viernes, 20 de diciembre de 2013

Atención selectiva hacia los signos del reino de Dios

Homilía Domingo 15 de diciembre de 2013
III Domingo de Adviento (ciclo A)


Fuente de la imagen: www.slysajah.com
Cuando nos enfrentamos con la realidad que nos rodea -o con nosotros mismos- ponemos en acto lo que los psicólogos llaman una ‘atención selectiva’. Al ser la realidad tan rica de estímulos, tan inabarcable, ponemos nuestra atención solo en algunas cosas y descuidamos o ignoramos otras que consideramos menos relevantes para la tarea que tenemos entre manos. Así, por ejemplo, yo ahora al mirar este templo, me fijo solo en ciertos detalles que me pueden ser útiles en este momento de la homilía, como las personas presentes, sus caras -si se están aburriendo-, el micrófono y su amplificación, las lecturas que hemos proclamado, etc., mientras otros aspectos del templo están en un segundo plano, por ejemplo, el sistema eléctrico y la calefacción, las pinturas, los ruidos que llegan de fuera, etc. Con frecuencia es nuestra situación actual o el humor del momento lo que hace que nos centremos más en unos detalles que otros: si nos sentimos amenazados estaremos particularmente atentos a posibles peligros que están presentes, o si estamos tristes destacaremos los elementos más acordes con este estado de ánimo.

            En parte de esto nos habla el evangelio hoy, invitándonos a practicar una atención selectiva hacia los signos del reino de Dios que ya está presente y actuante en nuestro mundo. Darnos cuenta de estos signos nos lleva a la alegría y nos anima a la paciencia, aguardando el cumplimiento definitivo de las promesas, como hace el labrador que espera confiadamente a que la tierra dé su fruto a su debido tiempo. Cuando Juan envía desde la cárcel a algunos de sus discípulos a Jesús para que le pregunten si él es “el que ha de venir”, estaba pasando por un momento difícil, de dudas, y tendía a aplicar una atención selectiva centrándose en los elementos que contradecían la llegada del reino que él había con tanta valentía y fuerza anunciado. Él estaba en la cárcel y las promesas mesiánicas que hablaban de la liberación de los presos no se hacían realidad en su caso, lo que ya le disponía mal, y la llegada del reino que él había imaginado en términos de juicio final parecía todavía lejos. Lo signos a los que él atendía le llevaban a pensar que quizás se había equivocado, que los tiempos mesiánicos aun no habían llegado, que aquel que había identificado como el Siervo de Dios quizás no lo era.

            Sin embargo, seguía teniendo algo de esperanza en la verdad de la llegada del reino de Dios. Había
San Juan en la cárcel
Juan Fernández de Navarrete (1565)
Museo del Hermitage - S. Petersburgo (Rusia)
visto a Jesús a orillas del Jordán y reconocido en él por inspiración divina al Cordero de Dios que quita el pecado del mundo. De este Jesús le habían llegado noticias que enseñaba con autoridad, aunque su mensaje era más de misericordia que de juicio, y que hacía signos y milagros, algunos portentosos. De ahí que lo mejor era preguntarle directamente a él si era el mesías. Jesús contesta invitando a centrar la atención en los signos que él hace que son los signos mesiánicos anunciados por los profetas, mencionados también por Isaías en la primera lectura de hoy.

            Él es el Mesías esperado, el anunciado por los profetas, aunque su venida no sea tal como se la esperaba Juan. Jesús invita a saber interpretar bien los signos del reino aunque sean pequeños y humildes, tanto que casi podrían pasar desapercibidos. Reconocer estos signos debe llevar a la alegría que nace de constatar que Dios cumple sus promesas de liberación. También nos debe llevar a la paciencia, ya que los tiempos de Dios no son los nuestros, y debemos aprender a ‘esperar en silencio la salvación de nuestro Dios’, como se dice en el Libro de las Lamentaciones (cfr. Lm 3, 26).

            Este evangelio tiene fácil aplicación a nuestra vida porque con frecuencia nos pasa lo mismos que a Juan. Cuando estamos pasamos por un momento difícil como el del Bautista, aplicamos una atención selectiva solo a lo malo que está a nuestro alrededor, cosa que nos lleva a dudar de Dios y de su providencia, a dudar de que su reino está cerca, lo que nos entristece y desanima. En estos casos conviene que hagamos lo mismo que hizo con cierta intrepidez Juan, es decir, preguntarle directamente al Señor, y los Salmos están llenos de expresiones que podemos hacer nuestras: “¿Es que el Señor nos rechaza para siempre y ya no volverá a favorecernos? ¿Se ha agotado ya su misericordia, se ha terminado para siempre su promesa? ¿Es que Dios se ha olvidad de su bondad o la cólera cierra sus entrañas?" (Sal 77, 8-10).

            Y posiblemente el Señor no dé la gracia de abrirnos los ojos para ver los signos, aunque pequeños,
Papa Francico y Vinicio
Fuente de la imagen: 40limon.es
de su actuar y de su presencia en el mundo; esos signos de amor verdadero, de amor en la dimensión de la cruz, de entrega hasta dar la vida, signos de perdón, de ciegos que ven, de cojos que caminan, de pobres a los que se les anuncia gratuitamente el evangelio. Signos presentes en su Iglesia y también fuera de ella que hablan de la victoria de la cruz, que testimonian la verdad de la resurrección.


            Darnos cuenta de estos signos, tener una atención selectiva hacia ellos, nos llena el corazón de alegría y de esperanza para ser pacientes y aguardar con vigilancia, en la oración y la alabanza, la ya cierta venida del Señor. El Señor viene a salvarnos, el Señor viene a establecer definitivamente su reino, y para los que quieren ver ya hay signos evidentes de ello. El cristiano no es ni optimista, ni pesimista, según lo criterios el mundo. Es alguien que conoce la fuerza del pecado, su poder en el mundo y en cada ser humano, pero que también sabe del poder de Dios y de como se va abriendo paso en nuestro mundo y en nuestra historia.

martes, 3 de diciembre de 2013

Invitación a la alegría


Homilía Domingo 1 de diciembre de 2013
I Domingo de Adviento (ciclo A)

            Este tiempo que antecede la Navidad, que litúrgicamente es el Adviento, está cargado de emociones
Fuente de la imagen: vivirfi.org
distintas y lo vivimos de modos diferentes, también entre los creyentes. Para algunos, la cercanía de las fiestas lleva a recordar momentos entrañables de celebraciones y reuniones familiares, de encuentro con personas queridas, y se espera con alegría a que vuelva a acontecer lo mismo también este año. Para otros con situaciones familiares difíciles o con pérdidas de personas queridas, la proximidad de las fiestas puede provocar nostalgia o tristeza. Otros viven con mucho agobio el tener que arreglar la casa, hacer las compras, pensar en las comidas, etc. Para los niños este tiempo que antecede las vacaciones de Navidad suele ser de alegre espera.

            Pero, ¿cómo deberíamos vivir este tiempo los cristianos? ¿Cuál debería ser el sentimiento o la emoción que prevalece? Creo que podemos decir sin lugar a dudas que la alegría, tengamos las circunstancias personales y familiares que tengamos. Una alegría que no es la que nos da el mundo, sino la que brota de la fe, la que surge de la salvación que se nos ofrece en Jesús y que se acerca a su cumplimiento, una alegría que sigue estando presente también cuando estamos pasando por momentos difíciles y de angustia.

            La invitación al gozo, a estar alegres porque el Señor está cerca, es una contante de los textos litúrgicos del tiempo de Adviento y se va haciendo más apremiante a medida que se acerca la celebración del nacimiento de Jesús. Así, en la misa de medianoche de ese día, escucharemos al profeta Isaías que dice: “Acreciste la alegría, aumentaste el gozo; se gozan en tu presencia, como gozan al segar, como se alegran al repartirse el botín... Porque un niño nos ha nacido, un hijo se nos ha dado...”; y en el evangelio de esa misma misa escucharemos al ángel decir a los pastores: “No temáis, os traigo una buena noticia, una alegría para todo el pueblo”.

            También en las lecturas de hoy el tema de alegría está presente, junto a la exhortación a la vigilancia del evangelio porque no sabemos el día, y al cambio de actitudes que nos pide el apóstol porque “el día se echa encima”. Está presente en la primera lectura con la visión de Isaías sobre el monte del templo al que confluirán todas las gentes para caminar a la luz del Señor y vivir en paz, y está presente en el salmo responsorial que canta el gozo de ir de peregrinación a la ciudad santa y a la casa del Señor para encontrarse con él.

Sin embargo, en esta misma semana una voz fuerte y profética se ha alzado invitando a todos los
Texto de la Exhortación Apostólica en vatican.va
cristianos del mundo a la alegría: la voz del sucesor del Pedro, del papa Francisco, que ha escrito una Exhortación Apostólica realmente innovadora que se hizo pública el pasado martes y que lleva por título “La alegría del evangelio”. En ella, al comienzo, el papa habla del gran riesgo del mundo actual dominado por el consumismo, que consiste en esa “tristeza individualizada que brota de un corazón cómodo y avaro” que busca solo placeres superficiales y se cierra en sí mismo, sin dejar espacio para los demás, ni para Dios. Según el Pontífice este riesgo lo corremos también los creyentes y cuando caemos en él nos volvemos “seres resentidos, quejosos, sin vida”.

            La solución está en volvernos a poner en camino hacia el Señor, en “tomar la decisión de dejarse encontrar por Él”. “Sólo gracias a ese encuentro- o reencuentro- con el amor de Dios, que se convierte en feliz amistad, somos rescatados de nuestra conciencia aislada y de la autoreferencialidad”.

            La alegría cristiana brota del encuentro con Cristo, del descubrimiento del amor de Dios manifestado en su vida, muerte y resurrección; ésta es su verdadera fuente. Por eso es tan importante la misión de la Iglesia de llevar la buena noticia de Jesús a todas las gentes, de modo que puedan entrar en ‘este río de la alegría’ que trae la llegada del Mesías.

            Es verdad que hay situaciones en la vida en las que vivir esta alegría puede ser difícil, momentos en
Fuente de la imagen: businessinsider.com
los que se sufre mucho y puede llegar a tambalearse nuestra fe en un Dios que es bueno y providente. Sin embargo, citando de nuevo al papa, “poco a poco hay que permitir que la alegría de la fe comience a despertarse, como una secreta pero firme confianza, aun en medio de las peores angustias. ‘Me encuentro lejos de la paz, he olvidado la dicha [...] Pero algo traigo a la memoria, algo que me hace esperar. Que el amor del Señor no se ha acabado, no se ha agotado su ternura. Mañana tras mañana se renuevan. ¡Grande es su fidelidad! [...] Bueno es esperar en silencio la salvación de Dios’ (Lm 3.17.21-23.26)”.


            Esta invitación a estar alegres porque la salvación está cerca, porque en Jesús se nos ha manifestado el amor inquebrantable y fiel que tiene Dios hacia cada uno de nosotros, no debe ser entendida como un mandamiento, como una obligación, casi que si no estamos alegres nos debemos sentir culpables. Es más bien una invitación a darnos cuenta que si no estamos alegres es porque nos hemos dejado engañar, porque hemos caído en ese riesgo del que habla el papa Francisco de tener corazón cómodo y avaro cerrado en sí mismo. Es una invitación a volvernos a poner en camino para ir al encuentro del Señor que viene. Por eso este tiempo de Adviento tiene también un carácter penitencial: nos llama a convertirnos de nuevo al amor de Dios.