martes, 12 de noviembre de 2013

He luchado el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe


Homilía Domingo 27 de octubre de 2013
XXX Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

Uno de los deberes pastorales más importantes y de mayor trascendencia que tenemos los
sacerdotes es el acompañamiento de las personas que están a punto de morir. Es un momento crucial de la vida, profundamente humano, difícil; es el momento de la verdad y siempre es muy significativo lo que los moribundas cuentan de su vida, de su historia, de como la juzgan, de lo bueno y malo que han hecho, de los éxitos y fracasos que han tenido, de sus alegría y sufrimientos, de las preocupaciones que tienen sobre las cosas no resueltas que dejan en herencia... A diferencia del psicólogo que intenta ayudar a la persona para que pase por ese momento con la mayor paz, el sacerdote está llamado a hacer algo mucho más grande: está llamado a poner a la persona ante la mirada misericordiosa de Dios para que viva ese momento a la luz de la fe, aceptando su verdad de ser criatura dependiente de Dios y pecador. Es decir, el sacerdote debe ayudar al moribundo a que asuma la actitud del publicano de la parábola de hoy, que se sitúa ante Dios por lo que es, un pobre pecador, pero que confía en su misericordia infinita. Hay que evitar que caiga en la otra actitud, la del farseo, la de aquel que se siente justo y cree injusta su muerte, que piensa que tiene derecho a reclamar cosas, o también –lo que es más grave- la de aquel que se rebela a su historia y a su muerte.

                Junto al evangelio de hoy, la segunda lectura nos puede iluminar mucho acerca del modo correcto de ponerse ante Dios de un verdadero cristiano cuando llega ese momento, ese kairós, en que la ‘partida ya es inminente’. En esta lectura se nos ofrece lo que muchos llaman el testamento espiritual de san Pablo que, como dice el texto, ya sabe que ha llegado el momento de ‘soltar las amarras’, de emprender la marcha, de navegar sin impedimentos a la casa del Padre. Puede que este texto no lo haya escrito directamente el apóstol sino algún discípulo cercano a él como piensan la mayoría de los exegetas, pero recoge su lenguaje y sus metáforas preferidas y su experiencia espiritual, es decir, su enseñanza y su testimonio de vida que conservaron cuidadosamente sus discípulos, empezando por Timoteo al que va dirigida la carta. Para nosotros este texto, al formar parte del canon del Nuevo Testamento, es Palabra de Dios que ilumina este momento tan crítico de la muerte. Pero, ¿qué nos dice concretamente sobre ese momento tan importante de la vida? ¿Cómo ve su vida san Pablo cuando su muerte ya está cerca? El apóstol utiliza unos conceptos para hablar de su vida y de su muerte que encontramos en otros escritos suyos y que son muy elocuentes, como los de sacrificio, lucha, carrera, corona…
Fuente de la imagen: mediasmaratones.com

Pablo empieza diciendo que está a punto de ser derramado en libación. La libación era un acto de culto que se llevaba a cabo en muchas tradiciones religiosas de la antigüedad y que consistía en verter líquido, generalmente vino, sobre un altar u otro objeto sagrado; era un modo de hacer un ofrecimiento a la divinidad y de entrar en comunión con ella. Así interpreta Pablo su vida, como un ofrecimiento, un sacrificio al Señor que ya está a punto de consumarse del todo. Dice que ya llegado el momento de su partida, de que los vínculos sean disueltos, para poder llegar a ‘estar con Jesús que es con mucho lo mejor’, como dice en otra de sus cartas. Continúa diciendo que ha “luchado la noble lucha”, la lucha de la vida, la lucha del apostolado, la lucha de quien se sintió justificado gratuitamente por la cruz de Cristo y quiere llevar esta buena noticia a todo el mundo. Pero la lucha también interior, la lucha contra aquello en nosotros que nos aleja del Señor, contra el pecado y las potencias de este ‘mundo de tinieblas’. Pablo combatió este noble combate y no se quedó a medio camino; corrió la carrera hasta el final. Y en todo esto ha guardado el depósito de la fe que le entregaron los apóstoles sin alterarlo, transmitiéndolo con fidelidad a la segunda generación de cristianos. Pero también ha guardado la fe porque se ha mantenido fiel al Señor. Y ahora lo que le espera es esa ‘corona de justicia’ que el Señor, juez justo, dará a todos los que aguardan con amor el encuentro con Él, y que es el verdadero premio de todo cristiano: disfrutar de la comunión de vida con el Señor para toda la eternidad.

Este es el testimonio de lo que vive un santo en el momento de su partida. Sabe y acepta que ha
llegado su hora y lo hace con una alegre y confiada esperanza que se va a encontrar por fin con el Señor, verdadero motivo de todas sus luchas. Cree que no obstante sus pecados y debilidades hizo lo que debía hacer. No se echó para atrás en los momentos difíciles, siguió corriendo uniéndose a la cruz de Cristo; luchó contra enemigos de fuera y de dentro con lealtad, y mantuvo lo que el Señor y la Iglesia le había confiado con fidelidad, sin tergiversarlo para acomodarlo a este mundo o a los deseos de algunos, como aquellos judíos que no habían entendido la libertad que nos había conquistado Cristo con su cruz. Pablo puede verdaderamente decir al final de su vida que ‘ha luchado el noble combate, he acabado la carrera, he conservado la fe’.


¡Qué también nosotros podamos decir lo mismo cuando llegue ese momento!