jueves, 28 de octubre de 2010

Vive la Familia. Con Cristo es posible

Intervención en el Congreso Regional Familia y Sociedad
(San Agustín de Guadalix, 5 de octubre 2008)
FAMILIA Y FE. LA RELIGIÓN COMO HERENCIA

Estimadas familias y amigos:

         Quiero empezar dando las gracias a los organizadores de este Congreso Regional sobre Familia y la Sociedad. Al Ayuntamiento de San Agustín de Guadalix, al alcalde D. José Luis Pérez Balsera, al Concejal de participación ciudadana. D. Rafael Mancheño, a los responsables de las empresas Producciones y Negocios S.L. y Dolcevento y a todos los demás que han participado de una u otra forma en este evento. Gracias por invitarme, pero gracias sobre todo por haber organizado este Congreso que trata un tema tan importante para la sociedad como es ‘la familia’ y gracias también por dar un espacio a la Iglesia y a su mensaje sobre la familia.
         El mensaje de la Iglesia sobre la familia viene del mismo Jesús, que nos ha revelado plenamente lo que Dios siempre ha querido para el hombre y la mujer, y la Iglesia, que tiene la misión de transmitir a los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares este mensaje en su integridad, se ha mantenido fiel a este cometido, aún en los momentos más difíciles.
         Momento difícil es este que estamos viviendo, en el que, junto a datos que muestran que la familia es la institución que más valoramos en nuestra vida, hay otros que manifiestan una situación que algunos llaman de ‘crisis’, como son el aumento de las rupturas matrimoniales, el aumento de hogares constituidos por una sola persona, el creciente número de niños que nace fuera de una unión estable, el descenso de la tasa de número de hijos por mujer que hace que nuestra población se vuelva cada día más vieja, y muchos otros.
         Al lado de estos datos tenemos, y es deber nuestro, de la Iglesia en su misión profética de denunciar lo que amenaza el bien integral del hombre y la mujer, indicar otros factores, políticos y sociales, que influyen negativamente sobre la familia, debilitándola o poniéndola en cuestión. Las recientes leyes que facilitan el divorcio o que equiparan el matrimonio con la unión sentimental entre personas del mismo sexo, desde nuestro punto de vista constituyen una grave amenaza para la estabilidad matrimonial que es fundamento de la sociedad. En la familia es donde somos amados por nosotros mismos, no por lo que hacemos, y donde aprendemos a relacionarnos como personas con nuestra individualidad única e insustituible. Debilitar a la familia, significa debilitar a la persona humana, haciéndola fácilmente manipulable por poderes externos, que ganan al hacerla pasar de ser persona a ser un elemento más de una masa.
         Dentro de esta tendencia socio-cultural que debilita a la familia hay que señalar también la influencia de los medios de comunicación, que de distintos modos, sobre todo a través de programas para el público en general que el receptor recibe de forma acrítica, proponen ‘modelos’ de familia que no son familia y que van contra el bien del hombre y la mujer, bien común que todos estamos llamados a salvaguardar.
         La Iglesia no defiende un modelo de familia ‘tradicional’, contrapuesto a modelos alternativos de familia más modernos, ni va contra los avances  sociales en los derechos de la mujer o de los colectivos discriminados, sino propone lo que es la familia tal como Dios siempre la ha querido y pensado desde ‘el principio’. Piensa, por tanto, que lo que afirma vale para toda sociedad y cultura y está hablando de algo esencial para el bien de la persona en cuanto tal.
         Permitidme mostrar esto con un texto de la Sagrada Escritura en el que Jesús nos habla del matrimonio, fundamento de la familia. Es bueno siempre volver a las fuentes originarias de nuestra fe para darnos cuenta de la actualidad y belleza del mensaje cristiano. Fuente fundamental de nuestra fe es la Sagrada Escritura donde está contenida la revelación de Dios.
         Entre los distintos textos bíblicos que hablan de la familia, hay uno que creo que es fundamental para nosotros hoy. Lo encontramos en el evangelio de San Mateo y San Marcos, aunque la enseñanza básica de este texto está presente casi literalmente también en el evangelio de Lucas y en las cartas de San Pablo. Por tanto, podemos hablar de una enseñanza unívoca proveniente del mismo Jesús.
         En el texto Jesús contesta a una pregunta que le hacen sobre el repudio. Lo voy a citar en la versión de San Marcos que es la más breve:
Y levantándose de allí va a la región de Judea, al otro lado del Jordán, y de nuevo vino la gente hacia él y, como acostumbraba, les enseñaba. Se acercaron unos fariseos que, para ponerle a prueba, preguntaban: «¿Puede el marido repudiar a la mujer?» Él les respondió: «¿Qué os prescribió Moisés?» Ellos le dijeron: «Moisés permitió escribir el acta de divorcio y repudiarla.» Jesús les dijo: «Teniendo en cuenta la dureza de vuestro corazón escribió para vosotros este precepto. Pero desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre, y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne. Pues bien, lo que Dios unió, no lo separe el hombre.» Y ya en casa, los discípulos le volvían a preguntar sobre esto. Él les dijo: «Quien repudie a su mujer y se case con otra, comete adulterio contra aquélla; y si ella repudia a su marido y se casa con otro, comete adulterio.»

Lo primero que debemos señalar de este texto es que Jesús ofrece una enseñanza muy clara sobre el divorcio, enseñanza que se repite, como ya he indicado, en otros lugares del Nuevo Testamento. Es un tema que se ha debatido mucho, que hoy en nuestras sociedades occidentales damos por resuelto y aceptado, pero sobre el que hoy estamos también padeciendo las consecuencias de las decisiones que se han tomado. La Iglesia no puede hacer otra cosa que ser coherente con esta enseñanza de Jesús y transmitirla fielmente Esto no quiere decir no ser sensibles a las dificultades por las que atraviesan muchas parejas. Los sacerdotes lo somos, pero también somos fieles a nuestra misión que viene del mismo Jesús.
Otra enseñanza fundamental que podemos sacar de este texto bíblico es lo que Jesús afirma acerca del plan originario de Dios, lo que Dios desde siempre ha querido para el hombre y la mujer. Citando textos del Génesis, Jesús enseña que la diferencia sexual va más allá de los condicionamientos sociales, no es una libre elección de cada uno, sino que está inscrita en lo más profundo de nuestro ser, en nuestro cuerpo y nuestra alma, y que ella constituye la clave para entender lo que es el matrimonio. Por tanto, hablar de matrimonio para la unión de dos personas del mismo sexo es confundir, ya que es mezclar realidades que son esencialmente distintas. Por otro lado, al hacer Jesús mención de la creación del hombre y la mujer, estamos hablando de una enseñanza que vale para toda persona humana en cuanto criatura, no son sólo para los cristianos. Por eso pensamos que nuestra enseñanza es para todos y lo que afirma la Iglesia tiene que ver con el bien del hombre en cuanto tal; no es una enseñanza sólo para los creyentes y no se trata de imponer nuestras normas a los que no creen.
         Pero también es verdad que Jesús habla de la ‘dureza de corazón’ que todos tenemos, y que dificulta que veamos limpiamente lo que es verdaderamente el matrimonio y, aún más, nos obstaculiza para vivir esta realidad en su plenitud. Por eso tiene lugar la misión de Jesús, que nos sana el corazón y hace posible que entandamos y vivamos lo que Dios siempre ha querido para nosotros, como un Dios Padre que nos ama y quiere nuestro bien.
La diócesis de Madrid ha propuesto para este año y los siguientes un Plan Pastoral que se centra en la familia. Conscientes de lo fundamental de este tema para la Iglesia y la sociedad, haremos un esfuerzo para que todas las realidades de nuestra Iglesia de Madrid trabajen sobre este tema y den a conocer a la sociedad nuestro mensaje. El lema de este Plan creo que resume muy bien la idea fundamental que queremos dar y que yo he intentado exponer en esta ponencia, y con él concluyo mi intervención:

Vive la Familia. Con Cristo es posible.



Enlace relacionado


(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 


viernes, 22 de octubre de 2010

¿HAY QUE SALIRSE DE LA IGLESIA PARA SER FIELES A CRISTO?


Recientemente han aparecido dos noticias que, aunque aparentemente no relacionadas, tienen un fondo común y ponen en tela de juicio la autenticidad del católico que vive su seguimiento de Jesucristo en el seno de la Iglesia. Por el prestigio de los protagonistas de estas dos noticias y el desafío que implican sus afirmaciones, creo que es iluminador para todos escuchar lo que dicen e interrogarnos sobre nuestra fidelidad a Jesús dentro o fuera de la Iglesia.
        Por un lado, Jon Sobrino. Reconocido e influyente teólogo jesuita, ‘uno de los grandes de la teología de la liberación’, compañero de Ignacio Ellacuría y de los otros teólogos residentes en la casa de jesuitas donde el 16 de noviembre de 1989 entraron unos escuadrones paramilitares salvadoreños matando a todos los que estaban, incluyendo a la encargada de la casa, Elba Ramos y su hija. Sobrino se salvó al estar en Tailandia para dar una conferencia. Pues el pasado domingo 12 de septiembre, en el Congreso organizado por la Asociación de Teólogos Juan XXIII en el paraninfo del sindicato Comisiones Obreras en Madrid, Jon Sobrino afirmaba: "la Iglesia ha traicionado a Jesús... Esta Iglesia no es la que Jesús quiso. Esta es la idea que tengo ahora, viejo y medio ciego, en espera de la muerte" (ver).
        Por otro lado, Anne Rice, autora de Crónicas vámpiricas, que volvió en 1998 a la Iglesia católica que había abandonado a los 18 años. En 2005 afirmaba que desde ese momento sólo escribiría de ‘Jesús, nuestro Señor’. Sin embargo, el pasado 28 de julio anunciaba en su página de Facebook que dejaba el cristianismo, con las siguientes palabras: “Para aquellos a quienes les importe, y entiendo si no es así: Hoy renuncio a ser cristiana. Estoy fuera. Sigo comprometida con Cristo como siempre, pero no con ser ‘cristiana’ o ser parte de la cristiandad. Es simplemente imposible para mí pertenecer a este conflictivo, hostil y merecidamente infame grupo. Durante diez años he tratado. Y fallé. Soy una forajida. Mi conciencia no me permite nada más... Como dije antes, renuncio a ser cristiana. Estoy fuera. En el nombre de Cristo, me niego a ser anti-gay. Me niego a ser anti-feminista. Me niego a estar en contra del control artificial de natalidad. Me niego a ser anti-demócrata. Me niego a ser anti-humanismo secular. Me niego a ser anti-ciencia. Me niego a ser anti-vida. En el nombre de Cristo, renuncio al Cristianismo y a ser cristiana. Amén” (ver).
        De estas afirmaciones, surgen espontáneamente varias preguntas, por ejemplo: ¿Es la Iglesia tal como la conocemos hoy como Jesús la quería? ¿Estamos llamados a ser discípulo de Jesús dentro de la ella, o es sólo posible ser verdadero discípulo del Maestro y seguir sus enseñanzas fuera de la Iglesia? Contestar a estas preguntas, y otras parecidas, implica reflexionar acerca de la fundación de la Iglesia, de su realidad actual y de su papel en la vida del cristiano.

        E primer lugar, por lo que se refiere a la fundación de la Iglesia, y dejando de momento de lado lo que afirma el Magisterio, entre los estudiosos del tema encontramos opiniones muy distintas, que van desde pensar que Jesús era plenamente consciente que quería fundar una Iglesia y ésta coincide con la que conocemos hoy con todas sus estructuras, a otras opiniones que creen que Jesús lo único que quería era llamar Israel a una conversión profunda y a ser fiel a la Alianza, a la espera del juicio inminente de Dios, pero no quería fundar una nueva institución, ni, mucho menos, una nueva religión. Otros piensan que en realidad importa poco lo que quería Jesús, lo que cuenta es lo que quiere Dios y saber si el desarrollo de la Iglesia hasta llegar a ser la institución que conocemos hoy ha sido fiel a Su voluntad. Como vemos son muchas y muy variadas las opiniones. Lo que creo que es decisivo para nosotros, desde un punto de vista más existencial, es ver si la Iglesia es mediadora de Cristo, si nos acerca de una forma válida la persona de Jesús y su mensaje y, más aún, si nos hace accesible la salvación que Él ofrece. Yo creo que a esta pregunta, aún con todos los defectos que tiene la Iglesia, tenemos que contestar que sí. Sin la Iglesia, Jesús sería un personaje histórico del pasado, inaccesible a nosotros hoy como mediador actual del encuentro con Dios.

        En segundo lugar está la cuestión de la realidad actual de la Iglesia. Aquí es imposible no reconocer el pecado de sus miembros y pecados gravísimos ‘que no se dan ni entre los paganos’. Esto es incluso más patente en los miembros que ocupan un puesto alto en su jerarquía, que en los miembros más humildes, donde se dan muchísimas veces actos callados de verdadera entrega y servicio. Tampoco se puede negar que muchas enseñanzas de la Iglesia son por lo menos discutibles y la mayoría choca con la mentalidad dominante, aunque se pueda argüir que esto es debido a su ser fiel al evangelio, que es siempre una ‘bandera discutida’. Otros acusan la Iglesia, a veces no sin razón, de oscurantismo, de querer que le gente permanezca en la ignorancia, para así poder manipularla, llegando a afirmar que la Iglesia no es ‘una fuerza de bien en este mundo’ (Stephen Fry). Pero, ¿son suficientes estas razones para salirse de la Iglesia? Puede que nos avergoncemos con frecuencia de ella, pero ¿es ser fiel a Jesús salirse de ella, o no lo es más luchar desde dentro para que cambie? Ya nos advirtió Jesús de la cizaña que habrá siempre en su seno hasta el fin de la historia. A veces la fidelidad a Jesús puede exigir que suframos por la Iglesia, pero también ‘a causa’ de ella, como ha sucedido a muchos santos a lo largo de su historia.

        Y en tercer lugar, en lo que se refiere al papel de la Iglesia en la vida del discípulo, yo creo que hay una unión inquebrantable entre ser cristiano, ser discípulo del Señor, y formar parte de la Iglesia. En el momento en que uno acepta a Jesús, entre a formar parte del grupo de sus seguidores, buenos o malos que sean, a los que está unido por la fe. Es verdad que hay distintos grados de pertenencia a la Iglesia y distintos modos de sentirnos identificados con ella, desde participar plenamente en la vida sacramental, aceptar totalmente su enseñanza y reconocer la autoridad de sus pastores a formas más laxas. Al final lo que cuenta, como diría San Agustín, es estar en ella no tanto con el cuerpo, sino con el corazón, y el reciente beato John Newman puede enseñarnos mucho acerca de la dialéctica entre la conciencia personal y el Magisterio de la Iglesia: “Caso de verme obligado a hablar de religión en un brindis de sobremesa –desde luego no parece cosa muy probable-. Beberé “¡Por el Papa!”, con mucho gusto. Pero primero “¡Por la conciencia!”, después “¡Por el Papa!” (Carta al Duque de Norfolk).

lunes, 18 de octubre de 2010

Cuando no rezamos prevalecen dentro de nosotros y en el mundo las fuerzas del mal

Homilía Domingo 17 de octubre 2010, XXIX Tiempo Ordinario Ciclo C

El evangelio de Lucas es el que más hace hincapié en la oración Jesús. Nos presenta al Señor como el verdadero maestro de la oración; vemos a Jesús rezar con mucha frecuencia; se aparta  muy de madrugada para irse solo a orar o se queda en el monte toda una noche rezando. Jesús ora antes de tomar las decisiones más importantes, por ejemplo la elección de los apóstoles, o en los momentos más significativos de su vida, en el bautismo o la transfiguración. Jesús reza al Padre con mucha intensidad también poco antes del momento culmen de su vida, en el huerto del Getsemaní, donde es el evangelista Lucas el que nos señala que su sudor era como gotas de sangre...
Pero en el evangelio de Lucas también encontramos  -en el capítulo 18 - dos parábolas con unas enseñanzas explícitas de Jesús acerca de la oración. La del publicano y el fariseo que suben al templo a orar, que se nos proclamará el próximo domingo, con la que Jesús nos instruye sobre la actitud que debemos tener ante Dios, y ésta de hoy, del juez injusto que termina haciendo caso a la viuda que tanto insiste que se le haga justicia, no porque es bueno, sino para que no siga importunándole. Lo que Jesús nos quiere decir con ésta parábola, el mismo evangelista nos lo aclara al introducirla: quiere enseñar a sus discípulos como tienen que orar siempre, sin desanimarse; egkakeín en griego, que algunos biblistas prefieren traducir ‘sin cansarse’, ‘sin desfallecer’. Tenemos que orar siempre, con perseverancia, pidiendo lo que necesitamos, sin cansarnos, teniendo fe en que Dios escucha nuestra oración. En la parábola también se nos indica lo que debemos pedir a Dios: justicia; que venga su Reino como decimos en el Padre Nuestro, que se cumpla su voluntad. En un mundo de injusticia y de sufrimiento ésta debe ser nuestra oración constante. Y si no rezamos con este fervor y esta insistencia, es oportuno preguntarnos si nos falta fe, como se sugiere al final de la parábola.
Pero con mucha sabiduría, la Iglesia en este XXIX domingo del Tiempo Ordinario nos regala una primera lectura que es un comentario bellísimo, casi pictórico, de la enseñanza del evangelio. Moisés sube al monte a orar, llevando el bastón ‘maravilloso’, el bastón que se había transformado en serpiente a los pies del faraón, el bastón con el que había abiertos las aguas, y con los brazos levantados reza desde el amanecer hasta el  atardecer por su pueblo que lucha contra Abimalek. Jur y Aarón, que suben con él al monte, sostienen sus brazos para que el por el cansancio nos lo baje y ponen una piedra debajo de él para que se pueda sentar. Toda una imagen preciosa de lo que es la oración de intercesión. Dicen los Padres de la Iglesia, Orígenes por ejemplo, dando una interpretación espiritual de este texto de Libro del Éxodo, que cuando no rezamos las fuerzas del mal prevalecen en nuestra vida y en el mundo, como pasaba cuando Moisés bajaba los brazos y era más fuerte Abimalek que representa las fuerzas del mal.

También en esta imagen descubrimos otro significado espiritual que tiene que ver con la comunión de santos, con la Iglesia. Jur y Aarón sostienen los brazos de Moisés mientras reza, así nosotros con frecuencia necesitamos que otros hermanos en la fe nos sostengan en nuestra oración y nos animen. También vemos como mientras Moisés reza su pueblo lucha; podemos interpretar esto como una representación de los distintos carismas en la Iglesia. Aunque todos debemos rezar, algunos en la Iglesia tienen la misión de la oración de intercesión como propia; ofrecen su vida como víctimas, dedicando su tiempo a rezar por la Iglesia y por nosotros. Yo tengo la certeza de que si no vence el mal e la Iglesia y el mundo se debe a la oración de estos hermanos y hermanas nuestros que están en el monte, mientras nosotros luchamos en el mundo.