jueves, 27 de junio de 2013

El papa Francisco y la invencibilidad de la cruz


Homilía Domingo 23 de junio de 2013
XII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Solemnidad de Pentecostés en las Iglesias ortodoxas y orientales

Hace una semana el papa Francisco cumplía sus primeros cien días de pontificado, tiempo
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que le ha bastado para ganarse el cariño de los fieles y para suscitar grandes expectativas y esperanzas dentro y fuera de la Iglesia. Su sencillez, su cercanía a las personas, su preocupación por los más pobres y desfavorecidos, su sobriedad, su poner al centro de su ministerio el ser pastor, su insistir en la misericordia divina... todo esto y más cosas nos han vuelto a ilusionar a muchos después de momentos muy difíciles por los que hemos pasado -y digo esto sin querer quitar nada a la grandeza de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. No se trata de comparar sino de discernir y agradecer la acción de Dios en su Iglesia. En este sentido, dentro de este momento de gracia que estamos viviendo con el comienzo del pontificado del papa Francisco, junto a la capacidad de renovación que tiene la Iglesia, lo que realmente impresiona es su invencibilidad, cosa de la que yo estoy cada día más convencido según la promesa del Señor de que “el poder del infierno no la derrotará”. Por mucho que los hombres de Iglesia hagamos para destruirla, por muchos que las fuerzas del mal presentes y actuantes en este mundo la ataquen, por mucho que Satanás la asalte, la Iglesia no puede perecer, pero no por virtud propia, sino porque se funda en Cristo, más aún, porque surge de un acontecimiento que es un fracaso para el mundo, porque nace de la cruz. La Iglesia es invencible porque la cruz es invencible. Cuando la Iglesia se aleja de ella, cuando se vuelve mundana entremezclándose con los poderes de este mundo, pierde su razón de ser y salen a la luz todas sus miserias y su pecado. Cuando, en cambio, vuelve a su fuente, vuelve a la cruz, todo se pone en su sitio y brilla de nuevo el ser y la razón de ser de la Iglesia. Es esto lo que creo está pasando en estos primeros días del papa Francisco. Hoy percibimos con más claridad la trascendencia de aquellas palabras sobre la cruz que pronunció en la primera misa que celebró con los cardenales en la capilla Sixtina el día después de su elección:

"Este Evangelio prosigue con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor."

(Homilía misa con los cardenales, Capilla Sixtina, jueves 16 de marzo 2013)


            Esta importante homilía del papa Francisco hace referencia al episodio de la confesión de fe
Fuente de la imagen: evangelio.wordpress.com
de Pedro que hemos escuchado en el evangelio de este domingo. En aquella ocasión, en la misa con los cardenales, se proclamó según la versión del evangelio de san Mateo, en la que se incluye el diálogo entre Jesús y Pedro en el que el Señor le da el primado sobre su Iglesia y en el que el apóstol rechaza el mensaje de la cruz. Hoy hemos escuchado el relato que nos ofrece san Lucas que omite este diálogo entre Jesús y el príncipe de los apóstoles, pero que sin embargo es el único de los evangelistas que pone de relieve el carácter cotidiano del tomar la cruz.

            Como acabamos de escuchar en el evangelio, después de que Pedro confesara su fe en Jesús como el Mesías y de que el Señor prohibiera divulgar esto para evitar malentendidos y anunciara su pasión, se explicitan los requisitos para ser su discípulo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga”. Solo Lucas añade a la exigencia de tomar la cruz, que esto hay que hacerlo cada día. ¿Qué significa concretamente esto? ¿Qué significa tomar la cruz y hacerlo cada día?

            Para entender esto y retomando lo que decíamos antes de los primeros cien días del papa Francisco y su poner al centro la cruz, quizás lo más apropiado es citar lo que él mismo hoy ha dicho antes del rezo del Ángelus comentando el evangelio de este duodécimo domingo del Tiempo Ordinario. En estas palabras del sucesor de Pedro se nos transmite con una autoridad que nace también de su entrega y coherencia de vida, el significado de la cruz que estamos llamados a tomar cada día y su invencibilidad:

 "Pero, ¿qué significa “perder la vida por causa de Jesús”? Esto puede suceder de dos maneras: explícitamente confesando la fe, o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una fila inmensa de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo son tantos, tantos, más que en los primeros siglos, tantos mártires que dan su vida por Cristo. Que son llevados a la muerte por no renegar a Jesucristo.
Pero también está el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un “perder la vida” por Cristo, cumpliendo el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica de la donación, del sacrificio. Pensemos: ¡cuántos papás y mamás cada día ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente su propia vida por el bien de la familia! Pensemos en esto. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas desarrollan con generosidad su servicio por el Reino de Dios! ¡Cuántos jóvenes renuncian a sus propios intereses para dedicarse a los niños, a los minusválidos, a los ancianos…! ¡También estos son mártires, mártires cotidianos, mártires de la cotidianidad!
Y después hay tantas personas, cristianos y no cristianos, que “pierden su propia vida” por la verdad. Y Cristo ha dicho “yo soy la verdad”, por tanto, quien sirve a la verdad sirve a Cristo. Una de estas personas, que ha dado su vida por la verdad es Juan el Bautista: precisamente mañana, 24 de junio, es su fiesta grande, la solemnidad de su nacimiento. ¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad! ¡Cuántos hombres rectos prefieren ir contracorriente, con tal de no renegar la voz de la conciencia, la voz de la verdad!"


sábado, 22 de junio de 2013

Solo el amor convierte en milagro el barro

Homilía Domingo 16 de junio de 2013
XI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)


            Una de las experiencias más fundamentales de todo cristiano es la experiencia del perdón, de
Fuente de la imagen: catolicidad.com 
saberse y haberse sentido perdonado por Dios. Hasta que uno no la hace, tiende a mantenerse encerrado en la cárcel de su propia autosuficiencia, a mirar por encima del hombro a los demás, a juzgar y emitir sentencias implacables contra los fallos de los otros. Cuando, en cambio, uno es alcanzado por el amor incondicional y misericordioso de Dios, un amor que no juzga ni condena, un amor que previene, regenera y levanta, que no exige, que es tal a pesar de nuestras miserias, pobrezas y pecados, cuando se experimenta este amor surge una nueva criatura, nace en nosotros una nueva forma de ser y actuar, pasamos del antiguo al nuevo Testamento, de una religión del deber y la exigencia a una del amor y el perdón.

            De esa experiencia del perdón nos hablan las tres lecturas de este domingo. Y nos hablan a nosotros que muchas veces somos como el fariseo Simeón del evangelio, que no es consciente de sus pecados ―se habla mucho de eclipse del sentido del pecado en la sociedad actual― y de la necesidad de ser perdonado, que se siente justo ante Dios, que juzga a los demás y al mismo Jesús, que tiende a excluir a los que no considera puros, como probablemente ocurría entre los judíos cristianos rigoristas a los que Lucas tiene presente al escribir su evangelio.

            La primera lectura del segundo libro de Samuel hace referencia al pecado terrible que cometió el rey David en su prepotencia, desfachatez y lujuria, acostándose con la mujer de uno de sus soldados más fieles, dejándola embarazada, haciendo que el soldado volviera de la guerra para acostarse con ella y esconder así su fechoría, incitándole a desobedecer a la ley sagrada de la guerra, y finalmente haciendo que le mataran. El profeta Natán hace caer en la cuenta a David de su grave pecado y el rey se arrepiente sinceramente y es perdonado. Es un relato que nos describe con mucha viveza el círculo vicioso del pecado que se va haciendo cada vez más grande si no es roto con un acto de sinceridad, como también nos habla de la grandeza del perdón de Dios con el hombre verdaderamente arrepentido.

            Pero es pasaje del evangelio el que probablemente nos llama más la atención. El versículo más importante de la perícopa que se nos ha proclamado es ambiguo, y yo creo que lo es a propósito, aunque en un principio pueda ser el resultado de la unión de dos partes del relato originariamente independientes, es decir, la parábola sobre las diferentes cantidades de dinero condonadas y lo que hace la mujer pecadora con Jesús. El versículo es este: “Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, poco ama”. Nos queda la duda de si las lágrimas de la mujer, sus actos de amor para con Jesús, son de arrepentimiento o de alegría y agradecimiento, si son consecuencia del perdón obtenido o su causa. Creo que las dos posibilidades de interpretación son correctas, aunque lo que viene antes es el perdón. En un principio y así es en nuestra vida, el amor cristiano que llega hasta el perdón de los enemigos es consecuencia de haber sido perdonados por Dios, pero también a veces puede ser verdad lo contrario: los actos de verdadero amor consiguen el perdón divino; por eso la Escritura dice que ‘la caridad cubre una multitud de pecados’. Los actos concretos de amor hacia los demás, especialmente hacia los más pequeños −que por otro lado son ya fruto de la gracia que actúa en la interioridad del hombre−, mueven el corazón de Dios hacia el perdón. Es lo que se nos dice desde otra perspectiva en la alegoría del juicio final que encontramos en el evangelio de san Mateo.

La segunda lectura de la carta de san Pablo a los Gálatas nos revela algo de la vida interior, de la intimidad de este gran apóstol. En el texto de esta epístola san Pablo dice que vive crucificado con Cristo, que ya no es él el que vive, sino Cristo; su ‘yo’ personal ha sido sustituido por el del Señor. También afirma con unas palabras cargadas de fuerza espiritual que su vida presente, la ‘vida en la carne’: la “vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí”. Esta experiencia que hace el apóstol del amor de Dios y el perdón de sus pecados, de la entrega del Hijo por él, marca toda su vida. Pablo experimenta a la vez el amor y el perdón de Dios y su elección como apóstol. Su enorme celo apostólico nace de esta experiencia.

            Curiosamente encontramos una experiencia análoga de amor y perdón en el papa Francisco, como
Explicación del escudo: vatican.va
lo manifiesta el lema que ha elegido y que es el mismo de su consagración episcopal, ya que hace referencia a lo que él define como ‘uno de los pivotes de su experiencia religiosa’: miserando atque eligendo. El entonces arzobispo Bergoglio, en una de sus conocidas conversaciones con los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, que salieron en un libro de 2010 y que ha vuelto a editarse después de su elección, lo explica:

"La vocación religiosa es una llamada de Dios ante un corazón que la está esperando consciente o inconscientemente. A mí siempre me impresionó una lectura del breviario que dice que Jesús lo miró a Mateo en un actitud que, traducida, sería algo así como “misericordiando y eligiendo” Ésa fue, precisamente, la manera en que yo me sentí que Dios me miró durante aquella confesión. Y ésa es la manera con la que Él me pide que siempre mire a los demás: con mucha misericordia y como si estuviera eligiéndolos para Él; no excluyendo a nadie, porque todos son elegidos para el amor de Dios."

En este texto, el papa hace referencia a una confesión que hizo con un sacerdote que no conocía en su parroquia porteña de San José de Flores cuando tenía alrededor de 17 años y que le llevó a descubrir su vocación sacerdotal; salió de ella con la convicción de que “quería... tenía que ser sacerdote”.


¡Qué importante es para todos nosotros sentirnos mirados así por el Señor, con una mirada de amor, misericordia y elección! Es lo que sintió la mujer del evangelio antes de derramar su perfume sobre los pies de Jesús, es lo que sintió Pablo en el camino de Damasco y lo llevó a ser el más grande de los apóstoles, es lo que el joven Jorge Bergoglio sintió un 21 de septiembre de hace muchos años. Esta mirada de amor y perdón realmente consigue 'encender lo muerto' y 'convierte en milagro el barro', como dice la hermosa canción de Silvio Rodríguez.

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

lunes, 17 de junio de 2013

El cambio que supone el encuentro con Cristo


Homilía Domingo 9 de junio de 2013
X Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Memoria de san Efrén, diácono y doctor de la Iglesia

Conversión de San Pablo
Caravaggio (1600-1601)
Iglesia de Santa Maria del Popolo, Roma (Italia)
Una de las afirmaciones más citadas de Benedicto XVI, hoy papa emérito, quizás la que más, la encontramos en el primer capítulo de su primera encíclica Dios es amor (Deus caritas est): "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva". Lo que de verdad cuenta en una vida cristiana, lo que de verdad nos hace cristianos, es encontrarnos con Cristo, un encuentro que todo lo cambia. Este encuentro puede tener lugar de diferentes modos, en distintos lugares y tiempos: en la soledad de una habitación, en una celebración litúrgica, en un retiro, en un gran evento eclesial como la Jornada Mundial de la Juventud, en contacto con la naturaleza... Sin embargo, hay algunos elementos que suelen estar siempre presentes en estas experiencias y que nos ayudan a discernirlas: acontecen en relación directa o indirecta con la Iglesia que es mediadora del encuentro con Cristo y con frecuencia tienen lugar en una situación que el psicólogo y filósofo existencialista alemán Karl Jaspers llama ‘situación límite’, es decir, en una situación que empuja hacia un cambio, de desafío, a veces de desesperación en la que no se ve una salida, o en la que no se encuentra un sentido, o de gran búsqueda interior, y que se resuelve a través de una ruptura inesperada con lo que había antes, con la aparición de un nuevo sentido y de una nueva realidad. Muchos de nosotros hemos experimentado esto en un momento dado de nuestra vida en relación con Cristo, y es lo que hace que estemos aquí hoy en esta celebración litúrgica para renovar esta experiencia y nuestra alianza con el Señor que de ella surge.

            En el evangelio y en la segunda lectura de hoy se hace mención de dos de estas experiencias de
Fuente de la imagen: aleteia.org
encuentro con el Señor que todo lo cambian. En el evangelio, Jesús se topa con un cortejo fúnebre que va saliendo por la puerta de la pequeña ciudad de Naín llevando un ataúd con el cuerpo de un muchacho, hijo único de una madre viuda. Jesús, al ver a la madre, se conmueve, siente lástima, se acerca, y le dice: “no llores”. La viuda se encuentra con el único que puede cambiar su suerte, con el que es más fuerte que la muerte, con el que tiene poder de resucitar. El milagro que hace Jesús es signo y anticipo de la su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte, del reino de Dios que con él se inaugura. ¡Cuántas veces en mi vida sacerdotal he experimentado con gran sorpresa este poder del Señor que sale al encuentro de quien esté desesperanzado, del enfermo incurable, de la persona a la que se le ha muerto un ser querido, y todo lo cambia, haciendo surgir un nuevo sentido y un nuevo horizonte donde antes había solo dolor y muerte! Decía un conocido padre espiritual jesuita que los sacerdotes nunca podemos tirar la toalla ante cualquier situación por desesperada que parezca, porque el Señor todo lo puede. El encuentro con Cristo hace que se viva la enfermedad y la muerte de un modo distinto, incluso como una bendición. Hace unos días, al celebrar el XXV aniversario de mi sacerdocio, me llegó una carta de un compañero que también celebraba esos días lo mismo. A él le habían diagnosticado un cáncer y nos invitaba a dar gracias a Dios con él por su sacerdocio, pero también por su enfermedad que consideraba “una caricia de Dios”. Los que se han encontrado con Cristo muerto y resucitado pueden realmente hacer suyas las palabras del salmista con las que acabamos de rezar: “cambiaste mi luto en danzas”.

            En la segunda lectura de la Carta de san Pablo a los Gálatas tenemos una de esas frecuentes referencias que hace el apóstol al acontecimiento de Damasco, a su encuentro con Cristo camino de esa ciudad, a la que iba para perseguir a los cristianos. Un encuentro que supuso un cambio radical en su vida, tanto externamente, de perseguidor de la Iglesia a apóstol, como interior, de fariseo que se salva por las obras, a cristiano que se salva por la fe. En el texto de la Carta a los Gálatas, Pablo describe esta experiencia como una “revelación del Hijo en él”: “Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mi, para que yo lo anunciara a los gentiles...”. Este acontecimiento hace entender al apóstol el significado de aquel Cristo a quien perseguía; le hace comprender que Cristo murió por él, que en Cristo se le perdonan los pecados, que la salvación que tanto anhelaba depende de la fe en el crucificado-resucitado y no en el cumplimiento de la Ley. De ahí nace casi por consecuencia lógica su misión a los gentiles, a los no judíos, ya que la obra de Cristo es también para ellos, como había establecido Dios en su designio eterno. Este ‘insight’ de Pablo camino de Damasco, esta revelación que recibe, es para él es tan fundamental que no permite a nadie ponerla en discusión; para Pablo el evangelio de la gracia que predica es de origen divino y quienquiera que enseñe otra cosa ‘sea anatema’. A nadie, ni a Pedro, le consiente menoscabar la libertad que tenemos en Cristo.

A la luz de estos dos encuentros con Cristo que nos presenta la Liturgia de la Palabra de este X
Fuente de la imagen: aciprensa.com
Domingo del Tiempo Ordinario, podemos hacer memoria y renovar los nuestros. Cada Eucaristía que celebramos es una nueva ocasión para encontrarnos con él, ya que se hace realmente presente y re-actualizamos su entrega por nosotros en la cruz que todo lo cambia.


Hacemos hoy también memoria de san Efrén, gran padre de la Iglesia de Siria, gran cantor de las maravillas de Dios, “arpa del Espíritu Santo” se le llamaba. Era diácono y se sentía indigno de ser sacerdote; las veces que el pueblo intentaba conseguir ordenarlo presbítero u obispo se fingía loco para evitarlo. Pedimos hoy de un modo especial por su tierra y las Iglesias y comunidades cristianas que en ella peregrinan en estos momentos muy difíciles para ese país.

jueves, 6 de junio de 2013

La Eucaristía: presencia, memoria y anticipo del futuro


Homilía Domingo 2 de junio de 2013
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor
Día nacional de la Caridad

            El jueves pasado tuve la gran dicha de acompañar al obispo copto católico de Assiut a Toledo, para
Procesión del Corpus en Toledo
que participara en la misa de rito mozárabe de la solemnidad del Corpus en la Catedral y en la posterior procesión por las calles de la histórica ciudad imperial. Fue una dicha por varias razones. Primeramente, por estar con un obispo de una ciudad del alto Egipto, de una Iglesia que vive en una situación muy distinta de la nuestra y muy difícil, en un país oficialmente islámico donde los católicos son una minoría dentro de la minoría cristiana, que con frecuencia es discriminada por el Estado y sufre persecución de manos de musulmanes radicales. Estar con este obispo como signo de cercanía y apoyo a su comunidad y darle la posibilidad de conocer una expresión genuina y pública de fe del pueblo español fue un regalo para mí y también para él, como después me dijo. Sin embargo, la razón fundamental de la dicha que tuve ese día fue participar en un acto auténticamente religioso y bellísimo, que manifestaba una fe profunda por parte de un pueblo -vestido de gala para la ocasión- en la presencia real del Señor en el santísimo sacramento. Eso es en definitiva lo que movía y justificaba todo aquel gran acontecimiento que se lleva celebrando desde 1595 y que induce a los que participamos en él a renovar con vigor nuestra fe eucarística. ¡Cuánta devoción hacia la Eucaristía! Cuando empezó a moverse la famosa custodia de Arfe con la sagrada forma para salir de la Catedral, el animador del acto dijo con voz solemne: “Dios está aquí”, resonando sus palabras con fuerza en ese templo gótico, haciéndonos sentir que así era, que Dios estaba realmente presente de una forma especial a través de esa apariencia de un trocito de pan.

            La fiesta que hoy celebramos aquí en Madrid, y que siguiendo la tradición antigua se celebró el jueves pasado en Toledo, surge a mediados del siglo XIII para conmemorar la presencia real del Señor en el sacramento de la Eucaristía. Es presencia verdadera, no simbólica. Bajo las especies del pan y el vino, el Señor está, misteriosamente, pero realmente presente. Así ha querido él permanecer entre nosotros. Es verdad que el Señor esta presente de diversos modos y en todas partes: en la naturaleza, en nuestro interior, en el acontecer de la historia, pero lo está de un modo singularísimo en la Eucaristía.

            Sin embargo, la Eucaristía, junto a ser presencia real del Señor, es también memorial y anticipo del
Iglesia de Santa María della Pietà  (Bologna) - 1585
futuro, como se pone de relieve en las la lecturas de la Misa del Corpus de este año. En la segunda lectura se nos ofrece el relato más antiguo que tenemos de la institución de la Eucaristía, ya que la primera Carta del apóstol Pablo a los Corintios fue escrita antes que los evangelios, alrededor de veinte años después de esa noche de la última cena en la que el Señor “iba a ser entregado”. Para corregir algunos abusos y desviaciones que se daban en la celebración de la Cena del Señor en esa comunidad, Pablo les recuerda lo que él les había enseñado, y que él mismo había recibido como una “tradición que procede del Señor”. Recordándoles los gestos y las palabras de Jesús, Pablo insiste en el aspecto sacrificial del acto, ya que se habla de cuerpo entregado y de sangre, con una clara alusión al acontecimiento del Calvario y a la salvación que él se nos brinda. Al celebrar la Eucaristía se proclama la muerte del Señor y por eso hay que participar dignamente en ella, discerniendo el cuerpo del Señor. En la Eucaristía hacemos memoria del Señor, de su entrega por nosotros en la cruz, y nos ponemos en una continuidad histórica y también material con él y su muerte en cruz.

            Pero la Eucaristía también es anticipo del futuro, de la plenitud del reino de Dios que aguardamos. En  el texto de la Carta a los Corintios Pablo dice que debemos celebrarla hasta “que vuelva”. La Eucaristía es para este tiempo intermedio entre la primera venida del Señor y la Parusía, cuando volverá a instaurar definitivamente su reino; es para este tiempo entre el ‘ya’ de la salvación obtenida en la cruz, y el ‘todavía no’ de su plena manifestación. En definitiva, la Eucaristía es para este tiempo de la Iglesia, llamada a predicar el evangelio a toda criatura y a llevar la salvación hasta los confines del orbe.

También se hace alusión a esta dimensión de futuro de de la Eucaristía en el evangelio que se ha
 proclamado. La imagen del banquete es utilizada con frecuencia por Jesús para hablar del reino de Dios, y sus comidas, especialmente con publicanos y pecadores, escenificaban su predicación de la llegada del reino. Así también el milagro de la multiplicación de los panes, situado en el apogeo de la misión de Jesús en Galilea, es anuncio del reino que llega, reino en el que habrá sobreabundancia y verdadera comunión. Por eso la Eucaristía, junto a ser presencia real del Señor en medio de nosotros y memorial de él, de su muerte por nuestra salvación, es también anticipo del reino futuro, en el que no sentaremos en el banquete eterno para saciarnos de la sobreabundancia del Señor.

Pidamos al Señor que sepamos valorar debidamente este sacramento, este gran regalo de Dios, y que nos acerquemos siempre a él discerniendo el cuerpo del Señor, un cuerpo entregado que crea comunión, que nos hace Iglesia. Por eso es muy apropiado que, coincidiendo con la solemnidad del Corpus, también celebremos en España el Día de la Caridad. El lema propuesto por Cáritas para la campaña de este año nos recuerda el deber de "vivir sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir", y la experiencia fundamental que hace continuamente el cristiano de que ‘cuanto más se da más se tiene’, cuyo fundamento ontológico es la entrega del Señor que se actualiza para nosotros en la Eucaristía.