Homilía
Domingo 7 de julio de 2013
XIV
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Jornada Nacional de Responsabilidad
del Tráfico
Recuerdo de Atenágoras I, patriarca
de Constantinopla
Nguyen Van Thuan Imagen: fabisart.blogspot.com |
No
creo equivocarme si digo que cada uno de nosotros tiene algún texto bíblico que
para él o ella es especialmente importante, quizás porque lo oyó proclamado o lo leyó en un momento muy señalado de su vida y le aportó luz, consuelo y orientación, o porque se refiere a algo que vive muy de cerca, o por otros muchos posibles motivos. Para mí un texto particularmente significativo desde que lo leí hace muchos años cuando estudiaba teología en Roma, es el final de la Carta de san Pablo a los Gálatas que hoy hemos escuchado como segunda lectura. Esta conclusión escrita con letras grandes por su propia mano, como dice el apóstol, a modo de firma de su escrito y subrayando la importancia de lo que dice, es como un resumen de los contenidos fundamentales de la carta, carta que es muy importante para conocer la vida de Pablo y su pensamiento. Hay muchos temas importantes presentes en estos pocos versículos, como el significado de la cruz, la utilidad de la Ley de Moisés y de la circuncisión para la salvación, la Iglesia como nuevo Israel, el cambio ontológico que supone la unión con Cristo que nos hace nueva creación, etc. Yo me quería detener brevemente en el tema de las “marcas de Jesús”. Dice el apóstol en este texto: “En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” (Gal 6, 17). ¿Qué son estas marcas? La palabra griega es stígmata y sabemos que han habido personas
en la historia de la Iglesia que han portado lo que llamamos ‘estigmas’,
heridas similares a las infligidas a Jesús en la pasión; entre ellas cabe
destacar a san Francisco de Asís por los numerosos testigos que corroboran la
veridicidad de estas heridas en su cuerpo, signo de su participación también
somática en la pasión del Señor. Pero Pablo en el texto de la Carta a los Gálatas
no se refiere a este tipo de marcas, sino a las cicatrices que lleva en su
cuerpo a causa de su misión de apóstol del Señor. Como tal tuvo que sufrir
muchas adversidades. Él mismo habla de ellas en la su segunda Carta a los
Corintios comparándose con los presuntos ‘super-apóstoles’ que habían fascinado
a esa comunidad; habla de fatigas, cárceles, palizas, peligros de muerte, largos
y peligrosos viajes, naufragios, persecuciones, etc. Estas son las marcas que
él lleva en su cuerpo, que le asemejan a Cristo y le unen al él. En la antigüedad,
estas marcas, stígmata, se ponían a los
esclavos y a los animales para indicar quien era su amo. Pablo sabe que estas
marcas que son consecuencia de su misión de apóstol indican que es esclavo de
Jesús y él se gloría de ellas y no de otras marcas en la carne como la
circuncisión de la que se sentían orgullosos los que le perseguían. Ser
apóstol, ser testigo del Señor, vivir los valores del reino, responder al mal
con el bien, siempre conlleva tener estas marcas que son signo de la pertenencia
a Cristo, de la unión con él y dan autoridad y credibilidad a quien las tiene.
El papa Francisco habló hace unos días del cardenal vietnamita Van Thuan como
“·testigo de la esperanza y ministro de la misericordia de Dios”, al finalizar
la fase diocesana de su proceso de beatificación. Van Thuan en 1975, cuando era
arzobispo de Saigón, bajo el régimen comunista, fue hecho prisionero a causa de
su fe y permaneció trece años en la cárcel, de los cuales nueve en aislamiento
total. En los Ejercicios Espirituales que dirigió a la Curia romana en el año
2000, después publicados en un libro titulado Testigos de esperanza, contó su experiencia en la cárcel y como se
mantuvo cuerdo y fiel al Señor y a su sacerdocio en esa situación tan extrema.
Esto es otro ejemplo de las marcas de Jesús de las que habla Pablo y que de un
modo u otro llevan todos los que son verdaderamente apóstoles y testigos del Señor.
De
ser apóstoles nos habla el evangelio de este domingo que es casi un tratado
sobre la misión de
la Iglesia, ya que nos indica quiénes son los que la deben
llevar a cabo, cómo lo deben hacer, qué mensaje se debe transmitir, etc. Lo primero
a destacar es que en el evangelio de san Lucas encontramos una misión de los
setenta -o setenta y dos, según los manuscritos-, distinta a la previa misión
de los Doce, pero con los mismos contenidos y métodos. Esto quiere decir que no
solo los apóstoles y sus sucesores, los obispos y los sacerdotes, son lo encargadas
de la misión de la Iglesia, sino todos. El Concilio Vaticano II insistió mucho
en la misión de los laicos que no son sustitutos de los pastores cuando éstos
faltan o no pueden llegar a todo, sino que comparten en primera persona, de
acuerdo con su vocación específica, que es vivir en el mundo, la misión que
Jesús ha encomendado a toda la Iglesia. De este modo, los laicos están llamados
a ser fermento en el mundo, transformando sus estructuras y dando testimonio de
los valores del reino en los ambientes en los que viven. Jesús también dice a
estos 70 y a nosotros cómo se debe llevar a cabo la misión: con mansedumbre,
como “corderos en medio de lobos”, sin prepotencia, y también con urgencia, sin
‘perder tiempo’ innecesariamente. Nos dice que
para poder llevarla a cabo debemos ser libres, desprendidos de apegos
materiales y afectivos. También nos dice el mensaje que debemos anunciar, que
es la paz, la llegada del reino de Dios, el cumplimiento de las promesas
divinas de las que habla Isaías en la primera lectura; en el fondo, hay que
anunciarle a él, a Jesús, que es salvación para todos, ya que él es el ‘sí’ de
Dios a todas sus promesas. El número de 72 recuerda el número de naciones
paganas que se menciona en el Libro del Génesis poniendo de relieve la
universalidad de este anuncio.
Estigmatización de San Francisco de Asís (Giotto, 1325) Basílica de la Santa Cruz - Florencia (Italia) |
También
en el Salmo Responsorial con el que hemos rezado después de la primera lectura
hemos
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hecho alusión al mensaje que debemos transmitir: “Fieles de Dios, venid a
escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo”. Lo que anunciamos es lo que
hemos experimentamos, algo de lo que somos testigos. Por eso el Señor manda a
los 70 de dos en dos, porque para que un testimonio fuera válido legalmente
tenía que ser dado por dos o más personas. También les manda de dos en dos para
que se apoyen mutuamente y para que a través de la relación entre ambos se
constate la verdad de lo que anuncian. La relación entre los apóstoles, la vida
misma de la Iglesia, es un signo de credibilidad junto con las curaciones y los
milagros; debe mostrar la verdad de lo que se anuncia, de que se puede creer en
lo que se dice. Hay una derivación importante de esto en la vida actual de la
Iglesia y en su acción pastoral en relación al matrimonio y a la familia. Los
que hemos trabajado muchos años en la pastoral familiar de la Iglesia sabemos lo
eficaz que es el anuncio del evangelio hecho por un matrimonio, ya que la relación
entre los cónyuges puede volverse un signo claro de la verdad de lo anuncian, de
la buena noticia del amor y el perdón.
Es
también importante tener presente en nuestra a veces desalentadora tarea de anunciar
el
evangelio, de ser apóstoles, lo que dice Jesús acerca del éxito y lo que debe
ser el motivo de la verdadera alegría. Jesús invita a los 70 a no alegrarse por
sus aparentes éxitos apostólicos, sino porque sus nombres están inscritos en el
cielo. Lo que motiva la alegría de todo verdadero apóstol es su permanecer
unido al Señor ahora y en la eternidad, haciendo su deber y si es el caso
llevando las marcas de Jesús que son signo de su pertenencia a él.
Este
domingo también tenemos presente
en nuestra oración al patriarca Atenágoras I de
Constantinopla y la Jornada Nacional de Responsabilidad en el Tráfico. El lema
de la Jornada de este año es: “¿Qué luz te conduce? La fe te
responsabiliza al volante”. Esta es una iniciativa que pretende sensibilizarnos acerca de un tema
importante que nos afecta a todos. Muchas personas han perdido seres queridos
en accidentes de tráfico y no nos viene mal que se nos exhorte reiteradamente a
ser responsables al conducir. El patriarca Atenágoras murió tal día como hoy de 1972. Fue
el que se abrazó con Pablo VI en Jerusalén en 1964. Este fue el primer encuentro
entre los primados de las dos Iglesias, la de oriente y occidente, los dos
pulmones de la única Iglesia como dijo Juan Pablo II, después de más de 500
años, y llevó a la revocación de los decretos de excomunión mutua de 1054 que
escenificaron el gran cisma. Recordando al patriarca Atenágoras, rezamos por la
unidad de los cristianos, tan deseada por Jesús y que es fundamental para hacer
creíble nuestro anuncio del evangelio.
Encuentro entre Pablo VI y Atenágoras I Jerusalén, 5 de enero 1964 |