martes, 19 de junio de 2012

La eficacia de la Palabra de Dios



Homilía Domingo 17 de junio 2012

XI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)


Púlpito de la Catedral de Siena
Nicola Pisano (1265-1268)
Fuente de la imagen: wikipedia
                A los que ejercemos el ministerio de la Palabra, el servicio eclesial de la predicación, nos sorprende con mucha frecuencia la fuerza y la eficacia de la palabra de Dios. Cuando la anunciamos experimentamos lo poderosa que puede llegar a ser, su capacidad de cambiar la vida de las personas que la escuchan, su poder de dar esperanza y vida nueva a los que están “cansados y agobiados”. Es una palabra cuya luz disipa las tinieblas del pecado y del error. Es como un agua que donde llega hace nacer la vida. Es la única palabra capaz de dar un mensaje significativo y real a quien está sumido en el dolor y la desesperanza más profundos. Las demás palabras pueden ayudar momentáneamente, como las que dice un buen psicólogo; pueden conseguir consolarnos un poco y evitar que nos hagamos más daño con nuestras conductas inadaptativas, pueden facilitar que elaboremos el duelo como se suele decir, pero solo la palabra de Dios es portadora de una esperanza cierta que supera también la oscuridad del sufrimiento más profundo y de la muerte. Por eso es una palabra distinta a todas las demás; no es palabra de este mundo, es palabra de Dios con todo lo que esto significa.

Grano de mostaza
Fuente de la imagen: blogspot.com
Al principio, cuando pronunciamos esta palabra y la explicamos nos puede parecer algo muy pequeño, casi insignificante respecto a todas las demás palabras que nos llegan a través de los poderosos medios de comunicación. Éstas nos seducen modificando nuestros pensamientos y sentimientos para que nos comportemos de un determinado modo, comprando esto o consumiendo aquello. Es curioso como todos,  también nosotros por mucho que digamos que no, nos dejamos llevar por estos mensajes y terminamos pensando y haciendo lo que condenamos en los demás y tachamos de consumismo, materialismo y hedonismo. También las palabras del psicólogo pueden parecer más eficaces porque son dichas según técnicas que experimentalmente han mostrado su capacidad para modificar la conducta. Sin embargo, aunque aparentemente sea así y al principio las palabras del mundo, de la cultura dominante, de los políticos y de los medios de comunicación, de los psicólogos, parezcan más poderosas y útiles, al final la única que verdaderamente salva es la palabra de Dios. Cuando la oímos o pronunciamos puede parecer una palabra despreciable comparada con las demás, pero va creciendo en los que la escuchan con oído abierto y corazón no endurecido hasta volverse la roca sobre la que construyen la propia vida y que aguanta todas las tormentas, y que puede cobijar también a los demás que se acercan a nosotros pidiendo consejo y ayuda.

Fuente de la imagen:  lavistachurchofchrist.org
De la fuerza de la palabra de Dios nos habla el evangelio de hoy. Jesús, desde una barca, habla al gentío que está en la orilla escuchando. Les habla en parábolas, acomodándose a su entender. 'Les expone la palabra', dice el evangelista. Las dos parábolas que narra en el evangelio de hoy ilustran la eficacia y la forma de actuar de la palabra de Dios: es palabra que va creciendo en nosotros por su propia fuerza, por ella misma, ocupando cada vez más espacio en nuestra vida sin saber nosotros muy bien cómo lo hace. Es palabra que parece poca cosa al principio para después volverse en lo más importante.

Todo esto lo podemos fácilmente experimentar nosotros. Es suficiente leer periódicamente un pasaje aunque corto de la palabra de Dios, de la Sagrada Escritura, y lo constataremos. Muchos tienen la buena costumbre de leer cada día el evangelio que se proclama en la misa aunque ellos no puedan asistir a la celebración litúrgica. Todos los que hacen esto pueden dar testimonio de la verdad de la enseñanza de Jesús sobre la semilla pequeña que crece automáticamente hasta volverse un gran árbol.

Las otras lecturas de la misa de hoy, como también el salmo responsorial, tienen relación con el evangelio, aunque de una forma algo oblicua. La primera lectura del profeta Ezequiel anuncia la intervención paradójica de Dios en la historia del pueblo elegido, sacando de él una rama tierna y plantándola en la montaña más alta, haciendo que se vuelva un cedro noble que da cobijo a todas las aves. Actuando así, el Señor muestra su fidelidad, ‘humillando a los poderosos y enalteciendo a los humildes’ como canta María en casa de su primer Isabel. El Señor interviene en nuestra historia cambiando nuestra suerte y nuestros esquemas y lo hace también por medio de su palabra poderosa.

Árbol de mostaza
Fuente de la imagen: blogspot.com
En la segunda lectura Pablo nos invita a agradar al Señor aunque de momento vivamos desterrados, lejos de él, “caminando sin verlo, guiados por la fe”, y esto con vistas al juicio, ya que “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho”. En el evangelio se habla de la hoz que se mete cuando llega la siega, que es una imagen que se refiere también al juicio. Y este juicio de Dios no debe darnos miedo, sino esperanza y consuelo, ya que es anuncio del triunfo de la justicia, de la victoria del bien sobre el mal, de que Dios es fiel y cumple sus promesas y salva a los pobres y humildes que confían en él.

En el salmo responsorial se dice que el justo “crecerá como palmera, / se alzará como cedro del Líbano; / plantado en la casa del Señor, / crecerá en los atrios de nuestro Dios” y “en la vejez seguirá dando fruto / y estará lozano y frondoso” (Sal 91). La forma de permanecer plantados en la ‘casa del Señor’, unidos a él, es a través de su palabra y esto es lo que hace que demos frutos, frutos de vida eterna.

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