miércoles, 28 de septiembre de 2011

Para Dios lo que cuenta es el presente

Homilía 25 de septiembre 2011
XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

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                Cuando los hijos de Israel estaban en el exilio, lejos de su tierra y habiéndolo perdido casi todo, solían repetir un refrán quejándose de su suerte: “Los padres comieron agraces y los hijos tuvieron dentera” (Jer 31, 29; Ez 18, 2). Eran sus padres los que habían sido infieles a la alianza con Dios, pero eran ellos los que tenían que pagar las consecuencias. Sin embargo, los profetas insistían en la responsabilidad personal: ‘el que peque, ese morirá’; ‘quien coma agraces tendrá dentera’. Aplicando esta enseñanza a nuestra vida, diríamos, usando une terminología distinta, que el pasado nos condiciona, pero no nos determina. Lo que han hecho las generaciones pasadas y nuestros padres, las opciones que han tomado, la educación que nos han dado, el ejemplo que hemos recibido de ellos, ciertamente influye en nosotros, en todos los aspectos de nuestra vida y también en nuestra relación con Dios. Influye, pero no de una manera que elimina totalmente nuestra libertad y responsabilidad. Es una herencia más o buena que recibimos, pero después, con ella y a partir de ella, vivimos nuestra vida. Los profetas insisten en que cada uno es responsable de su vida.
                Esto que vale respecto a las generaciones pasadas y a nuestros padres y las culpas que hayan podido tener, lo bien o lo mal que lo han hecho, vale también en lo que se refiere a la historia de nuestra vida, el pasado de cada uno de nosotros. Las decisiones que hayamos tomado, los errores o pecados que hayamos podido cometer, ciertamente nos condicionan, y a veces mucho, pero no determinan del todo nuestra vida y mucho menos nuestra relación con Dios. El mensaje principal de las lecturas de hoy es que para Dios lo que cuenta es el presente. La llamada de Dios nos llega en el presente, ahora, en este kairós salvífico en el que nos encontramos. Como dice san Pablo: “Ahora es el tiempo favorable, ahora es el día de la salvación” (2Cor 6, 2).
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                Así el profeta Ezequiel en la primera lectura enseña que, independientemente de su pasado, si ‘el malvado se convierte de la maldad que hizo y practica el derecho y la justicia, él mismo salva su vida’. Y en la parábola de los dos hijos del evangelio de este domingo, el que cumple la voluntad del padre, el que vive en la obediencia de la fe que es para el evangelista Mateo lo que de verdad cuenta cara a nuestra salvación, es el que en el presente recapacita y decide hacer lo que le pide el padre. El término ‘recapacitar’ aparece hoy en la primera lectura y en el evangelio e indica una acción que se realiza en el presente, la de decidirse por cumplir la voluntad de Dios.
Cuando este mensaje de las lecturas lo escuchamos sin resistencias, con un corazón no endurecido, se vuelve una buena noticia. Nos viene a decir que en este momento para Dios no importa lo que hayamos hecho en el pasado, lo que han hecho nuestros padres, sino lo que hacemos ahora, lo que decidimos en el presente. La viña nos sigue esperando para que vayamos a trabajar en ella. No somos prisioneros del pasado. Es verdad que hay cosas que no podemos cambiar y que lamentamos, quizás decisiones irreversibles o circunstancias que ya tenemos que aceptar porque cambiarlas implicaría más daño. Pueden ser situaciones que nos impiden estar en plena comunión visible con la Iglesia y poder comulgar, como son determinadas relaciones de pareja. Sin embargo, la oferta de reconciliación con Dios es siempre actual; la llamada a recapacitar y volver a la amistad con Dios sigue siendo vigente.
Lutero
Hay otra enseñanza que también podemos extraer de las lecturas de este domingo y se refiere a la forma de entender y vivir nuestra relación con Dios. En los dos hijos de la parábola están representados dos modos de relacionarnos con el Señor. En el hijo que dice ´sí’ al padre con cierta ligereza, pero que a la hora de la verdad no hace lo que le pide, podemos ver a los sumos sacerdotes y ancianos del pueblo a los que Jesús dirige la parábola, pero también a todos aquellos que no se toman en serio a Dios, todas aquella personas aparentemente religiosas que tienen siempre al Señor en la boca pero que realmente están lejos de Él y no oyen su llamada al arrepentimiento porque creen que no va con ellos. En este sentido, el Papa en su viaje a Alemania, haciendo referencia a Lutero, ha hablado de la ‘seriedad de la fe’, ya que hoy muchos nos tomamos con una cierta ligereza cumplir la voluntad de Dios y evitar el pecado. En el otro hijo podemos reconocer a los publicanos y prostitutas que escucharon el mensaje de Juan el Bautista y recapacitaron y tomaron la delantera a los primeros en el camino del reino de Dios. Juntos a éstos, en el hijo que después de rebelarse hace la voluntad del padre están representados todos aquellos que en el presente, independientemente de su pasado y de lo que puedan pensar de ellos los demás, escuchan con sinceridad la llamada del Señor y deciden hacer la voluntad de Dios. Ellos pueden hacer suya la oración del salmista:
“Recuerda, Señor, que tu ternura
y tu misericordia son eternas;
no te acuerdes de los pecados de mi juventud;
acuérdate de mí con misericordia,
por tu bondad Señor.” (Salmo 24)

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