Homilía con
ocasión de la Semana de Oración
por la Unidad de
los Cristianos 2019
Comunidad Luterana
de la Friedenskirche (Iglesia de la
Paz)
Madrid, 21 de enero 2019
Madrid, 21 de enero 2019
La paz y la
misericordia de Dios, nuestro Padre, y de nuestro Señor Jesucristo sea con todos
vosotros. Amén.
Como se suele
hacer en esta Iglesia, oremos unos instantes en silencio pidiendo que Dios bendiga
la palabra: ¡Señor, bendice el habla y la escucha!
«Que la fiebre del
dinero no se apodere de nosotros; contentémonos con lo que tenemos, ya que es
Dios mismo quien ha dicho: “Nunca te abandonaré; jamás te dejaré solo”». ¡Qué
el Señor nos libere a nosotros y a nuestras Iglesias de la idolatría del
dinero, del vicio capital de la avaricia! Amén.
Queridos hermanos
y amigos:
Agradezco mucho a
esta comunidad luterana de la Friedenskirche,
Iglesia de la Paz, en especial a su pastor, Simon Döbrich, la invitación a
participar en este acto de culto y a dirigir unas palabras de reflexión sobre
el tema que se nos propone para este cuarto día de la Semana de Oración por la
Unidad de los Cristianos: «contentaos con lo que tenéis».
Sois una comunidad de habla alemana y siento mucho no tener los suficientes conocimientos de alemán para poder hablaros, aunque sea un poco, en vuestra lengua. Hablaré en español, esperando que los que solo habláis alemán podáis entender algo de lo que diré. Es tut mir sehr leid, aber ich spreche sehr wenig deutsch. Ich habe vor vielen Jahren Deutsch gelernt, aber ich habe fast alles vergessen. Ich hoffe, Sie können etwas von dem verstehen, was ich sage.
Fuente de la imagen: www.abc.es |
Me alegra mucho
estar aquí en esta bella Iglesia tan significativa para el ecumenismo en España
y en Madrid. Aquí hemos realizado varios actos juntos en los últimos años. Recuerdo
estar aquí en la celebración de sus 150 años en 2014, en la conmemoración de la
Reforma hace dos años y en la visita que hicimos los obispos y delegados de la
Comisión Episcopal de Relaciones Interconfesionales, de la Conferencia
Episcopal Española, en unas Jornadas celebradas en 2016. Tengo que reconocer
que me impone un poco este púlpito. En la Iglesia católica ya los usamos poco, sin
embargo, son un signo muy elocuente de la importancia da la palabra de Dios,
que es palabra eficaz capaz de hacer lo que dice, que tiene el poder de salvar
y liberar de los tantos demonios que nos dominan y esclavizan, como el de la
avaricia.
Estamos aquí en la
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos. Elevamos una común plegaria
en estos días al Señor para que seamos una sola Iglesia, como la fundó y quiso
Jesús, y que por culpa de nuestros pecados y fragilidades se fue dividiendo y,
en algunos casos, corrompiendo, siendo para muchos hoy un escándalo, una piedra
de tropiezo para acercarse al Señor, más que un instrumento, como debería ser.
Los materiales de
la Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos de este año han sido
Conferencia Episcopal Española |
preparados
por las Iglesias de Indonesia, un país muy plural y diverso – es el país más
grande del Sudeste asiático, con 265 millones de habitantes, con muchos grupos
étnicos, muchas islas, lenguas y religiones, siendo la religión mayoritaria el
Islam, que profesa el 86% de la población. Un país, enorme y plural que tiene
como lema nacional «unidad en la diversidad». Un país que hasta hace algunos
años vivía según sus normas y costumbres tradicionales, celebrando fiestas
juntos, ayudándose mutuamente entre los distintos grupos, considerándose todos hermanos
unos de otros. Sin embargo, en los últimos años, sobre todo a causa del
crecimiento económico desequilibrado, han surgido muchas tensiones y
situaciones de injusticia, corrupción y explotación de los más débiles- sobre
todo, mujeres y niños- y del medio ambiente. Los cristianos de Indonesia nos
invitan en esta Semana de Oración a «actuar con toda justica», a perseguir la
unidad de los cristianos también a través del ejercicio de la justicia,
buscando ser verdaderamente justos. En Indonesia se ha hecho cada vez más
difícil celebrar fiestas juntos, ya que han crecido las tensiones y los
radicalismos entre los distintos grupos. La corrupción se deja ver también en
la forma de administrar la justicia, donde se aceptan sobornos y se hace
acepción de personas. De ahí que el grupo que preparó los materiales eligió el texto
de Deuteronomio 16 para este año, que hace referencia al modo en que Israel
debe celebrar sus fiestas sin excluir a nadie, y a como los jueces deben
administrar la justicia buscando solo lo que es justo.
Las Iglesias de
Indonesia en sus documentos comparten la opinión de que la raíz de los males
del país es la avaricia e invitan a todos a una «espiritualidad de la
moderación». Esto también es lo que nos enseña la Palabra de Dios y nuestra
propia experiencia. «La avaricia, en efecto, es la raíz de todos los males y,
arrastrados por ella, algunos han perdido la fe y ahora son presa de múltiples
remordimientos», dice san Pablo a su discípulo Timoteo en la primera carta que
le escribe (1 Tim 6, 10). La avaricia, el amor desmesurado, el
apego al dinero, causa grandes males en nuestra vida y en la vida de nuestras
Iglesias y de nuestras sociedades. La tradición de la Iglesia ha visto en la
avaricia uno de esos vicios que causan muchos otros, llamándolo «capital».
Lutero en sus 95 tesis también denunció la avaricia como uno de los grandes
males de la Iglesia: «Mera doctrina humana predican aquellos que aseveran que
tan pronto suena la moneda que se echa en la caja, el alma sale volando. Cierto
es que, cuando al tintinear, la moneda cae en la caja, el lucro y la avaricia
pueden ir en aumento, más la intercesión de la Iglesia depende sólo de la
voluntad de Dios» (tesis 27 y 28).
Fuente de la imagen: protestantedigital.com/ |
Bien sabemos que el
apego al dinero nos hace insolidarios con los demás, miedosos de perder lo que
tenemos, incapaces de compartir y de acoger al hermano necesitado, al migrante
y al huésped, siempre preocupados por las cosas materiales que pensamos
necesitar, inquietos por el mañana, corruptos y afectos de ese mal que el papa Francisco
ha llamado la «mundanidad espiritual», que consiste en utilizar lo espiritual para
obtener beneficios materiales, como hacía la Iglesia en tiempos de Lutero con
la venta de indulgencias. La avaricia es una fiebre que si dejamos que se
apodere de nosotros nos enferma y nos lleva a la muerte espiritual y a ser
incapaces de amar al hermano.
La alternativa, queridos
hermanos y amigos, a esta forma de vivir que tiene como ídolo el dinero es la
que se nos propone en la palabra de Dios que hemos escuchado. Un estilo de vida
de hijos de Dios, que tiene su fundamento en la fe en un Dios bueno y
providente, que busca antes que nada el reino de Dios y todo lo justo y bueno
que hay en él, que acoge y practica la hospitalidad, que sabe cuidar y
custodiar la vida y nuestra casa común.
Así nos lo decía
el autor de la carta a los Hebreos:
Que la fiebre del dinero no se apodere de vosotros; contentaos con lo que tenéis, ya que es Dios mismo quien ha dicho: Nunca te abandonaré; jamás te dejaré solo.
Y así nos lo decía
también Jesús en el Sermón de la Montaña:
Así pues, no os atormentéis diciendo: “¿Qué comeremos, qué beberemos o con qué nos vestiremos?”. Esas son las cosas que preocupan a los paganos; pero vuestro Padre celestial ya sabe que las necesitáis. Vosotros, antes que nada, buscad el reino de Dios y todo lo justo y bueno que hay en él, y Dios os dará, además, todas esas cosas.
Creo que hoy en nuestras
vidas, en nuestras Iglesias, en el ecumenismo, se vuelve cada vez más
importante no tanto hacer cosas, cuanto asumir un cierto estilo de vida más
evangélico, un modo de vida verdaderamente cristiano, que dé un testimonio a
esta sociedad tan perdida y dividida, tan insolidaria, tan triste, tan
violenta, tan miedosa, que otro modo de vida es posible con la gracia de Dios:
- Es posible acoger al inmigrante, al diferente y no pasa nada, no perdemos nada, más bien lo contrario, ganamos todos.
- Es posible estar unidos como Iglesias, respetando nuestras diferencias, pero sabiéndonos hermanos, sin que ninguno pierda nada de lo suyo, sino enriqueciéndonos y celebrando los dones de Dios que tiene el otro.
- Es posible compartir y no competir con el hermano que tenemos cerca y ganar los dos.
- Es posible vivir con menos dinero y descubrir la dicha de la verdadera amistad, de la comunión y del compartir, de descubrir en el otro no un rival sino un hermano, herido como yo y que necesita amor.
Una de las
experiencias más hermosas que he tenido en los últimos meses, también desde un
punto de vista ecuménico, ha sido el encuentro europeo de jóvenes organizado
por la Comunidad de Taizé, que tuvo lugar hace pocos días aquí en Madrid. Lo
viví sobre todo como párroco. En un principio no me había propuesto recibir a
gente ni organizar nada en mi parroquia porque tenía un viaje programado esos
días, porque venía familia con la que debía estar y por un cierto recuerdo malo
de lo que fue la JMJ de Madrid en 2011 en relación a la acogida de los jóvenes
en mi zona. Pero al final cedí, vista la necesidad de acoger, y fue una verdadera
bendición de Dios para mi comunidad y para mí, porque experimentamos que otro
modo de vida es posible desde la fraternidad, la acogida, la confianza, el
compartir, la sencillez y la oración en común y descubrimos de nuevo que esto
es bello y llena el corazón.
¡Es verdad, queridos
hermanos y amigos, que otra forma de vivir es posible! Una forma de
vivir no
dominada por el amor al dinero. Una forma de vivir de la que los cristianos y
las Iglesias tenemos el deber de dar testimonio ante el mundo. Creo que este es
también el camino del ecumenismo del futuro. No tanto hablar de unidad y
quejarnos de su falta y del poco compromiso ecuménico de nuestras jerarquías y
organizar reuniones y celebraciones, cosas que a veces son buenas y necesarias,
sino crecer en nuestras Iglesias en la fidelidad a Cristo, que es lo que quería
Lutero, crecer en dar un testimonio común de vida de hermanos ante el mundo, de
hermanos comprometidos con la justicia y la custodia de la casa común. Iglesias
y comunidades que sean espacios de acogida, de reconciliación, de comunión; un verdadero
anticipo del Reino.
Para ello,
hermanos y amigos, tenemos que escuchar de nuevo con oídos abiertos la Palabra
de Dios que tiene poder para liberarnos del demonio de la avaricia por la fe. ¡Volvamos
a escuchar el kérygma, el anuncio
fundamental cristiano que nos dice que Jesús ha muerto y ha resucitado por nosotros,
que es el Señor, el Kyrios, el dueño
de nuestra vida, del mundo y de la historia, que es el que nos da el perdón de
los pecados y la vida eterna por pura gracia! Este anuncio escuchado con fe nos
libera de la esclavitud de las obras y también del miedo a la muerte que nos mantiene
esclavos del demonio y del dinero toda la vida, como dice la Carta a los
Hebreos (2,15). Este anuncio acogido con fe nos da la vida eterna en esperanza y nos
hace capaces de amar realmente al hermano. Muchas gracias. Amén.
Audio de la predicación: