lunes, 4 de abril de 2011

Caminar como hijos de la luz

Homilía 3 de abril 2011
IV Domingo de Cuaresma (ciclo A)

Curación del ciego de nacimiento - El Greco (1567)
Hay muchas imágenes, metáforas, comparaciones que podemos utilizar para describir lo que significa encontrarse con Cristo, llegar a la fe, conocer el amor de Dios, recibir la iniciación cristiana. Algunas de éstas las encontramos en la Sagrada Escritura y en la Liturgia de la Iglesia; entre ellas están las que la Iglesia nos propone en estos domingos de cuaresma del ciclo A. Están tomadas del evangelio de san Juan y desde la antigüedad se han utilizado para instruir a los catecúmenos — aquellos que se preparan para recibir los sacramentos de la iniciación cristiana — sobre lo que acontece cuando uno se hace cristiano. Son el relato del encuentro entre Jesús y la samaritana de la semana pasada, la narración de la resurrección de Lázaro que se nos proclamará el próximo domingo, y el episodio de la curación del ciego de nacimiento de hoy. Cuando nos encontramos con Cristo, cuando Él entra en nuestra vida, todo cambia, nace algo nuevo, es como un renacer, es encontrar el agua viva que puede calmar nuestra sed, es salir de nuestras tinieblas y llegar a ver, es resucitar a una vida nueva.
¡Qué reveladora es la comparación de hoy entre fe y visión! Si hemos tenido esta experiencia de pasar — por puro regalo de Dios, por una elección gratuita suya — de no creyentes a creyentes, entendemos lo bien que esta comparación describe esta vivencia. Cuando tenemos fe vemos las cosas de una manera totalmente distinta, vemos los acontecimientos de nuestra vida, sobre todo los dolorosos e incomprensibles desde la perspectiva humana, bajo una nueva luz. En el evangelio de hoy, los discípulos le preguntan al Maestro de quién es la culpa de que el ciego haya nacido así, suya o de sus padres. Esta forma de pensar, de ver la enfermedad como castigo, de no encontrar sentido en lo que nos pasa y buscar un culpable, es la de una persona con una fe inmadura, una persona que todavía no ha descubierto al Dios Padre de Jesucristo ni ha conocido el amor de Dios. ¡Qué distinto es el modo en que las personas verdaderamente creyentes viven la enfermedad, la muerte, el dolor, el fracaso! Dice san Agustín que tenemos que poner en nuestros ojos el colirio de la fe para llegar a ver de verdad; llegar a ver nuestra vida, nuestra historia y nuestro mundo de un modo nuevo.
Iglesia de S. Mónica - Ostia Antica
it.wikipedia.org 
Pero la fe es un don. Forma parte de ese misterio de la elección divina del que nos habla la primera lectura. Dios, contra todo pronóstico humano y para sorpresa del profeta Samuel, elige entre los hijos de Jesé a David como rey. ¿Por qué nosotros tenemos fe y otros, quizás mucho mejores que nosotros, no? Por puro don inexplicable de Dios, es la respuesta. Por pura gracia. Pero sabemos también, como afirma el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, que la fe “es accesible a quien la pide humildemente” (n.  28). Y nosotros, por nuestra parte, debemos pedir este don para los demás, sobre todo para nuestros seres cercanos que más queremos, como hizo santa Mónica con su hijo san Agustín, cuya conversión fue debida, como él mismo dice, a las oración con lágrimas de su madre. Mucho puede la oración insistente del justo, dice el apóstol Santiago (Sant 5, 16). Por otro lado, los que tenemos fe, tenemos que agradecer este don, pedir al Señor que nos la aumente, cuidarla y cultivarla, porque es un regalo delicado que se puede perder.
En el evangelio de hoy también notamos como los distintos grupos reaccionan de forma diferente a la curación del ciego. El ciego sabe lo que ha pasado, lo ha experimentado ‘en su propia piel’, sabe que ha sido curado por una intervención  directa de Dios a través del ‘hombre que se llama Jesús’, y así lo manifiesta ante quien le pide explicación; más tarde, cuando se vuelve a encontrar con Jesús, lo reconoce como ‘el Hijo del Hombre’ de las profecías y se postra ante Él. La gente que lo había visto pidiendo limosna, en cambio, no sabe qué pensar y 'pasa' un poco del tema; se limita a opinar, es el público, los exponentes del ‘se dice’, ‘se piensa’, ‘quizás’, ‘puede ser’, como si no fuera la cosa con ellos. Los padres quieren evitar problemas, tienen miedo a las autoridades judías y afirman sólo lo mínimo indispensable para no mentir pero a la vez no ‘mojarse’. Los fariseos que creen ver, están cegados por los prejuicios que tienen sobre Dios y su forma de actuar. Según el texto del evangelio, habían ya decidido excluir de la sinagoga a quien reconociera a Jesús como el Mesías, y no podían entender que un enviado de Dios no guardara el sábado, haciendo barro en el día de descanso, y tampoco estaban dispuestos a recibir clases de uno que consideraban un pecador por su enfermedad, por muy de sentido común que fuera lo que dijera. ¡Qué fácil es creer ver y en cambio ser ciegos! ¡Cómo tenemos que tener cuidado con nuestros prejuicios! ¡Cómo puede con nosotros muchas veces la presión social y evitamos el compromiso, el tomar partido, el decir claramente la verdad, el salir de nuestras comodidades!
Pila bautismal - Pinilla de Jadraque (Guadalajara)
Esto nos lleva al segundo significado del relato de hoy, ligado también a la iniciación cristiana, al bautismo, pero bajo la perspectiva de la liberación del pecado. Para curar al ciego, Jesús hace barro con tierra y saliva, algo que los Padres de la Iglesia, como san Agustín, interpretan en referencia a la Encarnación, a la unión de la naturaleza divina de Cristo con nuestra humanidad, con nuestro barro. Y el ciego tiene que irse a lavar a la piscina de Siloé, signo del bautismo. En Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre, se nos da el perdón de los pecados a través del bautismo.
Todo esto está exquisitamente resumido en el prefacio de la misa de hoy: “Cristo, Señor nuestro... se hizo hombre para conducir el género humano, peregrino en tinieblas, al esplendor de la fe; y a los que nacieron esclavos del pecado, los hizo renacer por el bautismo, transformándolos en sus hijos adoptivos”.
                Cuaresma es para nosotros un tiempo para redescubrir y reavivar nuestra iniciación cristiana. Para darnos cuenta de lo que significa ser creyentes, agradecerlo a Dios que nos ha elegido sin mérito nuestro, y comprometernos de nuevo a vivir como hijos de Dios, a caminar como hijos de la luz como dice el apóstol Pablo en la segunda lectura, que también nos exhorta a despertarnos si estamos dormidos y a levantarnos si estamos muertos.

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