La actualidad
y vigencia de la Lumen gentium
En las reuniones de los
grupos de matrimonios de mi parroquia a lo largo del curso 2012-2013 se ha utilizado como texto de referencia la Constitución dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano II
sobre la Iglesia. Se eligió este importante documento al estar celebrando el Año de la fe convocado por Benedicto
XVI. En la Carta Apostólica Porta fidei (n. 5) con
la que el papa emérito invitaba a toda la Iglesia a celebrar este año como
ocasión para profundizar en los contenidos de la fe y en el acto mismo de
creer, hacía clara referencia al Concilio Vaticano II:
He
pensado que iniciar el Año de la fe
coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II
puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en
herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo
II, “no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera
apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y
normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más
que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se
ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una
brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (Novo millennio ineunte, 57)
. Yo
también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos
meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: “Si lo leemos y acogemos
guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más
una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia" (Discurso a la Curia Romana (22 diciembre 2005) .
Al estudiar la Constitución
Lumen gentium en las reuniones de los
talleres de matrimonios nos dimos cuenta de la verdad de estas palabras de
Benedicto XVI y de la vigencia de las enseñanzas del Concilio Vaticano II.
Varios matrimonios expresaron su gozo y sorpresa al descubrir lo que la
Iglesia, en el ejercicio más solemne de su función magisterial, dice de sí
misma, de su misterio, de su papel en el plan de salvación de Dios para con la
humanidad, de su relación con los demás cristianos y los miembros de otras
religiones y también con los no creyentes, de su estructura, de los
sacramentos, de la vida consagrada, de la santidad exigida a todos sus miembros
y de su dimensión escatológica, como también del misterio de la Virgen María a
ella inescindiblemente ligado.
Propongo aquí, como ya hice
para el Youcat, un resumen de los ocho
capítulos de este documento que se hizo teniendo presente los grupos de
matrimonios de mi parroquia, en su mayoría compuestos por matrimonios jóvenes
con niños pequeños, para que les pudiera ayudar a la hora de preparar las
reuniones de este año. Sin embargo, aunque en este resumen de la Lumen gentium se tiene especial atención
a los temas matrimoniales y familiares, creo que puede ayudar también a otras
personas y grupos en diferentes
contextos. Después del resumen del contenido de los distintos capítulos se
proponen algunas preguntas para la profundización y reflexión personal y de
grupo de los temas tratados.
Las
fotos que se han puesto en esta entrada del blog fueron sacadas en la reunión final de los grupos de matrimonios de la parroquia que se celebró en un chalet
de Robledo de Chavela, en la sierra de Madrid, el 29 de junio 2013.
CAPÍTULO I: El misterio de la
Iglesia
Posibles preguntas para la profundización
personal y el trabajo de grupo
- ¿Cómo percibo y vivo la Iglesia? Como un grupo, una sociedad
humana a la que vagamente pertenezco, o como una realidad humano-divina en la
que me uno a Dios? ¿Cuál es mi lugar en la Iglesia? ¿Me siento parte activa del
cuerpo de Cristo?
- ¿Cómo vivo los sacramentos? ¿Los vivo como instrumentos para
unirme con Dios y para recibir la vida divina?
- ¿Creo que esta Iglesia que es la mía tiene su origen en Cristo
o es una invención humana?
CAPÍTULO 2: El pueblo de Dios
- “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no
aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un
pueblo, que le confesara en verdad y sirviera santamente”. Por eso eligió al pueblo
de Israel como anticipación e imagen de la Iglesia, nuevo y definitivo pueblo
de Dios. La alianza que Dios hizo con Israel era figura y preparación de la
nueva y definitiva, realizada en Cristo. Este nuevo pueblo de Dios, la Iglesia,
no está unificado por la común descendencia carnal, sino por el Espíritu. Esto
significa que entramos a formar parte de este pueblo no por ser descendencia de
Abrahán según la carne, sino por la fe y el bautismo. Este pueblo mesiánico,
aunque de momento no incluya a todos los hombres y a veces parezca pequeña cosa
en comparación a toda la humanidad, es para todo el género humano signo e
instrumento de salvación. Este pueblo entra la historia de la humanidad, si
bien también trasciende todo tiempo y frontera.
- Por el bautismo y la confirmación se participa en el
sacerdocio común de los fieles y estamos llamados a ofrecer sacrificios
espirituales a Dios y a dar testimonio de él y de su reino en el mundo. En la
Eucaristía, junto con la Víctima divina, nos ofrecemos nosotros mismos,
nuestras propias vidas, al Padre: éste es nuestro culto razonable como dice san
Pablo. Junto al sacerdocio común de los fieles está el sacerdocio ministerial
de los que reciben el sacramento del orden. Los dos tipos de sacerdocio, aunque
esencialmente distintos, están ordenados el uno al otro y son participación en
el único sacerdocio de Cristo.
- El sacerdocio común de los fieles y el ministerial se
actualizan en la celebración de los sacramentos a través de los cuales se nos
da la gracia de Dios para poder santificarnos.
- Todo el pueblo de Dios participa no solo del sacerdocio de
Cristo sino también de su función profética, sobre todo dando testimonio de su
fe con su vida. Cuando el pueblo de Dios en su conjunto, obispo y fieles, cree
algo que se refiere a le fe o a las costumbres como cierto, no puede
equivocarse ya que posee como don del Espíritu “el sentido sobrenatural de la
fe”. El Espíritu también distribuye dones –carismas- a los fieles para el bien
de la comunidad. El juicio acerca de la autenticidad de estos dones, sobre todo
de los extraordinarios, pertenece a la autoridad eclesiástica.
- Todos los hombres están llamados a formar parte del pueblo de
Dios, por eso decimos que la Iglesia es universal, es ‘católica’. Esta
catolicidad se manifiesta en que las culturas y tradiciones de los distintos
pueblos, en lo que tienen de verdadero y bueno, son asumidas por la Iglesia, es
decir, la Iglesia se hace presente en todos los pueblos y culturas
manteniéndolas, purificándolas y elevándolas. .La unidad de la Iglesia no es
uniformidad sino rica diversidad, cuyo principio de unidad es el Espíritu. En
el seno de la Iglesia las personas tienen diferentes funciones y estados y
existen distintas Iglesias particulares, algunas de las cuales tienen sus
propias tradiciones y ritos litúrgicos. A la Iglesia están ordenados todos los
hombres, tanto los católicos y creyentes en Cristo, como los demás.
- La Iglesia es necesaria para la salvación ya que en ella se
hace presente y actúa Cristo, único salvador del género humano. “Por lo cual no
podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia Católica fue
instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se
negasen a entrar o perseverar en ella”. “No se salva, sin embargo, aunque esté
incorporado a la Iglesia quien, no perseverando en la caridad, permanece en el
seno de la Iglesia ‘en cuerpo’, mas no ‘en corazón’”. Los catecúmenos que se
preparan para recibir el bautismo, y que han solicitado con voluntad expresa
ser incorporados a la Iglesia, están vinculados a ella.
- La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con los
cristianos no católicos y ora, espera y trabaja por la unidad de todos los
creyentes en Cristo.
- También los no cristianos están orientados a la Iglesia. En
primer lugar lo está el pueblo judío ‘del cual nació Cristo según la carne’,
pero también los musulmanes y todos los que buscan a Dios con sincero corazón.
“Pues quienes, ignorando sin culpa el evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan,
no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de
la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la
conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina providencia
tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no
han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar
una vida recta”, ya que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1 Tm
2,4).
- La Iglesia, a través de los apóstoles, ha recibido de Cristo
el mandato de predicar el evangelio a toda criatura hasta los confines de la
tierra. “La responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de
Cristo”, según su función. “La Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del
mundo se integre en el Pueblo de Dios”.
Posibles preguntas para la profundización
personal y el trabajo de grupo
- ¿Cómo experimento yo la universalidad de la Iglesia? ¿Me doy
cuenta de que ella está llamada a estar presente en todos los pueblos y
culturas, respetando, valorando y asumiendo todo lo bueno que hay en ellos?
Reconozco la rica diversidad que existe en la Iglesia y a la vez su profunda
unidad?
- ¿Siento que como bautizado participo en el único sacerdocio de
Cristo? ¿Cómo ejerzo este sacerdocio? ¿Me uno a la ofrenda de Cristo en la
Eucaristía ofreciendo mi vida? ¿Intercedo por los demás hombres y mujeres?
- ¿Cómo entiendo la doctrina de que la Iglesia es necesaria par
salvación? Si Dios quiere que todos se salven, ¿qué debemos decir de los muchos
que no forman parte visiblemente de la
Iglesia? EL Concilio también afirma que no basta estar dentro de la Iglesia
visiblemente para salvarse, sino que es preciso también que ejercer la caridad:
¿qué significa esto para mí?
- ¿Cómo entiende mi lugar y mi responsabilidad en la misión de
la Iglesia que nos incumbe a todos de dar a conocer a Cristo a todos las
criaturas y hasta los confines de la tierra?
CAPÍTULO 3: Constitución
jerárquica de la Iglesia, y particularmente el episcopado
- Entre sus seguidores Cristo eligió doce apóstoles
constituyéndolos a modo de colegio, o
grupo estable, con la función de enseñar el evangelio, celebrar los sacramentos
y gobernar la Iglesia por él fundada. Dentro de este grupo destaca la figura de
Pedro al que Jesús dio las llaves del reino y el poder de atar y desatar, es
decir, “instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y
visible, de la unidad de fe y comunión”.
Los obispos son los sucesores de los apóstoles y junto con el
sucesor de Pedro, el papa,
gobiernan la Iglesia. De hecho, los apóstoles, en
las Iglesias que iban fundando elegían entre los discípulos a algunos para que
ocupasen sus puestos al morir ellos, y éstos, a su vez, hacían lo mismo. Esto
es lo que llamamos la sucesión apostólica que se ha mantenido en la Iglesias
hasta nuestros días y que es la que garante de que lo que transmitieron los
apóstoles haya llegado invariado hasta nosotros. Algunas comunidades cristianas
han roto esta cadena de transmisión del encargo apostólico, como las que
nacieron de la Reforma protestante, por eso no las llamamos Iglesias sino
comunidades cristianas y no las consideramos ‘apostólicas’ en el sentido en el
que nosotros entendemos este término. Esta cadena de sucesión apostólica se
manifiesta visiblemente a través del signo de la imposición de las manos que se
utiliza en la ordenación episcopal.
- Los obispos reciben la plenitud del sacramento del Orden con
la consagración episcopal que lleva consigo una efusión especial del Espíritu
Santo que confiere la capacidad-deber de santificar, enseñar y gobernar;
capacidad-deber que deben ejercer siempre en comunión con los demás obispos y
con el papa.
- El colegio episcopal no tiene poder o autoridad si no es junto
al romano pontífice, mientras que el papa “tiene sobre la Iglesia, en virtud de
su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena,
suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente”. Esta
autoridad suprema de todo el colegio episcopal junto con el papa se ejerce de
modo solemne en los concilios ecuménicos. El último de ellos ha sido el
Concilio Vaticano II.
- Los obispos son el principio y fundamento visible de unidad en
las Iglesias particulares que gobiernan, “en la cuales y a partir de las cuales
se constituye la Iglesia católica, una y única”. Tienen potestad propia,
ordinaria e inmediata sobre la porción del pueblo de Dios que se les
encomendada, pero no sobre otras Iglesias, aunque como miembros del colegio
episcopal deben sentir solicitud por todas las Iglesias y prestar ayuda
fraterna cuando sea necesario. Algunas Iglesias, especialmente las surgidas de
los grandes patriarcados de la antigüedad,
tienen una disciplina y unos ritos litúrgicos propios, aunque estén
unidas a la Iglesia de Roma. Esta variedad manifiesta la catolicidad de la
Iglesia.
- La predicación del evangelio sobresale entre los deberes de
los obispos, los cuales deben ser escuchados con veneración, ya que lo hacen
con “la autoridad de Cristo”, aunque cada uno de ellos por separado no goza de
la infalibilidad. Además del papa, la infalibilidad compete a todo el colegio
episcopal cuando, en unión con el papa, define como tal una doctrina que se
refiere a la fe o a la moral y que se sitúa en el ámbito de la divina
revelación. Sin embargo, aunque no sea una enseñanza de por sí infalible y
definitiva, los fieles deben adherirse al magisterio ordinario de los obispos
-y especialmente del papa- con “religioso respeto”, con el “obsequio religioso
de la voluntad y del entendimiento”.
- Los primeros colaboradores de los obispos son los sacerdotes,
que santifican, predican y gobiernan, bajo la autoridad del obispo, la porción
del pueblo de Dios a ellos confiada. Cuando celebran los sacramentos actúan en
la persona de Cristo cabeza y lo hacen presente.
- Los diáconos son los colaboradores de los sacerdotes en la
administración de algunos sacramentos y en ejercicio de la caridad. El
diaconado se puede conferir también a hombres casados.
Posibles preguntas para la profundización
personal y el trabajo de grupo
- ¿Cómo entiendes tú la figura de los obispos? ¿Qué relación
tienes con ellos? ¿Crees que son sucesores de los apóstoles con un don especial
del Espíritu para cumplir su función? ¿Cómo escuchas sus enseñanzas: con
respeto y obediencia, con actitud crítica…? ¿Lees lo que dicen los obispos o te
fías de lo que dice la prensa que ellos han dicho?
- ¿Cómo entiendes la figura del papa? ¿Crees que es sucesor del
apóstol Pedro y que cumple en la Iglesia la misión que Jesús le confió a él?
¿Cómo te sitúas ante su enseñanza y como la escuchas (con respeto, con
obediencia filial, con actitud crítica, con sospecha…)? Crees que el papado tal
como se ejerce actualmente en la Iglesia es como Jesús lo quiso para su
Iglesia? ¿Qué cambiaría?
- Identidad y misión de
los laicos: Los laicos son “todos los fieles cristianos a excepción de los
miembros del orden sagrado y los del estado religioso”. El carácter secular es
”propio y peculiar” de los laicos”. “A los laicos corresponde por propia
vocación tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales
y ordenándolos según Dios”. “Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno
de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la
vida… Allí están llamados por Dios, para que desempeñando su propia vocación…
contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de
fermento”.
- El pueblo de Dios es uno y hay una auténtica igualdad entre
todos los miembros: común a todos es la dignidad de ser hijos de Dios que viene
del bautismo, común también es la vocación a la santidad, y común es la
esperanza de la vida eterna.
- Los laicos están llamados a contribuir al crecimiento de la
Iglesia y a su auténtica santificación. Los laicos están especialmente llamados
a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias
en que solo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Junto al
apostolado en el mundo los laicos también pueden desempeñar cargos
eclesiásticos y asociarse más de cerca al apostolado de los pastores ejerciendo
algunas funciones eclesiales (catequesis, participar en la liturgia o
presidirla en algunos casos, dirigir asociaciones de fieles, etc.).
- Los laicos también participan a su modo del triple oficio de
Cristo sacerdote, profeta y rey. Como sacerdotes
ofrecen sacrificios espirituales, ya que “todas sus obras, sus oraciones,
iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el
descanso de alma y cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas
pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en
sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo”.
- Como profetas los
laicos proclaman el reino de Dios con su vida y su palabra dando testimonio de
la fe, testimonio que “adquiere una característica específica y una eficacia singular
por el hecho de que se lleva a cabo en
las condiciones comunes del mundo y esto es especialmente importante en el
ámbito de la vida matrimonial y familiar: “Aquí los cónyuges tienen su propia
vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de
Cristo. La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes
virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada”.
- Como reyes deben
dilatar el reinado de Cristo en la tierra, ‘impregnando las cosas temporales
del Espíritu de Cristo, y promoviendo los bienes creados mediante el trabajo,
la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hombres y de modo que
sean más convenientemente distribuidos’. Deben igualmente sanar las estructuras
y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado.
- Los laicos deben “aprender a distinguir con cuidado los
derechos y deberes que les conciernen por su pertenencia a la Iglesia y los que
les competen en cuanto miembros de la sociedad humana”. Pero deben saber
también que ‘cualquier asunto temporal debe guiarse por la conciencia
cristiana, dado que toda actividad humana está bajo el imperio de Dios’. Del
mismo modo que es preciso ‘reconocer que la ciudad terrena se rige por
principios propios’, hay que “rechazar la doctrina funesta que pretende
construir la sociedad prescindiendo en absoluto de la religión y que ataca y
elimina la libertar religiosa de los ciudadanos”.
- Los fieles laicos tienen “el derecho de recibir con abundancia
de los sagrados Pastores los auxilios de los bienes espirituales de la Iglesia,
en particular la palabra de Dios y los sacramentos”. Y “manifiéstenles sus
necesidades y deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos
de Dios y a los hermanos en Cristo”. Igualmente deben aceptar “con prontitud de
obediencia cristiana aquello que los Pastores sagrados, en cuanto
representantes de Cristo, establecen en la Iglesia en su calidad de maestros y
gobernantes”. Las Pastores por su lado deben reconocer y promover la dignidad y
responsabilidad de los laicos en la Iglesia: ‘recurran a su consejo,
encomiéndenles cargos a servicio de la Iglesia y denles libertad y oportunidad
para actuar’.
- “Cada laico debe ser ante el mundo un testigo de la
resurrección y de la vida del Señor Jesús y una señal del Dios vivo”. “Lo que
el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo”, y esto
vale de un modo especial para los laicos que viven en el mundo.
Posibles preguntas para la profundización
personal y el trabajo de grupo
- Lo que caracteriza la identidad y misión de los laicos es que
viven como cristianos en el mundo, en un trato cotidiano con las cosas
temporales: la familia, el trabajo, el barrio, el ocio... Es en estos ámbitos
donde deben vivir su fe y dar su testimonio. ¿Qué significa concretamente esto
para ti? ¿Cómo vives tu fe en estos ámbitos (familia, trabajo, vecinos, ocio,
etc.? ¿Cómo das testimonio en ellos? ¿Eres (o intentas ser) sal de la tierra,
luz del mundo, fermento en la masa? ¿Es más difícil vivir la fe en el mundo o
en un monasterio?
- El laico participa de la misión de la Iglesia y frecuentemente
es llamado a colaborar más de cerca en el apostolado que llevan a cabo los
pastores. ¿Participas en alguna actividad eclesial (catequesis, apostolado de
algún movimiento, celebraciones litúrgicas, etc.? ¿Estás llamado a hacer algo
más?
- Lo que enseñó el Concilio Vaticano II acerca de la identidad y
la misión de los laicos fue en su momento muy innovador, ya que en el
magisterio anterior se había hablado poco de ellos. Se tendía a considerar a
los laicos más como sujetos pasivos de la acción eclesial que como
protagonistas de ella. Sin embargo, trascurridos 50 años del Concilio, quizás
podemos constatar que se quedó algo corto y no llegó a desarrollar del todo la
doctrina sobre el ser y el actuar de los laicos. ¿Qué añadirías tú a partir de
tu experiencia sobre la misión y la identidad de la los laicos en la Iglesia y
en el mundo? Aunque el Concilio habla algo de la vida familiar, quizás hoy
añadiríamos algo más, ya que el matrimonio y la familia es el lugar principal
de santificación para los esposos y para dar testimonio del amor de Dios en el
mundo. ¿Qué piensas sobre ello?
- Una de las enseñanzas fundamentales del Concilio es la
distinción entre el orden temporal y el religioso, que no están separados, pero
que sí tiene cada uno de ellos su propia autonomía que es preciso respetar. Así
la Iglesia no debe inmiscuirse directamente en asuntos que tienen que ver con
el gobierno del orden temporal y, a su vez, tampoco el gobierno civil debe meterse
con temas que no son de su competencia. Sin embargo, esta tensión no es fácil
de mantener y siempre se corre el riesgo de que el más fuerte en un momento
dado invada el territorio otro. ¿Qué piensas? ¿La Iglesia es demasiado
intervencionista en asuntos civiles y políticos? ¿Los gobiernos respetan como
es debido la libertad religiosa?
CAPÍTULO 5: Universal vocación a
la santidad en la Iglesia
Llamamiento a la
santidad: La Iglesia es santa porque el Señor la hace santa, entregándose
por
ella y uniéndola a sí. Por ello, todos sus miembros están llamados a la
santidad, no solo los que pertenecen a la jerarquía. Todos deben acercarse a la
perfección de la caridad según el propio género de vida; de una manera singular
la santidad se manifiesta en la práctica de los consejos evangélicos (pobreza,
castidad, obediencia), que por impulso del Espíritu Santo muchas personas
abrazan, tanto en privado, como en un forma pública reconocida por la Iglesia,
por ejemplo en un instituto religioso.
- El divino maestro y
modelo de toda perfección: Jesucristo nos pidió a todos ser santos: “Sed,
pues, vosotros perfectos, como vuestros Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48).
Él nos envía el Espíritu Santo para que nos mueva interiormente a amar a Dios
con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como él nos amó. En nuestro bautismo
ya hemos sido santificados, ya que este sacramento nos hace hijos de Dios y
partícipes de la vida divina, pero es necesario que con la ayuda de la gracia
conservemos y perfeccionemos esta santidad que hemos recibido como un don. La
santidad es don y tarea. Como todos los días pecamos tenemos que rezar
continuamente al Padre que nos perdone nuestras deudas, como hacemos en el Padrenuestro.
- La santidad en los
diversos estados: Aunque todos estamos llamados a la plenitud de la vida
cristiana y a la perfección de la caridad y siendo una misma la santidad a la
que estamos llamados, sin embargo cada uno debe practicarla según su género de
vida. Todos estamos llamados a progresar en la santidad siguiendo a Cristo
pobre, humilde y cargado con la cruz,
pero según los dones y funciones que nos son propios. Así los pastores deben
ser ejemplo de santidad y su mismo ministerio si es vivido ejerciendo la
caridad pastoral se vuelve medio de santificación para ellos. “Los esposos y
padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el
amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de toda la vida e
inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos
amorosamente recibidos de Dios”. Lo mismo, mutatis
mutandis, vale para los viudos y célibes. El trabajo diario también es
medio para llegar a la santidad, ayudando a los conciudadanos, elevando el nivel
de la sociedad y de la creación, e imitando a Jesús que trabajó con sus propias
manos y sigue obrando en unión con el Padre. También los enfermos y los que
sufren están llamados a permanecer unidos a Cristo paciente, ofreciendo sus
padecimientos por la salvación del mundo. “Todos los fieles cristianos, en las
condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso,
se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre
celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos,
incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó
al mundo.”
- La santidad consiste en el ejercicio de la caridad perfecta,
amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por él. Es un don del Espíritu
pero debemos poner los medios para que crezca: escucha de la palabra de Dios,
participación en los sacramentos, oración, abnegación de sí mismo, servicio de
los hermanos… El martirio es el supremo testimonio de amor ante todos,
especialmente ante los perseguidores; aunque es don concedido a pocos, sin
embargo, todos debemos estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los
hombres. También la consagración a Dios con corazón indiviso en la virginidad y
el celibato por el reino de los cielos es un modo de fomentar la santidad. Esto
vale también para los otros dos consejos evangélicos, los de la obediencia y de
la pobreza, a través de los cuales los hombres y las mujeres que libremente los
eligen por impulso de la gracia, conforman su vida a Cristo pobre y obediente.
Posible pregunta para la profundización
personal y el trabajo de grupo
- ¿Me siento
llamado a la santidad o creo que no es algo para mí? ¿Cómo puedo vivir la
perfección de la caridad en mi estado de vida? ¿Qué medios debería poner o qué
cambios debería realizar? ¿Qué significa para mí vivir la plenitud del amor en
mi matrimonio y mi familia? ¿Mi trabajo es para mí ocasión de santificación y
de colaborar en la obra de la creación?
CAPÍTULO 6: Los religiosos
- La práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y
obediencia, fundada en la palabra y el ejemplo del Señor son un don divino que
la Iglesia valora y conserva; la Iglesia se ha preocupado de interpretar estos
consejos, de regular su práctica e incluso de fijar formas estables para
vivirlos. Esto ha llevado al desarrollo de diversas formas de vida solitaria y
comunitaria y al nacimiento de muchos institutos de vida consagrada. Estos
institutos religiosos ofrecen a sus miembros estabilidad en el género de vida,
doctrina experimentada y comunión fraterna.
- Los religiosos, o consagrados,
no constituyen un estado intermedio entre los laicos y los clérigos,
como algunos piensan, sino son personas, que siendo laicos o clérigos, sienten
la vocación de consagrarse a Dios de una forma más plena a través de la
práctica de los consejos evangélicos, por tanto es un estado común a ambos. La
consagración tiene lugar a través de la
emisión de los votos, que se suele hacer en el contexto de una celebración
litúrgica. Aunque se pueden vivir los consejos evangélicos de forma privada,
normalmente se hace dentro de un instituto religioso aprobado por la Iglesia y
que frecuentemente ha fundado un santo dándole una regla.
- Los religiosos manifiestan ante todos los fieles que “los
bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, testimonian la vida
nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo y prefiguran la futura
resurrección y la gloria del reino celestial”. Con su vida son testigos de la
dimensión trascendente y escatológica de la existencia, es decir, hacen
presente en este mundo la ciudad futura hacia la que nos encaminamos. El estar
consagrados a Dios a través de la práctica de los consejos evangélicos no les
quita nada de su humanidad, ni les hace extraños a los hombres e inútiles para
la sociedad terrena.
- La jerarquía de la Iglesia, cumpliendo su función de dirección
pastoral, es la que aprueba, regula y vigila sobre la vida religiosa. Algunos
institutos están eximidos de la jurisdicción de los obispos locales y responden
solo al Romano Pontífice, mientras que otros son de derecho diocesano. Todos,
sin embargo, deben obedecer al obispo local y seguir sus indicaciones en lo que
se refiere a la actividad diocesana.
Posible pregunta para la profundización
personal y el trabajo de grupo
- ¿Aprecio el testimonio que dan los
consagrados en la Iglesia y en el mundo? ¿Les considero unos ‘raros’? Aunque no
todos están llamados a vivir los consejos evangélicos, ¿me siento yo llamado a
abrazar algunos de ellos, aunque sea privadamente? ¿Ha habido alguna persona
consagrada que ha sido significativa en mi vida a través de su testimonio o de
su ayuda? ¿Qué institutos religiosos conozco más de cerca? ¿Qué me atrae de su
carisma?
CAPÍTULO 7: Índole escatológica
de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial
El
centro de la predicación de Jesús es el adviento del reino de Dios que es una
realidad trascendente
que se cumplirá definitivamente solo en la gloria del
cielo. Sin embargo, Jesús fundó la Iglesia como anticipo, como germen e inicio,
en la tierra del reino de Dios.
- Existe
una unión en la caridad entre los cristianos que aun peregrinamos por este
mundo y los que ya
han muerto y han alcanzado la gloria celestial o están
todavía en un estado de purificación. Este es el fundamento de los sufragios
que se ofrecen por los difuntos y de la veneración a los santos, cuyo culto,
más que en la multiplicidad de los actos exteriores, debe fundarse en un amor
efectivo. Los santos son modelo para nosotros e interceden ante el Padre en
nuestro favor; su culto no compite con el culto ‘latréutico’ que es debido solo
a Dios. Nos unimos a ellos de un modo especial en cada celebración eucarística.
“Siempre creyó la Iglesia que los Apóstoles y mártires de
Cristo, por haber dado el supremo testimonio de fe y de caridad con el
derramamiento de su sangre, nos están más íntimamente unidos en Cristo; les
profesó especial veneración junto con la Bienaventurada Virgen y los santos
ángeles e imploró piadosamente el auxilio de su intercesión. A éstos pronto
fueron agregados también quienes habían imitado más de cerca la virginidad y
pobreza de Cristo y, finalmente, todos los demás, cuyo preclaro ejercicio de
virtudes cristianas y cuyos carismas divinos los hacían recomendables a la
piadosa devoción e imitación de los fieles”.
Posibles preguntas para la profundización
personal y el trabajo de grupo
- Tengo
presente la dimensión escatológica, trascendente, en mi vida? ¿Vivo cara ‘al
cielo’ o estoy apegado solo a lo mundano? ¿Qué pienso de los santos? ¿Les tengo
una devoción apropiada? ¿Tengo devoción a la Virgen o a algún santo en
especial?
- ¿Qué
relación tengo con mis difuntos? ¿Rezo y celebro misas por ellos? ¿Creo que
siguen vivos y que están en el purgatorio o en el cielo? ¿Qué pienso del
purgatorio?
CAPÍTULO 8: La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de
Cristo y de la Iglesia
- Los fieles al estar unidos a Cristo, debemos honrar la memoria
de María, su madre. Ella es superior a todas las criaturas celestiales y
terrenas, pero forma parte de la raza humana y en cuanto tal también necesita
ser salvada por su Hijo. El Concilio quiere en este capítulo ilustrar su
función en la obra de la salvación y en la Iglesia y los deberes de los
creyentes para con ella.
- Al engendrar al Verbo eterno en su seno y darlo a luz es
justamente venerada con el título de Madre de Dios. Fue redimida de modo eminente
desde el primer momento de su existencia en previsión de los méritos de su Hijo
y estuvo unida a él con un vínculo
estrecho e indisoluble. A causa de esto es superior a todas las criaturas, pero
a la vez está unida a la estire de Adán. Es también madre de los miembros de la
Iglesia al cooperar con su amor a que nazcan a la vida de la gracia. Por eso
también es miembro excelentísimo y singular de la Iglesia y es tipo o modelo de
ella. La Iglesia tiene hacia ella un afecto de piedad filial. Ella ocupa en la
Iglesia el lugar más alto y la vez el más próximo a nosotros.
Función
de María en la historia de la salvación
- Antiguo Testamento: Los
libros del Antiguo Testamento leídos tal como se leen en la Iglesia y tal como
se interpretan a la luz de la revelación ulterior y plena, evidencian poco a
poco de una forma cada vez más clara la figura de la mujer Madre del Redentor:
Bajo esta luz aparece proféticamente bosquejada en textos como: Gn 3, 15:
promesa a los primeros padres de la victoria sobre a serpiente; Is 7,14: la
virgen que concebirá un hijo y le pondrá por nombre Emanuel.
- Anunciación:
aceptación por parte de María del plan de salvación querido por Dios; ella es
la llena de gracia, la toda santa, la preservada desde el momento de su
concepción de toda mancha de pecado; María no fue un instrumento pasivo en las
manos de Dios, sino cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia
libres; los Padres de la Iglesia contraponen la desobediencia de Eva a la
obediencia de María: “La muerte vino por
Eva, la vida por María”.
- Visitación: María es
proclamada por Isabel bienaventurada a causa de su fe en la salvación
prometida.
- Nacimiento: María
presenta su Hijo a los pastores y a los Reyes Magos.
- Bodas de Caná: María
suscita con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús,
- Vida pública:
También ella durante la vida pública de Jesús avanza en su peregrinación de la
fe y se mantiene unida a su Hijo hasta la cruz, asociándose con su entraña de
madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima
que ella misma había engendrado; fue dada por Jesús agonizante en la cruz como
madre al discípulo amado.
- Después de la Ascensión:
Persevera con los apóstoles con en oración a la espera del Espíritu prometido
por el Hijo.
- “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda
mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta
en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina
universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de
señores y vencedor del pecado y de la muerte.”
La
Santísima Virgen y la Iglesia
Hay un solo mediador entre Dios y los hombres que es Cristo.
Sin embargo, la misión maternal de
María para con los hombres no oscurece ni
disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para
demostrar su poder. El influjo salvífico de María sobre los hombres depende
totalmente de la mediación de Cristo.
- En la tierra ella fue Madre de Jesús, compañera suya y su
humilde esclava. Concibió a Cristo, lo engendró, lo alimentó, lo presentó al
Padre en el templo, padeció con él en su pasión y cooperó con él a obra de la
salvación con su obediencia, su fe, su esperanza, y su caridad ardiente, con el
fin de restaurar la vida sobrenatural en las almas; por eso podemos decir que
es nuestra madre en el orden de la gracia.
- La maternidad de María perdura sin cesar desde el momento de
la anunciación, pasando por la cruz, y llegando hasta la consumación final, ya
que asunta a los cielos continua esta misión salvadora; con su amor materno
cuida de los hermanos de su hijo; por eso es invocada con los títulos de
Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora…
- Cristo es el único mediador, pero esta mediación única no
excluye, sino suscita en las criaturas diversas formas de participar en ella;
así somos mediadores los unos para los otras de la gracia de Dios y esto vale
de un un modo más eminente para María.
- Junto a ser mediadora de gracia, María, en cuanto virgen y
madre, es tipo y modelo de la Iglesia. Es modelo de la Iglesia en el orden de
la fe, de la caridad y de la unión con el Señor. De hecho, la Iglesia es madre
pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a
los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. La Iglesia
también es virgen en cuanto guarda pura e íntegramente la fe prometida al
Esposo.
- Ella también es modelo de virtudes para toda la comunidad de
los elegidos. Por su íntima participación en la historia de la salvación reúne
en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe.
- María por ser madre santísima de Dios, que tomó parte en los
misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con culto especial.
Es venerada desde los tiempos antiguos como “Madre de Dios”. El culto que le tributamos es de veneración y de
amor, de invocación y de imitación. Aunque es un culto muy singular, se
distingue esencialmente del culto de adoración debido solo a Dios. María al ser
honrada hace que su Hijo sea mejor conocido, amado, glorificado y obedecido. Su
culto no quita nada al que tributamos a su Hijo.
- El Concilio invita a fomentar el culto a la Virgen; los
teólogos y los predicadores deben abstenerse con cuidado tanto de toda falsa
exageración como también de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la
singular dignidad de la Madre de Dios. “La verdadera devoción no consiste ni en
un sentimentalismo estéril y transitorio ni en un vana credulidad, sino que
procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer las excelencia de la
Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la
imitación de su virtudes”.
- Asunta en cuerpo y alma al cielo es signo de esperanza cierta
y de consuelo hasta que llegue el día del Señor.
Posibles preguntas para la profundización
personal y el trabajo de grupo
- ¿Qué pienso
del culto a María en la Iglesia católica? ¿Es el adecuado? ¿Es demasiado
sentimental? ¿Tiene poco fundamento bíblico y teológico y menoscaba la
centralidad de Cristo y de Dios?
- ¿Qué ideas
de este capítulo de la Lumen Gentium
te han parecido más útiles para entender el culto debido a María (la
participación de María en la historia de la salvación, su unión con Jesús, su
función maternal para con los creyentes, su ser modelo de la Iglesia como
virgen y madre, su ser signo de esperanza en la victoria final, … )?
- ¿Qué
devociones marianas conozco (rezo del rosario, romerías, visita a santuarios,
etc.? ¿Con cuál de ellas me siento más a gusto y cuáles no me gustan o las
rechazo?
- Juan Pablo
II llamó España “Tierra de María”. ¿Tenía razón?
- ¿Qué lugar
tiene María en mi vida de fe? ¿Me dirijo a ella en mi oración o me dirijo más a
Jesús o directamente a Dios? ¿Debería mejorar en esto?