martes, 19 de abril de 2011

Del ‘hosanna’ al ‘crucifige’

Homilía 17 de abril 2011
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor



Santuario de Betfagé
 
                Como los judíos en tiempos de Jesús, así también nosotros podemos vivir los acontecimientos que vamos a celebrar a lo largo de esta Semana Santa de forma distinta, con diferente grado de implicación. De hecho, distinto fue el modo como vivieron los acontecimientos de la pasión, muerte y resurrección de Jesús, el pueblo en general, los discípulos, el círculo más restringido de los apóstoles, y entre ellos Pedro, Juan, Tomás el incrédulo, Judas; pero también Nicodemo y las mujeres, María Magdalena, y María, su madre. Cada uno de forma distinta, con diferente grado de implicación, participó en esos acontecimientos cruciales de la historia de nuestra salvación.
                También nosotros, cada uno de nosotros, puede vivir de forma distinta esos mismos acontecimientos que se vuelven a hacer presentes para nosotros a lo largo de estos días santos en las celebraciones litúrgicas. Quizás lo más sorprendente y revelador del Domingo de Ramos en la Pasión del Señor, que así se llama este domingo, es la actitud del pueblo en general, de la multitud. Según el relato de los evangelios, la entrada de Jesús en Jerusalén fue un estallido de alegría mesiánica: el hijo de David, el que viene en nombre del Señor, el Rey esperado, cumpliendo las profecías, camina hacia la Ciudad Santa y como tal es aclamado por el pueblo, por lo menos una parte de él. Después, en la lectura de Pasión, constatamos que ese mismo pueblo, quizás una parte distinta de la anterior, pero la misma multitud anónima, pide que Jesús sea crucificado.
                En muchas circunstancias también nosotros somos ‘pueblo’: nos guiamos y nos dejamos llevar por la mentalidad y la actitud dominante, la que manifiesta la mayoría, a veces sin pensarlo mucho. Y esta mentalidad dominante es creada por los poderosos para sus fines, en nuestra sociedad por los que controlan los medios de comunicación, en los tiempos de Jesús por ‘los sumos sacerdotes y los ancianos’, que convencieron a la gente que pidiera el indulto de Barrabás y la muerte de Jesús, como se nos narra en el en el relato de la Pasión que acabamos de proclamar.
Procesión de Ramos en Jerusalén
Puede que hace unos años era diferente, pero hoy no se puede ser cristiano en nuestra sociedad, si somos ‘pueblo’, si nos dejamos determinar por la mentalidad dominante. Ésta es a-cristiana y a veces anti-cristiana. Ser cristiano hoy sólo es posible si nos implicamos, si nos ponemos manifiestamente de parte de Jesús y su enseñanza, si tomamos una decisión personal clara, que muchas veces es contracorriente y difícil. Vivir y pensar a partir de lo que los demás dicen y hacen, del ‘se dice’, ‘se piensa’, ‘se debe’ — la tiranía del ‘se’, como algunos la han llamado — no nos ayuda a ser cristianos y muchas veces nos lleva a rechazar la cruz que el mundo no comprende y que en estos días confesamos como camino de salvación.
Pero esto es fácil. No ser ‘masa’, multitud anónima’, cuesta esfuerzo e implica muchas veces ser perseguidos. Es lo que experimentaron aquellos que se mantuvieron al lado de Jesús en los momentos más terribles. María su madre, el apóstol Juan, las mujeres, José de Arimatea que dio la cara para obtener de Pilato el cuerpo de Señor para enterrarlo. Otros, en cambio, no resistieron la presión y lo abandonaron, como casi todos los apóstoles; Pedro fingió no conocerle, Judas lo traicionó; la mayoría se dejaba llevar por los demás, según iban los tiros así decidía.
Si nosotros, en cambio, permanecemos del lado del Señor, y con Él, siguiendo su ejemplo, llevamos ‘una vida sumisa a la voluntad de Dios’ como hemos rezado en la oración colecta de esta Eucaristía, y esto en contra de la opinión de la mayoría, también de gente cercana o poderosa, y perseveramos hasta el final, experimentaremos ya en esta vida algo de la victoria de Jesús, de su resurrección, que es anuncio y anticipo de la resurrección final.

viernes, 15 de abril de 2011

Preparando la Semana Santa

Morir con Cristo para resucitar con él

                Los acontecimientos importantes de nuestra vida, sobre todo los que pueden cambiarla y darle un rumbo nuevo, como los encuentros con personas significativas para nosotros, o las entrevistas y reuniones de trabajo, crean mucha expectativa y requieren preparación. Así también la Semana Santa, la Semana Mayor, para los cristianos. Vivirla bien significa vivirla como un encuentro profundo con Cristo, en unión íntima con Él, configurándonos al misterio de su muerte y resurrección. Esto requiere preparación, tanto material como espiritual. Tenemos que organizarnos, planificando bien los tiempos y lugares para saber dónde y cómo vamos a vivir los momentos salientes, informándonos con antelación de horarios, etc. También debemos mentalizarnos y prepararnos espiritualmente para encontrarnos con el Señor.
                Espiritualmente la Semana Santa, especialmente el Triduo Pascual, y más especialmente aún, la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección, es una ocasión única — aunque se repita cada año, pero ya sabemos que cada año de nuestra vida es muy distinto al anterior — para unirnos al Señor, entrado en ese misterio de muerte y resurrección que caracteriza nuestra vida y la vida del cosmos y en el que hemos sido insertados con el bautismo. Esto significa que es una oportunidad excepcional para experimentar en propia piel la verdad de la enseñanza del Señor, que es muriendo como se llega a la vida, que se puede entrar en las propias muertes sin miedo y salir renovados, que se puede amar hasta el extremo, se puede ‘dar la otra mejilla’ y no quedar aniquilados sino salir victorioso. La Semana Santa es un tiempo para saborear en toda su verdad y belleza, con ese sabor tan característicamente agridulce del cristianismo, muchas frases del evangelio, como las siguientes:
“El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará” (Mc 8, 35).
“En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).
“Por tanto, lo mismo que los hijos participan de la carne y la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Hebreos 22,  14-15).
“No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1Jn 3, 14).

Sèmana Santa de Bilbao
Todo esto lo vivimos en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia que es donde se vuelven a hacer presente para nosotros los acontecimientos de nuestra salvación, pero también en las bellísimas procesiones y demás actos que la tradición cristiana ha ido creando para vivir con hondo sentimiento y participación el misterio pascual. Pero es importante prepararnos bien para que pueda dar fruto en nuestra vida.

Domingo de Ramos en la Pasión del Señor: pórtico de la Semana Santa
“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21, 9).
“Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No escondí el rostro ante ultrajes y salivazos” (Is 50, 6).
“Elí, Elí, lemá sabaktaní (es decir, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)” (Sal 21).
“Se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8).
“Jesús gritando de nuevo con voz potente, exhaló el Espíritu” (Mt 27, 50).
El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa. Jesús, hijo de David, Rey-mesías prometido, humilde y obediente, entra en la Ciudad Santa para cumplir el designio del Padre y entregar su vida en expiación por todos. Así se cumplen las profecías.

Lunes santo: La unción en Betania
“María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Jn 12, 3).
A diferencia de Judas, María ama totalmente, se entrega sin reservas, sin cálculos. Del mismo modo nos ama también Dios, derrochando su amor como se muestra en su Pasión.
Otra mujer, en otra unción, escucha esas palabras tan consoladora de Jesús: “Sus muchos pecados quedan perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco” (Lc 7, 47).
Martes santo: anuncio de la negación de Pedro
“¿Conque darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces” (Jn 13, 38).
Pedro llorará amargamente cuando su mirada se cruce con la de Jesús en el patio del sumo sacerdote (Lc 7 61-62). ¿Cómo sería esa mirada de Jesús que lleva al apóstol a un sincero arrepentimiento? El Señor, ‘que ve en lo escondido’, nos mira con amor y nosotros queremos lavar nuestras faltas con las lágrimas para quedar limpios, repitiéndole continuamente que lo amamos.
Miércoles santo: la traición de Judas
“Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: ‘¿Soy yo acaso, maestro?’. Él respondió: ‘¿Tú os has dicho!’” (Mt 26, 25).
Judas entrega a Jesús por avaricia, o porque no cumple sus expectativas de liberación, y más profundamente porque cede a la tentación del demonio que ‘había entrado en él’. Sin embargo, aunque como Pedro se arrepienta, su arrepentimiento no lo lleva a la vida sino a la muerte. Quizás el Señor le ofreciera el perdón al decir que ‘nadie le quita su vida, sino es Él quien la entrega’, pero Judas lo rechaza en su desesperación.
Jueves santo: amor y obediencia
“El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28).
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13).
“Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas a quien podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial” (Hebreos 5, 7).
El jueves santo, por la mañana, tradicionalmente se celebra la misa crismal, en la que los sacerdotes concelebran con su obispo y renuevan las promesas sacerdotales. En esta misa se bendicen también los óleos: el santo crisma que se utiliza en el bautismo, la confirmación, la ordenación sacerdotal y la consagración de lugares sagrados; el óleo de enfermos para el sacramento de la unción y el óleo de catecúmenos.
Por la tarde se oficia la Misa de la Cena del Señor. En esta Eucaristía, haciendo memoria de la Última Cena del Señor, se celebrar la institución del la Eucaristía y el sacerdocio y la entrega del mandamiento nuevo del amor. El lavatorio de los pies expresa todo esto: Donde hay caridad y amor, allí está el Señor.
Ya por la noche conmemoramos la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. ‘Sudaba como gotas espesas de sangre’, pidiendo al Padre que si fuera posible apartara de Él ese cáliz. Pero, al final, se abandonaba a la voluntad de Dios: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42-44). Aquella noche el Señor pidió por cada uno de nosotros. También nosotros queremos velar con Él por lo menos una hora, para no ‘caer en tentación'.

Viernes santo: el precio de nuestro rescate
“Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimábamos leproso, herido de Dios y humillado, pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron” (Is 53, 4-5).
Por la tarde se hace la Conmemoración de la Pasión del Señor. Esta celebración empieza con la postración de los celebrantes ante un altar desvestido, y prosigue con la lectura de la Pasión según San Juan, la adoración de la cruz, la oración universal y la distribución de la comunión reservada el día anterior. Pueblo mío, ¿qué te hecho? ¿En qué te he ofendido? Respóndeme.
Se reza este día también el Vía Crucis, desmenuzando y haciéndolo nuestro el camino de la cruz que es camino de la vida de todo cristiano. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste el mundo.
Sábado santo: María y el gran silencio de Dios
Stabat Máter dolorosa, iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat Filius.
Este día los cristianos junto con María, al lado de la tumba, compartimos el silencio terrible de Dios ante el misterio del sufrimiento. Algo nos dice que no todo ha terminado, que Dios no defrauda ni abandona a los que ama. Hay una esperanza honda de que Dios va actuar, de que la muerte va a ser vencida, de que se van a abrir de nuevo las aguas del mar para que pasemos y cantemos el himno de victoria.
Según la tradición, Jesús en este día bajó al sheol, al reino de los muertos, para llevar la salvación a los que habían muerto antes de su venida.

Domingo de resurrección: ¡Resucitó de veras, mi amor y mi esperanza! Aleluya
“El ángel habló a las mujeres: ‘Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía...’” (Mt 28, 5-6).
“Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3, 1-2).
“La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1Cor 15, 55-57).
Cristo Resucitado (Medjugorje)
La noche entre el sábado y el domingo, la noche santísima ‘que conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos’, la comunidad cristiana se reúne desde la antigüedad para la gran Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias. Es la Pascua en la que se inmola el verdadero Cordero que con su sangre borra las culpas; es la noche en que actuó el Señor, de la que todas las demás noches de las que habla la Escritura son anuncio y figura. Los signos del fuego, la luz, el cirio, el agua, la pila bautismal, el canto del Aleluya y el Gloria, las campanas... nos quieren trasmitir el gozo pascual. En esta celebración los catecúmenos adultos reciben los sacramentos de la iniciación cristiana y los demás renovamos nuestros compromisos bautismales. Esta es la noche en que, por toda la tierra, todos los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. Ésta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.
El domingo de resurrección, el primero y origen de todos los demás domingos del año litúrgico, corremos con Pedro y Juan al sepulcro para encontrarlo vacío, renovando nuestra fe en la resurrección del Señor y haciéndonos testigos de ella. Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.

martes, 12 de abril de 2011

Dando razón de nuestra fe. La propuesta de Vito Mancuso

Resumen y crítica del libro de Corrado Augias y Vito Mancuso, Disputa su Dio e dintorni
(Milano, Mondadori, 2009)
Para comprar
Hace dos veranos leí un libro italiano que me fascinó y que quiero compartir con los lectores de habla hispana de este blog, ya que aún no ha sido traducido al castellano y creo que es muy enriquecedor, sobre todo para los que nos preguntamos acerca de nuestra fe teniendo presente a los que no creen. Al no conocer a los autores — sí había oído hablar de Corrado Augias —, lo que al principio llamó mi atención fue el título de la obra Disputa su Dio e dintorni, que traducido podría ser Disputa sobre Dios y aledaños. Como sugiere el mismo título que no defrauda, el libro es el resultado de un diálogo intenso y extenso entre un creyente y un no creyente sobre varios temas, la mayoría de mucha actualidad y polémicos. Leyéndolo desde el punto de vista de un católico, se puede considerar como un ejercicio moderno de apologética, es decir, como un intento de ‘dar razón de nuestra esperanza’, de exponer de una forma razonable nuestra fe a quien está dispuesto a escucharnos aunque no la comparta.
                Corrado Augias es muy conocido en Italia, al ser no sólo escritor y periodista, sino también político y director de programas de televisión. Define así su visión de la vida al comienzo del libro: “... no creo que hemos sido creados por voluntad de un dios, ni mucho menos que hemos sido hechos ‘a su imagen y semejanza’; hay días que miro a mi alrededor, veo o leo lo que pasa y encuentro esta afirmación (¿presunción? ¿suposición?) como mínimo inapropiada. Si después pienso en los horrores que los hombres, también los hombres de Iglesia, han sido capaces de realizar, me parece incluso blasfema. No creo que nuestra vida sobre esta tierra tenga un significado trascendente, no creo que haya otra vida después de la muerte, estoy convencido que con el último respiro todo termina y lo que era polvo vuelve a ser polvo, o cenizas, es decir que vuelve a formar parte del gran flujo del Ser... Alguna vez me he preguntado si todas las religiones no hayan nacido justo de la necesidad de huir de algún modo del terror de la muerte, de dar consuelo en el dolor.... Personalmente, no creo que nuestro actuar moral tenga que ser dictado por el temor a una pena o por la esperanza de una recompensa en aquel territorio lejano...Creo que la necesidad de una moral recta es innata en todo ser humano... (p. 10). Curiosamente, se ha acusado a Augias de haber plagiado en este libro un texto de Edward Osborne Wilson, fundador de la sociobiología, por ejemplo: exsurgatdeus.blogspot.com. El autor de este blog dice —simpáticamente — que la similitud entre los textos permite sólo dos interpretaciones: o Augias copió de Osborne, o que los dos fueron inspirados a escribir lo mismo ‘por el diablo’.
                Vito Mancuso es un teólogo laico italiano, un teólogo 'fuera de las murallas' se le ha ha llamado (p. 85), casado y con dos hijos. Había sido seminarista y fue ordenado sacerdote en 1986 por el entonces cardenal-arzobispo de Milán Carlo Maria Martini, pero obtuvo la dispensa papal. Es autor del varios libros; siendo el más conocido el que lleva por título L'anima el il suo destino, Milano, Raffaello Cortina, 2007; traducido al castellano para la editorial Tirant lo Blanch. Este libro trata ‘el concepto de alma a partir de la cuestión de si hay vida después de la muerte’ y ha sido muy leído y criticado. Ya el cardenal Martini en la carta-prefacio del libro, señala que algunas de las ideas que aparecen en  él, ‘no coinciden con la enseñanza tradicional y oficial de la Iglesia’ y lo mismo se afirma en un artículo de l’Osservatore Romano escrito por el obispo Bruno Forte, y en otro de La civiltà cattolica del jesuita Corrado Marucci, los dos hechos públicos el mismo día, el 2 de febrero de 2008. Según estas críticas, que hay que considerar casi-oficiales de la Santa Sede, aunque la Congregación para la Doctrina de la Fe no se haya pronunciado, se considera la teología de Mancuso cercana al 'gnosticismo'   y al 'semipelagianismo', en el sentido de que para él la salvación sería fruto de nuestro esfuerzo y conocimiento y no de la fe y la gracia. También se expresan dudas acerca de la ortodoxia de sus ideas sobre el pecado original, la resurrección de Cristo, la eternidad del infierno, la creación... Para profundizar más, se puede consultar el siguiente enlace: chiesa.espresso.repubblica.it.
                Quiero aquí centrarme en el pensamiento de Vito Mancuso más que en el de Corrado Augias, para ofrecer a los lectores de este blog algunas aportaciones que él hace que creo son útiles e interesantes, aunque quizás puedan ser discutibles desde el punto de vista de la ortodoxia católica. En estos casos, lo señalaré. Esto lo haré resumiendo sus ideas por apartados y preferiblemente citando las mismas palabras del teólogo, traduciéndolas al castellano.
Entre las ideas de Vito Mancuso que yo destacaría, hay una que me ha impactado por su simplicidad y utilidad en nuestro contexto mundial amenazado por el fanatismo religioso. Es la que equipara la búsqueda de Dios a la búsqueda del bien. Mancuso hace especial hincapié en la experiencia ética y moral, pero lo que afirma del bien lo podemos ampliar para incluir los demás trascendentales de la metafísica clásica: la verdad, el uno, la belleza y el ser. Buscar y servir a Dios es buscar y servir lo verdadero, lo bueno, lo bello, lo uno, y lo que es. Esto evita que caigamos en la idolatría, ya que si nos limitamos a hablar de ‘Dios’ podemos entender cosas distintas, formándonos una falsa idea de Él, haciendo de Él un objeto, lo que fácilmente puede llevar al fanatismo. Los trascendentales, en cambio, al no ser ‘objetificables’, ya que siempre van más allá, evitan este riesgo de cosificar a Dios y manipularlo para otros fines.
                Otra idea interesante que propone este teólogo surge al comentar unas palabras de Augias, en las que éste se queja de que pensadores como Vito Mancuso sean una minoría en la Iglesia. Partiendo de Hegel que decía que la ‘filosofía es el propio tiempo captado por el pensamiento’, dice que un pensamiento teológico es válido en la medida en que capta el espíritu del tiempo y esto es lo que hace que al final se valore y permanezca y prevalezca sobre otros. Esta es una idea reconfortante para todos los que nos dedicamos a la búsqueda de la verdad y a la teología: lo que cuenta no es el éxito mundano, sino captar y transmitir la verdad y esto al final es lo que queda.
Iglesia
taringa.net
Mancuso distingue — incluso quizás llegándolas a separar, lo que no sería lícito — la dimensión institucional, política, administrativa y económica de la Iglesia de su dimensión espiritual. La dimensión institucional es una necesidad, ya que forma parte de la lógica de la encarnación y es la manera de poder incidir en este mundo en contra de lo que piensa un espiritualismo desencarnado destinado al fracaso, pero en cuanto tal no el objeto de la fe del creyente y es criticable como cualquier otra institución mundana. En ocasiones también, este teólogo propone la idea de una Iglesia de los justos, la Iglesia ab Abel, distinta de la Iglesia institucional. Si esto último no se matiza, cayendo en la idea de una iglesia de los perfectos, de los santos, que sería la verdadera Iglesia distinta de la institucional-visible — en contra de los que enseña Jesús con la parábola de la cizaña —, estaríamos dentro de la herejía gnóstica.
        Algunas afirmaciones del autor:
“El alma del creyente comete un error espiritual cuando trueca su fe cristiana con la adhesión incondicionada a la dimensión político-institucional de la Iglesia. Lo que hace de la Iglesia un misterio divino al que me adhiero con alegría, es que es guiada por el Espíritu Santo, cuyo fruto, escribe san Pablo, “es amor, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, lealtad, mansedumbre, dominio de sí”, no sin añadir que, “contra estas cosas no hay ley” (Gal 5, 22-23). Es decir, que aquí no hay papas y cardenales, sino está la suprema libertad del “hombre espiritual que todo lo juzga” (1Cor 2, 15), y es esto, sólo esto, lo que hace de un hombre un verdadero cristiano, no el servilismo de quien se doblega siempre y en todo momento a besar la zapatilla papal, la cual, cuando oportuno, ha sabido transformarse (para nada milagrosamente) en botas con clavos. La consecuencia es que la dimensión institucional tiene que estar en función de esta más pura dimensión espiritual, si quiere ser cristianamente legítima” (pp. 39-40).
“Lo sé bien por mí mismo y lo he escrito en mis libros, que hay una idolatría de la estructura eclesiástica que se trueca por fe en Dios” (p. 45)
“Es algo terrible, una especie de drama histórico-metafísico en el cual me siento implicado, que la misma institución que me ha hecho encontrar a Jesús (y que por eso considero una especie de madre) ha actuado a veces como su enemiga (y yo no puedo no considerarla por estas cosas como enemiga mía)” (p. 62).
“Hans Küng sostiene que el catolicismo se divide en su interior en base a la aceptación del paradigma del Iluminismo: de un lado los católicos democráticos y progresistas que lo aceptan, y del otro los católicos conservadores y reaccionarios que se oponen. Y también en esto tiene perfectamente razón” (p. 69).
“El derecho-deber de la Iglesia de hacer cultura también en un nivel político no se debe transformar en abiertas maniobra de lobby, como en cambio tal vez pasa” (p. 87).
En referencia al tema bioético de la muerte ‘natural’: “También aquí valen las palabras de Jesús sobre la primacía del hombre respecto a la ley (o doctrina) del sábado. La ética de la Iglesia está llamada a servir la vida concreta del hombre, no a añadir sufrimientos psíquicos y espirituales a los dolores físicos que ya están presentes por su cuenta. Aceptando este criterio que pone en el vértice al hombre concreto en la situación concreta y no a una desencarnada fidelidad a la doctrina, desde mi punto de vista todo se clara” (p. 70).
“Si se quiere volver a evangelizar con fruto, hay que tener el coraje de ‘ser anatema’ por amor a los hombres y por amor a la verdad; hay que preferir los hombres y la verdad, a las doctrinas, los cánones y los dogmas” (p. 111).
“Yo estoy convencido que la condición para que sobreviva el cristianismo es que en la elaboración doctrinal y moral del catolicismos el principio de autoridad sea sustituido por el principio de verdad. Es conocida la célebre afirmación atribuida a Aristóteles: Amicus Plato, sed magis amica Veritas. Hay que reformularla así: Magistra Ecclesia, sed magis magistra Veitas” (p. 110).
Evolución
elkortxo.es
         Mancuso acepta la doctrina de la evolución a partir de la noción de materia como energía y de la idea de 'emergencia' de lo inferior puede surgir lo superior como una nueva organización de los elementos precedentes, lo que implica un salto cualitativo en el proceso aunque ya todos los elementos de la nueva fase están presentes en la anterior; por ejemplo, la célula viviente que surge y está compuesta de moléculas pero que tiene propiedades distintas a ellas.
“La evolución es la lógica del ser-energía y esta lógica está siempre trabajando: trabaja a largo plazo formando las distintas especies vegetales y animales, y trabaja a corto plazo formando día tras día cada ser individual. El fruto más bello de esta lógica evolutiva dentro del ser humano es la aparición de la libertad y de la dimensión ético-espiritual” (p. 113).
“Es verdad, en el género humano hay un desarrollo, una evolución, un incremento de la complejidad, un aumento de la información, una victoria contra el desorden de la entropía que los físicos llaman ‘negentropia’. Pero si esto existe, como usted mismo escribe y como está delante de los ojos de todos, se debe al hecho que el ‘emergentismo’ es la lógica general de la naturaleza, ya que el género humano (a no ser que caigamos de nuevo en el dualismo dogmático) es a su vez naturaleza. Y con esto pienso que uno de los baluartes del ateismo contemporáneo, es decir la negación de cualquier dirección o finalidad de la naturaleza, demuestra su insostenibilidad” (pp. 139-140).

Experiencia ética y moral
Para Mancuso la experiencia moral y la búsqueda del bien es un tema central. Algunas de sus afirmaciones:
“Tanto usted como yo estamos de acuerdo con el hecho de que el hombre no debe hacer el bien para obedecer a Dios (moral heterónoma), sino tiene que hacerlo por sí mismo (moral autónoma). Pero cuando hace el bien por sí mismo, con el carácter absoluto e imperativo que ello supone, el hombre entra en presencia de una esfera superior del ser, llamada por Kant ‘reino de los fines’, por Platón ‘reino de las ideas’, y por Jesús ‘reino de los cielos” (p. 116).
“Desde mi punto de vista, no hay posibilidad de fundar la ética si no es en la ontología. ¿Y qué es la teología? Es una especial configuración de la ontología, una doctrina del ser según la perspectiva del bien, de la justicia, del amor, en el sentido de pensar que son éstas las dimensiones últimas del ser” (p. 220).

Fe y Dios
“¿Es sólo una ingenua proyección, quizá provocada por el miedo de la muerte, la que genera la religión? Las palabras de Plotino dicen que no. Existe también el amor por la belleza y por el bien que podemos albergar, si nos hacemos dignos; y lo podemos albergar no porque lo inventamos nosotros, sino porque nos despertamos al verdadero sentido del ser: es la iluminación o bodhi de la que habla el budismo, el satori del zen, análogo a la conversión de la mente o metanoia de la que habla el cristianismo (no es por casualidad que en el cristianismo primitivo se designaba al bautismo precisamente como photismòs, iluminación)” (p. 120).
“Existen una fe verdadera y una fe falsa. La fe verdadera se nutre de los interrogantes radicales de la vida porque sabe que está al servicio de la vida, y piensa que no vale por sí misma, pero únicamente en función del camino hacia la verdad. Es la verdad que salva, no la fe. La fe solo tiene sentido si, sin identificarse con la verdad, se pone a sí misma al servicio de la verdad en cuanto confianza que la verdad exista, y después su búsqueda apasionada (de hecho, no se busca una cosa si no se conoce, o por lo menos se espera, su existencia). La fe falsa, en cambio, no busca, sabe ya, es ideología” (p. 141).
padrejosemedina.blogspot.com
“Usted se pregunta quién soy yo. Yo soy un seguidor de Jesús, que llamaba ‘padre’ al fundamento del mundo y consideraba el amor por encima de cualquier otro valor. Con el anuncio de ‘Dios es amor’, la religión de Jesús sostiene que la dimensión ontológica más alta y por consiguiente el valor más preciado por el que vivir, es el bien” (p. 108).
“Lo que está en juego con el concepto de Dios no es un ser misterioso, escondido en algún lugar allá arriba, sino el hecho de que el ser, y por ende nuestra vida como parte del ser, tenga un fundamento, y que tal fundamento sea racional y eterno” (p. 229).

El mal
Mancuso señala como el catolicismo tradicional es incapaz de dar una solución satisfactoria — en la medida en que esto es posible— al problema del mal, y cae en contradicciones como se puede demostrar comparando la enseñanza de Juan Pablo II con la de Benedicto XVI. El pontífice polaco, en su libro Memoria e Identidad, al tratar el nazismo y el comunismo, citando el Mefistófeles del Fausto de Goethe (ein Teil von jener Kraft, die stets das Böse wiil und stets das Gute shafft: una parte de aquella fuerza, que quiere siempre el mal y obra siempre el bien), parece sugerir que el mal es en algún modo necesario y útil, que entra dentro del proyecto de Dios. Por el contrario, Joseph Ratzinger, siendo cardenal, en su libro Fe, verdad y tolerancia, citando el mismo texto de Goethe, niega que el mal pueda ser considerado como ‘parte necesaria de la dialéctica del mundo’. Esta misma contradicción se encuentra en el Catecismos de la Iglesia Católica  y en su Compedio. A favor de la postura Juan Pablo II: “La fe nos da la certeza de que Dios no permitiría el mal si no hiciera salir el bien del mal mismo” (n. 58); a favor de Benedicto XVI: “Dios no es, en modo alguno, ni directa ni indirectamente, la causa del mal” (n. 57).
                Esta contradicción nace de la exigencia de tener que afirmar conjuntamente tres verdades que parecen irreconciliables entre sí y a la vez indiscutibles: 1) el mal existe; 2) Dios no lo quiere; 3) Dios gobierna el mundo. La solución consiste para Mancuso en matizar el modo en que Dios gobierna, que no es directamente, sino “a través de un principio ordenador impersonal inmanente al ser, cuya finalidad es el nacimiento de la vida espiritual y de la libertad”; principio impersonal que en la Biblia “es conocido como ‘sabiduría’, entre los chinos como tao, entre los antiguos egipcios como maat, entre los griegos como logos, entre los hinduistas y budistas como dharma” (p. 145).

El Jesús histórico
                Ante unas afirmaciones de Augias, recogidas también en su libro  Inchiesta sul cristianesimo, sobre la diferencia entre el Jesús de la historia y el que nos propone la Iglesia, Mancuso señala que la única forma de abordar este tema es ver lo que han escrito los estudiosos que han dedicado a él mucho tiempo y esfuerzo. Si consideramos sus escritos nos damos cuenta de que llegan a conclusiones distintas. Por ejemplo, acerca de la cuestión si Jesús quiso fundar una nueva religión y la Iglesia superando la Alianza del Sinaí, o más bien si quería sólo llamar Israel a la conversión en la línea de los demás profetas, renovando la Antigua Alianza pero sin hacer otra nueva, hay pensadores, tanto judíos como cristianos, a ambos lados de la controversia. Así, los judíos Geza Vermes, Joseph Klausner, Leo Baeck, Jules Isaac, Schalom Ben-Chorin, Pinchas Lapide, David Flusser, Martin Buber y los cristianos E.P. Sanders, Joachim Gnilka, John P. Meier y también el cardenal Carlo Maria Martini, subrayan la continuidad entre Jesús y el judaísmo y su fidelidad a la Alianza del Sinaí. Mientras que el judío Jacob Neusner y el Papa Benedicto XVI ponen de relieve su discontinuidad.
                Como se ve, sólo a partir de los estudios históricos, y limitándonos a los más serios entre ellos, es posible llegar a conclusiones contrapuestas. Como también sólo a partir de la Sagrada Escritura es posible sostener ideas contrarias. Muchos han hecho notar que todos tenemos la tendencia de proyectar en el Jesús supuestamente 'histórico', que se piensa distinto al que nos ha transmitido la Iglesia, nuestros propios deseos e ideales y los de una determirnada época histórica. Así, se ha hablado de un Jesús socialista o comunista o liberal o revolucionario o maestro de moral, etc.
Sin embargo, según Vito Mancuso, lo más preocupante de este debate es que pone de manifiesto que “hay un sentimiento difuso de desconfianza, incluso de sospecha, hacia la Iglesia y su enseñanza oficial, la sensación de que algo haya sido escondido, porque callado o hecho callar, o porque elaborado partiendo de verbosos  conceptos doctrinales, instrumentales a las luchas de poder, sin ninguna relación con la cosa en sí misma” (p. 191).

El cristianismo y las otras religiones
Yo no creo que exista una sola verdadera religión, y que todas las demás sean falsas; creo, más bien, que existe una sola verdadera dimensión espiritual, que se declina en las múltiples religiones históricas con elementos más o menos verdaderos o más o menos falsos, y que las múltiples religiones históricas están más unidas entre sí en lo profundo de lo que se puede pensar si uno se queda en la superficie de las elaboraciones dogmáticas. Según mi parecer, es equivocado pensar que el dogma o la doctrina sean el nivel último de verdad; hay algo más profundo, a que el dogma y la doctrina (si son verdaderos) remiten, y esta profundidad es el espíritu que habita, fecunda y mueve la vida, y la experiencia que hacemos” (p. 186)
        Estas ideas de Mancuso, tomadas como las expresa aquí, son incompatibles con la enseñanza católica oficial y suenan muy cercanas al gnosticismo. Podríamos encontrar ideas muy parecidas en exponentes de la New Age.
El pecado original
Lucas Cranach el Viejo (1513)
Mancuso hace notar como hay pensadores que son pesimistas respecto a la naturaleza humana, como William Golding, autor de El señor de las moscas, y anteriormente Lutero que usa para el ser humano la expresión vas damnationis, o san Pablo y Freud. Sin embargo hay otros que tienen una idea más positiva del hombre como Rousseau, que pensaba que éste nace fundamental bueno e inocente y es la sociedad la que lo pervierte. El pecado original puede entenderse como un mito para explicar esta tendencia al mal que tiene el hombre que, a diferencia de lo que sostienen los pensadores como Rousseau, es innata y no adquerida. No obstante, para Mancuso no es aceptable la idea de transmisión de la culpa, y más a través del acto de generación, como pensaba san Agustín. Aunque es verdad que crea dificultad para la mentalidad contemporánea pensar que un niño ya al nacer, antes de realizar cualquier acto libre, hereda una culpa, esta idea forma parte de la doctrina tradicional sobre el pecado original que no se limita a la sola concupiscencia. Quizás pensar en la existencia de una ‘solidaridad en el mal’ de los hombres, como hay también una 'solidaridad en el bien’, ayudaría a entender y hacer aceptable esta enseñanza tradicional de la Iglesia, sin tener que rechazarla y proponer un concepto complicado de ‘caos original’ como hace Vito Mancuso.

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domingo, 10 de abril de 2011

Caminar en una vida nueva

Homilía 10 de abril 2011
V Domingo de Cuaresma (ciclo A)

Mosaico siglo V
Basílica S. Apolinar Nuovo - Rávena
Decían los Padres de la Iglesia, los grandes teólogos y pastores de los primeros siglos del cristianismo, como el Papa San León Magno, que las acciones de Cristo que leemos en el evangelio no son algo del pasado, sino que se repiten, se vuelven a hacer presentes para nosotros a través de los sacramentos de la Iglesia. Esto es así porque Jesucristo no es sólo un hombre verdadero, en todo igual a nosotros excepto en el pecado, que se conmueve y llora ante la muerte de un amigo, sino es también verdadero Dios, de modo que todo lo que hace tiene valor eterno, es siempre actual. Esto es muy claro en el pasaje del evangelio de hoy de la resurrección de Lázaro. Este acontecimiento, signo de la resurrección de Cristo, se repite para nosotros cuando el Señor se compadece y nos saca de nuestros sepulcros, nos desata las vendas que nos mantienen en la muerte y no nos dejan andar en una vida nueva. Esto tiene lugar de un modo muy concreto y real en los sacramentos de la Iglesia, sobre todo en el bautismo y la reconciliación.
El signo de la resurrección de Lázaro tiene dos significados, como indica el mismo Jesús a Marta cuando dice: “Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?” (Jn 9, 25-26). Por un lado, esta resurrección — aunque distinta, porque es un volver a la misma vida de antes — es anticipo de la resurrección de Jesús, que es el fundamento de nuestra esperanza en la resurrección futura. Resurrección que creemos y esperamos. Pero por el otro, la resurrección de Lázaro es signo del pasar de la muerte a la vida ya en esta vida, de salir de nuestra muerte espiritual, de abandonar el pecado y vivir en gracia de Dios.
Giotto
Capilla de los Scrovegni -Padua
Cuando estamos en esta situación de muerte espiritual, de lejanía de Dios, de estar metidos en nuestros sepulcros, de rechazar la voluntad de Dios, Jesús se compadece de nosotros, se estremece, solloza, llora como lloró por el amigo que amaba, y viene a la puerta de nuestra tumba y grita: “sal afuera”. El profeta Ezequiel en la primera lectura pone las siguientes palabras en boca de Dios: “Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel” (Ez 37, 12). Normalmente, cuando estamos en esta situación de muerte espiritual nos damos cuenta, aunque quizás no queramos reconocerlo; a veces, nos podemos hasta volver insolentes, contumaces, rebelarnos, no querer venir al Señor para que nos cure, casi preferimos permanecer en nuestro sepulcro. Otras veces no nos damos cuenta tan claramente, aunque si escuchásemos nuestra conciencia, esa voz interior de nuestro 'yo' auténtico, oiríamos que ‘algo no está bien’. Cuando estamos en esta situación de muerte y de oscuridad, de pecado, el Señor, gratuitamente, nos ofrece el perdón, nos resucita, para que caminemos en una vida nueva. Esto lo hace de un modo concreto y objetivo a través de los sacramentos de la Iglesia. Cuaresma es el tiempo en que los catecúmenos adultos se preparan para recibir el bautismo la noche de Pascua y en el que nosotros queremos reavivar nuestra iniciación cristiana y renovar las promesas bautismales. Cuaresma también es un tiempo muy indicado para celebrar el sacramento de la penitencia y reconciliarnos con Dios.

Piscina de hombres - Lourdes (1954)

Hace unos días, leyendo un comentario a los textos de la misa de hoy en la publicación Magnificat, me encontré con la siguiente cita de Newman: “Cristo dio la vida al muerto a costa de su propia muerte”. El Señor nos saca de nuestros sepulcros, nos libra de la muerte, entrando Él mismo en la muerte, muriendo por nosotros, en nuestro lugar. Es lo que celebraremos dentro de muy poco en el Triduo Pascual. Hace también unos días, cenando con un matrimonio de la parroquia, me narraron una experiencia que me hizo entender con más profundidad las palabras del cardenal inglés. Me contó la mujer que había estado enferma de cáncer de piel y que fue con su marido y su madre al santuario de Lourdes. Allí con su madre se bañó en las piscinas y la madre al salir la abrazó muy fuerte, con lágrimas en los ojos, como nunca lo había hecho antes. Regresaron a Madrid y poco después ella se curó de su cáncer y, en cambio, a la madre le apareció un tumor en el hígado del que falleció poco tiempo después. Me preguntaba esta mujer si creía posible que su madre hubiese pedido a la Virgen en Lourdes que le quitara a su hija el cáncer y se lo diera a ella en su lugar. El modo como la madre la abrazó al salir de las piscinas le sugería eso. Yo le dije que lo que pidió su madre no podíamos saberlo, pero era probable que pidiera algo así visto el amor tan especial que tienen las madres por sus hijos; tampoco sabía yo si la Virgen haría caso de una tal petición, pero lo que sí sabía con certeza es que eso mismo es lo que hizo Jesús por nosotros. Se cargó con nuestros pecados, sufrió la muerte en nuestro lugar para liberarnos a nosotros de ella, para sacarnos de nuestros sepulcros, para liberarnos del cáncer del pecado haciéndose Él pecado por nosotros, como dice el apóstol Pablo.
Y la forma en que todo esto se vuelve real para nosotros, actual, presente, es a través de los sacramentos de la Iglesia, que manan del costado abierto de Cristo en la cruz. A través de ellos salimos de nuestras muertes y podemos caminar en una vida nueva ya ahora, en la espera de la resurrección final.

lunes, 4 de abril de 2011

Caminar como hijos de la luz

Homilía 3 de abril 2011
IV Domingo de Cuaresma (ciclo A)

Curación del ciego de nacimiento - El Greco (1567)
Hay muchas imágenes, metáforas, comparaciones que podemos utilizar para describir lo que significa encontrarse con Cristo, llegar a la fe, conocer el amor de Dios, recibir la iniciación cristiana. Algunas de éstas las encontramos en la Sagrada Escritura y en la Liturgia de la Iglesia; entre ellas están las que la Iglesia nos propone en estos domingos de cuaresma del ciclo A. Están tomadas del evangelio de san Juan y desde la antigüedad se han utilizado para instruir a los catecúmenos — aquellos que se preparan para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana — sobre lo que acontece cuando uno se hace cristiano. Son el relato del encuentro entre Jesús y la samaritana de la semana pasada, la narración de la resurrección de Lázaro que se nos proclamará el próximo domingo, y el episodio de la curación del ciego de nacimiento de hoy. Cuando nos encontramos con Cristo, cuando Él entra en nuestra vida, todo cambia, nace algo nuevo, es como un renacer, es encontrar el agua viva que puede calmar nuestra sed, es salir de nuestras tinieblas y llegar a ver, es resucitar a una vida nueva.
¡Qué reveladora es la comparación de hoy entre fe y visión! Si hemos tenido esta experiencia de pasar — por puro regalo de Dios, por una elección gratuita suya — de no creyentes a creyentes, entendemos lo bien que esta comparación describe esta vivencia. Cuando tenemos fe vemos las cosas de una manera totalmente distinta, vemos los acontecimientos de nuestra vida, sobre todo los dolorosos e incomprensibles desde la perspectiva humana, bajo una nueva luz. En el evangelio de hoy, los discípulos le preguntan al Maestro de quién es la culpa de que el ciego haya nacido así, suya o de sus padres. Esta forma de pensar, de ver la enfermedad como castigo, de no encontrar sentido en lo que nos pasa y buscar un culpable, es la de una persona con una fe inmadura, una persona que todavía no ha descubierto al Dios Padre de Jesucristo ni ha conocido el amor de Dios. ¡Qué distinto es el modo en que las personas verdaderamente creyentes viven la enfermedad, la muerte, el dolor, el fracaso! Dice san Agustín que tenemos que poner en nuestros ojos el colirio de la fe para llegar a ver de verdad; llegar a ver nuestra vida, nuestra historia y nuestro mundo de un modo nuevo.
Iglesia de S. Mónica - Ostia Antica
it.wikipedia.org 
Pero la fe es un don. Forma parte de ese misterio de la elección divina del que nos habla la primera lectura. Dios, contra todo pronóstico humano y para sorpresa del profeta Samuel, elige entre los hijos de Jesé a David como rey. ¿Por qué nosotros tenemos fe y otros, quizás mucho mejores que nosotros, no? Por puro don inexplicable de Dios, es la respuesta. Por pura gracia. Pero sabemos también, como afirma el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que la fe “es accesible a quien la pide humildemente” (n.  28). Y nosotros, por nuestra parte, debemos pedir este don para los demás, sobre todo para nuestros seres cercanos que más queremos, como hizo santa Mónica con su hijo san Agustín, cuya conversión fue debida, como él mismo dice, a las oración con lágrimas de su madre. Mucho puede la oración insistente del justo, dice el apóstol Santiago (Sant 5, 16). Por otro lado, los que tenemos fe, tenemos que agradecer este don, pedir al Señor que nos la aumente, cuidarla y cultivarla, porque es un regalo delicado que se puede perder.
En el evangelio de hoy también notamos como los distintos grupos reaccionan de forma diferente a la curación del ciego. El ciego sabe lo que ha pasado, lo ha experimentado ‘en su propia piel’, sabe que ha sido curado por una intervención  directa de Dios a través del ‘hombre que se llama Jesús’, y así lo manifiesta ante quien le pide explicación; más tarde, cuando se vuelve a encontrar con Jesús, lo reconoce como ‘el Hijo del Hombre’ de las profecías y se postra ante Él. La gente que lo había visto pidiendo limosna, en cambio, no sabe qué pensar y 'pasa' un poco del tema; se limita a opinar, es el público, los exponentes del ‘se dice’, ‘se piensa’, ‘quizás’, ‘puede ser’, como si no fuera la cosa con ellos. Los padres quieren evitar problemas, tienen miedo a las autoridades judías y afirman sólo lo mínimo indispensable para no mentir pero a la vez no ‘mojarse’. Los fariseos que creen ver, están cegados por los prejuicios que tienen sobre Dios y su forma de actuar. Según el texto del evangelio, habían ya decidido excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías, y no podían entender que un enviado de Dios no guardara el sábado, haciendo barro en el día de descanso, y tampoco estaban dispuestos a recibir clases de uno que consideraban un pecador por su enfermedad, por muy de sentido común que fuera lo que dijera. ¡Qué fácil es creer ver y en cambio ser ciegos! ¡Cómo tenemos que tener cuidado con nuestros prejuicios! ¡Cómo puede con nosotros muchas veces la presión social y evitamos el compromiso, el tomar partido, el decir claramente la verdad, el salir de nuestras comodidades!
Pila bautismal - Pinilla de Jadraque (Guadalajara)
Esto nos lleva al segundo significado del relato de hoy, ligado también a la iniciación cristiana, al bautismo, pero bajo la perspectiva de la liberación del pecado. Para curar al ciego, Jesús hace barro con tierra y saliva, algo que los Padres de la Iglesia, como san Agustín, interpretan en referencia a la Encarnación, a la unión de la naturaleza divina de Cristo con nuestra humanidad, con nuestro barro. Y el ciego tiene que irse a lavar a la piscina de Siloé, signo del bautismo. En Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se nos da el perdón de los pecados a través del bautismo.
Todo esto está exquisitamente resumido en el prefacio de la misa de hoy: “Cristo, Señor nuestro... se hizo hombre para conducir el género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el bautismo, transformándolos en sus hijos adoptivos”.
                Cuaresma es para nosotros un tiempo para redescubrir y reavivar nuestra iniciación cristiana. Para darnos cuenta de lo que significa ser creyentes, agradecerlo a Dios que nos ha elegido sin mérito nuestro, y comprometernos de nuevo a vivir como hijos de Dios, a caminar como hijos de la luz como dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, que también nos exhorta a despertarnos si estamos dormidos y a levantarnos si estamos muertos.