en la confirmación nos habla también el evangelio que hemos proclamado, tomado del discurso de despedida de Jesús en la Última Cena. El Señor dice que pedirá al Padre que mande otro defensor, que esté siempre con los discípulos cuando Él se vaya. Éste es el modo de no dejarnos huérfanos: darnos el paráclito, el consolador, que es su presencia permanente de amor entre nosotros y dentro de nosotros. Es el Espíritu que hace que permanezcamos unidos al Señor, entendamos y vivamos su mensaje y podamos ser sus testigos.

Detalle del retablo
El testimonio cristiano es el tema de la segunda lectura de hoy de la primera carta del apóstol Pedro. Se exhorta a los cristianos a que estén preparados para dar razón de su esperanza a quien la pidiere. Hay que darla con firmeza, pero con mansedumbre y respeto y en buena conciencia, para que la forma no contradiga el contenido, sino todo lo contrario, para que los que denigran nuestra conducta en Cristo queden ellos mismos confundidos. Este testimonio se da con la palabra y el ejemplo de vida, padeciendo haciendo el bien, como hizo Jesús. El catecismo nos dice que la confirmación nos habilita para ser testigos de Cristo, ‘soldados’ de Cristo se decía antes. Por eso es tan importante recibir este sacramento.

En este mes de mayo, celebrando la Pascua del Señor que se actualiza para nosotros en los sacramentos de la Iglesia, cuidados por el amor maternal de María, madre de la Iglesia y madre nuestra, vamos a pedir al Señor que nos mande su Espíritu, el Espíritu consolador, el Espíritu de la verdad, para que podamos vivir unidos al Señor y ser testigos valientes de Él. ¡Qué sepamos valorar y agradecer estos grandes regalos de Dios que son los sacramentos y que son el fundamento de nuestra vida cristiana! ¡Qué recibamos todos la confirmación y animemos a quien aún no la ha recibido!

sábado, 28 de mayo de 2011

A Jesús a través de los evangelios


Resumen y comentario del libro de Joseph Ratzinger - Benedicto XVI  
‘Jesús de Nazaret’
Segunda parte: Desde la entrada en Jerusalén hasta la resurrección
(Madrid, Ediciones Encuentro, 2011)


COMENTARIO

Casa del Libro
El libro del Papa Benedicto XVI sobre Jesús de Nazaret es fruto de un ‘largo camino interior' de Joseph Ratzinger y aborda el tema fundamental de la fe y la teología actual. Nuestra vida cristiana tiene su fundamento en Jesús, un hombre que vivió hace más de 2000 años y que conocemos a través de los evangelios. Pero, ¿son los evangelios fidedignos? ¿Nos transmiten al Jesús verdadero o tienen demasiadas añadiduras legendarias y míticas? Sabemos que los evangelios fueron escritos por cristianos que creían en Jesús como Mesías e Hijo de Dios, y que nacen tras un proceso de formación y elaboración que se extendió a lo largo de muchos años, y que tienen entre sí varias divergencias. ¿Pero quiere esto decir que no son fuentes históricas válidas? ¿Nos transmiten un Jesús distinto al que existió realmente? ¿Es legítimo intentar a partir de los evangelios reconstruir una imagen más o menos cierta del Jesús ‘histórico’? ¿Tiene sentido hacer esto? ¿A qué Jesús se llega? ¿Es distinto al que nos ha trasmitido la Iglesia? ¿Hemos sido engañados creyendo en un mito? Y más aún: ¿Tenía conciencia Jesús de que era el Mesías, de que era el Hijo de Dios? ¿Quería fundar una nueva religión? ¿Cómo entendió su muerte? Etc.

                Hasta el siglo pasado no se dudaba del testimonio que dan los evangelios de Jesús. De hecho, comparados con otras fuentes históricas, tienen mucho más a su favor. Se escribieron muy poco tiempo después de los acontecimientos, hay muchas copias literarias de los mismos textos, y han sido investigados y puestos en discusión mucho más que cualquier otra obra histórica de la antigüedad. Sin embargo, a partir del carácter teológico de estos escritos y de la divergencia entre ellos, se empezó a poner en duda su valor histórico y hoy nos encontramos que excepto el hecho de que Jesús existió y que murió en una cruz, todo lo demás se discute.

                Esto es lo que se conoce como la investigación o exegesis histórico-crítica de los evangelios. Hay que tener presente que no es ‘inocente’: tiene unos claros fundamentos filosóficos y surge muchas veces en un contexto de oposición a la Iglesia. Entre sus fundamentos filosóficos está el positivismo y la negación a priori de una intervención sobrenatural en la historia. Lo sobrenatural tiene cabida en el ámbito subjetivo de la conciencia y como interpretación de los hechos, pero Dios no actúa directamente en la historia en contra de sus leyes. De ahí que se niegan o se miran con mucho escepticismo los milagros y otros eventos excepcionales que se narran en los evangelios. Por otro lado, también hay una tendencia a insistir mucho en la plena humanidad de Jesús y rechazar todo lo que hace que aparezca como un ‘superhombre’.

                Ante esto, los cristianos debemos saber discernir, aceptando y acogiendo lo que es bueno y rechazando lo que no. ¿Qué duda cabe que la investigación histórico-crítica ha aportado muchas cosas útiles y ha enriquecido nuestro conocimiento de Jesús y del Nuevo Testamento? Sin embargo, también debemos tener presente las cosas que no podemos aceptar como cristianos. Entre ellas, sus mismos presupuestos filosóficos como tales no son aceptables: al excluir la posibilidad de una intervención directa de lo sobrenatural en nuestra historia, se excluye lo fundamental de nuestra fe que es la encarnación del Hijo de Dios. Los cristianos creemos que Dios ha intervenido en la historia humana haciéndose hombre. Por otro lado, tampoco puede estar nuestra fe sujeta a los descubrimientos de esta investigación histórica de los evangelios, entre otras razones porque sus resultados son siempre parciales.

                Este es el contexto de este libro sobre Jesús del Papa, en el que ofrece un servicio de enorme valor a toda la Iglesia y a la vida de los creyentes. Evidentemente, toda esta reciente puesta en cuestión del valor histórico de los evangelios ha debilitado mucho la fe de los católicos, y quizás es la causa fundamental de la crisis actual de la Iglesia. Benedicto XVI, ante esto, acogiendo lo fundamental de la investigación histórica pero rechazando sus presupuestos ideológicos incompatibles con la fe, ofrece una imagen de Jesús en línea con toda la tradición de la Iglesia partiendo de los mismos evangelios.

                Lo fundamental de la propuesta del Papa es leer los evangelios dentro de la tradición en la que surgieron en comunión con todos los discípulos del Señor, es decir, leerlos desde la fe y dentro de la Iglesia. Sin embargo, esto no significa ignorar o rechazar lo que nos aporta la investigación histórico-crítica, sino asumirlo para llegar a una comprensión más profunda de Jesús. Así, cuando hay una discordancia entre lo que desde siempre afirma la tradición de la Iglesia y lo que sostiene la investigación histórica, Benedicto XVI intenta llegar a una síntesis que haga justicia a los dos enfoques. Esto, por ejemplo, es lo que ocurre con el carácter pascual de la última cena: Joseph Ratzinger admite que probablemente no fue una cena pascual judía, pero sí es la ‘Pascua de Jesús’.

                El Jesús que nos sale al encuentro en este libro del Papa, es el Jesús que la Iglesia nos ha transmitido desde siempre y que los evangelios fielmente testimonian. Un Jesús que es consciente del valor expiatorio de su muerte en línea con los cantos del Siervo de Dios del profeta Isaías, y que sabe con que con ella termina el tiempo de los sacrificios en el templo y empieza un nuevo culto. En continuidad con esta conciencia de Jesús, la Iglesia desde el principio entendió así su muerte en la cruz. Como prueba de esta continuidad, Benedecto XVI cita varias veces y da mucha importancia al texto de Rm 3, 25 sobre la ‘propiciación’. Este texto forma parte de los primeros escritos del Nuevo Testamento y quizás tiene su origen en una profesión de fe aún más antigua que la Carta a los Romanos del apóstol Pablo en la que se encuentra. Este texto también nos ayuda a entender el significado de 'expiación' y a corregir interpretaciones inadecuadas.

El libro del Papa nos da a todos un ejemplo magistral de la forma de llevar a cabo la labor teológica: permanecer fieles a le fe de la Iglesia que es la verdadera clave hermenéutica, pero abiertos a lo que nos aporta la investigación moderna seria, venga de donde venga y con los presupuestos que tenga, y cuando hay alguna discrepancia, intentar llegar una síntesis más profunda que nos enriquezca.

              Quiero también señalar y agradecer la excelente traducción del original alemán llevada a cabo por J. Fernando del Río, OSA.





RESUMEN DEL LIBRO

Introducción
  •   ‘Si la exegesis bíblica científica no quiere agotarse en formular siempre hipótesis distintas, haciéndose teológicamente insignificante, ha de dar un paso metodológicamente nuevo volviendo a reconocerse como disciplina teológica, sin renunciar a su carácter histórico” (p. 6-7). Es decir, debe reconocer lo limitado de la hermenéutica positivista en la que se fundamenta la exegesis histórico-crítica, y reconocer al mismo tiempo la validez de una hermenéutica de la fe que la complementa.
  •  Lo que intenta ofrecer Ratzinger con esta obra es comparable al tratado teológico sobre los misterios de la vida de Jesús de Santo Tomás de Aquino, aunque adaptado al contexto actual.
  •  Quiere encontrar al Jesús real a través de los evangelios para tener un encuentro verdadero con Él, leyéndolos en continuidad y comunión con todos los discípulos de Jesús a lo largo de la historia, es decir, leyéndolos en comunión con la Iglesia y la Tradición. 
1. Entrada en Jerusalén y purificación del Templo

Entrada en Jerusalén

  • Desde Jericó, camino de Jerusalén, se van uniendo a Jesús ‘mucha gente’, y a partir de la curación de Bartimeo va tomando más fuerza la expectativa mesiánica, a través del tema davídico, que crece también porque entra en Jerusalén desde el Monte de los Olivos y sobre un borrico que toma prestado, haciendo valer de esta forma el derecho del rey de requisar medios de transporte; monta también un animal sobre el que nadie ha montado. Se evoca con todo esto textos bíblicos, como Gn 49 10: bendición de Jacob; Zc 9, 9, etc. Jesús cumpliendo la Palabra de Dios, obedeciendo a la voluntad del Padre, reclama un derecho regio y mesiánico.
  •   El gesto de los discípulos de echar los mantos sobre la cabalgadura es un acto de entronización en la tradición de la realeza davídica y la gente se contagia de este fervor mesiánico y cantan con este sentido las palabras del Salmo 118.
  • ‘Hosanna’ es una alabanza jubilosa a Dios en la esperanza de que ha llegado la hora del Mesías y del restablecimiento del reinado de Dios sobre Israel.
  • Este homenaje mesiánico a Jesús se lo rinden los que lo acompañan, no los habitantes de Jerusalén. Por tanto, no es la misma ‘multitud’ que pedirá después su crucifixión.


La purificación del Templo

  • Hay tres líneas interpretativas de este acontecimiento:


El Greco
1.       No era un ataque contra el templo como tal, sino contra la normativa en vigor dispuesta por la aristocracia del templo, una normativa que iba contra el destino propio del Patio de los Gentiles; por eso las autoridades se limitaron a preguntar qué autoridad tenía para hacerlo; si hubiera ido directamente contra el culto del Templo, hubiese intervenido inmediatamente la guardia. Según esta interpretación, Jesús simplemente es un reformador que defiende los preceptos judíos de santidad; esta interpretación, sin ser falsa, es insuficiente.

2.       Otra interpretación considera el gesto del Señor como una acción político-revolucionaria, situando a Jesús en la línea del movimiento de los zelotes, es decir, de los que legitiman la violencia como medio para establecer el Reino de Dios. Pero todo el mensaje y la actividad de Jesús se opone a pensar en Jesús como un zelote. El celo de Jesús es distinto, es el del Siervo que sufre y sirviendo ofrece la vida por la multitud y trae así la salvación (Is 53).

3.       Para interpretar esta acción de Jesús, hay que verla a la luz de sus palabras: “¿No está quizás escrito: mi casa se llama casa de oración para todos los pueblos? Vosotros, en cambio, la habéis convertido en cueva de bandidos” (Mc 11, 17). En ellas se funden dos palabras proféticas y son un resumen de la doctrina de Jesús sobre el templo. Las dos palabras proféticos son Is 56, 7, la visión universalista de todos los pueblos que vendrán a adorar a Dios y esto en el Patio de los Gentiles, por eso es preciso quitar de ahí todo lo que era contrario al conocimiento y a la adoración común de Dios; y Jr 7, 11, con las que el profeta Jeremías combate la politización de la fe y la idea que Dios debe en cualquier caso defender el templo, lo que motiva la falsa seguridad de Israel; un templo que se ha convertido en cueva de ladrones no goza de la protección ni de la presencia de Dios; las palabras sobre la destrucción del templo y su edificación en tres días son la clave para entender esto; es la señal que Jesús da de su autoridad. Su cruz establece un culto nuevo; la cruz y la resurrección lo legitiman como Aquel que establece un culto nuevo; el rechazo a Jesús, significa el fin del templo y de su culto.

2. Discurso escatológico de Jesús

  • Camino de Jerusalén en el evangelio de Lucas, y en el contexto de sus enseñanza en Jerusalén en el evangelio de Mateo, Jesús habla de la “casa que quedará vacía” (Mt 23, 37s; Lc 13, 34s). Estas palabras retoman una profecía de Jeremías sobre el templo (12, 7): Dios se marcha de su templo, ya no será Su casa. Estas palabras están muy relacionadas con el discurso escatológico de Jesús, con sus temas centrales de la destrucción del templo, la destrucción de Jerusalén y el juicio final y el fin del mundo. 
Arco de Tito (Roma)
  •   El fin del templo: En el año 66 empieza la guerra judía, que en buena parte también era una guerra civil. Antes de comenzar esta guerra los cristianos se habían refugiado en la ciudad de Pella al este del Jordán, quizás al interpretar algún acontecimiento como signo de Dios para ello, como pudo ser la elección en el año 66 d.C. del ex-sumo sacerdote Anán como estratega para conducir la guerra, que fue el mismo que ordenó la muerte de Santiago ‘el hermano del Señor’ en el año 62 d.C. Esta guerra fue muy cruel. El templo se incendia y se desmantela, después que fuera profanado; fue algo terrible y las palabras que utiliza Jesús en el discurso escatológico parecen una descripción adecuada de estos acontecimientos. Ya antes de la destrucción del templo, el 5 de agosto del año 70 d.C., se había suspendido el sacrificio cotidiano y esta vez, a diferencia de las anteriores, iba a ser una suspensión definitiva; esto significó que el judaísmo tenía que re-interpretarse para sobrevivir sin culto y cabían sólo dos opciones, la cristiana o la rabínica. Del tiempo de Jesús, de las distintas escuelas rabínicas que existían entonces, sólo sobrevivió el fariseísmo, a través de la escuela rabínica de Yabne, que encontró una nueva forma de leer el Antiguo Testamento poniendo al centro la Torá. Jesús anunció el fin del templo, sobre todo en el sentido teológico, es decir, histórico-salvífico; esto se puede confirmar a través del discursó escatológico, pero también a partir de su palabras sobre el templo que quedará vacío y también a través de lo que dicen los falsos testigos en su procesos. Jesús amaba el templo, pero sabía que la época del templo estaba acabada y que llegaría algo nuevo relacionado con su muerte y resurrección (p. 49).
  • La vida de los primeros cristianos giraba alrededor del templo para la oración y la predicación y de las casas para la ‘fracción del pan’, pero ya antes de la destrucción material del templo, por medio de las síntesis teológicas de Esteban y Pablo, se veía como ya cumplido el fin histórico-salvífico del templo. En su discurso ante el Sanedrín que causa su lapidación, Esteban claramente proclama acabada la época del templo de piedra con su culto sacrificial. Para Pablo, todos los sacrificios se llevan a cumplimiento en la cruz de Cristo; en Él se ha realizado lo que intentaban todos los sacrificios — la expiación — y, así, Jesús mismo se ha puesto en lugar del templo: el nuevo templo es Él.
  •  El tiempo de los paganos: Una lectura superficial puede hacer pensar que Jesús vinculó el fin de Jerusalén con el fin del mundo; sólo Lucas parece intercalar una ‘hora de los gentiles’; pero leyendo bien los evangelios, vemos que también Marcos y Mateo afirman este tiempo intermedio (Mt 2414; Mc 13,10); por tanto, para los autores del Nuevo Testamento el fin del mundo sólo puede llegar cuando se haya llevado el evangelio a todos los pueblos.
  • Este tiempo de los paganos, que quizás los primeros cristianos pensaban que duraría poco, era entendido antes que nada como tarea: la urgencia de llevar el evangelio a todas las gentes; esto es lo que realmente motiva la urgencia de la evangelización en la generación apostólica; ligada a este tiempo de los paganos, está la gran cuestión de la salvación de Israel, que conserva su misión, y que se salvará ‘por entero’ en el tiempo apropiado, una vez que el número de los paganos esté completo.
  • El significado profundo del discurso escatológico de Jesús, no es tanto la destrucción de Jerusalén, sino el final del culto del templo y la Iglesia era consciente desde el comienzo que con la cruz de Cristo la época de los sacrificios había llegado a su fin.
  • El hecho que los cristianos huyeran a Pella y no participaran en la defensa armada de la ciudad, es signo claro del carácter no zelota del mensaje de Jesús.
  •  La actitud que Jesús pide en este tiempo intermedio es la de la vigilancia: hacer aquí y ahora lo que es justo, tal como se debería obrar ante los ojos de Dios.
  •  “La cruz es y sigue siendo el signo del ‘Hijo del hombre’: a fin de cuentas, la verdad y el amor no tienen otra arma en su lucha contra la mentira y la violencia que el testimonio del sufrimiento” (p. 65).


3. El lavatorio de los pies

  • Hay que entender el lavatorio de los pies como un acto que pone de manifiesto todo ‘el servicio salvífico’ que hace Jesús en nuestro favor, con su momento culminante que es el de la cruz. Este acto es a la vez ‘sacramento’, al revelar y hacer presente la obra salvadora, y ejemplo para nosotros de humildad y servicio. Es lo que expresa de un modo distinto también San Pablo en el himno de la Carta a los Filipenses: “se despojó de su rango...”.
Marko Iván Rupnik
  • Con su ‘servicio salvífico’ Jesús nos purifica, nos limpia. Esa pureza que todos anhelamos, que nos hace poder estar ante el misterio de Dios, que nos hace capaces de Él, y que va más allá del orden sexual al que la reducía unilateralmente la espiritualidad del siglo XIX, pero que va también más allá de la pureza ritual del Antiguo Testamento y de la historia de las religiones, es don gratuito del Señor. No es fruto de ningún proceso de purificación ni de nuestra conducta moral por buena que sea. Es don que nos llega a través de Palabra de Dios, que nos ‘consagra en la Verdad’, Palabra que es Él mismo. A este don respondemos con nuestra fe. Sin embargo, el Señor al purificarnos nos hace capaces de hacer, unidos a Él, lo que Él ha hecho. El lavatorio de los pies, por tanto, es don y tarea, antes don y después tarea.
  • Con el lavatorio de los pies, empieza la ‘hora’ de Jesús, que es la hora del gran ‘paso más allá’, de la transformación, de la metamorfosis del ser que se produce mediante el agape. Es un agape “hasta el extremo”, hasta la totalidad de la entrega en la cruz. Es este amor servicial de Jesús hasta el extremo el que nos saca de nuestra soberbia y nos hace puros, capaces de Él.
  •  La frase de Jesús de que ‘uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies’ se pueda interpretar como una indicación del sacramento de la confesión, distinto al del bautismo que es el baño de regeneración.


4. La oración sacerdotal de Jesús

  • Después del lavatorio de los pies, en el evangelio de Juan encontramos el discurso de despedida de Jesús, capítulos 14 a 16, y en el capítulo 17 la gran oración de Jesús que se ha llamado la “oración sacerdotal”: ‘Así ha orado por nosotros el sumo sacerdote, que era Él mismo quien ofrecía el sacrificio y la víctima propiciatoria sacrificada, sacerdote y sacrificio’. Esta oración tiene como telón de fondo la fiesta judía de la expiación y es la realización de esta fiesta. Lo que en esta fiesta sucedía de forma ritual ahora se realiza, acaece realmente. Jesús en su oración se presenta como el sumo sacerdote del gran Día de la Expiación.
  • En la oración aparece claramente la idea que los sacrificios de animales quedan superados y toma su lugar el ‘culto espiritual’ (logiké latreía) del que habla San Pablo en Rm 12, 1. Detrás de la oración sacerdotal, aunque no se mencionan explícitamente, encontramos los cantos del Siervo de Dios que ‘carga con la iniquidad de todos’, ‘que se ofrece a sí mismo como expiación’, y ‘que lleva el pecado de muchos’; es sacerdote y víctima a la vez.

  • Cuatro peticiones importantes de la oración de Jesús:


    1.       “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo”: No se trata de la vida que viene después de la muerte, sino de la vida verdadera, que puede ser vivida ya en este tiempo, aunque rebasa la muerte; es la vida plena, indestructible; los primeros cristianos se llamaban a sí mismos ‘los vivientes’, los que habían encontrado la vida verdadera. Se llega a la vida eterna a través del conocimiento, pero entendido en sentido bíblico: un conocimiento que crea comunión; en el encuentro con Jesús se llega al conocimiento y a la comunión con Dios, es decir, a la vida eterna; esta vida es la relación con Dios en Jesucristo y la muerte no la puede destruir.

    2.       “Santifícalos en la verdad”: santificar, consagrar, significa traspasar algo a la propiedad de Dios, más específicamente, destinarla a Dios y al culto divino e implica dos acciones: segregar, separar del mundo, y enviar para salvar y sanar; un ejemplo claro es la vocación de Israel, separado de los demás pueblos pero para salvar a todos.

    3.       “Les he dado a conocer tu nombre”: Jesús se presenta como el nuevo Moisés que lleva a término lo que antaño había comenzado con la zarza ardiente; el ‘nombre de Dios’ alude a su inmanencia, es Dios mismo como aquel que se nos entrega; en el templo ha puesto la morada de su nombre, no de Él mismo, porque Él es inmensamente grande y no puede ser contenido en un templo. Jesús no nos revela una palabra nueva como un término más adecuado para hablar de Dios, sino un nuevo modo de la presencia de Dios entre los hombres.

    4.       “Para que todos sean uno: Jesús invoca la unidad para sus futuros discípulos y la razón que indica es para que ‘el mundo crea que Él es el enviado del Padre’. La pregunta esencial es qué tipo de unidad pide Jesús. Para Bultmann, es una unidad que se funda en la unidad del Padre y el Hijo, por tanto no en instituciones y dogmas, sino en la ‘unidad del anuncio’; no sería una unidad mundana, sino invisible. Al decir esto, Bultmann tiene en parte razón cuando afirma que no es una ‘unidad mundana’, pero no la tiene cuando dice que es invisible ya que esto es contrario a la petición de Jesús; tiene que ser una unidad reconocible como algo que no se encuentra en otra parte del mundo, como algo cuyo origen no es mundano, pero tiene que ser constatable en  el mundo. Jesús pide por una unidad que sólo es posible a partir de Dios y a través de Cristo, pero una unidad que aparece de manera tan concreta que deja ver la presencia y la acción de la fuerza de Dios. No basta la unidad invisible, es necesario esforzarse por la unidad visible si queremos ser fieles a este deseo de Jesús. Los elementos fundamentales para la unidad de la Iglesia son la sucesión apostólica que expresa la característica fundamental de ser enviado, el canon de la Escritura y la regla de la fe. La regla de la fe es la clave tomada de la misma Escritura para interpretarla según su espíritu. Es la unidad de estos tres elementos lo que garantiza que la Palabra resuene auténticamente.

    5. La última cena

    Leonardo da Vinci
    • La novedad del mandamiento nuevo que nos da el Señor en la Última Cena de amarnos unos a otros, como la novedad misma del cristianismo y del Sermón de la Montaña, no consiste en una elevación de la exigencia moral, como si tuviéramos que hacer más de lo que prescribe la Ley de la Antigua Alianza, sino en un nuevo fundamento del ser que nos ha sido dado, que es la comunión con Cristo, la gracia del Espíritu Santo.
    •  Lo que lleva Judas a traicionar Jesús es la intervención de otro poder, ‘el poder de las tinieblas’, al que él ha abierto las puertas. Para el evangelista, el acto de Judas no es explicable psicológicamente, implica algo más. Por otro lado, el arrepentimiento de Judas tampoco es verdadero, ya que no es capaz de esperar; está centrado sólo en su propia oscuridad, por eso lleva a la desesperación y a la autodestrucción. La certeza de la esperanza, que se fundamenta en la fe, forma parte del verdadero arrepentimiento.
    • Pedro tiene que entender que el poder de Dios es distinto del poder humano, que el ‘Mesías tiene que entrar en la gloria y llevar a la gloria a través del sufrimiento’. También tiene que comprender que el martirio cristiano no es un acto heroico, sino ‘un don gratuito de la disponibilidad para sufrir con Jesús’. Tiene también el apóstol que aprender a esperar su hora, a aguardar vigilante, sin prescribir a Dios lo que tiene que hacer y cuando.
    • En lo que se refiere a la fecha de la Ultima Cena, donde encontramos una datación distinta en el evangelio de Juan respecto a los sinópticos, es más verosímil lo que afirma el cuarto evangelio, ya que es poco probable que Jesús fuera juzgado y crucificado el mismo día de la fiesta de Pascua. Aceptando la cronología de Juan, la última cena no sería una cena pascual; esto explicaría también porque los judíos ‘no entran en el pretorio, para no contaminarse y poder comer la Pascua’, como se afirma en los evangelios. Jesús muere la víspera de Pascua cuando se sacrificaban los corderos en el templo.
    • Pero aunque la Última Cena no fuera una cena pascual, Jesús es consciente de su muerte inminente y de su carácter expiatorio y celebra una cena muy especial con sus discípulos, que es su Pascua, ya que es anticipación de su muerte y resurrección, y así lo entendió muy pronto la comunidad cristiana.
    • Hay dos tradiciones en lo que se refiere a las palabras de la institución de la Eucaristía: la de Marco-Mateo y la de Lucas-Pablo, con algunas diferencias entre ellas, aunque en lo fundamental son idénticas, ya que la Iglesia transmitió con absoluta fidelidad las palabras del Maestro, aunque con pequeñas matizaciones según el contexto, que no alteran lo fundamental. Estas dos tradiciones son igual de antiguas — surgen alrededor del año 30 — aunque literariamente la de Pablo sea anterior.
    • Varios estudiosos niegan la historicidad de las palabras de Jesús sobre la Eucaristía, ya que según ellos, la idea de una muerte expiatoria de Jesús en función vicaria, que es central en la institución, es incompatible con su mensaje sobre el adviento del Reino de Dios y el perdón incondicional que era el núcleo de su predicación. La verdad es que estos estudiosos ponen en cuestión la historicidad de las palabras de Jesús no por motivos de investigación histórica, ya que los relatos de la institución son parte de una tradición muy antigua que se remonta hasta el año 30 d.C., sino por motivos ideológicos, al parecerles incompatible el concepto de expiación con su idea ‘moderna’ de Dios. Pero la solución a esto es aclarar lo que se entiende por expiación, no negar la historicidad de las palabras de Jesús.
    Via Crucis de Lourdes
    • Algunos exegetas piensan que ante el rechazo del mensaje del reino de Dios y el perdón sin condiciones, Jesús empezó a identificar su misión con la del Siervo de Dios; es decir, tras el rechazo de la oferta solo quedaba el camino de la expiación vicaria que Él asumió; decide entonces tomar sobre sí la desgracia que se cernía sobre Israel. Esto no es improbable, ya que está en sintonía con el actuar de Dios que siempre, a lo largo de la historia de la salvación, ofrece una segunda posibilidad después de un primer rechazo, como la vocación de los patriarcas después del diluvio. Pero también hay que señalar que el mensaje de la cruz, como aceptación de la muerte por muchos, está presente desde el inicio de la predicación de Jesús, por ejemplo en las bienaventuranzas, y que Jesús interpreta su ministerio en la claves del profeta Isaías de rechazo y creciente obstinación del pueblo.
    •  Hay que afirmar que sólo Jesús, con su conciencia peculiar de Hijo único, podía inventarse algo tan inaudito como el sacramento de la Eucaristía, cuya historicidad, por tanto, está fuera de duda.
    •  La palabras de Jesús sobre el pan y el vino hacen referencia a textos del Antiguo Testamento, sobre todo Éxodo 24 (la alianza del Sinaí), Jeremías 31 (la nueva alianza) e Isaías 53 (la muerte expiatoria del Siervo de Dios). Esto es un ejemplo de esa dialéctica tan característica de Jesús de continuidad-discontinuidad con la Antigua Alianza: Jesús es fiel a la tradición de Israel, pero a la vez, al vivirla Él, la renueva totalmente desde dentro.
    • Las palabras ‘por muchos’, que en Isaías 53 se refieren sólo a Israel, utilizadas por Jesús tienen un alcance universal, ya que Él era consciente no sólo de cumplir la misión del Siervo de Dios descrita por Isaías, sino también la universal del Hijo de Hombre de la que habla el libro de Daniel.
    • Lo que hace Jesús en la Última Cena no es sólo anticipo de su muerte en la cruz, sino también de la resurrección, por eso el día de la Eucaristía es el domingo, día en que la comunidad cristiana se reúne y hace memoria de su Señor cumpliendo su mandato, y que sustituye al sábado judío. La Eucaristía no es un mero convite, sino es el memorial de la muerte sacrificial del Señor. En la tradición cristiana, aunque al principio la celebración de la Eucaristía coincidiera con una comida de la comunidad, muy pronto se separaron las dos, la 'fracción del pan' de los convites. A finales del siglo II la liturgia eucarística estaba ya más o menos constituida en sus elementos esenciales tal como la conocemos y celebramos hoy.

    6. Getsemaní
             

    • Jesús recita con sus discípulos los Salmos de Israel al salir hacia el Monte de los Olivos, lo que significa que la cena era una cena cultual, aunque no pascual. Al rezar los salmos como fiel israelita, éstos, al mismo tiempo, adquieren un nuevo significado, al ser Jesús el nuevo y auténtico David. En esto se reconoce esa dialéctica entre continuidad y discontinuidad, fidelidad y novedad, del Nuevo Testamento respecto del Antiguo. Jesús es fiel a las prácticas religiosas de su pueblo, pero al llevarlas a cabo y ser Él quien es, éstas cambian de significado. San Agustín con su noción del Cristo total para referirse a la Iglesia, es decir, Cabeza y miembros del Cuerpo, dice que en los Salmos es siempre Cristo que reza, a veces como Cabeza, a veces como Cuerpo.
    • ‘Quien se detiene en la piedra del Getsemaní, se encuentra aquí ante un dramático punto culminante del misterio de nuestro Redentor: Jesús ha experimentado aquí la última soledad, toda la tribulación del ser del hombre. Aquí el abismo del pecado y del mal le ha llegado hasta el fondo del alma. Aquí se estremeció ante la muerte inminente. Aquí le besó el traidor. Aquí todos los discípulos lo abandonaron. Aquí Él ha luchado también por mí. Aquí en el huerto que evoca el del paraíso, el de la traición, pero también el de la resurrección, Jesús ha dado un vuelco a la historia aceptando hasta el final la voluntad del Padre’ (p. 177).
    •  Jesús siente la experiencia primordial del miedo, el estremecimiento ante el poder de la muerte, el pavor frente al abismo de la nada; es la experiencia de la angustia primordial de la criatura frente a la cercanía de la muerte. Pero en Jesús es también el estremecimiento particular ante el abismo de todo el poder de destrucción del mal, de lo que se opone a Dios, que Él debe tomar sobre sí, que Él debe acoger dentro de sí para que quede superado y privarlo de poder.
    Piedra en la Iglesia de Getsemaní
    En el Getsemaní podemos comprender mejor la doctrina sobre la doble voluntad humana y divina de Jesús, tomando como guía a Máximo el Confesor. Este Padre de la Iglesia, oponiéndose al monotelismo, afirma que la voluntad humana originariamente, antes del pecado original, tiende a la ‘sinergía’, a la cooperación con la voluntad de Dios. Esto ha quedado roto por el pecado y Jesús en el Getsemaní siente toda la resistencia de la naturaleza humana contra Dios y luchando ‘arrastra la naturaleza recalcitrante hacia su verdadera esencia’ (p. 190). En el Getsemaní la voluntad humana natural de Jesús ha sido llevada por entero dentro del Yo del Hijo, cuya esencia se expresa precisamente en el ‘no yo, sino tú’, en el abandono total del Yo al Tú de Dios Padre (p  191). En el Getsemaní habla el Hijo, que ha tomado sobre sí toda voluntad humana y la ha transformado en voluntad de Hijo.
    • Haciendo esto se ha vuelto sumo sacerdote, como afirma la Carta a los Hebreos en el texto paralelo (Hb 5,7).
      
    7. El proceso de Jesús

    ·Hay tres etapas en el camino hacia la sentencia jurídica de condena a muerte: reunión del Consejo en la Casa de Caifás, el interrogatorio ante el Sanedrín y el proceso ante Pilato. 
    1. Debate previo en el Sanedrín: Jesús empezó a preocupar a las autoridades de Jerusalén a partir del homenaje mesiánico durante su entrada en la Ciudad Santa y la purificación del templo y las palabras que interpretan este gesto que mencionan un nuevo culto. Sólo Juan habla de esta reunión previa del Sanedrín (11, 47.53), situándola antes del Domingo de Ramos y causada por la resurrección de Lázaro, pero parece históricamente innegable una tal reunión para decidir de Jesús y que tuviera lugar después de su entrada en Jerusalén. Se reúnen los jefes de los sacerdotes y los fariseos expresando una preocupación: ‘vendrán los romanos y nos destruirán el lugar y la nación’. Consideran la figura y la obra de Jesús desde una perspectiva política ignorando su novedad específica que es haber separado lo religioso de lo político, aunque entonces estos dos ámbitos eran inseparables: la tierra, el pueblo y el templo implicaban ambas dimensiones. Pero en la decisión sobre Jesús también pesa mucho el interés específico de las dinastías de Anás y Caifás por el poder. Aunque Caifás, actuando por su afán egoísta de poder, cumple la voluntad de Dios y sus palabras ante el Sanedrín son consideradas por el mismo evangelista como ‘proféticas' (11,50) en virtud de que era sumo sacerdote, es decir, en razón de su oficio no de sus méritos.
    2. Jesús ante el Sanedrín: El arresto de Jesús tuvo lugar en la noche entre el jueves y el viernes en el Monte de los Olivos y es llevado al palacio del sumo del sacerdote donde el Sanedrín ya estaba reunido. Probablemente no fue un verdadero proceso sino un interrogatorio a fondo que acabó con la decisión de entregar Jesús al gobernador romano para la condena. El objeto de la discusión no era el gesto de la purificación del templo en cuanto tal, sino la interpretación de ese gesto. Era la misma acusación que se presentaría después contra Esteban y que llevó a su lapidación, pero en el caso de Jesús no había unanimidad entre los testigos por lo que se descarta esta acusación. Se pasa así a la confrontación directa entre Jesús y el sumo sacerdote que toma como base su pretensión mesiánica. El sumo sacerdote pregunta si es el Mesías. “¿Eres tú el Mesías, el Hijo del Bendito?” (Mc 14, 62; la versión de Marcos probablemente refleja con más precisión las palabras originarias del sumo sacerdote). La respuesta de Jesús es: “Sí, lo soy...”, y después aclara el sentido de su mesianismo y de su filiación citando el Sal 110 y Dn 7, 13. Por tanto, Jesús asume el título de Mesías y aclara su sentido afirmando que no es político, sino espiritual. Esto debió parecer a los miembros del Sanedrín inaceptable porque se ponía Él muy cerca de Dios lo que se interpretó como una blasfemia. Sigue después la burla y los miembros del Sanedrín paradójicamente, al llevarla a cabo, cumplen literalmente el destino del siervo de Dios: justamente en cuanto maltratado es el Hijo del Hombre.
    3. Jesús ante Pilato: El Sanedrín había declarado Jesús culpable de blasfemia lo que implicaba la pena de muerte, pero esta facultad de sancionar con la pena capital estaba reservada a los romanos, por lo que había que transferir el proceso ante Pilato. En este segundo proceso la cuestión central que se trata es la realeza de Jesús. Los que quieren y piden su muerte son los miembros de la aristocracia del templo, los partidarios de Barrabás, y no ‘todo el pueblo’ como dice Mateo que quizás intenta explicar teológicamente la catástrofe de la guerra judeo-romana acaecida poco después. La imagen que nos transmiten los evangelios de Pilato, que para algunos es demasiado positiva, es probablemente muy real, ya que después de la persecución de Nerón (año 64 d.C.) no había motivos para escribir favorablemente de los romanos ni buscar su favor. La acusación de que Jesús se había declarado rey era muy grave porque lo identificaba como un rebelde que amenazaba la ‘Pax romana’, pero Pilato también sabía que Jesús no había dado origen a ningún movimiento revolucionario y por tanto no había nada serio contra él, ni era peligroso. No obstante, dentro del interrogatorio surge algo inquietante para Pilato cuando Jesús afirma que su reino tiene que ver con la verdad. Hay una clara contraposición entre poder y verdad. Externamente la verdad puede parecer impotente y es ‘crucificada’, pero es el verdadero poder. El reino de Dios que Jesús predicó es el reino de la verdad que es la verdadera liberación del hombre. Pero Pilato ante esta cuestión responde con pragmatismo cínico ‘¿Qué es la verdad?’.Después del diálogo, Pilato tuvo claro que Jesús no era un revolucionario político y que no era una amenaza para el poder de Roma, y quizás también sintió un poco de miedo supersticioso ante Jesús, y quiso liberarlo, pero los acusadores se percatan de ello y le oponen otro miedo, el de perder el favor del emperador: “Si sueltas a ése no eres amigo del César” (Jn 19, 12). Pilato entonces intenta proponer a Jesús como candidato a la amnistía pascual — aunque no hay constancia fuera de los evangelios de esta costumbre no hay motivos serios para dudar de que existiera —, pero haciendo así se enreda más e implícitamente lo condena. En la elección entre Barrabás y Jesús, están frente a frente dos interpretaciones de la esperanza mesiánica de Israel y de la salvación de la humanidad: decir sí al Dios que actúa sólo con el poder de la verdad y el amor o contar con algo concreto, algo que esté al alcance de la mano, con la violencia. Pilato sabía lo que la justicia exigía de él, pero se dejó vencer por una interpretación pragmática del derecho.
      
    8. Crucifixión y sepultura de Jesús

    Diego Velázquez
    • No fueron las palabras de la Escritura las que suscitaron la narración de los hechos, sino que los hechos, en un primer momento incomprensibles, llevaron a una nueva comprensión de la Escritura. Es decir, la pasión del Señor no se construyó a partir de los textos bíblicos para que encajará con ellos, sino la pasión y muerte del Señor, en principio sin sentido y un escándalo para sus discípulos, llevó a entender la Escritura de un modo nuevo, dando una clave de lectura que ‘abría a la inteligencia de los textos sagrados'. Este proceso que duró bastante tiempo se puede ver representado en el relato de la aparición del Resucitado a los discípulos de Emaús.
    • En las narraciones de la Pasión tienen especial importancia el Salmo 22 y el Canto del Siervo de Dios de Isaías 53, que hablan del sufrimiento del justo. Jesús es el justo que sufre. En Él se cumple la pasión del justo descrita por la Escritura en las grandes experiencias de los orantes afligidos.
    •  La oración de Jesús pidiendo el perdón por los que lo persiguen, menciona la ignorancia de los que así actúan. “Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen”. La ignorancia, culpable o no, puede ser una puerta que nos lleva a la conversión.
    • Hay tres grupos que se burlan de Jesús: los que pasan por el lugar, expresando su desprecio por el impotente; los miembros del Sanedrín que quieren ver si Dios actúa en favor de su elegido como dice el Libro de la Sabiduría, y los bandidos que comparten su misma suerte pero mereciéndola.
    • El grito de Jesús en la cruz “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, algunos piensan que puede indicar que Jesús en ese momento, ante su destino carente de sentido, se derrumbó (Bultmann). Según Benedicto XVI, Jesús asume en ese momento el tormento de todos los hombres que sufren en este mundo el ocultamiento de Dios. 'Él lleva ante el corazón de Dios mismo el grito de angustia del mundo atormentado por la ausencia de Dios'. Al asumir esta angustia, la transforma, y se vuelve no sólo grito de angustia, sino certeza de ser escuchado.
    • Con la cruz de Cristo, los antiguos sacrificios del templo quedaban superados definitivamente. Jesús sabía que su muerte estaba relacionada con el fin del culto del templo: el templo ‘quedará vacío’.
    • En el Nuevo Testamento se interpreta la cruz de Cristo como el nuevo culto, la verdadera expiación y la verdadera purificación del mundo contaminado.
    • Para Benedicto XVI tiene una importancia capital para entender bien el carácter expiatorio de la cruz el texto de Rm 3, 25: “Dios lo constituyó medio de propiciación (hilasterion) mediante la fe en su sangre”; hilasterion (o kapporet, en hebreo) indica la tapa que cubría el Arca de la Alianza, donde residía la presencia misteriosa de Dios y que se rociaba con sangre del novillo inmolado el Día de la Expiación. ‘La idea de fondo es que la sangre del sacrificio, en la que se habían puesto todos los pecados de los hombres, es purificada al tocar la divinidad misma, y, así, mediante el contacto con Dios, también los hombres, representados por esta sangre, vuelven a ser puros. En la pasión de Cristo toda la inmundicia del mundo entra en contacto con lo inmensamente Puro. En este contacto la suciedad del mundo es realmente absorbida, anulada, transformada mediante el dolor del amor infinito’ (pp. 54; 270).
    • ‘Aquí está la verdadera idea de expiación: la realidad del mal y de la injusticia existe y deteriora el mundo y a la vez la imagen de Dios, y es culpa nuestra. No puede ser simplemente ignorada, tiene que ser eliminada. Dios mismo se pone como lugar de reconciliación y en su Hijo toma el sufrimiento sobre sí’.
    • La Carta a los Hebreos profundiza en esto citando el Salmo 40 (39), pero introduciendo una pequeña modificación en el texto. El Salmo reza: “Tú no quieres sacrificios, ni ofrendas, y, en cambio, me abriste el oído; no pides holocaustos ni sacrificios expiatorios; entonces yo digo: ‘Aquí estoy —como está escrito en mi libro — para hacer tu voluntad”. El salmista al decir ‘me abriste el oído’, ya indica que el verdadero modo de honrar a Dios es la obediencia y no los sacrificios rituales. Pero la obediencia a la Palabra de Dios al final también es insuficiente porque es siempre deficiente, de ahí que permanezca el deseo profundo de expiación que los sacrificios rituales no pueden llevar a cabo. En la Carta a los Hebreos esas palabras del Salmo son sustituidas por “me has preparado un cuerpo”. Cristo con su cuerpo, con su obediencia corpórea, es el nuevo culto verdadero, que realmente expía nuestros pecados. Nuestra moralidad personal no basta para venerar a Dios de manera correcta. ‘El Hijo que se ha hecho carne lleva en sí a todos nosotros y ofrece de este modo lo que no podríamos dar solamente por nosotros mismos’.
    • Esta ‘obediencia corpórea’ de Cristo es el espacio abierto donde se nos acoge y a través del cual nuestra vida personal encuentra un nuevo contexto. El culto razonable, o culto modelado por la Palabra, al que nos exhorta Pablo (logikè latreía) como ofrecimiento, abandono de toda la existencia en manos de Dios (Rm 12, 1), sólo es posible participando en el amor hecho carne de Jesucristo que se ofrece a sí mismo en la cruz.
    • 'En las tribulaciones de la vida se nos purifica lentamente al fuego, y podemos transformarnos en pan, en la medida en que en nuestra vida y en nuestro sufrimiento se comunica el misterio de Cristo, y su amor hace de nosotros una ofrenda para Dios y para los hombres'.

    9. La resurrección de Jesús de entre los muertos
    • La resurrección de Jesucristo es el fundamento del mensaje cristiano; la fe cristiana se mantiene o cae con la verdad del testimonio de que Cristo ha resucitado de entre los muertos.

    • La resurrección de Cristo implica algo verdaderamente nuevo que cambia el mundo y la situación del hombre. La resurrección ha inaugurado una nueva forma de ser hombre, una posibilidad que interesa a todos y que abre un futuro. Por tanto, no es un acontecimiento que ha acecido sólo a Jesús, y, por eso, irrelevante para todos los demás.
    • Los testigos que se encontraron con el Resucitado se encontraron con algo totalmente nuevo para ellos, pues superaba el horizonte de su propia experiencia.
    • Con la resurrección, Jesús es acreditado como enviado de Dios y comienza así un nuevo modo de leer y entender la Escritura.
    • La paradoja que entraña la resurrección y que hace que los relatos de los encuentros con el Resucitado sean tan enigmáticos, es que, por un lado, Jesús resucitado era completamente diferente, no un cadáver reanimado, sino alguien que vivía desde Dios de un modo nuevo y para siempre y, al mismo tiempo, era precisamente Él, que aún sin pertenecer ya a nuestro mundo estaba presente de una manera real, en su plena identidad.
    • Aunque en la resurrección se manifiesta una nueva dimensión de la realidad y se hace ya presente la realidad escatológica, los ‘cielos nuevos y la tierra nueva’ prometidos, acontece en nuestra historia, en la historia de la humanidad; acontece de una forma poco llamativa, a través de unas apariciones misteriosas a unos pocos elegidos. Esta inversión de proporciones es uno de los misterios de Dios, la de una semilla pequeña que es verdaderamente grande.
    • En el Nuevo Testamento hay dos tipos de testimonios de la resurrección, unos en forma de confesión y otros en forma de narración.
    • Entre la tradición de las confesiones destaca el texto de 1 Cor 15, 3-8, que es la confesión de fe más antigua que conservamos y que Pablo afirma que él a su vez había recibido y que tenía que ser conservada y transmitida con fidelidad casi literal al depender de ella la salvación. En esta confesión se afirma ‘la muerte de Jesús por nuestros pecados según las Escrituras’, es decir, según el designio de Dios. Se confiesa también su sepultura para indicar la realidad de la muerte del Señor e implícitamente se supone que el sepulcro está vacío, ya que en ese contexto proclamar la resurrección de Jesús estando su cuerpo en el sepulcro era impensable. De este modo, los primeros cristianos entienden que se cumple lo que se afirma en el Salmo 16 según la versión griega de los LXX y que cita San Pedro en su discurso del día de Pentecostés: “tu santo no conocerá la corrupción”. En el texto de San Pablo se afirma también la resurrección ‘al tercer día’, que es el día en que se encontró el sepulcro vacío y se apareció el Resucitado por primera vez a los discípulos. Por eso, de este ‘tercer día’, del acontecimiento extraordinario que tuvo lugar ese día, surge la celebración del Día del Señor, del domingo. Se enumeran en la confesión de fe de Pablo los testigos, primero Cefas, lo que es muy importante para entender la misión de Pedro, después los Doce, y por último también el mismo Pablo.
    • Junto con las confesiones de fe, encontramos los relatos de las apariciones, que complementan las primeras al darles contenido, pero son mucho menos precisas. Entre estos podemos distinguir los tres relatos de los Hechos de los Apóstoles de la aparición del Señor a Pablo en el camino de Damasco, y los de los evangelios, en los que los discípulos reconocen al Señor ‘desde dentro’, con esa dialéctica de ‘identidad’ y ‘alteridad’ del Resucitado, que es al mismo tiempo un hombre de carne y hueso y el Nuevo, que ha entrado en un tipo de existencia distinto.
    • Por tanto, estas apariciones del Resucitado son un acontecimiento del todo único de encuentro con una persona real, no un fantasma, y muy diferentes de otro tipo de experiencias, como las místicas. ‘Con la resurrección de Jesús, se ha producido un salto ontológico que afecta al ser como tal, se ha inaugurado una dimensión que nos afecta a todos y que ha creado para todos nosotros un nuevo ámbito de la vida, del ser con Dios’ (p. 319).
    • Forma parte del mensaje de los testigos anunciar que Jesús vendrá de nuevo para juzgar a vivos y muertos y para establecer definitivamente el Reino de Dios en el mundo. Pero el Señor no sólo vendrá en el futuro, sino que está presente ahora después de su resurrección de un modo nuevo. Este es el significado de la ascensión a la derecha del Padre: no que se ha ido a un lugar lejano, sino que está presente ahora de un modo nuevo; su irse es un venir, un nuevo modo de cercanía, de presencia permanente.
    • ‘El cristianismo es presencia: don y tarea; estar contentos por la cercanía interior de Dios y — fundándose en eso —contribuir activamente a dar testimonio en favor de Jesucristo’ (p. 327).
    • Los cristianos oramos por el retorno de Jesús, pero desde la alegre experiencia de su presencia actual.

    martes, 24 de mayo de 2011

    La necesaria colaboración de los laicos


    Homilía 22 de mayo 2011

    V Domingo de Pascua (ciclo A)


    patricialopezsolera.blogspot.com
                    Si algún cristiano de la primera hora, de aquellos que estuvieron presentes cuando los apóstoles ordenaron unos diáconos para que se encargaran del suministro diario — como hemos escuchado en la primera lectura —, viniera a una de nuestras comunidades eclesiales de hoy, ¿qué pensaría? ¿La reconocería como su misma Iglesia? ¿Pensaría que ha progresado en la fe y en amor?

                    Yo creo que sí pensaría que es la misma Iglesia porque lo elementos esenciales permanecen los mismos: la referencia constante a Cristo como su fundamento, la celebración del Día del Señor y de la Eucaristía, el ministerio apostólico, la función especial del apóstol Pedro, etc. Pero creo también que notaría un cambio importante que no se puede definir un progreso y es la ‘clericalización’ de nuestra Iglesia. Aunque el Concilio Vaticano II hizo mucho para superar esto, todavía nuestras comunidades están muy centradas en la figura del sacerdote, que es el que prácticamente hace todo, desde su labor más específica que es la predicación de la Palabra y la celebración de los sacramentos, a tareas que poco tienen que ver con su ministerio, como son las administrativas y las de intendencia y de cuidar del templo y otros bienes a él encomendados. Quitando unos pocos fieles que se sienten llamados a colaborar más de cerca y a ofrecer no sólo su dinero, sino también parte de su tiempo, y hacen que se puedan llevar a cabo servicios importantes como la catequesis, los despachos parroquiales, Cáritas, etc, los demás fieles vienen a la Iglesia sólo para recibir los sacramentos y colaboran con su aportación económica —que no es poco—, pero poco más. ¿Sentimos la Iglesia como algo nuestro? ¿Nos sentimos pueblo de Dios en el que cada cual tiene su cometido y todos somos llamados por igual a la santidad y a caminar juntos hacia la Tierra prometida? ¿Nos sentimos cuerpo de Cristo, siendo miembros los unos de los otros y todos necesarios para que el 'Christus totus’ pueda funcionar? A veces parece que no, que la distancia entre el clero y los laicos es enorme. Que los sacerdotes son los que se encargan de todo, los responsables de todo, los miembros activos de la Iglesia, y lo los demás son los que reciben y hacen uso de los servicios que se ofrecen...

                    Esto quita mucha fuerza a la Iglesia y mucha energía a los sacerdotes. En la primera lectura vemos como los apóstoles ante una necesidad que surgió al crecer el número de discípulos, tenían muy claro que ellos no podían descuidar su cometido fundamental que era la predicación, el servicio de la Palabra y la oración. Por eso instituyen los diáconos, para que se encarguen de la administración, dejándolos a ellos libres para lo que les había encomendado el Señor como testigos de la resurrección. Vemos como la Iglesia se iba se iba dando ministerios según las necesidades que surgían, que los apóstoles mantenían su función insustituible, pero que todos se sentían partícipes y responsables.

                    Entre paréntesis, dentro de poco, el 18 de junio, se ordenará diácono un chico de nuestra parroquia; Jaime López. Aunque el diaconado hoy es bastante distinto al de estos primeros siete hombres, y en el caso de Jaime es transitorio, porque es el paso previo a la ordenación sacerdotal, sigue manteniendo su característica básica de ser finalizado al servicio de la comunidad y de ser por tanto una configuración a Cristo siervo, que ha venido a servir y no a ser servido.

    Es importante para la vitalidad de nuestras comunidades que recuperemos esa conciencia que a veces expresamos con la frase “la Iglesia somos todos”. No es fácil establecer quién tiene la culpa de que se haya llegado a la situación actual de ‘clericalización’ de nuestras comunidades. Quizás los sacerdotes hemos querido acaparar todo, o quizás los laicos se han ido acomodando a una situación de menos responsabilidad y se han vuelto más pasivos. Pero todos debemos sentir que formamos parte de ella y que somos corresponsables y que estamos llamados a colaborar. Junto con el del sacerdote hay otros ministerios importantes, tanto litúrgico como de servicio, que pueden y deben hacer los laicos. El sacerdote no puede ni debe hacerlo todo.

    Para entender esto mejor nos ayuda la segunda lectura. San Pedro utiliza esa imagen tan recurrente en el Nuevo Testamento para referirse a Cristo, sobre todo al misterio de su muerte y resurrección, que es la de ‘piedra’. Afirma que Cristo es la piedra ‘desechada por los hombres pero escogida y preciosa ante Dios’, piedra que para algunos es piedra de tropiezo y para otros piedra angular en la construcción del nuevo ‘templo del Espíritu’, formado por piedras vivas que son todos los cristianos. Ellos son el nuevo pueblo de Dios, ‘raza elegida, sacerdocio real, nación consagrada, pueblo adquirido por Dios para proclamar sus hazañas’. Los cristianos, todos ellos, tanto laicos como sacerdotes, forman un sacerdocio sagrado, que ofrece ‘sacrificios espirituales que Dios acepta por Jesucristo’. Estos sacrificios espirituales surgen de nuestra vida de fe y amor. Los laicos los realizan en su vida familiar y laboral, cuando dan testimonio del amor de Dios y colaboran en la transformación del mundo según la voluntad de Dios, pero también cuando ayudan en sus comunidades eclesiales con los servicios que son necesarios. Al hacer esto ofrecen sacrificios agradables a Dios.

    ¡Qué consolador es, hermanos, saber que Jesús ha ido a prepararnos un sitio en la casa del Padre y que volverá para llevarnos con Él! Éste es nuestro verdadero hogar que el Señor ha preparado con enorme cariño desde siempre para cada uno de nosotros. Para llegar a Él, que es donde está la verdadera Vida y la Verdad plena, ya sabemos el camino. El camino es Cristo, su humanidad. Para llegar a nuestro hogar que nos espera tenemos que unirnos cada vez más a Cristo, tenemos que aprender a vivir el misterio de la cruz, a hacer sacrificios agradables a Dios a través de nuestro trabajo en el mundo y en la Iglesia. Estos sacrificios, hechos con amor y fe, son los que nos configuran a Cristo y nos abren la puerta de nuestro aposento en la casa del Padre.

    viernes, 20 de mayo de 2011

    Indignarnos y rebelarnos. Sí.

    Tienen razón los del Movimiento 15-M (‘Democracia Real Ya’, ‘acampados de la Puerta del Sol’) y su inspirador Stéphane Hessel que hay que estar indignados. Y en situaciones como lo actual donde hay un descontento generalizado, basta que alguien empiece a moverse para que nos movamos todos. Esto es lo que está pasando desde este domingo y que tanto preocupa a los partidos políticos tradicionales, empeñados en los últimos días de una campaña electoral que todos percibimos como ‘más de lo mismo’. Sin embargo, lo que verdaderamente debería preocupar los partidos, más allá de la posible repercusión en las elecciones del próximo domingo, es que este movimiento transmite una verdad potencialmente explosiva, que es que nuestra democracia no es una democracia real, sino una ‘partitocracia’ que no representa al pueblo y sus intereses. Esta verdad que todos conocemos pero que nos callamos — porque pensamos que no hay un modelo mejor y que el bipartismo a fin de cuentas, con su alternancia en el poder, no es tan malo y crea un poco de justicia — es lo que se está poniendo en cuestión estos días y que tanto apoyos recibe de la gente común, jóvenes y mayores, de derechas y de izquierda.

                 Pero los partidos políticos siguen con su campaña y con la mirada miope puesta en los resultados del domingo, como la orquesta del Titanic seguía tocando su música mientras el barco se hundía, fingiendo que no pasaba nada. Eso sí, algunos de ellos piensan que los votos en blanco o la abstención pueden hacerles un flaco favor, y los otros, escarmentados por la experiencia, temen que este movimiento pueda estar pilotado para reventar las elecciones o ser instrumentalizado para ello, ya que las encuestas les daban como claros ganadores. Finalmente, algunos partidos minoritarios, cuyas posiciones en el ámbito económico son similares a las del Movimiento 15-M, quieren llevar de forma interesada el agua a su molino...

    Stéphane Hessel
                 Desde mi punto de vista es fundamental aclarar qué es lo que nos indigna. Stéphane Hessel, en su libro, afirma que lo importante es huir de la indiferencia, ‘la peor de las actitudes’, e indignarnos, ya que esto nos lleva a la acción, pero no aclara mucho el motivo para hacerlo. Sí sugiere algunos, como la brecha entre ricos y pobres, la situación de Palestina y la pérdida de los derechos sociales conquistados por la Resistencia en Francia. En línea con esto, creo que nosotros los españoles — por lo menos yo, como uno de ellos — tenemos dos serios motivos para estarlo. El primero es que nuestra democracia no es real, se ha vuelto una ‘partitocracia’, en la que los partidos políticos han usurpado el poder a los ciudadanos. Nosotros podemos optar pero no decidir y las opciones son muy limitadas; de hecho, son al final lo mismo, el mismo plato con distinto condimento. El segundo motivo, para mí más importante, es que tenemos que sentirnos indignados y rebelarnos contra la dictadura de los mercados financieros, que son lo que verdaderamente mandan, estando los partidos y los medios de comunicación plenamente a su servicio. Con la excusa que no hay dinero, aunque sí lo hay y más que nunca pero acumulado en pocas manos, se recortan derechos sociales como las pensiones, las vacaciones, las estabilidad laboral, etc., para pagar los excesos de algunos, que son los causantes de la crisis, que siguen con sus mismos privilegios y que permanecen en los mismos puestos de mando. Y todo esto con el beneplácito de los partidos, tanto de derecha como de izquierda, que han legislado la desregulación de los mercados que ha llevado a la crisis y ahora permiten que los de siempre paguen los platos rotos.

    Casa del Libro
    Ante esto es justo indignarse y rebelarse. Como también ante los medios de comunicación social que, como dice Hessel, ‘proponen a nuestro jóvenes como único horizonte el consumismo de masa, el desprecio de los más débiles y de la cultura, la amnesia generalizada y la competición permanente de todos contra todos’.

    Algunos han comparado lo que está teniendo lugar estos días en España con lo que ha pasado y sigue pasando en países musulmanes del norte de África y de Medio Oriente, donde han surgidos movimientos sociales que han llevado a cambios importantes, aunque siga habiendo mucha incertidumbre acerca del desenlace final. Evidentemente, hay diferencias importantes: el presidente del Gobierno español no puede ser equiparado a los que gobiernan estos países. Sin embargo, sí hay muchas similitudes. Entre ellas, la más importante es que estos movimientos surgen como reacción a una falsa democracia y a la corrupción generalizada. Quizás estemos viviendo un momento histórico de nueva toma de conciencia por parte de la humanidad de los derechos humanos universales.


    Otros dicen que aunque este Movimiento en España critique el sistema político en cuanto tal, nace de una mala gestión, sobre todo de la Economía, que ha llevado a cinco millones de parados y a una tasa de paro juvenil que roza el 50%. En Alemania, por ejemplo, con un sistema político similar, se ha abordado mucho mejor la misma crisis y se está saliendo de ella con tasas de crecimiento y de paro muy aceptables, y por eso no ha surgido este tipo de movimiento social anti-sistema. Se afirma, por tanto, que esta protesta realmente no es contra el sistema, sino contra el Gobierno de Zapatero y su forma de gestionar la crisis. De todos modos, el Partido Popular, que defiende esta lectura de los eventos, está preocupado de perder con este Movimiento parte del voto de protesta que iba a sumar en las elecciones del domingo.

    Y como cristianos, ¿cómo nos situamos ante todo esto? ¿Qué debemos hacer? Creo que tenemos que superar la dialéctica Partido Popular – Partido Socialista que es reductiva, rebasando así el mito de las ‘dos Españas’, y situarnos en un plano de análisis más elevado que es el verdaderamente fundamental. La lucha verdadera no es entre PP y PSOE, sino entre lo que hace bien al hombre y a su dignidad y lo que no, entre la justicia y el bien y la injustica y el mal, entre los que viven para Dios y los demás y los que viven para sí mismos — parafraseando a san Agustín —, al final entre Dios y el demonio. En el libro del Apocalipsis que la Iglesia lee en estos días de Pascua se habla del dragón y de las bestias a las que da su fuerza. La segunda de ellas sale de la tierra, y engaña a sus habitantes “mediante los signos que se le ha concedido realizar”, y hace que a “todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, se les ponga una marca en la mano derecha o en la frente, de modo que nadie pueda comprar ni vender si no tiene la marca de la bestia” (Ap 12). Estas imágenes de libro del Apocalipsis representan los imperios y las ideologías que oprimen al hombre, que son encarnaciones de la fuerza del mal presente en la historia. ¿Qué duda cabe que hoy el dinero - y la consecuente dictadura de los mercados financieros -  se ha vuelto el gran ídolo, el becerro de oro, una de las bestias del texto sagrado, que todos adoran y sirven, empezando por los partidos políticos y los medios de comunicación, y que engaña y oprime a los hombres? Contra esto es ‘justo y necesario’ indignarse y rebelarse, uniéndonos a todos los hombre y mujeres de buena voluntad comprometidos con esta lucha no-violenta.

    Con todo, tengo pocas esperanzas que después de las elecciones las cosas cambien. ¿Habrá que resignarse, que junto con la indiferencia es la peor actitud para que algo cambie? ¿Cabe otra posibilidad? ¿Tendremos que esperar a que algo o alguien nos vuelva a mover?