Morir con Cristo para resucitar con él
Los acontecimientos importantes de nuestra vida, sobre todo los que pueden cambiarla y darle un rumbo nuevo, como los encuentros con personas significativas para nosotros, o las entrevistas y reuniones de trabajo, crean mucha expectativa y requieren preparación. Así también la Semana Santa, la Semana Mayor, para los cristianos. Vivirla bien significa vivirla como un encuentro profundo con Cristo, en unión íntima con Él, configurándonos al misterio de su muerte y resurrección. Esto requiere preparación, tanto material como espiritual. Tenemos que organizarnos, planificando bien los tiempos y lugares para saber dónde y cómo vamos a vivir los momentos salientes, informándonos con antelación de horarios, etc. También debemos mentalizarnos y prepararnos espiritualmente para encontrarnos con el Señor.
Espiritualmente la Semana Santa, especialmente el Triduo Pascual, y más especialmente aún, la Vigilia Pascual y el Domingo de Resurrección, es una ocasión única — aunque se repita cada año, pero ya sabemos que cada año de nuestra vida es muy distinto al anterior — para unirnos al Señor, entrado en ese misterio de muerte y resurrección que caracteriza nuestra vida y la vida del cosmos y en el que hemos sido insertados con el bautismo. Esto significa que es una oportunidad excepcional para experimentar en propia piel la verdad de la enseñanza del Señor, que es muriendo como se llega a la vida, que se puede entrar en las propias muertes sin miedo y salir renovados, que se puede amar hasta el extremo, se puede ‘dar la otra mejilla’ y no quedar aniquilados sino salir victorioso. La Semana Santa es un tiempo para saborear en toda su verdad y belleza, con ese sabor tan característicamente agridulce del cristianismo, muchas frases del evangelio, como las siguientes:
“El que quiera venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Porque quien quiera salvar su vida la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio la salvará” (Mc 8, 35).
“En verdad, en verdad os digo: si el grano de trigo no cae en tierra y muere, queda infecundo; pero si muere, da mucho fruto” (Jn 12, 24).
“Por tanto, lo mismo que los hijos participan de la carne y la sangre, así también participó Jesús de nuestra carne y sangre, para aniquilar mediante la muerte al señor de la muerte, es decir, al diablo, y liberar a cuantos, por miedo a la muerte, pasaban la vida entera como esclavos” (Hebreos 22, 14-15).
“No os sorprenda, hermanos, que el mundo os odie; nosotros sabemos que hemos pasado de la muerte a la vida porque amamos a los hermanos. El que no ama permanece en la muerte” (1Jn 3, 14).
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Sèmana Santa de Bilbao |
Todo esto lo vivimos en las celebraciones litúrgicas de la Iglesia que es donde se vuelven a hacer presente para nosotros los acontecimientos de nuestra salvación, pero también en las bellísimas procesiones y demás actos que la tradición cristiana ha ido creando para vivir con hondo sentimiento y participación el misterio pascual. Pero es importante prepararnos bien para que pueda dar fruto en nuestra vida.
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor: pórtico de la Semana Santa
“¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!” (Mt 21, 9).
“Ofrecí la espalda a los que me golpeaban, la mejilla a los que mesaban mi barba. No escondí el rostro ante ultrajes y salivazos” (Is 50, 6).
“Elí, Elí, lemá sabaktaní (es decir, Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?)” (Sal 21).
“Se rebajó hasta someterse a la muerte, y una muerte de cruz” (Flp 2, 8).
“Jesús gritando de nuevo con voz potente, exhaló el Espíritu” (Mt 27, 50).
El Domingo de Ramos es el pórtico de la Semana Santa. Jesús, hijo de David, Rey-mesías prometido, humilde y obediente, entra en la Ciudad Santa para cumplir el designio del Padre y entregar su vida en expiación por todos. Así se cumplen las profecías.
Lunes santo: La unción en Betania
“María tomó una libra de perfume de nardo, auténtico y costoso, le ungió a Jesús los pies y se los enjugó con su cabellera. Y la casa se llenó de la fragancia del perfume” (Jn 12, 3).
A diferencia de Judas, María ama totalmente, se entrega sin reservas, sin cálculos. Del mismo modo nos ama también Dios, derrochando su amor como se muestra en su Pasión.
Otra mujer, en otra unción, escucha esas palabras tan consoladora de Jesús: “Sus muchos pecados quedan perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, ama poco” (Lc 7, 47).
Martes santo: anuncio de la negación de Pedro
“¿Conque darás tu vida por mí? Te aseguro que no cantará el gallo antes que me hayas negado tres veces” (Jn 13, 38).
Pedro llorará amargamente cuando su mirada se cruce con la de Jesús en el patio del sumo sacerdote (Lc 7 61-62). ¿Cómo sería esa mirada de Jesús que lleva al apóstol a un sincero arrepentimiento? El Señor, ‘que ve en lo escondido’, nos mira con amor y nosotros queremos lavar nuestras faltas con las lágrimas para quedar limpios, repitiéndole continuamente que lo amamos.
Miércoles santo: la traición de Judas
“Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar: ‘¿Soy yo acaso, maestro?’. Él respondió: ‘¿Tú os has dicho!’” (Mt 26, 25).
Judas entrega a Jesús por avaricia, o porque no cumple sus expectativas de liberación, y más profundamente porque cede a la tentación del demonio que ‘había entrado en él’. Sin embargo, aunque como Pedro se arrepienta, su arrepentimiento no lo lleva a la vida sino a la muerte. Quizás el Señor le ofreciera el perdón al decir que ‘nadie le quita su vida, sino es Él quien la entrega’, pero Judas lo rechaza en su desesperación.
Jueves santo: amor y obediencia
“El Hijo del hombre no ha venido a ser servido sino a servir y dar su vida en rescate por muchos” (Mt 20, 28).
“Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos (Jn 15, 13).
“Cristo, en los días de su vida mortal, a gritos y con lágrimas, presentó oraciones y súplicas a quien podía salvarlo de la muerte, siendo escuchado por su piedad filial” (Hebreos 5, 7).
El jueves santo, por la mañana, tradicionalmente se celebra la misa crismal, en la que los sacerdotes concelebran con su obispo y renuevan las promesas sacerdotales. En esta misa se bendicen también los óleos: el santo crisma que se utiliza en el bautismo, la confirmación, la ordenación sacerdotal y la consagración de lugares sagrados; el óleo de enfermos para el sacramento de la unción y el óleo de catecúmenos.
Por la tarde se oficia la Misa de la Cena del Señor. En esta Eucaristía, haciendo memoria de la Última Cena del Señor, se celebrar la institución del la Eucaristía y el sacerdocio y la entrega del mandamiento nuevo del amor. El lavatorio de los pies expresa todo esto: Donde hay caridad y amor, allí está el Señor.
Ya por la noche conmemoramos la oración de Jesús en el Huerto de los Olivos. ‘Sudaba como gotas espesas de sangre’, pidiendo al Padre que si fuera posible apartara de Él ese cáliz. Pero, al final, se abandonaba a la voluntad de Dios: “pero no se haga mi voluntad, sino la tuya” (Lc 22, 42-44). Aquella noche el Señor pidió por cada uno de nosotros. También nosotros queremos velar con Él por lo menos una hora, para no ‘caer en tentación'.
Viernes santo: el precio de nuestro rescate
“Lo vimos sin aspecto atrayente, despreciado y evitado de los hombres, como un hombre de dolores acostumbrado a sufrimientos, ante el cual se ocultaban los rostros, despreciado y desestimado. Él soportó nuestros sufrimientos y aguantó nuestros dolores; nosotros lo estimábamos leproso, herido de Dios y humillado, pero Él fue traspasado por nuestras rebeliones, triturado por nuestros crímenes. Nuestro castigo saludable cayó sobre Él, sus cicatrices nos curaron” (Is 53, 4-5).
Por la tarde se hace la Conmemoración de la Pasión del Señor. Esta celebración empieza con la postración de los celebrantes ante un altar desvestido, y prosigue con la lectura de la Pasión según San Juan, la adoración de la cruz, la oración universal y la distribución de la comunión reservada el día anterior. Pueblo mío, ¿qué te hecho? ¿En qué te he ofendido? Respóndeme.
Se reza este día también el Vía Crucis, desmenuzando y haciéndolo nuestro el camino de la cruz que es camino de la vida de todo cristiano. Te adoramos, oh Cristo y te bendecimos, que por tu santa cruz redimiste el mundo.
Sábado santo: María y el gran silencio de Dios
Stabat Máter dolorosa, iuxta crucem lacrimosa, dum pendebat Filius.
Este día los cristianos junto con María, al lado de la tumba, compartimos el silencio terrible de Dios ante el misterio del sufrimiento. Algo nos dice que no todo ha terminado, que Dios no defrauda ni abandona a los que ama. Hay una esperanza honda de que Dios va actuar, de que la muerte va a ser vencida, de que se van a abrir de nuevo las aguas del mar para que pasemos y cantemos el himno de victoria.
Según la tradición, Jesús en este día bajó al sheol, al reino de los muertos, para llevar la salvación a los que habían muerto antes de su venida.
Domingo de resurrección: ¡Resucitó de veras, mi amor y mi esperanza! Aleluya
“El ángel habló a las mujeres: ‘Vosotras, no temáis; ya sé que buscáis a Jesús, el crucificado. No está aquí: ¡ha resucitado!, como había dicho. Venid a ver el sitio donde yacía...’” (Mt 28, 5-6).
“Ya que habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo, sentado a la derecha de Dios; aspirad a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3, 1-2).
“La muerte ha sido absorbida en la victoria. ¿Dónde está, muerte, tu victoria? ¿Dónde está tu aguijón? El aguijón de la muerte es el pecado, y la fuerza del pecado, la ley. ¡Gracias a Dios, que nos da la victoria por medio de nuestro Señor Jesucristo!” (1Cor 15, 55-57).
La noche entre el sábado y el domingo, la noche santísima ‘que conoció el momento en que Cristo resucitó de entre los muertos’, la comunidad cristiana se reúne desde la antigüedad para la gran Vigilia Pascual, madre de todas las vigilias. Es la Pascua en la que se inmola el verdadero Cordero que con su sangre borra las culpas; es la noche en que actuó el Señor, de la que todas las demás noches de las que habla la Escritura son anuncio y figura. Los signos del fuego, la luz, el cirio, el agua, la pila bautismal, el canto del Aleluya y el Gloria, las campanas... nos quieren trasmitir el gozo pascual. En esta celebración los catecúmenos adultos reciben los sacramentos de la iniciación cristiana y los demás renovamos nuestros compromisos bautismales. Esta es la noche en que, por toda la tierra, todos los que confiesan su fe en Cristo son arrancados de los vicios del mundo y de la oscuridad del pecado, son restituidos a la gracia y son agregados a los santos. Ésta es la noche en que rotas las cadenas de la muerte, Cristo asciende victorioso del abismo.
El domingo de resurrección, el primero y origen de todos los demás domingos del año litúrgico, corremos con Pedro y Juan al sepulcro para encontrarlo vacío, renovando nuestra fe en la resurrección del Señor y haciéndonos testigos de ella. Lucharon vida y muerte en singular batalla, y, muerto el que es la Vida, triunfante se levanta.