martes, 26 de febrero de 2013

Subir al monte del encuentro con Dios para aceptar y vivir el misterio de la cruz



Homilía Domingo 24 de febrero de 2013
II Domingo de Cuaresma (ciclo C)
Fiesta judía de Purim

Giovanni Bellini (1460)
Museo Correr - Venecia (Italia)
            Un buen comentario a las lecturas de este domingo de la Transfiguración del Señor lo podemos encontrar en el mensaje de papa Benedicto XVI para esta cuaresma 2013 cuando afirma: “La existencia cristiana consiste en un continuo subir al monte del encuentro con Dios para después volver a bajar, trayendo el amor y la fuerza que derivan de éste, a fin de servir a nuestros hermanos y hermanas con el mismo amor de Dios.”

Este “subir al monte del encuentro con Dios” que debemos hacer siempre, especialmente en los tiempos fuertes de nuestra vida y del año litúrgico como la cuaresma, se lleva a cabo sobre todo a través de la oración. Cuando no subimos a este monte -cuando no oramos- se va perdiendo el sentido cristiano de nuestra vida y se debilitan nuestras fuerzas y nuestro amor y servimos mal a nuestros hermanos o dejamos de hacerlo del todo.

En en el monte del encuentro con Dios descubrimos el sentido de nuestra vida y de nuestra historia y de la cruz que Dios permite en ellas, la cruz auténtica –no la que muchas veces nos inventamos para escapar de la que el Señor quiere para nosotros-, la que nace de la entrega y del servicio, del amor verdadero. Este es el sentido fundamental del relato de la transfiguración del Señor que se nos ha proclamado hoy y así quiere también la Iglesia que lo interpretemos en este segundo domingo de cuaresma. En el Tabor, Jesús y los tres apóstoles más cercanos a él experimentan la confirmación divina del camino de la cruz que tanto escándalo provoca. El Señor había anunciado poco antes su pasión y muerte y los requisitos para ser su discípulo y ahora, ante Juan, Santiago y Pedro, muestra su gloria divina, la gloria de ese rostro que poco después será desfigurado por los golpes, las burlas, los escupitajos de la pasión. En el monte también aparecen Moisés y Elías, representantes de la Ley y de los Profetas respectivamente, es decir de las Sagradas Escrituras, que hablan con Jesús de “su muerte [éxodo] que iba a consumar en Jerusalén”. La pasión y muerte de Jesús, no son un accidente, una terrible desgracia fruto de casualidades y de la maldad humana, sino que estaban escritas, forman parte del plan de salvación establecido por Dios, son su voluntad. En el monte se dan cuenta de que la “pasión es el camino de la resurrección”, como rezamos en el prefacio de la misa de hoy. Y esto vale también para nuestra vida. En el monte del encuentro con Dios que es la oración podemos mirar nuestra vida y nuestra historia con los ojos de la fe y nos descubrimos muy amados por Dios, sus elegidos, aunque los acontecimientos parecerían indicar lo contrario. Es en el monte donde descubrimos la voluntad de Dios y cogemos fuerzas para llevarla a cabo, para amar y servir a nuestros hermanos en la dimensión de la cruz. Por eso la oración no es una evasión, un escapar del mundo y de sus problemas y de nuestro compromiso para con él, sino que es el instrumento que tenemos para servirlo y amarlo mejor, sin dejar vencernos por mal. Subimos al monte para bajar después al mundo de la cotidianidad con nuevas fuerzas y con más sentido en las cosas que hacemos, luchando contra el mal presente en él no con el mal, sino venciéndolo a fuerza de bien, como nos ha enseñando el Maestro.

Evangeliario de Rabula (siglo VI)
En el monte de la oración también descubrimos que Dios ha hecho una alianza con nosotros, que se ha comprometido con cada uno de nosotros, que nos ha hecho una promesa, como hizo con Abrahán. En el relato del Libro del Génesis de la primera lectura constatamos sorprendidos como Dios, en su enorme condescendencia, se somete al modo de hacer pactos de aquella época tan lejana a nosotros, en la que las partes en vez de firmar un contrato pasaban en medio de animales descuartizados y divididos, maldiciendo con esa suerte al que no fuera fiel a lo pactado. En este caso, Dios pasa en medio de los animales y no Abrahán. Es Dios quien toma la iniciativa y establece el pacto y promete fidelidad, por eso a veces más que de una alianza entre pares se habla de promesa o testamento, ya que es un acto casi unilateral de Dios en favor de Abrahán. Lo mismo pasa con nosotros. Dios toma la iniciativa y hace una alianza con nosotros, nos promete sin merecimiento de nuestra parte, la vida eterna, y se compromete a ello en la cruz de su Hijo.

En el monte de la oración también nos damos cuenta de que a veces actuamos como enemigos de la cruz de Cristo, como dice san Pablo en la segunda lectura. Con esta expresión, en su carta a los Filipenses, se refería a los judíos que no se habían dado cuenta de la novedad que suponía la cruz de Cristo y permanecían anclados en la necesidad de la circuncisión para formar parte del pueblo elegido. Esta cerrazón a la novedad cristiana les llevaba a vivir centrados en el mundo, aspirando solo a cosas terrenas, y no mirando al cielo que no ha abierto el Señor con su muerte y resurrección y que es la verdadera tierra prometida. Esto también nos pasa a nosotros cuando buscamos una salvación solo mundana, confiando en las cosas del mundo y no en Dios. La oración nos ayuda a descubrir que somos ya ciudadanos del cielo en el que participaremos también un día con nuestro cuerpo glorificado según ‘el modelo del cuerpo glorioso del Señor’. De ahí también la importancia del cuerpo para el cristianismo.

Es un dato curioso que tanto a Abrahán como a los apóstoles les invade un sueño profundo ante la manifestación de Dios, como nos puede pasar también a nosotros en la oración. Quizás el sueño deriva de que la revelación de Dios es tan grande y acontece solo por su iniciativa, tan de otro orden respecto al mundo, que nos sobrepasa y esto se expresa con la idea del sueño, como ocurre también en el huerto del Getsemaní. Sin embargo, Dios actúa y muestra su gloria y hace su alianza aunque estemos dormidos.

Podemos concluir esta reflexión acerca del modo en que la oración nos ayuda a aceptar y vivir el misterio de la cruz, citando unas palabras que san Juan de Ávila dice de los pastores, afirmando que deberían dar “a entender con buenos ejemplos que la vía de la cruz y el estrecho camino que lleva a la vida, por áspero que parezca al mundo, es posible e imitable, y aun lleno de suavidad, a quien se esfuerza a caminar por él con el favor del Señor”.

martes, 19 de febrero de 2013

Vivir la cuaresma en el año de la fe



Homilía Domingo 17 de febrero de 2013
I Domingo de Cuaresma (ciclo C)


Benedicto XVI recibiendo la ceniza
Basílica de San Pedro del Vaticano (13/2/2013)
            El tema que el Señor nos pone delante para nuestra meditación y oración en la celebración de hoy es indudablemente el de la fe. Digo ‘indudablemente’ con cierto temor, ya que en las cosas del Señor hay que tener cautela porque él siempre nos sorprende. Sin embargo, son tantos los acontecimientos y las palabras que tienen como objeto la virtud teologal de la fe y que coinciden en este día que justifican mi afirmación y hacen que no sea demasiado temeraria. Parece que el Señor desea que este domingo y toda esta cuaresma que hoy empieza la dediquemos a renovar nuestra fe, a hacerla más “consciente y vigorosa”. Vamos a ir desmenuzando brevemente estas palabras y acontecimientos de la celebración de hoy que se refieren a la fe.

            Lo primero es que estamos en el Año de la fe que ha convocado el papa Benedicto XVI como un llamamiento a “una auténtica y renovada conversión al Señor, único salvador del mundo”. En este contexto, el mensaje del Santo Padre para esta cuaresma 2013 nos invita a reflexionar sobre la relación entre la fe y la caridad. Ya su título es bastante elocuente: “creer en la caridad suscita caridad”; y más elocuente aún es el texto bíblico de referencia de la primera carta del apóstol Juan: “hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en él” (1Jn 4,16). El amor de Dios que nos precede se nos ha revelado plenamente en Cristo y por la fe creemos en él, y esto es lo que nos lleva a ejercer la caridad para con el prójimo. La caridad auténtica no es un sentimentalismo vacío, sino una actitud que hunde sus raíces en la fe en el amor de Dios que ha entregado su Hijo por nosotros.

Por otro lado también las lecturas de este primer domingo de Cuaresma se centran en la fe. En la segunda lectura, en un pasaje fundamental de su carta a los Romanos sobre la salvación por la fe, el apóstol Pablo afirma solemnemente: “Si tus labios profesan que Jesús es el Señor, y tu corazón cree que Dios lo resucitó de entre los muertos, te salvarás. Por la fe del corazón llegamos a la justificación, y por la profesión de los labios, a la salvación”. Como escribe Benedicto XVI en la carta apostólica con la que convoca este Año de la fe: “Creer en Jesucristo es... el camino para poder llegar de modo definitivo a la salvación”. Es la fe la que nos pone a bien con Dios, la que nos reconcilia con él y nos hace entrar en el pueblo de la nueva alianza.

Cortesía de: Stained Glass Inc.
En la primera lectura del Libro del Deuteronomio se nos ofrece la confesión de fe del fiel israelita. Moisés ordena que se lleven las primicias de los frutos de la tierra al templo y que se entreguen al sacerdote y que, al hacerlo, se pronuncie una profesión de fe narrando lo que el Señor ha hecho en favor del pueblo de Israel: como lo “sacó de Egipto con mano fuerte y brazo extendido” y lo introdujo en la tierra que ‘mana leche y miel’. La fe, junto a ser un acto de confianza en Dios, de entrega plena y libre a él, tiene también sus contenidos, que se refieren a lo que el Señor nos ha revelado de sí mismo, lo que ha realizado en nuestro favor en la historia de la salvación desde la creación del mundo hasta la consumación final. La cuaresma de este año es así ‘tiempo favorable’ para renovar nuestro acto de fe en Dios y para profundizar en sus contenidos.

El relato de las tentaciones de Jesús, que siempre se nos proclama en el primer domingo de cuaresma para que aprendamos de Jesús a “sofocar la fuerza del pecado” como se dice en el prefacio de esta misa, también se puede interpretar en la perspectiva de la fe ya que toda tentación tiene una dimensión relacionada con fe: implica un poner en duda el amor de Dios, de que ha hecho bien las cosas, de que su voluntad es lo mejor para nosotros, de que nuestra historia es historia de salvación y de que la que la cruz es el camino para llegar a la vida eterna. El diablo tienta a Jesús para que se aparte del camino marcado por Dios Padre, induciéndolo a dudar de su providencia y amor. Esto es también lo que nos pasa a nosotros cuando somos tentados por el demonio, la carne o el mundo, que son los enemigos de nuestro progreso en la fe.

En la oración colecta al comenzar esta misa pedíamos a Dios “avanzar en la inteligencia del misterio de Cristo y vivirlo en su plenitud”. ¡Que al terminar estos cuarenta días penitenciales podamos celebrar con más sinceridad la Pascua, con una fe renovada, para poder “pasar un día a la Pascua que no acaba”!