Homilía 29 de noviembre 2015
Domingo I de Adviento (ciclo C)
(Misa retransmitida por RNE)
Empezamos este nuevo año litúrgico
escuchando unas palabras del Señor parecidas a las que se nos proclamaron
cuando se iba terminando el anterior, palabras que nos hablan del final del
mundo y de la historia humana. Hoy escuchamos estas palabras del discurso
escatológico de Jesús según la versión de san Lucas, que es el evangelio que
nos acompañará a lo largo de este nuevo ciclo litúrgico. En un primer momento estas palabras nos pueden parecer raras y hasta podrían asustarnos, al hablar
de catástrofes y de signos portentosos, de «angustia de las gentes». Sin embargo,
si prestamos más atención y tenemos en cuenta el lenguaje apocalíptico que
utilizan, veremos que tienen mucho que decirnos a nosotros hoy. El lenguaje
apocalíptico surge en momentos difíciles de la historia, de gran negatividad,
cuando las fuerzas del mal parecen haber vencido, como en el periodo post-exílico
en el que Israel había perdido todo, pero viene a dar un mensaje de esperanza
en medio de la adversidad, una buena noticia, a consolar como otras palabras no
pueden hacerlo. Nos vienen a decir que por mucho que parezca que prevalezca el
mal en el mundo, en nuestra sociedad y en nuestras vidas, al final la victoria es
de Dios y de su Cristo, «que vendrá sobre las nubes del cielo, con gran poder y
majestad», como acabamos de escuchar en el evangelio. ¡Cuánto necesitamos que
se nos diga esto hoy! Los terribles actos terroristas que hemos vivido en estos
días que siembran el terror y abren el abismo de la nada, las guerras, las
muchas personas que huyen de la violencia y de la miseria a veces encontrándo las puertas de los hermanos cerradas, la persecución de los cristianos como no
se había dado antes, de la cual habla también Jesús en el discurso
escatológico, y tantas otros cosas. A veces corremos el riesgo de caer en la
desesperanza y rendirnos ante el mal, de creer que nos encaminamos hacia la
nada, que el mal es más fuerte que él bien. ¡Pero no!, y así Jesús en el templo
de Jerusalén nos lo dice poco antes de su pasión en que las fuerzas del mal se
desatarán tan terriblemente contra él. Él las vencerá y por eso nos puede decir
hoy a todos nosotros: «cuando empiece a suceder esto levantaos, alzad la
cabeza: se acerca vuestra liberación». La victoria definitiva del Señor, el
establecimiento del reinado de Dios en el que morará para siempre la justicia, el
triunfo de la vida y de las fuerzas del bien sobre las de las tinieblas y la
muerte, está cada vez más cerca, aunque pueda parecer lo contrario.
El Adviento
que hoy empezamos es un tiempo para
aprender, reforzar y practicar la actitud
de la espera esperanzada y vigilante ante la venida inminente del Señor. Esto
por un lado significa no dejar que ‘se nos embote el corazón con juergas, borracheras
y las inquietudes de la vida’, y, por otro, el purificarnos para que ‘podamos
ser presentados santos e irreprensibles ante Dios, nuestro Padre’. De ahí el
carácter penitencial que también tiene este tiempo litúrgico como tiempo de
conversión. Este año, al comienzo del Adviento, se abrirán las puertas santas
de las catedrales de todo el mundo para celebrar el Jubileo Extraordinario de la
Misericordia que ha convocado el papa Francisco. Esta tarde misma, el Santo Padre
abrirá la puerta santa de la Catedral de Bangui, en la República
Centroafricana, con un gesto del todo inédito, abriendo el año de la
misericordia en una de las periferias del mundo marcada por la violencia y la
pobreza. Un año santo para volver al Padre, como el hijo pródigo de la
parábola, y experimentar su infinita misericordia. Quitar de nuestra vida lo
que nos embota el corazón y purificarnos para ‘mantenernos de pie ante el Hijo
del Hombre’ es la forma de prepararnos para la venida del Señor. Venida del
Señor que celebraremos sacramentalmente en Navidad haciendo memoria de la
llegada al mundo del ‘vástago legítimo de David’. Y venida del Señor que
esperamos vigilantes cuando vendrá de nuevo con poder y gloria grande para
juzgar y establecer su reinado de paz y justicia que ya empezó con la victoria
de la cruz.
El papa Francisco abre la Puerta Santa de la Catedral de Bangui |
Celebramos en esta parroquia hace pocos días la fiesta de nuestra patrona, Santa Ctalina de Alejandría. Ella fue una mujer sabia y fuerte, que padeció por Cristo y
luchó contra el mal con las armas de la fe. Como virgen prudente, supo mantener
encendida en la noche la lámpara de la esperanza a la espera de la llegada del
Esposo. Que podamos en estos tiempos difíciles que vivimos, parecidos en muchas
cosas a los suyos, seguir su ejemplo. A ella nos encomendamos hoy. Amén.