jueves, 28 de junio de 2012

Descubrir y llevar a cabo nuestra misión en la vida, como san Juan Bautista



Homilía domingo 24 de junio 2012
Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista

San Juan Bautista
Leonardo da Vinci (1508-1513)
Museo del Louvre, Paris (Francia)
Una de las tantas facetas destacables de san Juan Bautista es que cumplió la misión que Dios le había asignado con fidelidad, desde el comienzo de su existencia, cuando aún estaba en el vientre de su madre, hasta su muerte cruel por manos de Herodes. Sabía cuál era su lugar en el plan de Dios para la humanidad, en la historia de la salvación, y se mantuvo con fidelidad en él, costara lo que costara, con coherencia y humildad.

Probablemente fue en los largos años pasados en la soledad del desierto cuando Juan descubrió con claridad lo que Dios le pedía. En la oración y la lectura de la Palabra de Dios, con el auxilio del Espíritu Santo, se le fue manifestando su vocación profética, de que él era el que iría delante del Señor para prepararle un pueblo bien dispuesto. Leyendo los textos del profeta Isaías se fue dando cada vez más cuenta de esto; ese texto en el que se habla de una voz que grita en el desierto exhortando a preparar el camino del Señor, o ese otro texto de la primera lectura de hoy en que el profeta Isaías hace mención de un siervo de Dios formado desde la entrañas maternas para ‘traer a Jacob’, para ser ‘luz de las naciones’.

Para llevar a cabo su misión practicaba un bautismo de conversión, una inmersión en el río Jordán como signo del deseo de convertirse, de cambiar, de purificarse para el día del juicio. Una gran muchedumbre venía desde todas partes a donde él estaba para recibir su bautismo, reconociendo sus pecados. Un día llegó también Jesús, como uno más, y se puso en la cola. Pero Jesús era muy distinto a los demás. Él era sin pecado, no necesitaba de este bautismo, más aún, él era el que tenía que venir. Juan, al verlo pasar, da testimonio de él diciendo que es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.  Desde ese momento el Bautista sabe que debe pasar a un segundo plano, que él 'tiene que disminuir y el Señor crecer’, que no es digno ni de ‘desatarle las sandalias’, como se dice en la segunda lectura. Y Juan cumple su misión, la cumple con fidelidad y humildad, sabe cuál es su lugar, no pretende ser otra cosa de lo que es, testigo de la luz, pero no la luz, voz, pero no la Palabra.

Solsticio de verano en Stonehenge (Inglaterra)
El hecho de que hoy, veinticuatro de junio, se celebre la Natividad de san Juan Bautista no es casual. Es seis meses antes del 24 de diciembre, Natividad del Señor, ya que como dice el ángel a María, su pariente Isabel estaba ya embarazada de seis meses. Pero sobre todo el veinticuatro de junio, cerca del solsticio de verano, es cuando los días empiezan a disminuir, como tiene que hacer el Bautista respecto de Jesús.

                Juan permanecerá fiel a su misión hasta su muerte a manos del rey Herodes, una muerte cruel e injusta. El Bautista lleva a término su misión con la máxima coherencia, fidelidad y humildad. En esto es un modelo para nosotros. Como él, debemos ir descubriendo la misión que Dios nos tiene asignada, nuestro lugar en la vida, lo que el Señor quiere de nosotros. Esto puede no ser fácil, puede que no tengamos claro qué es lo que quiere el Señor y que nos cueste mucho tiempo y esfuerzo descubrirlo. Juan tuvo que pasar muchos años en el desierto, en penitencia y oración, antes de saberlo con claridad. Una vez que lo sepamos, nuestra tarea es hacerlo, permanecer en ese lugar, llevar a cabo nuestra misión en la vida, aunque cueste. Puede ser la de ser un buen sacerdote en un lugar determinado, un buen padre o madre de familia, un buen profesional... Puede que no concuerde con nuestras aspiraciones iniciales; puede que implique asumir algunos errores que hayamos podido cometer, reconciliándonos con nuestro pasado. Pero es nuestro lugar en la vida y en la historia de Dios con toda la humanidad, y es estando en él como realizaremos lo que Dios quiere de nosotros y encontraremos nuestra paz. Iremos descubriendo poco a poco que Dios había pensado esto para nosotros desde siempre, desde antes que naciéramos y nos fue preparando para ello. Desde las profundidades de la tierra, desde el seno de nuestra madre, dicen las lecturas de hoy, nos va formando.

Monumento de la Visitación
Ein Karen (Israel)
De hecho, la palabra de Dios de este día hace especial hincapié en que ya desde el seno materno, una vez concebidos, empezamos a llevar a cabo el plan que Dios tiene para nosotros. Juan, en el seno de su madre, exultó de gozo cuando María llegó a casa de Isabel embarazada de Jesús. Esto nos hace reflexionar sobre el tristísimo drama del aborto, de los niños concebidos y no dejados nacer, cuya misión en la vida queda frustrada, desde nuestra perspectiva humana. Para Dios puede que nos sea así, porque él es capaz de sacar el bien del mal más profundo, y estos niños no nacidos, como los santos inocentes, cumplen una misión en el plan de salvación. Sin embargo, aunque esto puede dar un cierto consuelo y esperanza de perdón a quien haya cometido este terrible acto, tenemos que decir que el aborto es un verdadero crimen. Un ‘crimen nefando’, es definido en los documentos del Concilio Vaticano II.

Pidamos hoy por las madres embarazadas, sobre todo por las que tienen situaciones difíciles, para que no se rindan ante las presiones y lleven a término su embarazo, dando a luz una persona sobre la cual Dios ha puesto sus esperanzas, una persona que tiene una misión a cumplir en la vida. Pidamos también por nosotros, para que descubramos lo que Dios tiene pensado para nosotros y lo llevemos a cabo, con fidelidad, coherencia y humildad.

sábado, 23 de junio de 2012

Para salir de la crisis es necesario cambiar el estilo de vida



Mensaje de las Iglesias a los ciudadanos europeos en la situación actual de crisis económica

Los participantes delante de la Torre de Belém (Lisboa) 
                Del 5 al 8 de junio se celebró en Lisboa, Portugal, el III Fórum Católico-Ortodoxo con el tema: “La crisis económica y la pobreza. Desafíos para la Europa de hoy”. El Fórum es una iniciativa del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa en unión con los patriarcados de las Iglesias ortodoxas, que reúne cada dos años a representantes y delegados de estas Iglesias para debatir sobre temas de actualidad y promover un testimonio común de los valores del evangelio en la sociedad europea. La de Lisboa ha sido la tercera reunión; en las dos anteriores se abordaron los temas de la familia (Trento, Italia, 11-14 de diciembre de 2008) y de las relaciones Iglesia-Estado (Rodas, Grecia, 18-22 de octubre de 2010).

                Tuve la suerte de participar como delegado de la Conferencia Episcopal Española en esta última reunión de Lisboa. Ha sido una experiencia muy enriquecedora, con días de intenso intercambio, trabajo y debate entre hermanos en la fe de unas Iglesias que aun no están unidas como quiere el Señor, pero que se esfuerzan por recorrer el difícil camino hacia la unidad y por dar un testimonio común del evangelio. Fruto de este encuentro ha sido el mensaje final. Quiero compartir con los lectores de este blog este mensaje y añadir algunas consideraciones que me surgen a partir de él.

(Texto original: francés)

Mensaje aprobado por los participantes
en el III Fórum Católico-Ortodoxo

Lisboa, 5-8 de junio de 2012


El cardenal patriarca de Lisboa con a su derecha el
metropolita Gennadios y a su izquierda el cardenal Erdô
1.       El III Fórum Católico-Ortodoxo se ha celebrado en Lisboa, Portugal, del 5 al 8 de junio de 2012, sobre el tema “La crisis económica y la pobreza. Desafíos para la Europa de hoy”. El Fórum ha sido acogido por Su Eminencia el cardenal patriarca de Lisboa José da Cruz Policarpo. Los trabajos han sido copresididos por el cardenal Peter Erdö, presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) y el metropolita Gennadios de Sassima, del Patriarcado Ecuménico. Después de la experiencia positiva de los dos primeros Fórums Católico-Ortodoxos (Trento, Italia, 11-14 de diciembre de 2008 y Rodas, Grecia, 18-22 de octubre de 2010), los delegados de las Conferencias Episcopales Católicas de Europa y de las Iglesias Ortodoxas en Europa han debatido a la luz de la fe cristiana la cuestión de la crisis económica y de sus repercusiones en Europa.

Al finalizar este encuentro deseamos ofrecer nuestras reflexiones a los cristianos de nuestras Iglesias y a toda persona que comparta nuestras preocupaciones.

2.       Europa atraviesa hoy una crisis muy grave. Muchos europeos sufren directamente las consecuencias de esta crisis, especialmente el paro y la ausencia de perspectivas y de esperanza. Los europeos están preocupados en lo que se refiere a su futuro.
Nuestras Iglesias acogen y permanecen atentas a estos sufrimientos y preocupaciones. Ellas desean dirigir a sus fieles y a todos los europeos un mensaje de confianza y de esperanza. Debemos seguir confiando en la providencia divina y en nuestra capacidad de corregir los errores del pasado, y debemos también trazar las líneas de un futuro de justicia y de paz.

3.       A lo largo de su historia, Europa más de una vez ha enderezado el curso de su destino sobre la base del pensamiento y de la moral cristianos, presentes en la Biblia, la tradición patrística y monástica y en la doctrina social de la Iglesia, lo que constituye un tesoro que comparten todos sus pueblos.

4.       El mensaje de las Iglesias concierne al lugar y al papel de la persona humana en la creación, en la sociedad y, en especial, en la vida económica.
Las Iglesias cristianas enseñan que el hombre encuentra su plenitud en Dios su creador y salvador. Nada en este mundo puede satisfacer plenamente sus anhelos. Al utilizar los bienes de este mundo está llamado a descubrir el lazo que lo une, en comunión con el creador,  a los demás hombres.

5.       A causa de los efectos del proceso de secularización, muchos europeos se han distanciado de su relación constitutiva con Dios y han buscado un sentido para su vida tan solo dentro del horizonte mundano. Las ideologías materialistas y hedonistas les han propuesto unas visiones reductivas haciéndoles creer que la felicidad se podía conseguir a través de la acumulación de bienes, que la libertad consistía en la satisfacción de todos los deseos, y que la vida en sociedad podía resultar de la conjugación de todos los intereses privados.

Algunos de los delegados de las Iglesias ortodoxas
6.       Las Iglesias reconocen que la crisis que atravesamos no es solamente una crisis económica, es también una crisis moral y cultural, y más profundamente, una crisis antropológica y espiritual.
Si hemos llegado hasta aquí es porque las finanzas se han separado de la economía real y porque la economía se ha separado del control de la voluntad política, la cual se ha separado a su vez de la ética. Teniendo en cuenta nuestra experiencia de la presencia de Cristo vivo en la Iglesia, nosotros creemos que a través del retorno a Cristo, en la disponibilidad al Espíritu y a la fe cristiana, los hombres de hoy encontrarán una respuesta a sus aspiraciones más profundas.

7.       La sociedad debe ser organizada de tal modo que esté siempre al servicio del hombre y no al revés. El hombre es un ser social por naturaleza que se realiza en primer lugar en la familia. Rechazamos el individualismo que aísla a las personas, unas en relación con otras. Cada persona es un fin en sí misma, abierta al amor infinito de Dios, y nunca debe ser tratada como un objeto manipulable sujeta a los intereses de los más poderosos. Por su parte, los cristianos están dispuestos a colaborar con todos los hombres de buena voluntad de cara a una sociedad más justa y más humana.

8.       Si los europeos quieren salir de la crisis –en solidaridad con el resto de la humanidad- deben comprender que es necesario cambiar el estilo de vida. Para el creyente se trata de renovar una relación personal con el Dios trinitario que es comunión de amor, relación que va más allá de una simple doctrina o de un planteamiento ético. La crisis puede ser ocasión de una toma de conciencia saludable. Los europeos deben dar sentido a la actividad económica partiendo de una visión integral y no parcial de la persona humana y de su dignidad. Poniendo a la persona en su justo lugar, subordinando la economía a objetivos de desarrollo integral y de solidaridad, abriendo la cultura a la búsqueda de la verdad, dando su puesto a la sociedad civil y a la ingeniosidad de los ciudadanos que trabajan por el bienestar de sus contemporáneos, crearán las condiciones para que surja un nuevo tipo de relación con el dinero, la producción y el consumo. Es también lo que nos recuerda la tradición ascética cristiana del ayuno y el compartir. Las Iglesias hacen un llamamiento a los cristianos para que coordinen su servicio diaconal a nivel local y global con vistas a ayudar a las personas en situación de precariedad y a contribuir al desarrollo de una sociedad más equitativa.

9.       En este cambio necesario, una de las prioridades debe ser el trabajo. Es conveniente privilegiar las actividades que generan empleo. Cada persona debe poder vivir dignamente y desarrollarse gracias a su trabajo, y poder hacerse solidario con los demás. Todas las formas de corrupción y explotación han de ser eliminadas.

10.    El mercado no debe ser una fuerza anónima y ciega. Es el lugar en el que se intercambian bienes y servicios útiles para el desarrollo material, social y espiritual de las personas. El mercado pide ser regulado en función del desarrollo integral de la persona.

Algunos de los delegados de la Iglesia Católica
11.    Ya no es posible seguir derrochando los recursos de la creación, contaminando el medio ambiente en el que vivimos, como lo hacemos ahora. La vocación del hombre es la de ser guardián de la creación no su depredador. Tenemos que hacernos conscientes hoy de la deuda que tenemos con las generaciones futuras a las que no podemos entregar un medio ambiente degradado e inhabitable. En nuestro mundo globalizado la mano que rige la vida de los pueblos no debe ser la mano invisible del egoísmo individual y colectivo, sino una política de control y de transparencia de las decisiones de los actores sociales y de los Estados.

12.    Deseamos dirigir una palabra de aliento a los Gobiernos nacionales y a los responsables de las instituciones europeas en sus esfuerzos por encontrar una vía justa y equitativa para salir de la crisis económica y financiera, con una atención especial para los países con más dificultades.

13.    Nos dirigimos sobre todo al único agente de cambio capaz de hacer evolucionar nuestras sociedades hacia un nuevo estilo de vida: el ciudadano de nuestros países europeos. Si él entiende la necesidad vital de un cambio en relación a sus hábitos de consumo, sus representantes en las instancias parlamentarias lo seguirán, la industria se adaptará a estas nuevas opciones, la educación enseñará un nuevo modelo de ciudadanía, más sobrio y más solidario con los pobres. En fin, el hombre europeo encontrará la alegría de reavivar sus raíces cristianas y de cultivar la dimensión espiritual de su ser, la única capaz de satisfacer la búsqueda de felicidad y de sentido.

Algunas consideraciones a partir del mensaje

Cabo da Roca (Sintra). El punto más
occidental del continente europeo

  • ·      El beato Juan Pablo II, refiriéndose a la separación entre la Iglesia Católica y las Iglesias Orientales surgida a raíz del Gran Cisma de 1054 y a la necesidad de superarla, utilizaba frecuentemente la bella y significativa comparación de los dos pulmones de la Iglesia. Le gustaba decir que la Iglesia y Europa tenían que volver a respirar con sus dos pulmones. Cuando nos juntamos con nuestros hermanos de los patriarcados ortodoxos para tratar algún tema, percibimos la verdad de estas palabras del papa polaco. Se abordan las cuestiones de una forma diferente, con más amplitud y diversidad de aproximaciones, juntando perspectivas distintas, una occidental más pragmática, cristológica y jurídica, y otra oriental más pneumatológica, filosófica y espiritual. Esto hace que el mansaje que la Iglesia puede ofrecer a nuestra sociedad europea en esta hora difícil sea mucho significativo y fecundo, y que apele al alma profunda de este viejo continente que va ‘desde el Atlántico hasta los Urales’, como también amaba repetir el papa eslavo. En el encuentro del Fórum en Portugal, en los confines del viejo mundo, tratando el tema de la crisis económica y de la pobreza, percibimos esto con mucha claridad mientras debatíamos si hacer referencia explícita a Jesucristo como único salvador en el mensaje final o limitarnos a una perspectiva ética de la ley natural aplicable a todos, creyentes y no creyentes; si partir de un texto bíblico o no; si invitar a la conversión o hablar de las estructuras que deben cambiar... Esta constatación nos debería impulsar a todos a caminar con más empeño hacia la unidad de las Iglesias, al darnos cuenta que nuestra vida eclesial y nuestra misión está de momento ‘a medio gas’.

Entrada al Convento de los Capuchinos en la Sierra de
Sintra (siglo XVI). Un lugar de vida sobria, solidaria y
 respetuosa con la naturaleza
  • ·         Al abordar la crisis económica y la pobreza en Europa, las Iglesias, solidarizándose con los que lo están pasando muy mal y pidiendo a los fieles que ejerzan con vigor la diaconía de la caridad, describen la situación también como oportunidad y desafío, como un reto que nos invita a cambios profundos. La crisis puede ser ocasión para volver a una forma de vida más auténtica, para recuperar valores que hemos perdido, para volver a poner a la persona en el centro, por encima de la economía y de los mercados. La afirmación central del mensaje es que para salir de la crisis es necesario un cambio de estilo de vida. Tenemos que vivir de un modo mucho más sobrio, más solidario, más respetuoso con la naturaleza. Solo así tendremos futuro y podremos ofrecer una Europa habitable y digna a las nuevas generaciones.

  • ·         Es muy significativo que los representantes de las Iglesias dirijan su mensaje en primer lugar ‘al ciudadano de nuestros países europeos’, no a los políticos ni a la instituciones, ya que se le considera como “el único agente de cambio capaz de hacer evolucionar nuestras sociedades hacia un nuevo estilo de vida”. En contra de lo que muchas veces se piensa de que son los mercados y los ‘poderes fácticos’ los que determinan la vida de las personas, este mensaje apela a la responsabilidad personal del ciudadano europeo, llamado a ser el verdadero protagonista de su destino. Si él cambia, cambiará la política, cambiará la educación y cambiará la industria. Las Iglesias nos invitan a tomar las riendas de nuestra vida y de nuestro futuro y a construir una Europa mejor sin hacer dejación de nuestra responsabilidad.

martes, 19 de junio de 2012

La eficacia de la Palabra de Dios



Homilía Domingo 17 de junio 2012

XI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)


Púlpito de la Catedral de Siena
Nicola Pisano (1265-1268)
Fuente de la imagen: wikipedia
                A los que ejercemos el ministerio de la Palabra, el servicio eclesial de la predicación, nos sorprende con mucha frecuencia la fuerza y la eficacia de la palabra de Dios. Cuando la anunciamos experimentamos lo poderosa que puede llegar a ser, su capacidad de cambiar la vida de las personas que la escuchan, su poder de dar esperanza y vida nueva a los que están “cansados y agobiados”. Es una palabra cuya luz disipa las tinieblas del pecado y del error. Es como un agua que donde llega hace nacer la vida. Es la única palabra capaz de dar un mensaje significativo y real a quien está sumido en el dolor y la desesperanza más profundos. Las demás palabras pueden ayudar momentáneamente, como las que dice un buen psicólogo; pueden conseguir consolarnos un poco y evitar que nos hagamos más daño con nuestras conductas inadaptativas, pueden facilitar que elaboremos el duelo como se suele decir, pero solo la palabra de Dios es portadora de una esperanza cierta que supera también la oscuridad del sufrimiento más profundo y de la muerte. Por eso es una palabra distinta a todas las demás; no es palabra de este mundo, es palabra de Dios con todo lo que esto significa.

Grano de mostaza
Fuente de la imagen: blogspot.com
Al principio, cuando pronunciamos esta palabra y la explicamos nos puede parecer algo muy pequeño, casi insignificante respecto a todas las demás palabras que nos llegan a través de los poderosos medios de comunicación. Éstas nos seducen modificando nuestros pensamientos y sentimientos para que nos comportemos de un determinado modo, comprando esto o consumiendo aquello. Es curioso como todos,  también nosotros por mucho que digamos que no, nos dejamos llevar por estos mensajes y terminamos pensando y haciendo lo que condenamos en los demás y tachamos de consumismo, materialismo y hedonismo. También las palabras del psicólogo pueden parecer más eficaces porque son dichas según técnicas que experimentalmente han mostrado su capacidad para modificar la conducta. Sin embargo, aunque aparentemente sea así y al principio las palabras del mundo, de la cultura dominante, de los políticos y de los medios de comunicación, de los psicólogos, parezcan más poderosas y útiles, al final la única que verdaderamente salva es la palabra de Dios. Cuando la oímos o pronunciamos puede parecer una palabra despreciable comparada con las demás, pero va creciendo en los que la escuchan con oído abierto y corazón no endurecido hasta volverse la roca sobre la que construyen la propia vida y que aguanta todas las tormentas, y que puede cobijar también a los demás que se acercan a nosotros pidiendo consejo y ayuda.

Fuente de la imagen:  lavistachurchofchrist.org
De la fuerza de la palabra de Dios nos habla el evangelio de hoy. Jesús, desde una barca, habla al gentío que está en la orilla escuchando. Les habla en parábolas, acomodándose a su entender. 'Les expone la palabra', dice el evangelista. Las dos parábolas que narra en el evangelio de hoy ilustran la eficacia y la forma de actuar de la palabra de Dios: es palabra que va creciendo en nosotros por su propia fuerza, por ella misma, ocupando cada vez más espacio en nuestra vida sin saber nosotros muy bien cómo lo hace. Es palabra que parece poca cosa al principio para después volverse en lo más importante.

Todo esto lo podemos fácilmente experimentar nosotros. Es suficiente leer periódicamente un pasaje aunque corto de la palabra de Dios, de la Sagrada Escritura, y lo constataremos. Muchos tienen la buena costumbre de leer cada día el evangelio que se proclama en la misa aunque ellos no puedan asistir a la celebración litúrgica. Todos los que hacen esto pueden dar testimonio de la verdad de la enseñanza de Jesús sobre la semilla pequeña que crece automáticamente hasta volverse un gran árbol.

Las otras lecturas de la misa de hoy, como también el salmo responsorial, tienen relación con el evangelio, aunque de una forma algo oblicua. La primera lectura del profeta Ezequiel anuncia la intervención paradójica de Dios en la historia del pueblo elegido, sacando de él una rama tierna y plantándola en la montaña más alta, haciendo que se vuelva un cedro noble que da cobijo a todas las aves. Actuando así, el Señor muestra su fidelidad, ‘humillando a los poderosos y enalteciendo a los humildes’ como canta María en casa de su primer Isabel. El Señor interviene en nuestra historia cambiando nuestra suerte y nuestros esquemas y lo hace también por medio de su palabra poderosa.

Árbol de mostaza
Fuente de la imagen: blogspot.com
En la segunda lectura Pablo nos invita a agradar al Señor aunque de momento vivamos desterrados, lejos de él, “caminando sin verlo, guiados por la fe”, y esto con vistas al juicio, ya que “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho”. En el evangelio se habla de la hoz que se mete cuando llega la siega, que es una imagen que se refiere también al juicio. Y este juicio de Dios no debe darnos miedo, sino esperanza y consuelo, ya que es anuncio del triunfo de la justicia, de la victoria del bien sobre el mal, de que Dios es fiel y cumple sus promesas y salva a los pobres y humildes que confían en él.

En el salmo responsorial se dice que el justo “crecerá como palmera, / se alzará como cedro del Líbano; / plantado en la casa del Señor, / crecerá en los atrios de nuestro Dios” y “en la vejez seguirá dando fruto / y estará lozano y frondoso” (Sal 91). La forma de permanecer plantados en la ‘casa del Señor’, unidos a él, es a través de su palabra y esto es lo que hace que demos frutos, frutos de vida eterna.

martes, 12 de junio de 2012

El cuerpo y la sangre de Cristo, no solo el cuerpo



Homilía Domingo 10 de junio de 2012
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Día de la Caridad

Detalle de la Cruz de la Unidad
                La fiesta solemne que celebramos hoy tiene una larga historia. Se empezó celebrando en el siglo XIII con la finalidad de profesar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, una presencia verdadera, no simbólica, y permanente, que no desvanece una vez terminada la celebración litúrgica, lo que hace que la forma consagrada sea merecedora de ser adorada cuando se expone y cuando es llevada en procesión por nuestras calles, porque en ella está presente Jesucristo en cuerpo, alma y divinidad. Sin embargo, esta misma historia tan gloriosa e importante para la piedad cristiana, ha llevado a poner en segundo plano otro aspecto fundamental del misterio eucarístico que es el de la sangre de Cristo. Ha sido la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II la que ha intentado recuperar este aspecto cambiando el nombre de la fiesta, de Corpus Domini – como aún hoy la solemos seguir llamando-, a Cuerpo y Sangre de Cristo. El hecho de que se dé la comunión a los fieles habitualmente solo bajo la especie del pan, de que se lleve en procesión solo la hostia y de que se exponga para la adoración la forma consagrada, ha hecho que nos olvidemos un poco de la sangre de Cristo y de su importancia.

                De hecho, las lecturas de hoy hablan de la sangre del Señor más que de su cuerpo. La primera lectura menciona la sangre de la antigua alianza, sacada de los animales sacrificados, que Moisés rocía sobre el altar, signo de Dios, y sobre el pueblo y con la que se sella el pacto entre Dios e Israel sobre la base de la Ley que los israelitas se comprometen a guardar. Sangre que es signo de comunión de vida y de posible castigo si una de la partes no es fiel a la alianza. La segunda lectura de la Carta a los Hebreos nos dice que la sangre de Cristo, “que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha”, es muy superior a la sangre de la antigua alianza y puede “purificar nuestra conciencia de las obras muertas”. Nos da la liberación eterna y el perdón de los pecados.

Cruz de la Unidad
                Pero sobre todo es importante para nosotros hoy el pasaje del evangelio de Marcos que se ha proclamado. Es uno de los cuatro relatos de la institución de la Eucaristía que encontramos en el Nuevo Testamento. En la última cena Jesús lleva a cabo un verdadero sacrificio incruento, anticipación del que tendrá lugar el día siguiente en la cruz, y da a sus discípulos a beber su sangre. Esto no es algo simbólico, sino real; las palabras que utiliza Jesús no dan lugar a dudas. Dice que la sangre es la sangre de la alianza, que es derramada por muchos. Cuando comulgamos con la sangre de Cristo, bebemos realmente su sangre bajo la especie del vino: la sangre que fue derramada en la cruz, la sangre que salió de su costado, la sangre que nos purifica y limpia nuestra alma, la sangre que nos rescata y libera, que nos otorga el perdón de los pecados, la sangre santa e inmortal.

                En los relatos de la institución de la Eucaristía que encontramos en el evangelio de Lucas y en la primera Carta de san Pablo a los Corintios se añade el mandato de repetir el gesto de Jesús: “haced esto en memoria mía”. Desde ese día la Iglesia no ha cesado de repetir este gesto en la celebración eucarística que, aunque ha cambiado mucho a lo largo de estos dos milenios en la forma en que se ha llevado a cabo, se ha mantenido idéntico en lo esencial, en lo que viene directamente de Jesús. Nuestras eucaristías de hoy nos unen con la que celebró Jesús en el cenáculo que, a su vez, está en continuidad con las otras comidas del Señor a lo largo de su vida pública. Comidas en las que se sentaba junto con publicanos y pecadores para escándalo de los bienpensantes de entonces. El comer juntos es signo de comunión de vida y el Señor se sienta con los pobres, marginados y pecadores,  es decir con nosotros, invitándonos a su mesa que es anticipo del banquete del Reino. Es él el que a la vez nos invita y nos hace dignos de participar en su banquete, purificándonos con su sangre.

                Sin embargo, a la invitación inmerecida del Señor tenemos que corresponder con el deseo de convertirnos y de cambiar para ser cada vez más dignos de sentarnos en la mesa con él y compartir su misma vida. San Pablo dice que debemos ‘discernir el cuerpo de Cristo’ para no ser 'reos del cuerpo y la sangre del Señor’. Participar dignamente en al Eucaristía significa hacer nuestra la caridad de Cristo, vivir según sus valores y virtudes. Participar en la Eucaristía es un don y un compromiso.  La alianza del Sinaí se estableció sobre la base de la Ley que el pueblo se comprometía a cumplir; la nueva alianza en la sangre del Señor se estipula sobre la nueva ley de Cristo, que es el Espíritu, el amor, la caridad derramada en nuestros corazones y ejercida.

                Por eso es muy apropiado que hoy celebremos también el Día de la Caridad, de Cáritas, que es una organización de la Iglesia a través de la cual ella organiza y coordina su servicio de caridad. La Eucaristía tiene su fundamento en el amor de Dios, en su servicio hacia nosotros, y pide nuestra respuesta de caridad y de servicio hacia los demás, sobre todo hacia los más pobres. “Vivir es amar; amar es servir”, es el lema de la Campaña de Cáritas de este año.

Benedicto XVI levantando
el Santo Grial en Valencia
(6 de julio de 2006)
                Terminamos con las palabras del salmo 115 que hemos rezado en respuesta a la primera lectura. Es uno de los salmos más bellos y profundos del salterio. El salmista canta su alegría por la salvación que ha experimentado: el Señor ha roto sus cadenas, lo la liberado de la muerte. Por eso dice que en acción de gracia alzará la copa de la salvación invocando el nombre del Señor. Es lo que hacemos en la celebración eucarística. Damos gracias al Señor alzando en unión con el sacerdote, que actúa in persona Christi’, la copa de salvación, la copa que contiene la sangre del cordero sin macha, la sangre de la nueva alianza, la sangre que nos redime.





(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

jueves, 7 de junio de 2012

La Santísima Trinidad y la vida real



Homilía 3 de junio de 2012
Solemnidad de la Santísima Trinidad
Día Pro Orantibus
Clausura en Milán del VII Encuentro Mundial de las Familias

P. Rupnik - Centro Aletti
Icono de la Sagrada Familia
VII Encuentro Mundial de las Familias (Milán)
                Muchas veces percibimos una gran distancia entre nuestra vida cristiana de todos los días y las formulaciones teológicas, como si éstas fueran especulaciones, pensamientos o ideas muy bellas y elevadas pero distantes de la ‘vida real’. Así cuando se nos dice, o aprendemos en el catecismo, que en Cristo hay dos naturalezas, la divina y la humana, pero una solo persona, o cuando se nos enseña que en la Trinidad hay una sola naturaleza, la divina, pero tres personas. En un principio parecería que estas definiciones tan solemnes y clásicas tienen poco que ver con nuestra vida y con nuestros problemas. Sin embargo, no es así. Puede que el lenguaje de estas formulaciones nos sea el nuestro, pero estas definiciones de los misterios fundamentales de nuestra fe, surgidas en los grandes concilios ecuménicos de los primeros siglos cuando la Iglesia aun estaba unida, pretenden salvaguardar la autenticidad de la experiencia y de la vida cristiana. Son fórmulas que nos ayudan a discernir cuando nuestro pensar, obrar y vivir son verdaderamente cristianos, fieles a la revelación que Dios ha hecho de si mismo en Cristo, o no.

                Podemos darnos cuenta de esto si consideramos la segunda lectura de la misa de hoy. San Pablo nos habla de la vida del cristiano y señala su característica fundamental que es la de la filiación divina, el sentirnos y ser hijos de Dios. Y esto es posible gracias al Espíritu Santo que hemos recibido, Espíritu de hijos de adopción, que da testimonio a nuestro espíritu de que lo somos, hijos y herederos de Dios; herederos, juntos con Cristo, de la gloria eterna. Y esto no son ideas o conceptos abstractos, sino una realidad que vivimos en la fe. Y ya que somos hijos de Dios nos podemos dirigir a él como lo hacía Jesús, como nuestro Padre. Más aún, nos podemos dirigir a él con esa intensidad con la que lo hacía Jesús en el Huerto de los Olivos, gritando Abbá. La comunidad primitiva de Palestina conservó esta palabra aramea que utilizaba Jesús en su oración porque manifiesta esa relación tan personal e íntima de hijo que tenía Jesús con Dios Padre y que podemos, salvando las distancias, tener también nosotros. Decimos ‘salvando las distancias’ porque Jesús es Hijo único, de la misma naturaleza que el Padre, y nosotros somos hijos por adopción, gracias a Cristo y por medio del Espíritu Santo.

                Aquí vemos con claridad como la doctrina de la Trinidad, del Dios uno y trino, surge de la experiencia cristiana y de la revelación que Dios ha hecho de sí mismo en la vida, muerte y resurrección de Cristo. El reconocer a Dios como uno y trino es consecuencia de nuestra vivencia de la fe de que somos hijos de Dios en el Hijo único por medio del Espíritu que nos ha sido dado, y a la vez, la profesión de fe en la Santísima Trinidad es el criterio para discernir cuando una forma de vivir o de expresar las enseñanzas de Jesús es autentica o no.

Sin embargo, el apóstol Pablo en el texto de la segunda lectura va más allá y nos dice que no es suficiente ser hijos de Dios por la fe y el bautismo, sino que tenemos que vivirlo. Hay que dejarse llevar por el Espíritu y vivir la libertad que nos es dada como hijos, muy distinta de la actitud servil y temerosa del esclavo. También dice el apóstol que ser hijos implica tener nuestra parte en los sufrimientos del Hijo, “puesto que sufrimos con él para ser glorificados junto con él”.

El papa Benedicto XVI con una familia en el Encuentro
Mundial de las Familias en Milán
                Las demás lecturas de este primer domingo después de Pentecostés hacen referencia a otros aspectos del misterio de la Santísima Trinidad que celebramos hoy. Así, la primera lectura resalta la unicidad de Dios, que es la esencia misma del monoteísmo judío que también nosotros profesamos: “Reconoce, pues, hoy y medita en tu corazón, que el Señor es el único Dios, allá arriba en el cielo, y aquí abajo en la tierra; no hay otro”. Dios es uno, no hay otro, todo lo demás que intenta usurpar su puesto y la adhesión que debemos solo a él, es un ídolo que nos termina quitando la vida. Nosotros creemos en un solo Dios, aunque pensamos que este Dios es uno pero trino, es “uno solo pero no solitario”, como dice una bella expresión utilizada en el VI Concilio e Toledo del año 638.

                Hoy clausura en Milán el papa Benedicto XVI el Encuentro Mundial de las Familias. No sé si se eligió esta fecha teniendo presente la fiesta litúrgica que celebramos hoy, pero sí es cierto que la familia humana  es la imagen menos imperfecta que tenemos de la vida íntima de Dios y la que quizás más nos puede ayudar a entender algo de cómo Dios es uno y trino. La característica principal de la familia es que es una comunión de personas que se fundamenta en el amor. Esto vale también para la Trinidad, aunque en este caso la comunión entre las personas divinas es perfecta.

En el final del evangelio de Mateo que se nos ha proclamado se narra la última aparición de Jesús resucitado a los Once en Galilea. Los apóstoles reciben el encargo de hacer discípulos de todos los pueblos, junto con la promesa de la presencia del Emanuel todos los días hasta el fin del mundo. La forma de hacer discípulos es a través del bautismo y enseñando a guardar las enseñanzas de Jesús. Se dice que el bautismo tiene que ser administrado “en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu santo”, es decir, en el nombre de la Santísima Trinidad.


             Hoy, en esta fiesta de la Trinidad, celebramos también el día “pro orantibus”, “por los que oran”, los contemplativos, los que han consagrado su vida a la oración. Estas personas, hombres y mujeres, sienten con tanta fuerza su unión de vida con el Hijo, con Jesús, que se entregan totalmente para hacer suya la oración continua de Jesús al Padre en el Espíritu por todos nosotros. Damos gracias por este don de la vida contemplativa que Dios sigue dando a su Iglesia y por tantas personas que rezan pro nosotros y sin las cuales nuestro apostolado no daría fruto. Estas personas también son un testimonio viviente de la unicidad de Dios, de que ‘Dios solo basta’, de que primero hay que buscar ‘el reino de Dios y su justicia’, de que ‘la figura de este mundo pasa’.