Homilía 24-25 de diciembre 2011
Solemnidad de la Natividad del Señor
Virgen de Loreto (o de los Peregrinos) Caravaggio 1604-1605 Iglesia de San Agustín (Roma) |
Chesterton fue un escritor inglés de comienzos del siglo XX, convertido al catolicismo en 1922, conocido por ser el creador del personaje del Padre Brown, pero sobre todo por sus frases de mucho efecto, con las que expresaba su opinión no sin cierto humor, polemizando contra el racionalismo, el cientificismo y la crueldad del capitalismo de su tiempo. Una de sus célebres frases se refiere a los milagros y reza: “Lo más increíble de los milagros es que ocurren”. C. S. Lewis es otro escritor de habla inglesa de mediados del siglo pasado, originario de Irlanda, conocido por las Crónicas de Narnia y las Cartas del diablo a su sobrino. Lewis se convirtió del agnosticismo al anglicanismo, gracias también a la influencia de algunas personas cercanas como Tolkien. No llegó a hacerse católico como hubiesen querido sus amigos, sin embargo las opiniones que expresa en sus obras son muy cercanas a la doctrina de la Iglesia de Roma. Entre estas obras hay una que trata de los milagros en la que sostiene la tesis de que el milagro fundamental del cristianismo, el ‘gran’ milagro, es la encarnación de Dios, el Verbo que se hace hombre. Todos los demás milagros están en función de él: o lo preparan o son su consecuencia.
Sin embargo, en su tratado sobre los milagros, Lewis, antes de afirmar esto, considera necesario aclarar conceptos como ‘milagro’, ‘naturalismo’, ‘supernaturalismo’, ‘naturaleza’... Ya que aceptar o no la posibilidad de que ocurran milagros no es cuestión de pruebas científicas, sino de presupuestos filosóficos que se tienen y que muchas veces son implícitos y no se reconocen. Así, una persona de mentalidad radicalmente racionalista, niega ya de partida la posibilidad de que ocurran milagros, de que un poder superior y distinto a la naturaleza intervenga en ella. Esta persona no examinará con objetividad la evidencia a favor de un determinado milagro, por abrumadora que sea, sino que ya excluye de antemano que haya podido tener lugar. Es de notar, en contra de lo que muchos piensan, que entre los que excluyen la posibilidad de los milagros no están sólo los no creyentes, sino también muchos creyentes y, con frecuencia, los que se consideran más cultos.
Todo esto tiene que ver mucho con lo que celebramos hoy: el gran milagro de la encarnación del Hijo de Dios. Los cristianos creemos que un momento concreto de la historia del hombre sobre la tierra, en la ‘plenitud de los tiempos’ para Dios, hace algo más de dos mil años, Dios se hizo hombre, tomó carne en el seno de la Virgen María y se hizo uno de nosotros, ‘pasando por uno de tantos’. Vivió una vida en todo igual a la nuestra, quizás más humilde y más pobre, con la única diferencia que siempre fue obediente a la voluntad del Padre, nunca dijo que no ni se echó a atrás; ‘obediente hasta la muerte y la muerte de cruz’, se afirma de Él en la Carta a los Filipenses. Esto realmente es un gran milagro. Si verdaderamente nos paráramos a considerar lo que significa, y lo hiciéramos con frescura, no como algo que tenemos asumido y que creemos saber porque lo hemos oído muchas veces, sino como algo que escucháramos por primera vez, como una buena noticia que hoy nos llega, quedaríamos asombrados y confundidos, pasmados y extasiados, ‘flipado’ como diría quizás un joven. Dios, que nosotros imaginamos como lo más grande que se puede pensar, el eterno, el que no tiene tiempo, el infinito, el omnipotente, el trascendente, el ‘totalmente otro’ de los místicos, se hace uno de nosotros.
Lugar del nacimiento de Jesus en la Basílica de la Natividad de Belén: "Hic Verbum caro factum est." |
Pero para creerlo, aceptarlo y asimilarlo, para que dé en nosotros frutos de salvación, tenemos que dejar atrás la mentalidad racionalista autosuficiente y soberbia, que piensa no necesitar a Dios, que cree poder prescindir de Él tanto en la ciencia como en la vida. Esa mentalidad que pone límites a lo que Dios puede hacer, que se jacta de conocer las leyes del mundo y se ríe de los que califica como ignorantes y sencillos que creen en un Dios que interviene en la historia humana. Para reconocer este milagro del Dios que se hace hombre tenemos que purificar nuestros presupuestos filosóficos y aprender la sabiduría de la cruz que es más sabia que la ciencia de los hombres. Tenemos que hacernos como niños y como aquellos sencillos a los que Dios revela sus secretos mientras los esconde a los soberbios y arrogantes.
Las lecturas de las misas de Navidad quieren ayudarnos a ello. Nos presentan a María y a los pastores como aquellos que acogen la Buena Nueva de la salvación, del ‘Niño que nos ha sido dado’. Ellos que no tienen prejuicios racionalistas, que no son como los sabios según el mundo que se quedan en Jerusalén, ni como los poderosos que temen lo que amenaza su poder, sino son como los ‘pobres de espíritu’ de los que hablan la bienaventuranzas, son los que son capaces de recibir la buena noticia de un Dios que se hace niño. Porque son limpios de corazón pueden reconocer en ese Niño ‘envuelto en pañales y acostado en un pesebre’ al Mesías, al Señor.
Que Dios se haya encarnado, se haya hecho hombre en Jesús de Nazaret, viviendo una vida como la nuestra, tiene muchas implicaciones para nosotros. Es verdaderamente una Buena Noticia. Entre otras cosas la encarnación del Hijo de Dios significa que no estamos solos en un cosmos inhóspito y gélido en el que todo es fruto del azar. Significa que nuestra vida tiene sentido porque Dios la ha vivido. Significa también que puedo vivir el sufrimiento y el dolor sintiendo que Dios me comprende y está a mi lado.
¡Escuchemos otra vez sin prejuicios racionalistas, con la sencillez y humildad de los pastores y de María, como si estuviéramos ante ese mensajero que anuncia la Buena Nueva, esas palabras solemnísimas del prólogo del evangelio de san Juan. Unas palabras que son tan importantes que se leían en todas la misas y se ponían sobre el altar, palabras que se utilizan también en los exorcismos porque ahuyentan a los demonios, los de fuera y los de dentro! ¡Qué el Señor nos ayude a guardarlas en nuestro corazón como María y a entenderlas cada día mejor para que puedan dar mucho fruto en nuestra vida!
“Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros,
y hemos contemplado su gloria:
gloria como del Unigénito del Padre,
lleno de gracia y de verdad.”
(Jn 1, 14)