lunes, 27 de junio de 2011

La verdadera comida y bebida

Homilía 26 de junio 2011

Solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo (ciclo A)
Día la Caridad
San José María Escrivá


Tabgha
Hay grandes regalos que el Señor que nos ha hecho o nos hace continuamente y que posiblemente no valoramos ni agradecemos lo ‘justo y necesario’. Quizás porque nos acostumbramos a ellos, porque caemos en la rutina de disfrutar de ellos como algo normal, casi llegamos a pensar que nos son debidos, que son algo ordinario y no excepcional, quizás hasta creemos que el tenerlos es mérito nuestro. Esto nos pasa con muchas cosas de nuestra vida de todos los días, de nuestra vida ‘ordinaria’, que en el fondo, mirada bien, no es ‘ordinaria’ sino ‘extraordinaria’: el hecho mismo de existir, de ser, de tener vida; nuestra familia y amigos; nuestras relaciones; la salud, el trabajo, el amor, que cuando nos faltan nos damos cuenta lo importante que son. Pero también vale lo mismo para los dones espirituales: la fe, la relación con el Señor, el conocer a Dios, y, de un modo especial, la Eucaristía, que es lo que celebramos hoy.

¡Qué gran regalo es la Eucaristía! ¡Qué idea tan ‘genial’ tuvo Jesús en la Última Cena con sus discípulos —  de una genialidad claramente divina—, de inventarse este sacramento, este signo e instrumento de la unión con Él y de la unión entre nosotros, con el que lo hacemos realmente presente y renovamos su sacrificio de amor! Jesús sabía que su muerte estaba ligada a la terminación del culto del Templo de Jerusalén y al comienzo de un nuevo culto en ‘espíritu y verdad’, a un nuevo sacrificio, que llevaría a cabo definitivamente lo que los antiguos sacrificios no conseguían: la purificación del hombre y la reconciliación con Dios. Este sacrificio puro y perfecto del Siervo de Dios en la cruz, ofrecido una sola vez para siempre, se renueva por nosotros en la Eucaristía. Pero, ¡qué fácil es no valorar y agradecer este regalo y no vivir consecuentemente , de forma que nuestra vida se corresponda al don recibido!

Detalle del mosaico
Es contra este peligro que pone en guardia Moisés a su pueblo antes de cruzar el Jordán y entrar en la Tierra Prometida, como hemos escuchado en la primera lectura del Libro del Deuteronomio. El pueblo estaba a punto de disfrutar de esa tierra tan rica a y fértil que Dios había prometido a sus padres y en la que no le iba a faltar nada, pero corría el grave peligro de que viviendo en la abundancia, se olvidara de Dios y de su gracia, se creyera que poseer la tierra no era un regalo sino algo debido, algo fruto de sus propios méritos. Podía incluso olvidarse de que vivir en esa tierra implicaba ser fiel al Señor y a la alianza con Él. Moisés exhorta entonces al pueblo a recordar el camino recorrido, lo que Dios ha hecho, la liberación de Egipto y el maná del desierto, el proceso de prueba y purificación por el que ha tenido que pasar antes de entrar en posesión de esa tierra. Como Dios lo ha ido instruyendo para que aprendiera que ‘no sólo de pan vive el hombre, sino de todo cuanto sale de la boca de Dios’.

En el evangelio se nos dice algo de lo que significa el gran regalo de la Eucaristía que el Señor nos ha hecho. Jesús, hablando en la sinagoga de Cafarnaún sobre el pan de la vida, dice del que come de ese pan, que es Él mismo, su carne entregada por la vida del mundo, que ‘vivirá para siempre’, que ‘tiene vida eterna y será resucitado en el último día’, que ‘habita en el Señor y el Señor en él y que vivirá por Él’. Éste es el verdadero alimento que anhelamos y que nos libra de la muerte eterna. Dice bellamente santo Tomás de Aquino que es lo que Cristo ‘dejó a los suyos como consuelo en las tristezas de su ausencia’.

Sin embargo, la Eucaristía no sólo nos une con el Señor, sino también con los hermanos, con los que comparten el mismo pan. Algunos recordamos ocasiones cuando el padre de familia en una comida familiar partía un mismo pan y daba un trozo a cada uno de los que estábamos sentados a la mesa. Algo parecido debió hacer Jesús con los discípulos de Emaús que llevó a que se les ‘abrieran los ojos’ y lo reconocieran ‘al partir el pan’. Este comer un mismo pan crea una unión profunda entre los comensales. Esto vale de una forma muy especial para la Eucaristía. Impresiona sentir en reuniones entre cristianos la unión profunda que existe entre los participantes, aunque no se conozcan personalmente y sean distintos según su extracción social, su procedencia, su cultura, etc. Una unión que supera muchas barreras y que va más allá de simpatías personales y de reacciones humanas. Es una unión que tiene su fundamento en Jesús,  en la Eucaristía,  con la que nos unimos a Él y formamos un sólo cuerpo, una unidad orgánica. Es lo deseamos experimentar en la Jornada Mundial de la Juventud que celebraremos en Madrid en agosto. Es lo  que san Pablo afirma en la segunda lectura, haciendo un paralelismo entre los cultos idolátricos con su carácter demoniaco y la comunión cristiana: el pan que partimos es comunión del cuerpo de Cristo y ya que ‘el pan es uno, nosotros, siendo muchos, formamos un solo cuerpo, pues todos comemos del mismo pan’. Por eso el Día del Corpus es un día muy apropiado para ser también el día de Cáritas, el día de la institución de la Iglesia que se ocupa de animar y organizar la ayuda entre los hermanos que comparten la Eucaristía.


lunes, 20 de junio de 2011

“...en Él vivimos, nos movemos y existimos”


Homilía 19 de junio 2011

Solemnidad de la Santísima Trinidad (ciclo A)

Día Pro orantibus



Muchos hoy, cuando se les pregunta si creen en Dios, dicen que son agnósticos, quizás sin saber muy bien lo que significa, pero les suena menos ‘radical’ que declararse no creyentes o ateos. Y en parte tienen razón. El agnóstico a diferencia del ateo, no niega explícitamente la existencia de Dios, sino niega que se le pueda conocer, que sea accesible a nuestra razón, y, por tanto, piensa que lo mejor que podemos hacer sobre lo divino es callarnos.

caraacara.blogspot.com
                Esta forma de pensar no es nueva. Ya San Pablo se enfrentó a ella en el Areópago de Atenas. En su discurso en ese lugar hace referencia al Dios desconocido al que los atenienses habían construido un altar, y que es "el Dios que hizo el mundo y todo lo que contiene" y que “no está lejos de ninguno de nosotros, pues en Él vivimos, nos movemos y existimos”. Dios creó a los hombres para que lo buscasen, “a ver si, al menos a tientas, lo encontraban”. Y finalmente se nos ha revelado plenamente en Cristo, que con su resurrección ha sido designado juez de todos, termina afirmando el apóstol (Hch 17, 19-33).

                En nuestro contexto agnóstico, la fiesta que celebramos hoy de la Santísima Trinidad, nos invita a no caer en el escepticismo tan presente en la cultura que nos rodea. Aunque es verdad, en contra de lo que piensan los agnósticos, que podríamos llegar a saber algo de Dios con nuestra sóla razón como dijo san Pablo en Atenas y la Iglesia en el Concilio Vaticano I, Dios mismo nos ha venido al encuentro, ha tomado la iniciativa, se nos ha revelado, se nos dado a conocer y esto a través de su Hijo único. “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna” (Jn 3, 16), hemos escuchado en el evangelio de hoy. El mismos evangelista, Juan, dice en el prólogo: “A Dios nadie lo ha visto jamás: el Unigénito que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a  conocer” (Jn 1, 18). Y también en el mismo evangelio, en la oración sacerdotal de Jesús en la Última Cena, el Señor dice: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, único Dios verdadero, y a tu enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3) . Por tanto, Dios mismos se nos ha revelado, se nos ha dado a conocer en el Hijo, y en conocerle a Él, en el sentido profundo que tiene esta palabra en la Biblia, que indica no sólo conocimiento intelectual sino también comunión de vida, está la vida eterna.

La Trinidad de Andréi Rubliov
                La Iglesia llegó a formular la doctrina trinitaria, del Dios uno y trino, tres Personas y una sola naturaleza, a partir de su experiencia de Dios, de como Dios se había manifestado. La experiencia cristiana de Dios es de un Dios único, ‘pero no solitario’ como afirmó un Concilio de Toledo celebrado en el siglo VII, un Dios que ha salido de sí mismo y se nos ha entregado en el Hijo y que a su vez nos envía el Espíritu, vínculo de unión entre el Padre y el Hijo, para que también nosotros participemos de la vida divina. La doctrina de la Trinidad está muy ligada a esa casi-definición de Dios que encontramos también en los escritos de San Juan: “Dios es amor”. Si es amor, aún siendo uno, sale da sí mismo hacia el Otro y lo genera para darse totalmente a Él. Una buena forma de pensar en la Trinidad es como una comunión de personas tan intensa que se vuelven una, una comunión de personas que debe servir de modelo para nuestras familias, nuestras comunidades y para Iglesia entera, llamada a ser una comunión de comunidades, no una unidad uniforme, sino una unidad en la diversidad.

                Estando hace tiempo en Estados Unidos, en un partido de baseball, salió en un momento en el tablón luminoso del estadio un nombre en inglés y unos números: John 3: 16, Juan 3, 16. Me sorprendió mucho y quedé muy intrigado, porque en un principio no sabía a qué frase del evangelio de Juan hacía referencia, y por qué se le daba tanta importancia. Cuando me enteré de la frase me di enseguida cuenta no sólo de diferencia entre la cultura de Estados Unidos — modelo de verdadera libertad religiosa — y la nuestra, sino también del significado de esa frase. Es un resumen de la buena noticia del evangelio y es la primera frase del evangelio de hoy que antes también citaba: “Tanto amó Dios al mundo que entregó a su Hijo único para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna”. Esta afirmación de Jesús en su coloquio nocturno con Nicodemo puede, en un momento dado, cambiar nuestra vida. y es bueno que de vez en cuando la traigamos a la memoria.

                Nosotros nos encaminamos hacia la vida eterna en la que gozaremos para siempre de la intimidad con Dios, pero ya ahora en nuestro peregrinar por esta tierra pregustamos algo de ella a través de nuestra vida de comunión en la fe con las tres Personas divinas. Vivimos nuestra vida de cara al Padre, unidos a Jesucristo y configurados a Él, y esto gracias al Espíritu que inhabita en nosotros.

Hoy celebramos también la Jornada Pro orantibus, ‘Por los que rezan’, es decir, por los contemplativos. Ellos, movidos por su unión con el Dios uno y trino que sienten en lo más íntimo de su ser y que quieren cultivar, han elegido la parte mejor como Jesús dice de María de Betania, y emplean su vida en la alabanza, en la acción de gracias y en la intercesión por nosotros en unión al único y eterno sacerdote. Demos gracias a Dios por tantos hermanos nuestros que rezan continuamente por nosotros, pedimos por las vocaciones a la vida contemplativa tan importantes para la Iglesia, y agradecemos a Dios este don que es anticipo y signo de la vida eterna que se nos promete.

jueves, 16 de junio de 2011

La caridad, Caravaggio y las siete obras de misericordia

Reflexiones teológicas a partir de algunas obras de Caravaggio (1)


Retrato de Caravaggio
Michelangelo Merisi (1581-1620), natural del pueblo de Caravaggio, cerca de Bergamo, en la región italiana de Lombardía — ‘Caravaggio’ como él mismo quiso que se le llamara —, no sólo fue un pintor revolucionario para su época, con su uso tenebrista del claroscuro, con su interpelante realismo en oposición al manierismo elitista de su tiempo, sino también es un artista que nos lleva a ver en una luz distinta importantes temas teológicos. Su vida y su pintura fue motivo de escándalo en su tiempo, creando fuertes y violentas divisiones entre partidarios y detractores, y hoy también su obra no nos deja indiferentes.

                Deseo tomar en consideración algunas de sus obras más señaladas que nos interpelan sobre temas fundamentales de nuestra fe y vida cristiana como, por ejemplo, la vocación, la redención y el papel de María en ella, el ejercicio de la caridad...

Interior de la Iglesia del
Pio Monte de la Misericordia
                Empezando por esto último, fue un obra de Caravaggio sobre este tema, con la que me ‘crucé por casualidad’ una tarde en un paseo por la Nápoles antigua, la que despertó mi interés en este gran pintor de los comienzos del barroco. El lienzo representa las siete obras de misericordia y se encuentra en el retablo del altar mayor de la Iglesia del Pio Monte de la Misericordia que era una institución benéfica, fundada en 1601 por siete jóvenes aristócratas.

Las siete obras de misericordia
                En el cuadro, realizado en pocos meses, entre octubre (o noviembre) de 1606 y enero de 1607, se representan en el mismo espacio y tiempo las siete obras de misericordia corporales, como si tratara de una escena en una de las callejuelas de Nápoles, quizás la misma donde se situaba la asociación benéfica que comisionó la obra. En la parte superior del cuadro hay una apertura a la trascendencia ('rompimiento de la gloria'), con la Virgen y el Niño que miran con ternura la escena humana que tiene lugar a sus pies y proyectan su luz sobre los muros de la cárcel. La Virgen, pintada en una fase adelantada de la obra, es a la Madonna della Misericordia que inicialmente dio título al cuadro, y a la vez la Madonna del Purgatorio por la que había mucha devoción en Nápoles. En la parte superior también están dos ángeles, uno de ellos con la mano extendida en alusión al juicio final. Pero ninguno de los personajes de abajo mira hacia arriba, ni tiene una mirada de esperanza. Más bien las caras muestran angustia, preocupación, miedo... Los actos de caridad que llevan a cabo parecen de lo más ordinario y realizados no por inspiración divina sino de forma natural. Aún así, la gracia divina está presente e incumbe también el juicio divino. El pintor, junto a representar una verosímil escena de una calle de la Nápoles donde residió poco tiempo huyendo de Roma, una ciudad bulliciosa, cosmopolita, con un enorme contraste entre ricos y pobres y donde los muertos podían permanecer en las calles si nadie se ocupaba de enterrarlos, también hace alusión a personajes bíblicos y mitológicos, y a santos, como Sansón, San Martín, Santiago, Cimón...
                Según el Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica las obras de misericordia corporales son siete:

·         Visitar y cuidar a los enfermos.

·         Dar de comer al hambriento.

·         Dar de beber al sediento.

·         Dar posada al peregrino.

·         Vestir al desnudo.

·         Redimir al cautivo (visitar a los encarcelados).

·         Enterrar a los muertos.

En el lienzo se representan estas siete obras de misericordia con un realismo que desborda e interpela, muy distante de los idealismos que eran comunes en la pintura de la época de Caravaggio, sin representar a ricos que ayudan a pobres — como quizás esperaban los aristócratas del Pio Monte della Misericordia que habían encargado la obra y que atendían a los enfermos en el famoso hospital de los Incurables de la ciudad —, sino a pobres que ejercen la caridad con otros pobres y pintados como vestían en tiempos del artista. Sin embargo, en esta situación y ambiente, entre estas personas, se hace presente Dios. Esta es la gran genialidad de Caravaggio y el fundamento de la revolución que introdujo en el arte sagrado de su época: el realismo desgarrador en el cual y a través de cual transcurre la historia de la salvación.

Las obras de misericordia corporales hacen referencia y surgen de un texto del evangelio de san Mateo sobre el juicio final:

Cuando venga en su gloria el Hijo del hombre, y todos los ángeles con él, se sentará en el trono de su gloria, y serán reunidas ante él todas las naciones. Él separará a unos de otros, como un pastor separa las ovejas de las cabras, y pondrá las ovejas a su derecha y las cabras a su izquierda. Entonces diré el rey a los de su derecha: “Venid vosotros, benditos de mi padre; heredad el reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme”. Entonces los justos le contestarán: “Señor, ¿cuándo te vimos con hambre y te alimentamos, o con sed y te dimos de beber?; ¿cuándo te vimos forastero y te hospedamos, o desnudo y te vestimos?;¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel y fuimos a verte?” Y el rey les dirá. “En verdad os digo que cada vez que lo hicisteis con uno de estos, mis hermanos más pequeños, conmigo los hicisteis”: Entonces dirá a los de su izquierda: “Apartaros de mí, malditos, id al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles. Porque tuve hambre y no me disteis de comer...” (Mt 25, 31-46).

En este texto evangélico las obras son seis y se repiten cuatro veces y son las que constituirán la base del juicio divino. El hecho de que se repitan cuatro veces indica la importancia de las mismas, en su concreción, e impide que se pueda interpretar este texto de un modo demasiado general. Todas estas acciones eran importantes para la sobrevivencia en la Nápoles de inicio del siglo XVII, junto con la de enterrar a los muertos que ya en la época medieval se añadió a la lista de la obras de misericordia corporales. Hay que ejercer la caridad con acciones concretas, nos parece decir esta obra, sin mirar mucho al cielo. Por otro lado, este cuadro se pinta en la época de la contrarreforma, cuando la Iglesia después del Concilio de Trento quiere resaltar contra los protestantes que la “fe sin obras está muerta”.

Detalle del lienzo
                Sin embargo, lo que más impresiona e interpela de este lienzo, lo que llama enseguida la atención y provoca, o escandaliza a algunos, es la figura de la mujer joven que amamanta a un viejo que está detrás de unas rejas. Sobre estas dos figuras converge mucha luz, luz que también proviene de las figuras en la parte superior del cuadro, es decir, luz divina signo de la gracia, según la técnica del claroscuro de Caravaggio. Estas figuras representan a la vez dos de las obras de misericordia, la de dar de comer a los hambrientos y la de visitar a los presos. La mujer mira con cara de preocupación o angustia, emitiendo un grito o preparada para hacerlo, y con su falda hace de biberón al viejo. De la cara del viejo sale también mucha luz, como si renaciera a la vida, y en su barba pueden verse algunas gotas de leche. La idea en la que se fundamenta esta representación es una historia conocida como ‘caridad romana’, que se encuentra en la obra del escritor Valerio Máximo De la piedad de una hija con su padre (Factoruum et Dictorum, IV, V, 4). La historia trata de una matrona romana de nombre Pero que salva la vida de su padre moribundo, Cimón, condenado a muerte por hambre, dándole de mamar de su pecho. Es una historia de amor filial, pero la genialidad ‘teológica’ de Caravaggio está en haberla asociado a las obras de misericordia, lo que no se había hecho antes, y proponerla como modelo de caridad cristiana.

                Esto puede escandalizar a algunos de mentalidad ‘burguesa’ o puritana que dudarán si dar de la propia leche a un padre en esa situación se pueda considerar un acto de caridad, o más aún, ponerlo como modelo de la caridad de Cristo. De hecho, algunos críticos han tachado la mujer de ‘histérica’. Sin embargo, yo sí creo que es una excelente representación de la caridad, una representación que nos provoca, ya que la caridad que nos ha mostrado el Señor y que tiene para con nosotros va más allá de las convenciones, de las ‘buenas maneras’ y hasta de la leyes religiosas. La caridad no tiene límites más que el bien del otro, no tiene una ley que la pueda encasillar. Las caridad nos puede pedir en algunas circunstancias que vayamos contra las leyes más sagradas y hasta que aparentemente nos separemos de Dios.

                Algunas palabras de la Escritura son prueba de ello y este cuadro de Caravaggio nos ayuda a entenderlas, por escandalosas que sean, y a evitar interpretaciones tranquilizadoras que les quitan su fuerza:

Cristo nos rescató de la maldición de la ley, haciéndose por nosotros maldición, porque está escrito: Maldito el que cuelga de un madero; y esto, para que la bendición de Abraham alcanzase a los gentiles en Cristo Jesús... (Gal 3, 13-14).

Digo la verdad en Cristo, no miento — mi conciencia me atestigua que es así, en el Espíritu Santo—: siento una gran tristeza y un dolor incesante en mi corazón; pues desearía ser yo mismo un proscrito, alejado de Cristo, por el bien de mis hermanos, los de mi raza según la carne... (Rm 9, 1-3).

martes, 14 de junio de 2011

El don del Espírito. Necesario para ser cristianos.


Homilía 12 de junio 2011
Domingo de Pentecostés (ciclo A)



                “Hermanos: Nadie puede decir: ‘Jesús es Señor’, si no es bajo la acción del Espíritu Santo”, acabamos de escuchar en la segunda lectura. Es el Espíritu que nos hace cristianos, nos hace aceptar la buena noticia del evangelio, nos hace reconocer en Jesús de Nazaret al Hijo de Dios, al Mesías, al Señor. Más aún, es el Espíritu que transforma nuestra interioridad y nos da la vida nueva que nace de la Pascua; nos da los sentimientos de Cristo, nos hace entender sus enseñanzas y nos hace capaces de vivirlas.
                Hoy terminamos este tiempo pascual, cincuenta días después del domingo de resurrección, haciendo memoria de ese acontecimiento que tiene lugar el día de Pentecostés y que se nos narra en la primera lectura: el Espíritu Santo baja sobre unos apóstoles miedosos y los empuja a predicar con valentía la buena nueva a todos los pueblos. Sin este acontecimiento el misterio pascual hubiera permanecido incompleto. Dios habría enviado su Hijo único que se entrega por nuestra salvación pero esto quedaría como algo externo a nosotros, que no nos transforma, no nos salva. Es el Espíritu que trae a nosotros los frutos de la Pascua y nos cambia desde dentro, como convierte las especies eucarísticas en el cuerpo y la sangre del Señor.

siemprefoward.blogspot.com
                Es paradójico que el Espíritu es ‘el gran desconocido’ y al mismos tiempo el más cercano a nosotros. Los teólogos hablan del Espíritu como una de las Personas divinas de la Santísima Trinidad, el vínculo de unión entre el Padre el Hijo, el amor que une a los Dos y que es Persona divina y se desborda saliendo de la Trinidad para llegar hasta nosotros, hasta nuestro corazón. La Escritura más que hablar de su naturaleza, su esencia, usa imágenes para describirnos sus efectos, lo que hace en nosotros y en la Iglesia. Así se nos dice que es viento, fuego, agua, paloma, etc.

Cuando sentimos lo difícil que es ser cristianos, vivir las enseñanzas de Jesús, perdonar a los que nos han ofendido, construir unidad en nuestro entorno, en nuestro matrimonio, en nuestra familia, en nuestra comunidad... cuando sentimos que nos falta fe, esperanza y caridad... cuando notamos que no tenemos paz y que nos sentimos culpables y lejos del Señor... entonces es el momento de pedir el don el Espíritu que el Señor promete a quien se lo pide con fe. “Si vosotros, pues, que sois malos, sabéis dar cosas buenas a vuestros hijos, ¿cuánto más el Padre del cielo dará el Espíritu Santo a los que se lo piden?” (Lc 11, 13).

La tradición de la Iglesia, partiendo de un texto de Isaías aplicado a Jesús (11, 1-2), habla de los siete dones del Espíritu, que son concreciones del único don que es el Espíritu mismo y que nos ayudan a entender su acción en nosotros: sabiduría — el gustar de las cosas de Dios; inteligencia — poder entender la Palabra de Dios y las verdades reveladas; consejo — saber tomar las decisiones importantes de nuestra vida y las de todos los días; fortaleza — poder mantenernos fieles y fuertes en el seguimiento del Señor; ciencia — saber ver y valorar las cosas del mundo según Dios; piedad — sentirnos hijos de Dios; temor de Dios — ser conscientes de la trascendencia de Dios y de que somos criaturas suyas.

www.flcpa.org
También nos enseña la tradición de la Iglesia los doce frutos del Espíritu, tomando como referencia un texto de San Pablo en su carta a los Gálatas, donde contrapone el hombre que se deja arrastrar por la ‘carne’, es decir, por la concupiscencia, el egoísmo y la soberbia, y el hombre que camina según el Espíritu. Las obras de la carne son conocidas y comprometen nuestra entrada en el Reino de Dios — divisiones, rivalidades, idolatría, envidias, fornicación, borracheras, etc. —mientras el que se deja guiar por el Espíritu produce el fruto del Espíritu en él y los demás, que es: amor, alegría, paz, paciencia, longanimidad, bondad; benignidad; mansedumbre, fe, modestia, continencia y castidad (en la traducción de la Vulgata). Estos doce frutos nos ayudan a discernir si nos estamos dejando guiar por el Espíritu o por la concupiscencia. Cuando se mira desde fuera una relación entre amigos y aún más claramente la vida de un matrimonio, es bastante fácil darse cuenta si es el Espíritu que está mandando o el egoísmo y la soberbia. Cuando somos nosotros los que estamos implicados en esa relación puede ser más difícil, pero es un ejercicio que tenemos que hacer, quizás con la ayuda de un director.

Pero tampoco podemos olvidar los carismas a los que alude la segunda lectura de hoy, que son los dones del Espíritu para la edificación de la comunidad. El Espíritu siempre está dando a los miembros de la Iglesia estas cualidades que los hacen aptos para ejercer diferentes servicios, pero distinta cuestión es si ponemos estos dones a servicio de los demás o si, como el de la parábola que escondió el talento, los guardamos para nosotros. Yo estoy seguro que aquí entre nosotros el Espíritu ha sido muy generoso y ha dispensado muchas cualidades que pueden ser puestas al servicio de la comunidad y de la Iglesia: el don de enseñar y transmitir la fe, de animar con el canto la liturgia, de encargarse de la economía parroquial, de los servicios asistenciales y de caridad, de la catequesis, y quizás otros que superan el ámbito de la comunidad y están relacionados con la sociedad civil. Estos dones tenemos que utilizarlos con generosidad y sin falsa humildad para el bien de la Iglesia y la humanidad. Los carismas, a diferencia de los dones del Espíritu y los frutos de los que hablábamos antes, son dados gratuitamente no para uno mismos sino para los demás.

Pidamos hoy al Padre bueno, con la intercesión de María que se reunía en el cenáculo con los Apóstoles para rezar, el don del Espíritu, para que podamos ser cristianos y sentirnos y vivir como hijos suyos.

martes, 7 de junio de 2011

Mirar al cielo

Homilía 5  de junio 2011

Ascensión del Señor (ciclo A)


Tríptico románico de marfíl del siglo XI (Francia)
preguntasantoral.es
                Un momento muy señalado de la Misa es cuando el sacerdote, al comenzar la plegaria eucarística, antes de consagrara el pan y el vino, nos invita a levantar nuestros corazones: “Levantemos el corazón”; “lo tenemos levantado hacia el Señor” contesta la asamblea. ¡Ojalá fuera verdad no sólo en la celebración eucarística, sino también en nuestra vida diaria! Lo habitual es que tengamos nuestros corazones dirigidos a la tierra, a las cosas de aquí abajo, ocupado con los negocios mundanos y que se levante poco hacia lo alto, hacia donde está el Señor sentado a la derecha del Padre, hacia nuestra verdadera patria, hacia esa morada que nos tiene preparada el Señor. Quizás este es el motivo real por el que muchas veces nos sentimos tristes, apesadumbrados, frustrados, preocupados con tonterías que no llenan nuestro corazón y enfadados con nosotros mismos por dedicar tanto tiempo y energías a nimiedades,. ¡Qué sabias son esas palabras del Maestro: “donde está tu tesoro, allí está tu corazón”! Muchas veces consideramos nuestro tesoro lo que no lo es y esto nos aprisiona, nos esclaviza. San Pablo también nos dice que “si habéis resucitado con Cristo, buscad los bienes de allá arriba, donde está Cristo sentado a la derecha de Dios; aspirar a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3, 1-2).

                La primera lectura de hoy, fiesta de la Ascensión del Señor, nos narra que los apóstoles al ver a Jesús resucitado ascender delante de ellos ‘miraban fijos el cielo viéndole irse’. Se les presentaron entonces dos hombres vestidos de blanco que les dicen: “Galileos, ¿qué hacéis ahí plantados mirando al cielo? El mismo Jesús que os ha dejado para subir al cielo volverá como lo habéis visto marcharse”. Estas palabras de los ángeles no son una recriminación a los apóstoles por mirar al cielo, sino indican que con la ascensión del Señor empieza una nueva etapa en la historia de salvación, la etapa de la Iglesia, de su misión en el mundo. Ahora el Señor estará presente de un modo nuevo y ellos tienen que anunciar el evangelio hasta los confines del mundo, hasta que Él vuelva. Pero los apóstoles no deben dejar de ‘mirar al cielo’ donde está su verdadero tesoro, sino deben enseñar a los demás a hacerlo, a poner sus corazones en el Señor que es el verdadero tesoro y el único que salva.

                Del mismo modo el evangelio de este día habla de la misión de la Iglesia y de la nueva presencia del Señor entre los suyos. Los apóstoles son enviados por el Señor resucitado, que tiene ‘pleno poder en el cielo y en la tierra’, a hacer discípulos de todos los pueblos, por medio del bautismo y de la enseñanza . Es difícil decir tanto en tan pocas palabras. Los Once, los que había elegido el Señor y que habían compartido su vida, exceptuando a Judas, ahora son enviados a todos los pueblos para hacer discípulos. También se les dice los instrumentos que tienen que utilizar para ello: los sacramentos y la enseñanza de las palabras de Jesús. Y el Señor promete su presencia continuada hasta el fin de los tiempos.

                La fiesta de la Ascensión del Señor que hoy celebramos significa esto: la misión de la Iglesia y la nueva presencia de Jesús entre nosotros. En la misión de la Iglesia participamos todos, según nuestro lugar y función en el cuerpo de Cristo. Unos continúan la misión de los Once — los obispos —, otros ejercen como sus colaboradores y son administradores de los misterios de Dios — los sacerdotes —, otros hacen presente ya aquí la realidad escatológica del Reino — los consagrados —, otros con su trabajo y vida familiar ofrecen sacrificios espirituales agradables a Dios y se esfuerzan por transforman las realidades temporales según la voluntad del Señor —los laicos —. Y el Señor acompaña la acción de su Iglesia con su presencia, con su Espíritu.

nientepercaso.blogspot.com
Todo esto se hace muy concreto y real para nosotros, se actualiza, en la celebración litúrgica, como esta Eucaristía que estamos celebrando. Aquí se reúne la comunidad cristiana que es el cuerpo de Cristo con su multiplicidad de funciones y ministerios. La liturgia, dice el Concilio Vaticano II, es culmen y fuente de la vida de la Iglesia, es punto de llegada, pero también de partida. Aquí empieza y termina la misión que Jesús encomendó a los Once. En la liturgia el que celebra es el ‘Cristo total’, cabeza y cuerpo, el Señor sentado a la derecha del Padre y nosotros sus miembros, uniendo así cielo y tierra. En la Eucaristía levantamos nuestro corazón, miramos al cielo, sentimos y celebramos la presencia del Señor entre nosotros, y somos enviados al mundo para hacer nuevos discípulos que puedan compartir con nosotros el pan y el vino de la nueva alianza.

                ¡Qué el Señor nos ayude en este mes del Sagrado Corazón a tener nuestro corazón levantado, nuestra mirada dirigida al cielo, y que nos empeñemos en la misión que nos dejó encomendada, sabiendo que Él nos acompaña, que está siempre con nosotros, que es el Emanuel, según la profecía de Isaías que se cita al comienzo del evangelio de Mateo, cuya conclusión se nos ha proclamado hoy.

sábado, 4 de junio de 2011

La laicidad asfixiante que 'impone' la masonería

               

            Dejando de lado las importantes cuestiones de la compatibilidad entre cristianismo y masonería, de las diferencias entre las distintas masonerías, y de la posible distinción entre una laicidad anglosajón y otra europeo-francés, deseo considerar el tipo de laicidad que nos propone la masonería, en concreto la más antigua de las obediencias masónicas, y que tanta influencia directa e indirecta está teniendo en nuestro país y en todo el proceso de construcción europea.

                Lo quiero hacer a partir de un texto oficial, que publicó el Gran Oriente de Francia hace años con el título Libro blanco de la laicidad y que se puede encontrar en su página web: www.godf.org. Al final de este post adjunto el original francés. Una buena traducción al castellano se puede encontrar en el apéndice del libro de Cesar Vidal La masonería. Quiero demostrar que si vamos más allá de una lectura superficial del texto, que en un principio podría hasta parecernos muy aceptable y recomendable, nos encontramos con una propuesta de un tipo de sociedad asfixiante, carente de una verdadera libertad, en la que la única religión permitida y que todos deben acatar es la del laicismo estatal que se impone a todos por encima de sus convicciones personales. Lo haré ofreciendo un breve resumen de este Libro blanco para después expresar mi opinión.

RESUMEN

                En este documento se presenta la laicidad como punto de llegada de un proceso histórico de emancipación del hombre y de la sociedad de todo totalitarismo y oscurantismo, sobre todo el de la Iglesia Católica y la religión cristiana. Como etapas destacadas de este proceso, del surgir de la ‘idea laica’, se señalan el Renacimiento, la Reforma, la Revolución y la República. Evidentemente, el texto tiene especialmente presente el caso de Francia, pero se afirma que lo que podría llamarse una ‘especificidad francesa’ no es en el fondo tal, sino que es extrapolable a otros países y es lo deseable, ya que éstos están sólo más atrasados en su desarrollo. Sin embargo, y como primera consideración crítica, cualquiera puede constatar que la lectura que se hace en este documento de la historia del surgir de las democracias modernas es tendenciosa, al ignorar el origen de las democracias anglosajonas. Aun así, se dice que la laicidad, la ‘francesa’, es la única ‘regla de vida’ posible de la sociedad democrática y la única que garantiza una paz estable.

Casa del Libro
                Esta laicidad se fundamenta en dos pilares: la libertad absoluta de conciencia — con su corolario que es la libertad de expresión —, y la más estricta separación entre Iglesias y Estado, distinguiendo claramente el ámbito del interés general de la convicción individual. Estos dos principios no admiten excepciones y hay que defenderlos en su radicalidad, sin compromisos. De este modo, hay que abolir todo régimen concordatario; la Iglesia se debe mantener sólo con los medios que aportan los fieles; hay que ir hacia una ‘laicización del estatuto del cuerpo’ que implica la libre disposición del propio cuerpo y la elección del tipo de familia que se quiere formar; la Iglesia en cuanto tal no debe formar parte de los ‘comités de ética’ cuyos miembros deben ser elegidos en base a criterios de competencia y no ideológicos; la ley civil es la única que puede organizar los ámbitos de la vida cívica y social; hay que evitar toda influencia de la Iglesia en la investigación científica y en la escuela, etc.

                En el contexto multicultural actual, el ideal laico propone la integración, no la yuxtaposición de comunidades diferentes con ‘desarrollos separados’ como es el caso de las sociedades del mundo anglosajón. Esta integración se basa en la aceptación de la moral laica de tolerancia mutua y respeto hacia los demás, cuyos únicos límites son la intolerancia, el rechazo al otro, el racismo y el totalitarismo. La pertenencia a comunidades es aceptada en la medida en que no ponga en cuestión los principios de libertad, dignidad humana e igualdad. La religión se considera un asunto de convicción personal y las Iglesias no interesan al Estado más que en la medida que sus manifestaciones conciernan el orden público. Tampoco pueden éstas pretender ningún privilegio o trato de favor.

                Todo esto implica controlar la escuela, los medios de comunicación, la cultura y la creación artística para implementar la idea laica y evitar todo lo que la ponga en peligro.

COMENTARIO

                No es difícil notar que esta propuesta va mucho más allá de sugerir unos principios mínimos para la convivencia civil, y que, en cambio, es una propuesta ideológica, es decir, una serie de creencias que se piensan son las únicas que pueden fundamentar una sociedad democrática y afianzar una paz estable, y que, por tanto, se imponen a quien quiera formar parte de la sociedad. En principio se tolera todo, excepto lo que ponga en cuestión estos principios que se consideran punto de llegada del desarrollo histórico de la humanidad y lo mejor para el hombre y para la sociedad. La pertenencia a comunidades religiosas o de otro tipo se tolera aunque tiene que venir después de acatar y vivir según la ‘idea laica’.

                Creo que muchas personas al leer este Libro blanco de la laicidad sentirán la misma sensación de asfixia que he sentido yo. En el fondo, estamos ante un totalitarismo, que quiere controlarlo todo, partiendo de los medios de comunicación y la educación escolar, y que se pone por encima de toda las demás creencias que puedan tener los individuos. Esta propuesta ideológica también tiene claros tintes mesiánicos al considerar que es el punto de llegada de un desarrollo histórico que persigue la liberación del hombre y de la sociedad de todo lo que oprime, que en fondo se identifica con la Iglesia Católica y la religión. El mesianismo cuando se alía con el totalitarismo se vuelve muy peligroso, como tristemente ha mostrado la historia del siglo pasado. No es de extrañar que cualquier persona religiosa, no sólo el católico, se sentirá muy incómodo con esta propuesta. Para el creyente sólo a Dios se le debe una adhesión incondicional y absoluta que está por encima de todo los demás, también del Estado o de una ideología. Los mártires de los primeros siglos murieron al no querer adorar los dioses del Imperio, al no querer reconocer al Estado atributos divinos, al testimoniar que el verdadero Mesías, el único salvador de la humanidad, es el Señor y ningún otro ni ninguna ideología.

ENALCES RELACIONADOS
Cardenal Bertone: "No es lo mismo laicidad que laicismo"











LIVRE BLANC DE LA LAICITE

Grand Orient de France - 16, rue Cadet - 75009 Paris

www.godf.org

A notre Frère Xavier Pasquini

(édition initiale : Novembre 2001)





Introduction



La laïcité est un concept relativement récent puisque, sous sa forme actuelle, elle est institutionnalisée en France depuis 1905. Elle est encore bien souvent incomprise à l'extérieur de nos frontières, à tel point que le mot, intraduisible dans la plupart des autres langues, est souvent utilisé «en français dans le texte ».

Il est donc apparu utile, sinon d'en donner une définition définitive, d'en exprimer les contours, de l'expliquer, d'en évaluer les origines, les implications modernes et l'avenir. La laïcité s'appuie sur deux piliers: l'éthique (la liberté absolue de conscience) et le statut civique (séparation des Eglises et de l'Etat).

Elle établit strictement la différence entre deux univers distincts : l'intérêt général et la conviction individuelle. Par ailleurs, il est devenu indispensable de reconnaître "l'existence d'une réelle bigarrure culturelle", qui ne peut que s'accentuer avec l'intégration à l'Europe de nations de plus en plus diverses. La question est de savoir comment nous pourrons gérer cette diversité tout en maintenant notre conception de l'universalité républicaine. Enfin, le doute identitaire, la crainte de perdre son âme et sa propre identité, nourrissent toutes les formes d'intégrisme (ethnique, culturel, religieux surtout), qui voient dans la laïcité, non pas un choix de société et la condition de la paix sociale, mais un risque supplémentaire de dissolution de cette identité. La laïcité est une règle de vie en société démocratique. Elle impose que soient donnés aux hommes, sans distinction de classe, d'origine, de confession, les moyens d'être eux-mêmes, libres de leurs engagements, responsables de leur épanouissement et maîtres de leur destin.



I. L 'histoire - Spécificité française



La revendication laïque s'est essentiellement développée là où une église, en l'occurrence ici l'Eglise catholique romaine, a voulu imposer un pouvoir totalitaire au sens strict, c'est-àdire englobant tous les aspects de la société civile, politique, écono-mique, en fait là où la religion est devenue pouvoir. Face à ce pouvoir se sont manifestées des velléités successives de libération tantôt politique, tantôt spirituelle ou les deux à la fois. Au Moyen-Age, c'est à l'intérieur de l'Eglise catholique que naissaient ces mouvements vite qualifiés d'hérétiques et rapidement étouffés. Des premiers réformateurs aux philosophes du XVllle siècle, l'idée a évolué, restant cependant associée à un double mouvement émancipateur :

- celui de la pensée libre s'affranchissant peu à peu des croyances obligatoires;

- celui d'une société revendiquant des libertés politiques.

Face à cela, l'Eglise catholique, dirigée par une papauté accrochée à un pouvoir temporel que ne lui reconnaissent même pas ses textes fondateurs, s'est au contraire enfermée de plus en plus dans un refus total, une négation définitive de tout mouvement émancipateur. En France, l'alliance plus que millénaire entre "le Trône et l'Autel" a rendu inévitable la contestation religieuse à partir du moment où se développait la contestation politique. Dans cet état d'esprit, les philosophes du XVllle siècle, animés par l'esprit des Lumières, mènent un double assaut idéologique contre les deux formes de l'absolutisme, royal et religieux. La revendication de la liberté de penser et la référence à la Raison radicalisent ce mouvement parfaitement illustré par Condorcet.

Au XIXe siècle, la formation progressive de l'idée républicaine, son ancrage sur la plate-forme des libertés révolutionnaires, du progrès social, de la libération des esprits de toutes les formes d'obscurantisme, a apporté la dernière touche à cette évolution.

La séparation des Eglises et de l'Etat aurait pu être le symbole de l'achèvement d'une étape essentielle si elle n'avait été, depuis, constamment remise en question, de façon directe ou non, par les attaques de tous ceux qui restent persuadés que l'homme est incapable d'assumer pleinement les effets de sa liberté absolue de conscience.

Si, dans l'histoire de notre pays, tous les grands combats pour la liberté et la justice furent porteurs de l'exigence de laïcité, toutes les périodes de réaction virent par opposition le retour de la domination religieuse. La dictature vichyste - dont certaines conséquences, 50 ans après, n'ont toujours pas été liquidées - en a été le dernier exemple.

Renaissance, Réforme, Révolution, République: ces différentes étapes de la formation de l'idée laïque ont donné au citoyen français du XXe siècle une place particulière dans l'Europe en construction. Le problème qui se pose à lui à l'heure actuelle est clair :

- ou il renonce à cette spécificité et il abandonne à terme l'énorme progrès qu'il a accompli, peut être plus vite que d'autres, au cours des siècles passés ;

- ou il est persuadé que l'idée laique, loin d'être un frein à l'intégration européenne peut être au contraire un énorme levier d'accélération de la marche à l'unité.



II. Les valeurs laïques



L'humanisme laïque repose sur le principe de la liberté absolue de conscience.

Liberté de l'esprit : émancipation à l'égard de tous les dogmes ; droit de croire ou de ne pas croire en Dieu ; autonomie de la pensée vis-à-vis des contraintes religieuses, politiques, économiques; affranchissement des modes de vie par rapport aux tabous, aux idées dominantes et aux règles dogmatiques.

La laïcité vise à libérer l'enfant et l'adulte de tout ce qui aliène ou pervertit la pensée, notamment les croyances ataviques, les préjugés, les idées préconçues, les dogmes, les idéologies opprimantes, les pressions d'ordre culturel, économique, social, politique ou religieux. La laïcité vise à développer en l'être humain, dans le cadre d'une formation intellectuelle, morale et civique permanente, l'esprit critique ainsi que le sens de la solidarité et de la fraternité.

La liberté d'expression est le corollaire de la liberté absolue de conscience. Elle est le droit et la possibilité matérielle de dire, d'écrire et de diffuser la pensée individuelle ou collective. Les nouvelles techniques de communication rendent cette exigence encore plus vitale. Et dans ce domaine de l'information et de la communication plus qu'ailleurs, la vigilance doit être particulière face aux énormes moyens de manipulation et de perversion de la pensée.

La morale laïque qui en découle est simple. Elle repose sur les principes de tolérance mutuelle et de respect des autres et de soi-même. Le bien, c'est tout ce qui libère, tout ce qui affranchit ; le mal, c'est tout ce qui asservit ou avilit. La laïcité vise dans ce contexte à donner les moyens à l'homme d'acquérir une totale lucidité et une pleine responsabilité de ses pensées et de ses actes.

Fondée sur les nécessités de la vie en société et la promotion de la liberté individuelle, elle est essentielle dans la construction de l'harmonie sociale et pour le renforcement du civisme démocratique. Elle tend à instaurer, par-delà les différences idéologiques, communautaires ou nationales, une société humaine favorable à l'épanouissement de tous, société d'où seront exclus toute exploitation ou conditionnement de l'homme par l'homme, tout esprit de fanatisme, de haine ou de violence.

Certes, la tolérance est la conséquence logique des valeurs précédentes, faute de quoi l'harmonie sociale est mise en péril. Mais la tolérance n'a de sens que si elle est mutuelle, et elle aura tou-jours pour limites l'intolérance, le refus de l'autre, le racisme et le totalitarisme.

Le refus du racisme et de la ségrégation sous toutes ses formes est inséparable de l'idéal laïque. La société nouvelle que nous voulons ne peut pas être la simple juxtaposition de communautés qui, au mieux s'ignorent, au pire s'exterminent. Aucune socié-té de paix ne peut se construire sur la séparation définitive de groupes culturels, linguistiques, religieux, sexistes ou autres. Le passage est trop facile de séparation à ségrégation, à rivalités et conflits. Et ce, même si la séparation est présentée comme une nécessité vitale de développement.

L'idéal laïque ne peut en aucun cas s'accommoder de l'idée de "développement séparé" souvent pratiqué dans des sociétés de type anglo-saxon. Le principe même de "discrimination positive" ne saurait constituer en soi une solution à la libération d'un grou-pe. Le seul moyen de développement social est l'intégration différente de l'assimilation la participation de tous à une collectivité de citoyens libres et égaux en droits et en devoirs. Les seuls groupes sociaux acceptables reposent sur le choix, la libre appar-tenance et l'ouverture.

L'éthique laïque mène enfin inévitablement à la justice sociale : égalité des droits et égalité des chances. L'éducation laïque, l'école, le droit à l'information, l'apprentissage de la

critique sont les conditions de cette égalité.



III. Les pratiques laïques - Un statut civique et social



Au-delà des principes, la laïcité est une attitude dont les champs d'application recouvrent tous les aspects de la société. Le principe de ce statut civique, juridique, institutionnel, est simple. Il repose sur la distinction claire, pour chaque citoyen, entre une sphère publique etune sphère privée :

- La sphère privée, personnelle, celle de la liberté absolue de conscience, et où s'expriment les convictions philosophiques, métaphysiques, les croyances, les pratiques religieuses éventuellement et les modes de vie communautaires.

- La sphère publique, citoyenne, celle où le citoyen évolue socialement, économiquement, politiquement, juridiquement. Les règles en sont clairement définies et basées sur les Droits de l'Homme. Aucun groupe, aucun parti, aucune secte, aucune égli-se, ne peut prétendre pénétrer, a fortiori capter à son profit, le fonctionnement de la société républicaine ainsi définie.

La séparation des Eglises et de l'Etat est la pierre angulaire de la laïcisation de la société. Elle ne saurait souffrir ni exception, ni modulation, ni aménagement. Sa totalité, son intégralité sont la condition de son existence même. Elle est la seule façon de permettre à chacun de croire ou de ne pas croire en libérant les églises elles-mêmes des logiques de liaisons conventionnelles avec l'Etat. Si les églises veulent exister, que les fidèles leur en fournissent les moyens, la religion étant affaire de conviction personnelle.

Si l'Etat garantit la totale liberté des cultes comme de l'expression et de la diffusion de la pensée, il n'en favorise aucun, ni aucune communauté, pas plus financièrement que politiquement. Bien plus, il n'appartient pas à l'Etat de réguler les relations entre les églises à partir du moment où il n'en reconnaît aucune. Dans le cadre général de ses attributions politiques, il veille à l'exercice des libertés individuelles de chacun, à l'ordre public et à l'harmonie sociale entre les citoyens.

A partir du moment où l'Etat considère que la religion est définitivement devenue une affaire privée, qu'elle n'est susceptible d'attirer son attention que dans la seule mesure où ses manifestations porteraient atteinte à l'ordre public, en toute logique, les églises ne peuvent revendiquer aucun avantage, aucun privilège, aucun traitement particulier. Elles peuvent encore moins être dotées de statuts officiels en dehors du respect de la loi commune régissant la liberté d'association. Enfin la loi républicaine ne saurait par conséquent reconnaître le délit de blasphème ou de sacrilège qui déboucherait inévitablement sur l'institutionnalisation de la censure.

La première manifestation du caractère laïque d'un pays est l'indépendance de l'Etat et de tous les services publics vis-à-vis des institutions ou influences religieuses. La laïcisation des statuts individuels, comme des services considérés indispensables au fonctionnement de la société, a été un des aspects essentiels de l'exercice de la liberté et de l'égalité des droits :

- Naissance, vie et mort sont considérées non plus uniquement sous l'angle de la religion ou de l'appartenance communautaire, mais sous celui de la liberté individuelle.

- On note l'égalité de tous devant les services publics. L'éventuelle appartenance à un groupe religieux, ethnique, social..., ne peut être prise en compte en ce qui concerne l'accès des usagers. La mention officielle de cette appartenance doit être considérée comme discriminatoire. Il apparaît de plus évi-dent que la notion même de service public est étroitement liée à la pratique de la laïcité.

- La loi civile est seule habilitée à organiser les domaines de la vie civique et sociale. Les représentants de la République, élus ou fonctionnaires, respectent en contrepartie dans l'exercice de leur fonction une absolue neutralité vis-à-vis des pratiques individuelles ou collectives et observent une stricte obligation de reserve.

- L'école laïque et républicaine enfin, doit être préservée de toute pénétration économique, confessionnelle ou idéologique, même déguisée sous des dehors dits "culturels ". L'école n'est pas le lieu de manifestation, voire d'affrontement des différences; elle est "un lieu où sont suspendus, d'un commun accord, les particularismes et les conditions de fait". L'école doit proscrire toute forme de prosélytisme.

Tout ce qui précède ne veut pas dire que la République nie les appartenances communautaires. Elles existent de fait et sont respectables pour autant qu'elles ne remettent pas en cause les principes de liberté individuelle, de dignité humaine et d'égalité.



IV. L'avenir - Des champs d'application nouveaux



Dans un monde caractérisé par le plus profond bouleversement de structures économiques, politiques, sociales et culturelles qu'on ait connu depuis des siècles, la laïcité apparaît comme la réponse à cette interrogation fondamentale: que faire pour remédier à l'inquiétude, à l'angoisse, à l'indifférence, à l'aban-don de la notion de responsabilité, à la violence ?

Dans une société de plus en plus multiculturelle, la laïcité peut apprendre aux individus à coopérer, à trouver les modalités d'une bonne entente et à harmoniser leurs différences. Nous avons déjà décrit les dangers du communautarisme. Nous voyons le nationalisme se développer à nouveau en Europe en s'alimentant des haines religieuses et ethniques. La laïcité reste la seule idée susceptible de ramener les conditions d'une paix durable, dans les Balkans notamment.

Il reste encore beaucoup à faire, dans l'Union européenne elle-même, où très rares sont les pays comportant des dispositifs politiques et juridiques se rapprochant du système laïque français ou pouvant évoluer dans ce sens. Les logiques concorda-taires restent, en matière de religion, largement dominantes.

Quelques signes cependant nous incitent à penser que l'évolution est possible : modification de la loi sur la nationalité en Allemagne, interrogations de plus en plus nombreuses dans ce même pays sur la fiscalité religieuse...

En France même, l'idée de laïcité est loin d'être universellement acceptée. Elle doit encoreêtre défendue et étendue :

- La séparation des Eglises et de l'Etat subit encore trop de restrictions géographiques inadmissibles (Alsace-Moselle, Guyane, TOM).

- L'intervention de plus en plus fréquente de l'appareil judiciaire pour régler notamment des problèmes liés à des pratiques communautaires (port du voile islamique dans les écoles par exemple), est inquiétante. C'est à la République de définir les mesures unitaires et de s'y tenir. La vie en société ne saurait se résoudre à l'établissement d'une jurisprudence des pratiques et des relations intercommunautaires. Il y a une dérive communau-tariste «à l'américaine » extrêmement grave qui remet en cause les fondements de notre société républicaine.

- Les progrès de la science doivent pouvoir être libérés de toute influence des groupes de pression, notamment religieux. L'intérêt général et le respect de lapersonne humaine doivent être les seuls cadres de ce progrès.

- La laïcisation du « statut des corps » (amour et sexualité, mort, maladie) n'est pas terminée. La libre disposition de son corps, les modalités sociales de la vie des couples et des familles, les garanties fondamentales des libertés dans ce cadre, les droits et la dignité des enfants, sont autant de champs d'application d'une laïcité seule garante de la liberté des esprits et des corps.

- Dans la composition des comités d'éthique qui sont créés ici ou là, il importe de privilégier le choix des membres en fonction de leur compétence et non de leurs convictions. Le but de ces comités n 'est-il pas de veiller aux conditions nécessaires et suffisantes à l'exercice des libertés et au respect de la dignité humaine, plu-tôt que d'essayer de maintenir des équilibres savants entre des communautés rivales ?

- Enfin, la culture et la création artistique, mais aussi l'information et la communication participent largement à la formation des consciences qui n'est plus réservée à l'école. Il conviendrait là aussi de veiller constamment, non seulement à ce qu'aucun tabou religieux ou dogmatique, mais aussi aucun groupe de pression économique ou idéologique ne puisse imposer une quel-conque limitation à la liberté, par exemple en étouffant économiquement la vitalité des expressions minoritaires. C'est au nom de la laïcité qu'il faut aussi bien dénoncer l'A.M.I (Accord Multilatéral d'Investissement) ou ses dérivés que toutes les formes de pensée unique.



En guise de conclusion



La laïcité n'est pas une notion passéiste mais au contraire une idée de progrès, et de

multiples champs d'application s'ouvrent devant elle.

La laïcité est devenue institutionnelle. Elle est un cadre légal, une règle du jeu. Ses règles sont applicables à l'ensemble du corps social et elle n'est pas le résultat de contrats évolutifs entre des communautés ou des groupes. Il n'y a enfin qu'une seule laïcité qui ne saurait être qualifiée: elle ne peut être ni "nouvelle", ni "plurielle".

La laïcité est une notion qui repose sur des principes humanistes forgés au cours de l'histoire. Elle est une affirmation forte de sens et de valeur au service de la liberté individuelle. Elle est le plus sûr garant de la paix civile. Elle porte en elle une morale person-nelle et une éthique sociale. Elle est action et volonté, voire résis-tance; résistance à la facilité du renoncement, au confort de la pensée unique.