jueves, 29 de marzo de 2012

La acción del Espíritu Santo en nuestra vida (Karl Rahner y una amiga)


Propongo a los lectores de este blog un sugestivo texto del famoso teólogo Karl Rahner sobre la acción de Dios a través de su Espíritu en nuestro día a día. Una amiga ha añadido como glosa otras circunstancias en las que ella siente y ha sentido el actuar del Señor en su vida (están en azul). Cada uno de nosotros también podemos añadir las nuestras. No es difícil reconocer la acción del Espíritu una vez que nos damos cuenta que su actuar es siempre ‘cristiforme’: sigue siempre el esquema pascual de muerte y resurrección.

Crucifijo de la Catedral de Puerto
Príncipe (Haití) después del terremoto
Cuando se da una esperanza total que prevalece sobre todas las demás esperanzas particulares, que abarca con su suavidad y con su silenciosa promesa todos los crecimientos y todas las caídas,

Cuando se acepta y se lleva libremente una responsabilidad donde no se tienen claras perspectivas de éxito y de utilidad,

Cuando un hombre conoce y acepta su libertad última, que ninguna fuerza terrena le puede arrebatar,

Cuando se acepta con serenidad la caída en las tinieblas de la muerte como el comienzo de una promesa que no entendemos,

Cuando se da como buena la suma de todas las cuentas de la vida que uno mismo no puede calcular pero que Otro ha dado por buenas, aunque no se puedan probar,

Cuando la experiencia fragmentada del amor, la belleza y la alegría, se viven sencillamente y se aceptan como promesa del Amor, la Belleza y la Alegría, sin dar lugar a un escepticismo cínico como consuelo barato del último desconsuelo,

Cuando el vivir diario, amargo, decepcionante y aniquilador, se vive con serenidad y perseverancia hasta el final, aceptado por una fuerza cuyo origen no podemos abarcar ni dominar,

Cuando se corre el riesgo de orar en medio de tinieblas silenciosas sabiendo que siempre somos escuchados, aunque no percibimos una respuesta que se pueda razonar o disputar,

Cuando uno se entrega sin condiciones y esta capitulación se vive como una victoria,

Cuando el caer se convierte en un verdadero estar de pie,

Cuando se experimenta la desesperación y misteriosamente se siente uno consolado sin consuelo fácil,

Cuando el hombre confía sus conocimientos y preguntas al misterio silencioso y salvador, más amado que todos nuestros conocimientos particulares convertidos en señores demasiado pequeños para nosotros,

Cuando ensayamos diariamente nuestra muerte e intentamos vivir como desearíamos morir: tranquilos y en paz,

Cuando... podríamos continuar durante largo tiempo.

Cuando preferimos anonadarnos contemplando la belleza del agua, en vez del vaso que somos,

Cuando nos dejamos mirar por Dios y embriagar por Él, y ya nada más anhelamos que Su Rostro y Su Presencia,

Cuando miramos a Jesús en la cruz y le amamos,

Cuando sentimos la mirada compasiva y misericordiosa de Dios que nos dice que somos preciosos, que asume todo nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro y que nos acompañará siempre,

Cuando miramos a Jesús resucitado y sentimos la fuerza de la Fe, de la Esperanza y del Amor,

Cuando damos de corazón gracias a Dios por la obra que ha creado en nosotros y el itinerario que nos ha regalado,

Cuando lloramos, somos confortados y somos consolados por Jesús y por nuestra Madre, María,

Cuando somos curados y nos dejan a cargo del tabernero para que nos cuide y además nos dan dinero para el viaje de vuelta,

Cuando tenemos conocimiento de nuestros pecados, acudimos a Dios y somos perdonados,

Cuando sentimos la paz en nuestro corazón y miramos al Cielo,

Cuando Dios enciende las luces, abre los armarios y cajones y juega con los aparatos eléctricos para que notemos su presencia y hacernos reír,

Detalle de la Piedad
de Miguel Ángel
Cuando Dios no nos deja recordar o interrumpe nuestros pensamientos, haciendo ruiditos para que volvamos a fundir nuestra mente con Él. Cuando Dios nos tiene ocupados para centrar nuestra atención en Él y para hacernos pacientes,

Cuando Dios nos muestra su Poder y su Conocimiento de nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro,

Cuando Dios nos despierta por la noche para hacernos buenos, pacientes y capacitarnos para cuidar y vigilar a nuestra familia,

Cuando Dios nos alerta de los peligros y sólo mucho después nos damos cuenta de que nos avisó pero no le escuchamos,

Cuando Dios emplea métodos que no entendemos pero nos sostiene firmes en la Fe de que Él es Padre, es Bueno y Bueno es todo lo que Él hace,

Cuando Dios entra con su Cuerpo en nuestra vida,

Cuando nuestros deseos se concretan en discernir la voluntad de Dios y llevarlo a la vida y en ofrecernos como hostias vivas y agradables al Padre,

Cuando esperamos acabar siendo “rastro de Dios, y triunfar perdiendo en combate de amor nuestro desafío”,

Cuando Dios nos hace conscientes de nuestros apegos, para liberarnos y para que descubramos la felicidad de la salvación,

Cuando Dios quita las raíces de las malas hierbas, oxigena la tierra y espera pacientemente a que la tierra de fruto,

Cuando rezamos.

Cristo Crucificado
 de Velázquez
Allí está Dios y su gracia liberadora,

Allí conocemos a quien nosotros, cristianos, llamamos Espíritu Santo de Dios,

Allí se hace una experiencia que no se puede ignorar en la vida, aunque a veces esté reprimida, porque se ofrece a nuestra libertad con el dilema de si queremos aceptarla o si, por el contrario, queremos defendernos de ella en un infierno de libertad al que nos condenamos nosotros mismos.

Esta es la mística de cada día, el buscar a Dios en todas las cosas.

Aquí está la sobria embriaguez del Espíritu de la que hablan los Padres de la Iglesia y la liturgia antigua y a la que nos está permitido rehusar o despreciar por su sobriedad.

martes, 13 de marzo de 2012

Sólo la cruz es digna de fe

Homilía 11 de marzo 2012
III Domingo de Cuaresma (ciclo B)
VIII Aniversario de los atentados de Madrid

Hans Urs von Balthasar (1905-1988)
Unos de los teólogos más importantes e influyentes del siglo pasado, Hans Urs von Balthasar, ‘el hombre más culto del siglo XX’ según de Lubac, escribió un libro pequeño pero muy significativo titulado Sólo el amor es digno de fe. Para este teólogo suizo que murió dos días antes de recibir el capelo cardenalicio en 1988, la prueba de la verdad del cristianismo, lo que lo hace creíble para el hombre contemporáneo, el signo definitivo a su favor, es el amor, aunque no cualquier amor, sino el amor que es Dios mismo, el Amor que se ha manifestado, que se ha revelado, en Cristo, sobre todo en el misterio pascual de su muerte y resurrección. Ante la cruz como manifestación y presencia de ese Amor ‘hasta el extremo’, el hombre, con la ayuda de la gracia, intuye algo del misterio de Dios y no le queda otro remedio que caer de rodillas en adoración, fascinado y aterrado por tanta gloria. La revelación del Amor, con mayúsculas, se auto-avala, no necesitas más pruebas, convence por sí misma. Por eso, como afirma también von Balthasar, en la Iglesia son mucho más importantes los santos que hacen presente con su misma vida la cruz del Señor, que los representantes oficiales. Uno no se convierte ante un cardenal de la Iglesia, sólo porque es cardenal, uno se convierte ante un santo. La vida de los santos que hacen presente la vida de Jesús, su Amor, es lo que más persuade acerca de la verdad del cristianismo.

La Purificación del Templo - El Greco (1571-1576)
Minneapolis Institute of Arts
            De esto nos habla el evangelio de hoy. Cuando Jesús expulsa a los mercaderes del templo, del patio de los gentiles donde se habían instalado, esparciendo las monedas y volcando las mesas de los cambistas, y echa a las ovejas y los bueyes con un azote de cordeles que se había hecho, movido por ‘el celo por la casa de su Padre’, realiza algo que puede hacer solamente una persona que tenga autoridad para ello. La presencia de los mercaderes y los animales era aceptada por las autoridades religiosas ya que proporcionaban un servicio útil para los ritos que se hacían en el templo, en especial para el sacrificio de los animales. Por tanto, para echarles había que mostrar que se tenía autoridad para ello. Es lo que le dicen los judíos: “¿Qué signos nos muestras para obrar así?”. La respuesta de Jesús es sorprendente: “Destruid este templo, y en tres días lo levantaré”.  Los judíos no entienden la respuesta — de hecho, esta respuesta de Jesús se citará en el proceso ante el Sanedrín (Mc 14, 58) —, y le preguntan cómo puede levantar un templo en tres días cuando ya se lleva 46 años reconstruyéndolo. Es interesante notar que esta indicación nos permite datar con exactitud este episodio de la vida de Jesús. El templo se empezó a reconstruir en el año 19 a.C. y no se terminó hasta pocos años antes de la destrucción de Jerusalén por las tropas romanas en el año 70 d.C., lo que significa que este acontecimiento tuvo lugar en la Pascua del año 28.

            El signo que ofrece Jesús para avalar su pretensión y su acción profética es un signo de futuro. Dice el evangelista que con esa respuesta el Señor se refería al templo de su cuerpo. Es decir, la prueba que Jesús da de su autoridad es el misterio pascual de su muerte y resurrección que incluye también el nacimiento de la Iglesia, cuerpo de Cristo, nuevo templo de Dios. El verdadero signo de Jonás, el signo de la verdad del cristianismo, lo que muestra que Jesús es el Mesías y el Hijo de Dios y tiene autoridad para cambiar las costumbres del templo, es el misterio pascual, la muerte y la resurrección del Señor. Es ahí donde se nos revela el amor de Dios, el Amor con mayúsculas, retomando lo que decíamos de la teología de von Balthasar. La cruz es el signo apologético por excelencia, lo que da fe de la verdad del cristianismo, lo que convence. 

Es también lo que afirma san Pablo en la segunda lectura. Mientras los griegos buscan sabiduría y quieren llegar a la verdad sólo con la razón, y los judíos pretenden signos, entendidos como milagros que testifiquen acerca de la verdad de la predicación, Pablo muestra a Cristo crucificado, que es fuerza de Dios y sabiduría de Dios, que es el verdadero signo que reconocen los que son llamados a la vida eterna, mientras que para los otros es un escándalo o una estupidez.

Hay una comparación que utiliza el Señor en el evangelio de Juan que nos puede ayudar a entender mejor la importancia de la cruz como signo de credibilidad. Jesús dice que Él es la `puerta de la ovejas’. Para entrar en la Iglesia hay que pasar por Él, los que no pasan por Él son ladrones y bandidos (Jn 10, 6). Esto significa que el único motivo válido para entrar en la Iglesia, para hacerse cristiano, es Jesús, su Amor que se revela en la cruz y que el cristiano hace suya. Este es el signo definitorio del cristianismo y lo único digno de fe, la prueba de su verdad y de la autenticidad del cristiano.


Los diez mandamientos - Domus Galilaeae
            En la primera lectura se nos ofrece el decálogo, la ley que Dios entrega a su pueblo en el marco de la alianza. A veces entendemos los mandamientos como una serie de prohibiciones arbitrarias, como unos carteles de prohibido— para usar una expresión de Benedicto XVI —, que un dios tirano ha puesto para amargarnos la vida. Pero no es así, el decálogo son diez palabras de vida de un Dios que es Padre, que nos ama y que quiere lo mejor para nosotros. Son como señales que nos indican el camino hacia la vida y la vida en abundancia. Como la experiencia tristemente nos enseña, no guardarlos lleva a la infelicidad y a verdaderos desastres. La Iglesia enseña que forman parte de la ley natural, esa ley que llevamos inscrita en el corazón, pero que nuestro pecado nos impide ver con claridad y obedecer. Por eso san Agustín dice que “Dios escribió en las tablas de la ley lo que los hombres no leían en su corazones”. El salmista conoce bien el valor de estas diez palabras de vida que el Señor ha regalado a su pueblo:

Los mandamientos del Señor son verdaderos
y enteramente justos.
Más preciosos que el oro,
más que oro fino;
más dulces que la miel
de un panal que destila.
(Salmo 18)

jueves, 8 de marzo de 2012

La muerte es sólo el final del primer tiempo (Lucio Dalla)

Homilía 4 de marzo 2012
II Domingo de Cuaresma (ciclo B)

Lucio Dalla
                Hoy se celebra en Bolonia el funeral del conocido cantante italiano Lucio Dalla. Se ha hecho para él una excepción, ya que no se deben celebrar exequias los domingos, porque hoy 4 de marzo es el día de su cumpleaños, día que es también el título de una de sus más famosas canciones, en un principio censurada porque habla de blasfemia y del Niño Jesús, pero canción bellísima que manifiesta una espiritualidad tierna y concreta. Lucio Dalla ha sido un cantante muy querido, identificado con frecuencia con la izquierda política; de hecho, sus canciones eran con frecuencia las que más sonaban en las fiestas del Partido Comunista Italiano. Sin embargo, y por raro que nos pueda parecer a los españoles acostumbrados a la tan empobrecedora separación entre izquierda y derecha también en lo que se refiere a la religión, Lucio Dalla era un hombre de una fe muy auténtica y sufrida, una fe ligada a la relación con su madre y a la devoción de ella por Padre Pío de Pietrelcina. Hay bastantes frases suyas que dan testimonio de esta fe profunda y sincera. Por ejemplo, decía que para él ‘la fe cristiana es el único punto firme, la única certeza’. También afirmaba, refiriéndose a su vida sexual, que vivía su ‘debilidad con dolor’. En vez de criticar la enseñanza de la Iglesia en materia de homosexualidad, o amoldarla a sus inclinaciones, él la aceptaba, reconociendo también con honestidad y dolor su situación de pecador, de no vivirla. Esto no es hipocresía, o doble moral, como se ha dicho, sino la actitud sincera de quien se da cuenta de la distancia entre el ‘ser’ y el ‘querer ser’ y se esfuerza por aminorarla con la gracia de Dios. Creo que es todo un ejemplo para nosotros de una forma auténtica de vivir la fe y la enseñanza moral de la Iglesia en estos tiempos de oscuridad y de exaltación idolátrica del individuo y sus deseos. Pero hay otra frase suya ligada al funeral que se celebra hoy y a la las lecturas de este domingo. Él decía que la muerte era ‘sólo el final del primer tiempo’. ¡Qué bella expresión! Es verdad que hay que corregirla un poco como con cualquier comparación, y decir que el segundo tiempo no es igual al primero, dura para siempre y en él ya no hay sufrimiento ni dolor. Sin embargo, la expresión del cantante da en el clavo de lo que significa creer en la vida eterna - que es lo esencial del cristianismo -, que la muerte no es el final.

                En el monte, como hemos escuchado en el evangelio, Jesús se transfigura, cambia de aspecto, muestra su gloria divina, a tres de sus apóstoles. Poco antes había anunciado su pasión y muerte, algo difícil de entender y de aceptar para sus discípulos. Poco a poco tendrá que ir instruyéndoles que es el Hijo de Dios y el Mesías, pero el Mesías sufriente, y quien quiera seguirlo tendrá que ir por el mismo camino. La transfiguración es un anticipo de la resurrección, de la victoria del Señor, y prepara a los apóstoles para pasar por el escándalo de la pasión y la cruz. El sentido de esta pasaje evangélico para nosotros hoy, en este segundo domingo de cuaresma, lo encontramos en el prefacio de la Misa, como es habitual en los tiempos fuertes del año litúrgico: ‘Cristo Señor nuestro, después de anunciar su muerte a sus discípulos, les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la resurrección”. Es decir, retomando la bella expresión de Lucio Dalla, para llegar al segundo tiempo de gloria, hay que jugar de un modo determinado en el primer tiempo. Hay que jugar como jugó Jesús. Hay que vivir una vida de entrega y de servicio. No hay otro camino.

Rafael Sanzio y Giulio Romano
(1518-1520)
Pinacoteca Vaticana
                En el Youcat, que es el Catecismo que se entregó a los jóvenes en la Jornada Mundial de la Juventud celebrada en Madrid, como comentario al misterio de la transfiguración, en el margen, se citan unas palabras de Benedicto XVI: “Cuando se tiene la gracia de vivir una fuerte experiencia de Dios, es como si se viviera algo semejante a lo que les sucedió a los discípulos durante la Transfiguración; por un momento se gusta anticipadamente algo de lo que constituirá la bienaventuranza del paraíso. En general, se trata de breves experiencias que Dios concede a veces, especialmente con vistas a grandes pruebas (n. 93)”. Muchos cristianos han experimentado esto: como Dios prepara a los que elige para las pruebas, anticipándoles algo de lo que será el éxito final si se mantienen firmes y fieles.

                En este segundo domingo de cuaresma se nos presenta en la primera lectura la figura del patriarca Abraham como modelo de hombre de fe, este año por medio del relato del sacrificio de Isaac, que es figura de Cristo. Abraham, llamado a ser padres de todos los creyentes, tuvo que aprender a confiar sólo en Dios. Para él incluso su hijo, Isaac, el hijo de la promesa, podía volverse un ídolo que lo separaba de Dios; de ahí, la prueba. Nuestra vida de fe también es un camino en el que aprendemos a fiarnos cada vez más de Dios como él único con el que de verdad podemos contar. Pero la fe la vivimos de modos distintos y también cambia a lo largo de nuestra vida. A veces es una posesión segura, otras veces es una lucha, a veces incluso un deseo de tenerla, a veces es algo que nos impulsa a seguir adelante en la oscuridad. Para Lucio Dalla era su única certeza. Lo importante es vivirla con honestidad, sinceridad y autenticidad, dejándonos guiar por ella en vez de modificarla para que se adapte a nosotros y a nuestras debilidades.

                Este segundo domingo de Cuaresma la Iglesia nos proclama el relato de la Transfiguración del Señor para animarnos en el camino hacia la Pascua. Nos quiere mostrar que nuestros esfuerzos por sofocar el pecado, por vencer nuestros vicios y malas inclinaciones que nos separan del Señor, valen la pena, que van a dar fruto si nos mantenemos perseverantes y fieles en la prueba.

jueves, 1 de marzo de 2012

Sofocar la fuerza del pecado


Homilía 26 de febrero 2012
I Domingo de Cuaresma (ciclo B)


Monasterio de la Cuarantena - Monte de las Tentaciones
Desierto de JudEA cerca de Jericó
Foto: Galería Bruno Brunelli
El primer domingo de cuaresma la Iglesia siempre nos proclama el pasaje de las tentaciones de Jesús según uno de los evangelios sinópticos. Este año el evangelio que nos acompaña es el de san Marcos y acabamos de escuchar su relato de este misterio de la vida del Señor. Es el más escueto de todos. A diferencia de Mateo y Lucas no nos dice el contenido de las tentaciones, sino sencillamente nos transmite el hecho. Sin embargo, este corto pasaje ya contiene todos los elementos importantes de la cuaresma y nos ayuda a entrar en este tiempo de gracia y de conversión.

San Marcos nos dice que Jesús, después de su bautismo y antes de empezar el ministerio público, fue ‘empujado’ por el Espíritu al desierto — éremos, en griego — donde se quedó cuarenta días, dejándose tentar por Satanás, viviendo entre alimañas y con los ángeles que le servían. Estas pocas frases nos señalan los elementos fundamentales de este tiempo penitencial: el desierto, los cuarenta días, las tentaciones, la asistencia divina en la lucha.

En el prefacio de la Misa de hoy se nos dice cual es el sentido de este relato para nosotros hoy: ‘Cristo Señor nuestro, al abstenerse durante cuarenta días de tomar alimento, inauguró la práctica cuaresmal, y al rechazar las tentaciones del enemigo nos enseñó a sofocar la fuerza del pecado’.

Jesús nos enseña a sofocar la fuerza del pecado y lo hace dejándose tentar y venciendo a Satanás, rechazando lo que le ofrecía. Unidos a Cristo que nos ha abierto el camino, al haber entrado en la muerte y haberla vencido, con su Espíritu, lo podemos hacer también nosotros. Él ya ha vencido el pecado, la muerte, Satanás y el mundo, y con Él lo podemos hacer también nosotros.
       
         Pero, ¿cómo se vence la fuerza del pecado? ¿Cómo la venció Jesús? Con la cruz, con la mortificación, rechazando los caminos de felicidad falsos que le presentaba el demonio. La fuerza del pecado se sofoca con la renuncia y la mortificación; no hay otro camino. Por eso san Pablo dice a los Gálatas: “Los que son de Cristo Jesús han crucificado al carne con las pasiones y los deseos” (Gal 5, 24).

La fuerza del pecado se manifiesta en nuestras vidas de distintos modos para separarnos de Dios y de su voluntad. A veces nos lleva a cometer un pecado grave. Otras veces causa en nosotros actitudes inadecuadas y hábitos malos, como distintos miedos que nos bloquean, juicios gratuitos, egoísmos, pereza... Otras veces provoca conductas repetitivas de las que somos esclavos que llamamos vicios: la mentira compulsiva, la pornografía, el juego, el uso de drogas, etc. Otras veces nos impide perdonar y mantiene en nosotros el rencor que hace imposible que vivamos en gracia de Dios. Contra todo esto se lucha con la renuncia y la mortificación, ‘sofocando’ el pecado, y está muy bien empleada esta palabra en el prefacio. Cuando un animal está siendo sofocado lucha con todas sus fuerza para evitarlo, se retuerce, da coletazos, se rebela, intenta salir una y otra vez a la superficie; así también el pecado.

Diluvio universal - Miguel Ángel
Capilla Sixtina - Vaticano
En la primera y segunda lectura se hace referencia al arca de Noé, ‘en la que unos pocos se salvaron cruzando las aguas’. La segundo lectura dice que esto ‘es símbolo (anti-tipo, en griego) del bautismo que actualmente nos salva’. En nuestro bautismo fue sofocado el pecado, sumergido el mal, enterrado el hombre viejo, y hemos resurgido como nuevas criaturas. Sin embargo, como dice el Concilio de Trento en el Decreto sobre el pecado original, si bien es verdad que en el bautismo se nos borra la culpa, permanece en nosotros la concupiscencia como fuerza que procede del pecado y al pecado inclina y que queda en nosotros para el combate (D 1515). La cuaresma es el tiempo para este combate, para sofocar la concupiscencia y celebrar así renovados la Pascua.

Así entendido este tiempo litúrgico, no es tiempo para estar tristes, sino para luchar. Tenemos que empezar la cuaresma desperezándonos y dejándonos empujar por el Espíritu al desierto para hacernos conscientes de las tentaciones que nos acechan y rechazarlas. Esto al principio será amargo, pero después se volverá dulce. Lo que nos aguarda al final del camino es volver a vivir en gracia, como hijos de Dios, volver a recuperar y experimentar esa vida divina que se nos dio en nuestro bautismo. Si aprovechamos bien este tiempo podremos experimentar algo de esa paz que anunciaba los profetas para los tiempos mesiánicos, cuando “habitará el lobo con el cordero, el leopardo se tumbará con el cabrito, el ternero y el león pacerán juntos: un muchacho será su pastor” (Is 11, 6). Eso es lo que experimentó Jesús en el desierto estando con alimañas después de haber vencido al enemigo. Como Jesús, también nosotros en este combate contamos con la asistencia de Dios y de los ángeles.