jueves, 30 de diciembre de 2010

Mi familia, un gran regalo de Dios

Homilía 26 de diciembre 2010
Fiesta de la Sagrada Familia (ciclo A). San Esteban, protomártir

¿Es mi familia, mi padre, madre, esposo, esposa, hermanos, hijos, algo casual en mi vida, algo accidental, sin mucha importancia para mi desarrollo personal y para mi vida cristiana? O, al contrario, ¿es algo fundamental, constitutivo de mi ser como persona y cristiano, algo que Dios ha querido para mí?
Huída a Egipto
Bartolomé Esteban Murillo
La pregunta que acabo de hacer no se refiere sólo al hecho de que Dios creador haya querido la familia en cuanto tal, con su estructura básica, fundada en el matrimonio como unión estable entre hombre y mujer abierta a la trasmisión de la vida. Cuando afirmamos esto, como lo hace reiteradamente el Magisterio de la Iglesia, decimos que la familia forma parte de la naturaleza del hombre y de la mujer y no es una creación humana que surge de fuerzas sociales y que cambia según las diversas situaciones, sin ninguna identidad propia. Al afirmar que la familia en su esencia, en su estructura básica, es querida por Dios, decimos también que es anterior al Estado, que éste la tiene que respetar y promover como fundamental para el bien común, y que lo que se refiere a ella es de ley natural, por tanto válido para todos, no sólo para los cristianos. De ahí que lo que la Iglesia enseña sobre la familia se dirige a todos, no sólo a sus miembros.
Creo que esto más o menos lo aceptamos todos los católicos, aunque según varias encuestas parece que algunos tienen dificultad para asentir a lo que dice la Iglesia sobre la diferencia sexual como algo constitutivo del hombre y de la mujer, y a que no podamos equiparar el matrimonio con la unión sentimental de dos personas del mismo sexo. Respecto a esto, como a otros temas donde parece que algunos cristianos encuentran dificultades con la enseñanza de la Iglesia, conviene siempre tener presente las palabras de San Pablo en la Carta a los Romanos: “no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente” (Rm 12, 2). Cuando no pensamos de forma crítica, y carecemos de formación suficiente en un tema, es fácil dejarse llevar por la opinión dominante y amoldarse a lo que piensa una presunta ‘mayoría’.
En la pregunta inicial yo me refería más bien a nuestra familia concreta, a la tuya y la mía. A nuestra madre, nuestro padre, nuestros hermanos, nuestros esposos y esposas, a nuestros hijos. Esta familia que me ha “tocado”, con lo bueno y lo malo que tiene, es la familia que Dios ha querido para mí, la que me ha dado; es el lugar primero donde vivo y crezco como hombre y mujer y como cristiano. Con todos sus defectos y problemas, que pueden ser muchos, con sus rupturas, ausencias, pecados, es un regalo de Dios para mí en el que debo vivir como hombre y mujer y dar testimonio de mi fe.
Así fue para Jesús. Hoy, domingo dentro de la octava de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, fiesta de reciente creación y que en España coincide con la Jornada de la Conferencia Episcopal por la Familia y la Vida, este año con el lema: “la familia, esperanza de la humanidad”. Estos días de Navidad, la Iglesia non invita una y otra vez a ir ante el portal para dejarnos asombrar por el misterio de Dios hecho hombre y caer de rodillas y adorar al Niño-Dios. Hoy lo hacemos, contemplando como Dios se hace hombre en una familia, una familia que fue la que Él mismo, en cuanto Dios, se había elegido y había preparado, para crecer en ella ‘en estatura y gracia’. Podemos imaginarnos algo de cómo vivía esa Sagrada Familia en Nazaret, sus virtudes domésticas, la laboriosidad, la oración, la fidelidad a la voluntad del Señor, el respeto, el amor en la unidad... El Papa Pablo VI, en una alocución pronunciada en Nazaret en su viaje a Tierra Santa en 1964, decía que Nazaret nos enseña tres cosas: la importancia del silencio, de la familia y del trabajo.
Pero también mi familia es la que Dios ha elegido para mí y me ha dado. ¿Cómo vivo en ella? ¿Cómo crezco como hombre y cristiano en ella? ¿Cómo doy testimonio del amor de Dios en ella? ¿Cómo vivo y acepto el misterio de la cruz que también siempre está presente en toda familia? ¿La enfermedad? ¿La muerte? ¿La lejanía de seres queridos? ¿Las enemistades o peleas? ¿Los egoísmos de algunos? ¿La relación con la familia más extensa?
La familia es el lugar principal donde vivir la fe; es lugar de santificación. Para los laicos, junto con el trabajo, y quizás el tiempo de ocio, es el ámbito fundamental para vivir y crecer como cristianos.
Las lecturas de la fiesta de hoy nos hablan de situaciones por las que atraviesan con muchas frecuencia nuestras familias o familias vecinas y que nos interpelan. La primera lectura es un comentario al cuarto mandamiento: ‘honrarás a tu padre y a tu madre’. ¿Qué pasa y cómo nos compartamos cuando nuestros padres son ya mayores y ‘chochean’? ¿Seguimos teniendo hacia ellos respeto y cariño? El evangelio nos habla de la Sagrada Familia que tuvo que huir a otro país, emigrar porque estaba amenazada. ¿Cómo nos situamos ante la inmigración? ¿Cómo vivimos nuestro exilio si nos hemos tenido que ir de nuestra patria para buscar una vida más digna? ¿Conservamos las costumbres y los valores  cristianos y ayudamos a los demás a hacerlo?
En el evangelio también se habla de Herodes y de los que amenazan la vida del que está por nacer. ¿Cómo nos situamos ante el gran drama del aborto?
Lapidación de San Esteban
Annibale Carracci
Hermanos, hay muchas temas que nos tocan muy de cerca en la celebración de hoy. Hoy también, 26 de diciembre, celebramos la memoria del primer mártir, de San Esteban, elegido diácono por los apóstoles para ayudar en el servicio de la caridad y lapidado por su testimonio de Cristo. Imitando su maestro Jesús, perdonaba a los que lo mataban. En el relato de su martirio en libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos dice que los que lo lapidaban ponían sus mantos a los pies de un tal Saulo, el mismo Saulo que después será San Pablo, apóstol de los gentiles y también mártir.
¡Que Jesús, María y José, nos enseñen y ayuden a vivir nuestras familias como un gran regalo del Señor y a dar testimonio en ella y con ella del amor de Dios! ¡Qué San Esteban y San Pablo nos enseñen y ayuden a ser valientes en el testimonio de nuestra fe, aunque esto puede a veces implicar incomprensiones y persecución!




(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)

martes, 28 de diciembre de 2010

El Hijo de María es Hijo de Dios y nos hace a nosotros hijos

Homilía 24-25 de diciembre 2010
Natividad del Señor

  

Adoración del Niño
Fra Angélico
¡Qué fácil es, hermanos, dejarnos llevar por la tristeza, por la desesperanza, la desilusión! Con frecuencia puede con nosotros el tedio, la cotidianidad, y llegamos a ver nuestra vida como vacía, plana, sin profundidad, sin nada que le dé un sentido pleno que trascienda lo ordinario, que a veces es tan gris y con una buena carga de sufrimiento. A esto nos empuja también el secularismo de la sociedad en la que vivimos, en la que hay un eclipse de Dios y se niega su existencia, o se ‘pasa’ totalmente de Él, diciendo que no se puede saber con certeza si Dios existe y que caben distintas opiniones y hay que respetarlas todas. Otras veces, el secularismo se vuelve más beligerante e intenta imponer su forma de ver a todos como la única válida, como si fuera una nueva religión a la que todos nos debemos adherir; de este modo, se quitan crucifijos, nacimientos y otros signos religiosos de lugares públicos, porque podrían ser ofensivos para los que profesan una religión distinta se dice, pero la verdad es que no encajan con la nueva religión de Estado que se quiere válida para todos. No es difícil que todo esto nos lleve a los cristianos a olvidar el significado profundo de la Navidad y a vivirla sólo exteriormente, como hacen ‘todos’, pero sin tener en cuenta su sentido, sentido que es el da sentido y valor también a nuestra vida. Navidad es una fiesta para volver a hacernos niños, para renacer de lo alto, para permitirnos asombrarnos con la sabiduría, fuerza y humildad de un Dios que se hace débil y necesitado de cuidados, para sacudirnos la vergüenza y la falsa prudencia y caer de rodillas y adorar al Niño-Dios, para recibir con la sencillez de los pastores, de María y de José, la buena noticia de la salvación.


San Juan recostado
sobre el pecho de Jesús
Es iluminador para nuestra comprensión de Jesús y de la fiesta que celebramos hoy, considerar como en los escritos del Nuevo Testamento aparece con mucha claridad una progresión en el desvelamiento del misterio de Jesús. La pregunta que Jesús hizo a sus discípulos, “¿Y vosotros quién decís que soy yo’?”, pregunta que conserva toda su actualidad también para nosotros, es la que guía la elaboración del pensamiento de los primeros cristianos y que pusieron después por escrito. Los discípulos habían convivido con Él, habían escuchado sus enseñanzas expuestas con una autoridad distinta a la de los escribas y fariseos, habían vistos sus milagros y sobre todo presenciado el escándalo de la cruz. Aunque la cruz después fuera un momento de gran oscuridad, algo de él los había fascinado antes, y habían decido seguirlo dejando su vida cotidiana; quizás habían llegado en un momento dado a pensar que era el Mesías prometido por Dios a Israel. Quizás habían incluso llegado más lejos y habían intuido que el Jesús con el que convivían estaba unido de una forma muy íntima al misterio mismo de Dios. La resurrección fue el gran acontecimiento que marcó un antes y un después en la reflexión de los primeros cristianos sobre la persona y misión de Jesús. Los primeros escritos del Nuevo Testamento, como los de San Pablo, hacen especial hincapié en el acontecimiento de la resurrección: ‘Dios ha resucitado a Jesús y lo ha sido constituido Señor’. Pero después la reflexión continúa y se va yendo hacia atrás en su vida; Marcos señala el bautismo en el Jordán de manos de Juan como un momento particularmente significativo para comprender la persona de Jesús; Mateo y Lucas van aún más atrás y hablan de la concepción virginal de Jesús por obra del Espíritu Santo. Pero es el evangelista Juan el va más atrás de todos, superando incluso la perspectiva temporal, situándose dentro del misterio mismo de Dios antes de la creación del mundo. Y dice que Dios es uno, pero Dios no estaba sólo, en Él existía la Palabra, que estaba junto a Dios, y era Dios. Es esta Palabra, el Verbo, la segunda Persona de la Santísima Trinidad que se hace carne, se humaniza, asume una naturaleza como la nuestra de las entrañas purísimas de María. Afirma el evangelista en esa frase tan importante de su prólogo: “Y las Palabra se hizo carne y habitó entre nosotros y vimos su esplendor, un esplendor como de Hijo único que procede del Padre, lleno de gracia y de verdad”. Tienen tanta fuerza estas palabras del prólogo del cuarto evangelio que se usan en los exorcismos. Si Dios se ha hecho hombre, deben huir los demonios y los temores, la vida de todo hombre ya está unida para siempre a la de Dios.
Y aquí llegamos ya al significado de esta fiesta para nosotros hoy, más de 2000 años después del nacimiento de Jesús, pero que aún estamos en ese ‘hoy’ eterno de la liturgia: ‘Hoy nos ha nacido el salvador’, nos anuncia ese mensajero cuyos pies sobre los montes son tan hermosos, como dice la primera lectura. ¿Qué significa que Dios se ha hecho hombre para ti, para mí? ¿Qué es lo que cambia en mi vida y la tuya? También esto lo aclara el prólogo del evangelio de Juan: “Pero a cuantos lo aceptaron, a los que creen en su nombre les dio poder de ser hijos de Dios”. A los que creemos en la encarnación del Hijo de Dios se nos da la posibilidad de ser hijos de Dios. Estas palabras pueden llegar a cambiar nuestra vida cuando encuentran nuestros oídos abiertos y nos damos cuenta de lo que impliquen y el regalo que se nos ofrece. Pero pueden también llegarnos en un momento en que nos sentimos fríos, alejados, esclavos más que hijos, incluso quizás indignos, habiendo roto nuestra relación con Dios, y como el hijo pródigo de la parábola, peleando con los cerdos por la comida, pero sin capacidad de levantarnos e ir hacia al Padre, quizás con miedo a como nos recibiría. Sin embargo, para todos nosotros hoy, justos y pecadores, jóvenes y viejos, sin excluir a nadie, valen esas palabras que el autor de la Carta a los Hebreos, en la segunda lectura, aplica a Jesús: “Hijo mío eres tú, hoy te he engendrado” “Yo seré para él un padre y el será para mí hijo”. Estas palabras se refieren en primer lugar a Jesús, pero también a nosotros, porque Él es el primogénito, el primero entre muchos hermanos, y esto gracias a su encarnación, a la fiesta que hoy celebramos.
En un famoso sermón del Papa León Magno sobre la Natividad del Señor que se lee hoy en el Oficio, se dice: “Reconoce, cristiano, tu dignidad y, puesto que has sido hecho partícipe de la naturaleza divina, no pienses en volver con un comportamiento indigno a las antiguas vilezas. Piensa de qué cabeza y de qué cuerpo eres miembro”.
Hermanos, hagámonos hoy, cualquiera que sea nuestra edad, otra vez niños ante el Niño-Dios, para renacer de nuevo como hijos de Dios. Miremos nuestra vida con los ojos de la fe, como una vida que está unida a Dios, desde que Dios quiso hacerse hombre, una vida llena de valor y de sentido, también en sus cosas más ordinarias, porque Dios ha querido vivir una vida parecida.

viernes, 24 de diciembre de 2010

San José y la ‘justicia mayor’

Homilía 19 de diciembre 2010
Domingo IV de Adviento (ciclo A)

Rembrandt: El sueño de José
Hay veces en la vida en que se nos pide una justicia mayor, ir más allá de lo que manda estrictamente la ley, aunque sea la ley de Dios, movidos por el amor y por el deseo de cumplir más plenamente la voluntad del Señor. Es lo que le pasó a San José, según el evangelio de Mateo que se nos proclama este domingo. Se dice de José que era un hombre ‘justo’, lo que para este evangelista es casi sinónimo de santo: José es un fiel observante de la Ley, un cumplidor solícito de la voluntad de Dios. Pero, al enterarse de que María estaba embarazada, la Ley mandaba denunciarla para que fuera apedreada (Deut 22,20-21). Él, en cambio, porque era justo de verdad como subraya el evangelista, de esa 'justicia mayor' de la que hablábamos antes, decide repudiarla en secreto. Es en esta situación, movido a la vez por el amor a María y el deseo de obedecer a Dios, que descubre la voluntad de Dios y el papel que se le ha asignado en la historia de la salvación, es decir, su misión personal. Él, como padre jurídico iba a poner nombre a Jesús y transmitirle los derechos de la descendencia davídica. Muchas veces nos quejamos porque es difícil saber cuál es la voluntad de Dios, qué es lo que Dios quiere de nosotros y esto se acentúa cuando la situación en la que nos encontramos es difícil y no es como la esperamos. San José, bajo cuyo patrocinio muchos ponemos nuestra vida espiritual, non enseña dos actitudes fundamentales que nos hacen receptivos a los mensajes de Dios: la justicia y el amor.

Miguel Ángel (Capilla Sistina): Isaías

El evangelista Mateo cita un texto del profeta de Isaías que hemos escuchado en la primera lectura de este domingo. El rey Acaz no quiere pedir un signo que el profeta le ofrece, con el argumento aparentemente correcto de que no quiere tentar a Dios. ¡Qué fácil es en cuestiones de religión manipular y falsear las cosas, usando argumentos aparentemente correctos y respetuosos, pero para fines que nada tienen que ver con la mayor gloria de Dios ni el amor a los hombres! Curiosamente, en un sentido inverso, es lo que tiene lugar en una de las tentaciones de Jesús en el desierto, cuando el diablo cita un Salmo de la Escritura sobre como el justo goza de la protección divina y Jesús rechaza poner a prueba a Dios. La historia es testigo de lo fácil que es utilizar mal argumentos religiosos aparentemente correctos. Al rey Acaz el profeta le promete una señal: una doncella que está encinta y dará a luz un hijo y le pondrá por nombre Emmanuel. El evangelista indica que esta profecía se cumple plenamente con el nacimiento de Jesús. Y se cumple en un doble sentido, al ser Jesús concebido virginalmente y al ser el verdadero Dios-con-nosotros esperado.
En el evangelio de San Mateo se afirma claramente la concepción virginal de Jesús y se cita esta profecía de Isaías como confirmación. Aunque el evangelista hace sobre todo hincapié en la virginidad de María en el momento de concebir a Jesús, la tradición de la Iglesia, partiendo del sentir profundo de los primeros creyentes, llegó en el siglo VII a la fórmula clásica sobre la virginidad perpetua de María: “María virgen antes del parto, en el parto y después del parto”. De todo esto surgen dos tipos de consideraciones que nos interpelan a nosotros hoy. Por un lado, el valor de la virginidad, tan apreciado en los comienzo del cristianismo y hoy tan poco comprendido, cuando no rechazado o ridiculizado. Tanto la virginidad permanente de aquellas personas que consagrándose al Señor como único esposo se hacen ‘eunucos por el Reino de los cielos'. Pero también la virginidad antes del matrimonio, en la vivencia de un noviazgo en el que verdaramente se intenta poner las bases de una sólida unión que dure toda la vida, unión de dos personas que no es sólo corporal, sino que también tiene que ser espiritual. Virginidad que antes de ser física es del corazón; la de un corazón no dividido, del que habla Jesús en esa bienaventuranza sobre ‘los puros de corazón que verán a Dios’.

Fra Angélico: Anunciación

Por otro lado, la concepción virginal de Jesús apunta hacia el misterio mismo de la persona de Jesús. Jesús es verdadero hombre y verdadero Dios. Es el Hijo único de Dios encarnado. Al encarnarse en el seno de María, asume de ella su carne, pero Él viene de arriba, es Dios, la iniciativa es suya.
Y esto nos lleva al segundo modo en que el nacimiento de Jesús cumple la profecía de Isaías: Jesús es el verdadero Emmanuel, el Dios-con-nosotros. Para San Mateo esto está relacionado con la promesa que hace Jesús resucitado a los discípulos al final del evangelio: “Yo estaré con vosotros todo los días hasta el fin del mundo”. Jesús glorificado está presente en su Iglesia, está en medio de ella y camina con ella, como el Arca de la Alianza con el pueblo de Israel. Pero más allá de esto, hablar de Jesús como el Emmanuel, el Dios-con-nostros nos lleva a reflexionar sobre el significado del misterio de la encarnbación para nosotros. Jesus es verdadero Dios y verdadero hombre. Es hombre en todo igual a ti y a mí, en todo excepto en el pecado, lo que no significa que sea menos hombre, sino que lo es más plenamente. Pero por otro lado, es Dios en sentido pleno. ¿Qué significa esto para mi vida y la tuya? Es lo que vamos a celebrar, contemplar e intentar vivir en estas fiestas de Navidad, yendo una y otra vez delante de ese portal de Belén para adorar al Niño-Dios que nos ofrece la Virgen y que cuida San José.

viernes, 17 de diciembre de 2010

La experiencia cristiana de Dios y el 'pensamiento débil'

CONFERENCIA: LA EXPERIENCIA CRISTIANA DE DIOS Y EL DESAFÍO DEL ‘PENSAMIENTO DÉBIL’
BERNARD LOBERGAN VS. GIANNI VATTIMO

Centro Cultural “Gloria Fuertes” Jueves 19 de febrero 2009


Lo primero es agradecer a Juan Carlos Infante, director de este Centro Cultural 'Gloria Fuertes'  en el que nos encontramos y que me ha invitado a participar en este ciclo de Conferencias En torno al problema de Dios. Deseo también agradecer a ustedes que hayan hecho el esfuerzo de venir aquí para oír mi conferencia. El tema que he elegido es en principio complicado, filosófico, y puede parecernos lejano a nuestra propia vivencia personal. Creo, sin embargo, que es de suma importancia y actualidad, sobre todo para los que nos decimos cristianos y nos preguntamos sobre el sentido de nuestra fe en nuestro mundo. Agradezco también la presencia de algunos de mis parroquianos, ya que este Centro cultural se encuentra cercano a mi parroquia. Espero que también lo que diga hoy, en un género ‘literario’ distinto a una homilía, nos pueda ayudar en nuestra tarea permanente da ‘dar razón de nuestra esperanza’.

Ya el título que he elegido para la Conferencia indica implícitamente una toma de postura. Hablo del desafío del ‘pensamiento débil’ y elijo como exponente del mismo a Gianni Vattimo y lo pongo en oposición a Bernard Lonergan, uno de los grandes teólogos del siglo pasado. Pero las cosas no son tan sencillas. Gianni Vattimo se considera cristiano; más aún, él diría que su postura es la auténtica cristiana que toma en serio el acontecimiento de la encarnación como kénosis, anonadamiento, vaciamiento, y el secularismo actual como consumación de la historia del Ser.

Pero vamos a ir poco a poco. Desearía exponer primero las ideas de los dos pensadores, de la forma más objetiva e imparcial que pueda, para después sacar algunas conclusiones y dejar a ustedes la tarea de decidir cuál de las dos es el que más se ajusta a su experiencia, y, si estos es posible, a la realidad. Empezaré exponiendo la descripción que propone Bernard Lonergan de la experiencia religiosa, que creo es la mejor que ofrece actualmente la teología y que los cristianos encontraremos más cercana a nuestra forma de sentir y vivir la fe.

Bernard Lonergan, filósofo y teólogo jesuita canadiense, profesor de la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma, fallecido en 1985, propone lo que él llama ‘el método trascendental’ que se fundamenta en comprender nuestro mismo comprender, es decir, surge de nuestros preguntarnos acerca de nuestro mismo preguntar. Es ‘trascendental’ porque nuestro preguntar, nuestra intencionalidad consciente, no tiene límites, implica un ir siempre más allá. Nuestro conocimiento y nuestro actuar no se para nunca, se trasciende siempre, tiene un horizonte infinito. Si nos fijamos en nuestra interioridad, nos damos cuenta que tenemos distintos niveles de conciencia. Lonergan señala cuatro. El primero es el de la experiencia, el del contacto con el mundo a través de lo sentidos. El segundo es el de la inteligencia, cuando llego a ‘comprender’, a ‘caer en la cuenta’ de algo, cuando algo se vuelve claro; es lo que Lonergan llama insight. Es lo que tiene lugar en ese momento del eureka de Arquímedes, cuando de los datos dispersos saco una ‘forma’, que da sentido al conjunto de ellos. Esto es lo característico de las ciencias naturales, pero también a nosotros, en nuestra vida cotidiana, nos pasa con frecuencia, cuando se nos explica algo, come el teorema de Pitágoras, y le damos vueltas hasta que nos llega ese momento de luz y decimos "sí, ahora lo entiendo". Un tercer nivel de conciencia es el de la razón, que va más allá de la inteligencia, porque averigua si eso que se ha comprendido es verdad, se corresponde a la realidad, y afirmamos que la cosa ‘es’ así: llegoa afirmar el ‘ser’ de la cosa. Ya no sólo digo que ‘he entendido’ la cosa, sino que ‘es’, ‘es cierto’; he valorado que se dan condicones para afirmar que lo que he comprendido es cierto y así lo afirmo, digo que 'es'. El cuarto nivel de conciencia es el de la moral, cuando ya no sólo comprendo una cosa y afirmo que es real, sino también que es buena, que vale la pena y me decido por ella.

Lonergan hace notar que de esta misma estructura de nuestro conocer y actuar surge la pregunta sobre Dios, como horizonte de nuestra intencionalidad consciente, como el to-be-known, el ‘que se ha de conocer’. Este nuestro conocer y actuar, que es propio de todo ser humano, cuando lo hacemos consciente, nos damos cuenta que por su carácter trascendente, su ir siempre más allá, postula algo, que es su fuente y meta, algo que debe ser la inteligencia suma, la verdad y la realidad suprema, la bondad absoluta. Por tanto, para Lonergan, la pregunta sobre la existencia de Dios no nace de nuestro pensar sobre las cosas, sino surge en primer lugar de nuestra misma interioridad, de nuestra forma de conocer y actuar, como su fundamento y meta. Por tanto a Dios hay que buscarlo no tanto en nuestras respuestas, sino en nuestro mismo preguntar. Hasta ahí el análisis filosófico de este gran pensador. A más no se puede llegar. Podemos sólo decir que nuestra misma interioridad se abre a algo que parece trascenderla, aunque este ‘algo’ diría el ateo que no existe y el agnóstico que no se puede afirmar.

El segundo paso que da Lonergan es decir que esta estructura de nuestra interioridad se actualiza de forma plena cuando nos enamoramos, especialmente cuando nos enamoramos de Dios, que es un estar enamorado de una forma ilimitada, sin restricciones, sin condiciones. Esto es lo característico de la experiencia religiosa. Este enamorarse de Dios es un don, no es fruto de nuestro preguntar y actuar; para los cristianos es, cómo dice san Pablo en su Carta a los Romanos, ‘el amor de Dios derramado en nuestros corazones”. Pero aún no siendo fruto de nuestro preguntar y actuar, es lo que realiza y lleva a cumplimiento esta estructura. Este estado de ‘estar enamorado de Dios’, de ‘estar enamorado de una forma ilimitada’, no es producto de nuestra decisión, pero sí es un estado consciente que se manifiesta en estar en paz, alegres, y se muestra también en actos de cariño, de amor, de bondad, de fidelidad, de auto-control. Es un estado consciente pero normalmente no completamente tematizado, por lo que es una experiencia del misterio que nos fascina y a la vez nos aterra. De esta experiencia de estar enamorado de una forma ilimitada, surge la fe como conocimiento de este estado. Este don del amor de Dios en nuestros corazones lo pueden tener otras personas, que pueden llegar a reconocer su orientación común; de ahí surge una comunidad religiosa que comparte una misma experiencia y que la expresa a través de su propio ‘credo’

Esta forma de entender la experiencia religiosa lleva a Lonergan a tomar postura sobre algunas cuestiones muy debatidas a lo largo de toda la historia de la teología. A la pregunta si viene antes el amor o el conocer, según el famoso enunciado nihil amatum nisi praecognitum (nada se ama si antes no se conoce), afirma que viene antes el amor. A la cuestión acerca del lenguaje de la fe, distingue distintos estadios de significado. En la teología clásica se distinguía entre el lenguaje común y el lenguaje científico de la teología. El lenguaje común es el que se utiliza, por ejemplo, en la predicación o cuando hablamos de temas de fe en el ámbito público. El lenguaje científico es el propio de la teología. A estos dos estadios de significado, que Lonergan llama del sentido común y de las ciencias, añade otro que es el de la interioridad. Para dar un ejemplo que nos ayude a aclarar lo que quiere decir el teólogo: cuando en el lenguaje científico de la teología hablamos de gracia santificante, y en el lenguaje del sentido común hablamos de la ayuda que nos da Dios gratuitamente para hacernos santos, en el lenguaje de la interioridad hablaríamos de ese ‘estar enamorado de forma ilimitada’. Nos referimos a la misma cosa pero con distintos lenguajes; el de la interioridad es para este teólogo el que aclara el sentido auténtico de los otros. También Lonergan toma postura ante la cuestión que tanta polémica suscita de la diferencia entre fe y creencia. Muchos no distinguen entre estas dos nociones. Para este pensador, en cambio, fe sería el conocimiento que tenemos de nuestro estado de ‘estar enamorados de forma ilimitada’, y creencia es el juicio que hacemos sobre las expresiones que una determinada comunidad religiosa formula sobre su experiencia de fe.

Esta es la propuesta del teólogo canadiense, que ha expuesto de una forma más sistemática en su obra más madura titulada Método en Teología. Vemos que es muy atrayente y que se ajusta bien a lo que experimenta un creyente.

Ahora pasamos al otro pensador, a Gianni Vattimo, filósofo italiano, nacido en Turín en 1936, todavía vivo y máximo exponente de lo que se llama el ‘pensamiento débil’, forma de pensar que hoy está muy de moda y que creo es el mayor desafío a nuestra forma común de entender y vivir la religión. Él, parte de unas consideraciones totalmente distintas a las de Lonergan. El teólogo jesuita centra su propuesta en un análisis de nuestra interioridad consciente que descubre su trascendencia y de la experiencia del amor de Dios que lleva a plenitud esa intencionalidad que es característica de todo ser humano. Vattimo, en cambio, parte de de la historia de la filosofía y de nuestra cultura actual, basándose en pensadores como Heidegger, Nietzsche, Gadamer, y propone una ontología radicalmente nihilista, hermenéutica, como destino y cumplimiento del cristianismo.

Para resumir brevemente su propuesta, diría que mientras la mayoría de los creyentes consideramos el relativismo posmoderno, el pluralismo, el secularismo, como algo negativo, como un abandono de la fe, él piensa todo lo contrario. Para Vattimo, la sociedad posmoderna en la que vivimos es consecuencia de la misma historia del Ser, de la historia de la salvación; es su cumplimiento, es la condición que nos permite reencontrar la fe cristiana auténtica.

Vamos a intentar explicar esto con más detalle. El axioma principal del ‘pensamiento débil’ es que la era de la metafísica clásica, del pensamiento objetivo que pretendía conocer la verdad, el Ser como fundamento último de la realidad, ha pasado. Ya no hay fundamento último porque éste mismo se ha disuelto, se ha auto-debilitado. Nietzsche había anunciado ya hace tiempo ‘la muerte de Dios’, que entendía como la muerte del Dios ‘moral’, es decir, del Dios metafísico, del Dios objetivo, que al ser tal es fuente de violencia. Esta muerte de Dios no es sólo algo que tiene que ver con el pensamiento, sino refleja la historia misma de la realidad. El Ser ha pasado de ser el Ser fuerte, objetivo, a ser el Ser débil, el Ser anonadado. Pero esto lejos de ser negativo para el cristianismo que ya no puede hablar de una verdad objetiva, es su consumación, es el resultado de la Encarnación de Dios, entendida como kénosis, según la célebre expresión de Pablo en su Carta a los Filipenses, como anonadamiento, vaciamiento. Es el mismo Dios que se ha hecho débil. El Dios metafísico es un ídolo, es el Anticristo, que provoca violencia y que ha llegado a su fin en la moderna era tecnológica y de la comunicación. Para este pensador no es tan absurdo pensar que la muerte de Dios de la que habla Nietzsche, sea la muerte de Cristo en la cruz de la que hablan los evangelios. Ahora el Ser ya no es algo objetivo que se nos impone y que está ‘ahí fuera’, sino es evento, acontecimiento; lo que hay son apariencias; la verdad en cuanto tal no existe fuera del sujeto, lo que hay son sólo distintas interpretaciones del mensaje, a través de las cuales el Ser se nos da, según la célebre frase de Nietzsche: “no hay hechos, sólo interpretaciones”. Para Vattimo, estamos en la edad de la interpretación, del Espíritu, de la que había hablado Gioacchino da Fiore, no de la letra; de la caridad, no de la fe o el miedo, de los amigos, no de los esclavos o hijos. El secularismo moderno, en este sentido, no hay que pensarlo como abandono de la religión, sino como cumplimiento, aunque paradójico, de su vocación íntima. La posmodernidad y la secularización que tanto condenamos, son el desarrollo interno y lógico de la revelación cristiana. Es una aplicación interpretativa del mensaje bíblico que lo lleva a un plano ya no de lo sagrado, ni de lo sacramental o eclesiástico. El nihilismo posmoderno de la ontología hermenéutica de Heidegger es la verdad actual del cristianismo, y el occidente, tal como lo vivimos hoy, es cristianismo secularizado, en el buen sentido de la palabra, es decir, no como pérdida de la religión sino como su cumplimiento.

Retomamos un momento esta posición de Vattimo, partiendo de una perspectiva más teológica, es decir, de ese concepto tan debatido de kénosis. En el texto de San Pablo, hablando de Jesús y exhortándonos a los cristianos a que tengamos sus mismos sentimientos, se dice: “aunque era de condición divina, no consideró un tesoro aprovechable el ser igual a Dios, sino que se despojó a sí mismo (literalmente, ‘se hizo vacío a sí mismo’) adoptando la condición de esclavo”; en griego eautón ekénosen. Según la interpretación tradicional, San Pablo lo que afirma es que Cristo al encarnarse renunció durante su vida mortal a manifestar la gloria divina. Pero para los pensadores de la ‘muerte de Dios’, como Vattimo, hay que tomar este expresión más al pié de la letra: Dios, al encarnarse, renunció a su divinidad, a su trascendencia soberana, se despojó de su naturaleza divina. Y esto es lo que explica la historia de nuestra cultura de occidente que está esencialmente ligada al cristianismo, donde ya no se puede hablar de un Dios trascendente y absoluto, el Dios de la metafísica, no porque por nuestro pecado no seamos capaces de conocerlo, sino porque Él mismo se ha vaciado. Y esto explica también la historia de la filosofía, que llega a su final en la moderna era de la interpretación, de la hermenéutica moderna, donde ya no hay verdades metafísicas objetivas, sino solo interpretaciones sin fin. El Ser se nos da como acontecimiento en el acto de interpretar. Esto permite también entender de una forma distinta la interpretación de la Sagrada Escritura. El hacer exegesis de un texto bíblico no consiste en intentar conocer lo que quería decir el autor sagrado, sino en escuchar el mensaje que se actualiza para nosotros aquí y ahora, en un acontecimiento lingüístico en el que el Ser se nos ofrece, como algo puntual e histórico, pero real.

Nos podríamos preguntar: ¿esto no es caer en un relativismo absoluto? Al no existir una verdad objetiva a la que hay que adecuarse intelectual y moralmente, ¿todo vale?  Vattimo propone que el único criterio que sigue valiendo en esta edad del Espíritu es el del amor. Y el concepto de amor corre paralelo a la disolución del concepto de verdad, como verdad objetiva, metafísica. Si tomamos la celebre frase atribuida a Aristóteles ‘amigo de Platón, pero más amigo de la verdad’, Vattimo dice que hay que invertir los términos, amigo de Platón, no de una verdad entendida metafísicamente. De hecho, la verdad hoy existe sólo como consenso en una comunidad que comparte los mismos paradigmas. Esto quiere decir que la verdad se da sólo dentro de la amistad, del amor. Por tanto, entre la antigua verdad objetiva que ya no existe y la amistad, el amor, hay que elegir el amor.


Una vez expuesta las ideas fundamentales de estos pensadores, que he intentado hacer de la forma más objetiva posible y sin tomar partido precipitadamente, sino poniendo entre paréntesis mis prejuicios, ahora ya se trata de que intentemos juntos llegar a alguna conclusión. Creo que esta es la forma justa de proceder. A veces tenemos la tentación de llegar inmediatamente a un juicio sin escuchar con atención lo que un pensador nos dice, aunque en principio no lo compartamos. Esto lleva a empobrecer nuestro pensamiento y a no sacar provecho de cosas buenas que cualquier pensador serio nos puede ofrecer. En el caso de estos dos pensadores, creo que representan las dos posturas más actuales y más sostenibles sobre la experiencia cristiana de Dios. Por eso, para los que intentamos ‘dar razón de nuestra esperanza’, es importante prestarles la debida atención y tomar después de una seria reflexión nuestra propia postura, postura que debe ser personal.

Si ustedes ahora me preguntan cuál es la mía, yo tengo que decir que muchas ideas de Gianni Vattimo me atraen mucho, o quizás muchísimo. No podemos negar que el concepto de verdad, como una verdad objetiva, evidente, que vale para todos, está hoy en crisis en nuestra cultura occidental. Hoy prevalece la idea de que cada uno tiene su verdad que tenemos que respetar y nos damos cuenta que algunas cosas que creíamos indiscutibles como la idea de ley natural, el matrimonio como unión de hombre y mujer, etc., nos son compartidas por todos. También es asumible que una idea de verdad, como verdad fuerte y objetiva, puede ser causa de violencia y de imposición, como ha sido en el pasado. Ahora bien, esta crisis de la verdad objetiva, ¿es fruto de la misma historia del Ser que se ha debilitado como sostiene Vattimo, o se debe a nuestra propia ceguera que nos ha hecho incapaz de reconocerla?

Por otro lado, ¿es verdad, como piensa el filósofo italiano, que sólo una idea débil de verdad es la que garantiza la tolerancia y fundamenta mejor la democracia? Los que creen conocer la verdad, ¿son un obstáculo para la convivencia pacifica?

Y ya desde una perspectiva más teológica, ¿una idea de Dios que se vacía a sí mismo renunciando a su trascendencia soberana, es compatible con la fe y la revelación cristiana? ¿A qué tipo de espiritualidad nos lleva? Ya que para Gianni Vattimo la mística clásica, entendida como un perderse en el Ser absoluto, está todavía sujeta a la vieja idea metafísica de Dios.

Pero al final, aún acogiendo algunas ideas de Vattimo y afirmando que muchas de las cosas que él dice nos hacen pensar mucho a los creyentes y requieren una respuesta, yo tengo que decir que no puedo compartir su pensamiento. En parte, esto es por fidelidad al Magisterio del actual Papa, Benedicto XVI, que ya desde el comienzo de su pontificado había señalado ‘la dictadura del relativismo’ como la mayor amenaza para la fe en nuestro tiempo. Seguramente, el Papa al afirmar esto tenía presente la propuesta de Vattimo, que es la expresión más clara de este relativismo

Pero esto no quita que los creyentes estemos llamados a situarnos en esta cultura relativista en la que vivimos y que en ella debemos intentar ‘dar razón de nuestra esperanza’. Lo podemos hacer de distintas formas. Una es insistiendo sobre nuestra forma de ver las cosas, nuestra verdad, queriendo convencer de ella a los demás que no la comparten, a veces utilizando argumentos racionales, y otras veces, no pocas, queriendo imponerla. Otra posibilidad es aceptar este incómodo relativismo que nos rodea, admitir que quizás hoy nuestra fe y nuestra espiritualidad la tenemos que vivir de una forma débil, a la espera del Señor, que le fa implica siempre algo de ambigüedad. La espiritualidad que se manifiesta en las cartas personales de la Beata Teresa de Calcuta a sus padres espirituales tiene alguna relación con esto. Quizás caben también otras posibilidades para vivir nuestra fe en esta cultura sin caer en un relativismo absoluto, pero tampoco en una falsa certeza que no poseemos y que a veces hipócritamente manifestamos. La vía del testimonio de vida en el silencio y escondimiento como Jesús en Nazaret propuesta por Charles de Foucauld puede ser una.

Cada uno de ustedes que escoja la suya. Muchas gracias.


Enlaces relacionados:

Gianni Vattimo

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

miércoles, 15 de diciembre de 2010

¿Es razonable creer?

Homilía 11 de diciembre 2010
Domingo III de Adviento (ciclo A)

Como Juan el Bautista en la cárcel, también nosotros muchas veces tenemos dudas: ¿será verdad el evangelio? ¿Todo esto que creemos y que determina nuestra forma de vivir y nos lleva a esforzarnos, a sacrificarnos y, con frecuencia, a diferenciarnos de los demás que viven según otros criterios, no será una invención, una terrible ilusión? ¿Qué datos tenemos que hacen razonable nuestra adhesión a Cristo y nuestra entrega a los demás?
Basílica del Rosario (Lourdes-Francia)
Juan estaba en la cárcel. Había dedicado su vida a anunciar la llegada del reino de Dios, que él entendía en términos del juicio inminente y terrible de Dios que salvaría a los justos y castigaría a los pecadores. Había bautizado a Jesús en el Jordán y Jesús también predicaba la venida del Reino de Dios, pero la entendía de forma algo distinta. Jesús hacía hincapié en la alegría de la salvación que se aproximaba, cuyos efectos ya empezaban a notarse e invitaba a convertirse para poder participar en ella. Esta diferencia hacia que surgieran dudas; este Jesús era muy distinto a lo que Juan se había imaginado: Estando en la cárcel, Juan quiere saber si todo lo que él había dicho y hecho, todo por lo que había vivido y sufrido había valido la pena, o si se había auto-engañado. Era Jesús el anunciado por los profetas o todavía había que esperar más tiempo; había llegado ya el día de Yahvé en que se haría justicia o aún no.
A los emisarios de Juan, Jesús responde indicando los milagros que hace, signo de que con Él se cumplen las profecías antiguas sobre los tiempos mesiánicos. Jesús añade una afirmación muy importante: “¡Y dichoso el que no se escandalice de mí!”. Es como si dijera ‘para quien quiera (y pueda) ver los signos están ahí, pero son signos humildes distintos a los que uno se imaginaría, son signos muy parecidos a ese gran único signo, el de Jonás que se había prometido a esta generación, el de la muerte-resurrección del Mesías’. Las profecías con Él se cumplen, pero de un modo diferentes a los esquemas que tenemos sobre Dios y su forma de actuar.
Así es también para nosotros. Los signos de credibilidad del cristianismo están ahí para quien los quiera ver, pero son signos humildes, no se imponen de forma arrolladora, apelan a nuestra libertad. Son signos que si son auténticamente cristianos remiten al misterio pascual del Señor, remiten a la cruz. Por eso pueden crear escándalo, cuando quien los mira rechaza la cruz y en su soberbia cree ya saber todo de Dios y su forma de actuar. Cosa distinta son esos otros signos que a veces damos los cristianos y que no son los que deberíamos dar; en este caso el escándalo que crean se debe a que son anti-cristianos. A los que dan estos signos escandalizando a los 'más pequeños' se dirgen esas palabras tan duras de Jesús que 'sería mejor atarse una piedra al cuello y tirarse al mar’.
Pero a veces somos nosotros los que necesitamos signos para ayudarnos a creer o confirmarnos en la fe. Sobre todo cuando en nuestra vida el esfuerzo por ser cristianos se hace duro, cuando vemos que la mayoría de las personas que conocemos sigue otro camino y es aparentemente más feliz, cuando la Iglesia nos escandaliza y no nos gusta... ¿Qué signos tenemos para seguir creyendo en Jesús? Creo que el signo más importante que tenemos de la verdad de nuestra fe es la enorme 'correlación' que sentimos entre las verdades que se nos transmiten y los anhelos más profundos de nuestro corazón. Cuando se nos predica a Jesús y ‘a éste crucificado’, como dice San Pablo, algo en lo más profundo de nuestro ser nos lleva a decir 'sí, es verdad, Jesucristo crucificado es fuerza de Dios y sabiduría de Dios’. Pero también tenemos otros signos de credibilidad externos. Él que más convence es el amor y la unidad que viven los verdaderos cristianos, amor que llega incluso al amor del enemigo. También la vida de los santos, la Iglesia misma, los milagros que siguen teniendo lugar y muchos más...
Contra el miedo que algunos tenemos a tener dudas, es cosa necesaria y oportuna interrogarnos de forma crítica y sincera sobre la fe que profesamos, haciéndola pasar por el escrutinio de la razón. El Papa actual insiste mucho en la necesidad de mantener unidas fe y razón, para no caer ni en el fanatismo, ni en el sentimentalismo y también para poder dar ‘razón de nuestra esperanza’. Sobre todo los padres, que tienen la misión de transmitir la fe a sus hijos, deben saber dar razón de su fe, y más en la situación actual. En los estudios teológicos, siempre ha tenido importancia la consideración de los argumentos a favor de la verdad del cristianismo, una rama de la teología que antiguamente se llamaba apologética y actualmente ‘teología fiundamental’.
Hoy, tercer domingo de Adviento, es el domingo gaudete, el domingo en el que se nos invita a estar alegres porque el Señor está cerca, como San Pablo exhortaba a los filipenses (Flp 4, 4. 5). La alegría también es un signo de credibilidad importante, sobre todo la alegría que se fundamenta en la cercanía del Señor; esta alegría que el mundo no puede dar y que permanece aún cuando las condiciones externas son adversas.
En la segunda lectura de la Misa de hoy se nos exhorta a la paciencia y la firmeza porque la venida del Señor ya está cerca y el juez está a la puerta. El ejemplo que se nos ofrece es el del labrador que aguarda paciente el fruto valioso de la tierra. La paciencia está relacionada con la pasión, con el saber cargar con la cruz todos los días; éste es otro signo de credibilidad cuando lo vemos en otros y que debemos dar también nosotros a los demás.
Algunos maestros espirituales han hecho notar que en la lista de los signos mesiánicos que propone Isaías en la primera lectura y que repite Jesús a los emisarios de Juan, hay una discordancia al hablar de los pobres. Mientras se dice que los ciegos ven, los inválidos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos resucitan, de los pobres se dice que se les anuncia el evangelio, no que se vuelvan ricos. Es como afirmar que la realidad del evangelio, del anuncio del Reino de Dios que se acerca, es muy superior a los bienes materiales y es lo que de verdad buscan los ‘pobres de espíritu’.
Hoy, en esta Eucaristía, en esta Liturgia de la Palabra se nos dice a nosotros, a los que con frecuencia somos ‘cobardes de corazón’: “Sed fuertes. No temáis. Mirad a vuestro Dios, que trae el desquite; viene en persona, resarcirá y os salvará”. Y tenemos signos suficientes para creérnoslo de verdad.

sábado, 11 de diciembre de 2010

Un puente de la Inmaculada en Lourdes

Desde el principio de este curso, más precisamente desde la fiesta de la Almudena el 9 de noviembre, sabía que tenía que ir a Lourdes para el puente de la Inmaculada de este año y sabía que tenía que ir con Javier y Belén, matrimonio de mi parroquia, creadores y responsables de los talleres de matrimonios jóvenes, matrimonio que quiero mucho y al que me unen muchas cosas. A ellos les hizo mucha ilusión la propuesta y lograron ‘milagrosamente’ colocar con familiares a sus cinco hijas: Ana, Marcela, Sofía, Cecilia y Mónica. Informamos también a los demás matrimonios de los talleres de nuestra idea por si alguno quería unirse, pero ya era tarde y la mayoría había hecho sus planes para el puente. Íbamos a Lourdes en un momento difícil para los tres, un momento de oscuridad y de toma de decisiones, un momento en que necesitábamos aclarar nuestra vida y discernir la voluntad del Señor.
                Lourdes significa muchas cosas para mí. Yo me acuerdo cuando, como alumno del Pontificio Seminario Romano, iba desde Roma, en los trenes ‘blancos’ organizados por l’UNITALSI que llevaban enfermos. Era una experiencia que dejaba una profunda huella en un joven seminarista; acompañar a tantas personas que con mucha fe y esperanza iban a visitar a la Virgen y bañarse en las piscinas con el agua de Lourdes.
                Lourdes, como decía, significa muchas cosas para mí. Es, entre otras muchas cosas:
·         Una Virgen con un lazo azul.
·         Una gruta húmeda que suda gotas de fe y oración y de la que emana una extraña luz.
·         Un agua que surge límpida desde debajo del suelo tras un cristal empañado.
·         Las extrañas palabras que soy era Inmaculada Concepciou, en el dialecto bigurdano de Santa Bernardita.
·         Un candelabro lleno de velas grandes que se cambian continuamente.
·         Un río que se hace silencioso al pasar delante del lugar de las apariciones.
·         Una niña muy pobre, analfabeta, que hablaba de la Virgen como aquero (‘aquello’), aunque intrépida y que siempre llevaba un rosario.
·         El rezo del Rosario, la oración de los pobres de espíritu que por eso gusta tanto al Señor.
·         Unos baños hechos en un agua que resbala por la piel.
·         La Basílica de Pio X y la celebración de la Misa internacional.
·         La procesión de las antorchas con el canto del ‘Ave María’.
·         La Basílica de la Inmaculada Concepción construida sobre roca y con tantos exvotos.
·         La Basílica del Rosario con la representación de los 15 misterios.
·         El Via crucis con sus más de 100 estatuas relucientes de bronce.
·         El entrañable pueblo de Bàrtres, ligado a la infancia de la vidente, con su Iglesia.
·         La llamada a la penitencia que la Virgen continuamente repite en sus apariciones.
·         La señal de la cruz que la Virgen ayudó a hacer a Bernardita en la primera aparición.
Salimos en coche el sábado 4 de diciembre por la tarde, después de una sentida celebración de bautismos de hijos de matrimonios muy ligados a la parroquia. Hicimos noche en Zaragoza y la mañana del domingo visitamos la Aljafería, la Seo, donde participamos en la Eucaristía, y la Basílica del Pilar para besar esa columna tan desgastada por el cariño de los españoles. Nos impresionó la cantidad de niños que los padres llevaban para ‘pasarlos por el manto de la Virgen’. Pero a mí lo que más impresionó ese día fue el texto del evangelio de ese domingo, centrado en la figura de San Juan Bautista. El ‘más grande entre los nacidos de mujer’, decía a los saduceos y fariseos que venían a que los bautizara: “¡Camada de víboras!, ¿quién os ha enseñado a escapar del castigo inminente? Dad el fruto que pide la conversión. Y no os hagáis ilusiones, pensando: ‘Abrahán es nuestro padre’” (Mt 3, 7-9). Había leído antes un texto del Cura de Ars, San Juan María Vianney, que me había dejado muy pensativo: “Se dice que hay muchos que se confiesan y pocos que se convierten. Creo que es cierto: hay pocos que se confiesan con arrepentimiento”. Hoy ya no es verdad que ‘hay muchos que se confiesan’, pero sí lo sigue siendo que ‘pocos lo hacen con verdadero arrepentimiento’. Muchos estamos instalados en nuestras falsas seguridades, como los saduceos y fariseos a los que se dirigía el Bautista, y no nos tomamos muy en serio la llamada al arrepentimiento y a la penitencia que se nos hace. Necesitamos una voz fuerte como la de San Juan, para ‘despertarnos del sueño’ y hacernos cambiar. Las apariciones de la Virgen han sido muchas veces esa voz fuerte que necesitábamos para sacudirnos. La doctrina oficial de la Iglesia afirma que hay que situar las apariciones de la Virgen en el ámbito de las revelaciones privadas, las que no añaden nada a la Revelación pública dada ya total y cumplidamente en Cristo. Como decía San Juan de la Cruz: “... Dios ha quedado ya como mudo, y no tiene más que hablar, porque lo que hablaba antes en partes a los profetas ya lo ha hablado en Él todo, dándonos el todo, que es su Hijo. Por lo cual, el que ahora quisiese preguntar a Dios o querer alguna visión o revelación, no sólo haría un necedad, sino haría agravio a Dios, no poniendo los ojos totalmente en Cristo, sin querer otra cosa o novedad”. Pero también tenemos que admitir que por lo débiles que somos y por la difícil época que nos ha tocado vivir, las apariciones de María nos pueden ayudar a tomarnos en serio el evangelio, a recordar la gravedad y urgencia de nuestra conversión. No es de extrañar que la llamada a la  conversión que oye Santa Bernardita de los labios de la Virgen la entristezca y la lleve a arrastrarse en el fango y comer hierba, pareciendo loca, como cuentan las crónicas.
El lunes para mí fue también un día muy mercado por el evangelio de la Misa, el pasaje de la curación del paralítico en la versión de San Lucas. Jesús perdona los pecados de un paralítico, que descuelgan en su camilla desde el techo de la casa donde estaba, haciéndolo llegar delante de Él. Ante el justificado escándalo que suscitan sus palabras porque sólo Dios puede perdonar los pecados, Jesús muestra su poder divino haciendo andar al paralítico que coge su camilla y se marcha a su casa, entre el estupor de los presentes. Ya la noche anterior nos impresionaron mucho los mosaicos del P. Rupnik que adornan la fachada de la Basílica del Rosario. Son mosaicos realizados recientemente y que representan los Misterios de Luz del Rosario, añadidos por el Papa Juan Pablo II. Yo ya conocía los trabajos del P. Rupnik; había quedado sobrecogido al ver los mosaicos de la sacristía mayor y la sala capitular de la Catedral de la Almudena de Madrid. A consecuencia de ello, había visitado el Centro 'Aletti'de Roma, acompañado por un compañero de Seminario muy ligado a ese centro y a la investigación teológica y artística que allí se lleva a cabo. Al subir esa mañana a celebrar la Misa por las escaleras pegadas a la fachada de esa basílica, vimos el mosaico que representa el episodio de la curación del paralítico que íbamos a leer poco después en el evangelio de la Misa. Jesús perdona los pecados movido por la fe que veía en los que habían subido a la azotea y separado las losetas para poder colocar al hombre delante de Él. El mosaico logra representar con mucha ternura la fe de esos hombres. Esa fe está también presente en tantos que vienen a Lourdes trayendo a sus enfermos para ponerlos a los pies de la Virgen. Ese mosaico representa uno de los Misterios luminosos del Rosario, el tercero del anuncio del Reino de Dios, que implica el perdón de los pecados. El papel blanco que Jesús en el mosaico entrega al paralítico indica ese perdón que Jesús otorga y es uno de l signos de la llegada del Reino de Dios. El que acoge la buena noticia del perdón de los pecados con un arrepentimiento sincero, tiene la cartilla de su vida blanca, limpia, puede vestirse con la vestidura blanca del bautismo, puede empezar a trazar la historia de su vida en un papel impoluto. ¡Qué importante es saber que nuestros pecados son perdonados totalmente gracias a Jesús y creérnoslo de verdad!
Nos habíamos acercado a Lourdes en el puente de la Inmaculada. Íbamos a celebrar allí a María como aquella que fue preservada por un singular privilegio de toda mancha de pecado desde el primer momento de su existencia, desde su concepción, anticipando en ella los frutos de la pasión de su Hijo. Ella es la purísima, la tota pulchra, la llena de gracia, aquella en cuyo seno iba a tomar carne el Hijo de Dios; vientre que por eso debía estar vacío de todo lo que no era Dios para poder llenarse de Él. María revela su nombre a Santa Bernardita en la decimosexta aparición, el 25 de marzo de 1958, como la Inmaculada Concepción, cuatro años más tarde de la definición del dogma por Pío IX. ¡Cuántos signos se iban acumulando en este nuestro viaje a Lourdes para el puente de la Inmaculada: el anuncio del perdón de los pecados y la curación de nuestras parálisis, la llamada de la Virgen a la conversión repitiendo las palabras de San Juan Bautista, el tiempo de Adviento en el que estamos…. El Señor y la Virgen nos pueden hablar de muchas maneras; a veces los acontecimientos y los signos externos con los que nos topamos pueden ser tan elocuentes como sus mismas palabras.

El segundo día de nuestra estancia en Lourdes también estuvo muy marcado para mí por el evangelio del día: el del hombre que deja las noventa y nueva ovejas en el monte para ir en busca de la perdida y que se alegra más por ella que las otras que no se habían extraviado. El día anterior, en el oficio de lecturas de la memoria de San Nicolás, había leído unas palabras de San Agustín sobre los pastores: “Si me amas, no pienses en apacentarte a ti mismo, sino a mis ovejas; apaciéntalas como mías, no como tuyas; busca mi gloria en ellas, no la tuya; mi propiedad, no la tuya; mis intereses, y no los tuyos”. Todo un claro mensaje del camino a seguir. Por la tarde fuimos al pueblito de Bàrtres, a tres kilómetros de Lourdes, donde está la iglesia parroquial dedicada a San Juan Bautista, ligada a la infancia de Santa Bernardita. En la Iglesia había un bonito retablo representando momentos de la vida del Bautista: la visitación de María a Isabel, el bautismo de Jesús en el Jordán y el martirio del precursor. Había un folleto preparado para ayudar la oración de los peregrinos donde se reflexionaba sobre la similitud entre el Bautista y Bernardita: los dos sabían que tenían que disminuir, Juan ante el Mesías, y Bernardita ante la Virgen y sus mensajes: él lo hizo haciendo que sus discípulos le dejasen para seguir a Jesús, ella consagrándose en las Hermanas de la Caridad de Nevers y alejándose de Lourdes. Pero lo que más me sorprendió fue el precioso cementerio que rodeaba la Iglesia, algo que todavía encontramos en algunos pueblos de Galicia y en otros lugares del norte de Europa, pero que en nuestras ciudades ha desaparecido casi por completo. ¡Qué significativo es ese emplazamiento del cementerio! Hace presente a nuestros difuntos al celebrar el culto y nos hace sentir lo que significa la Iglesia como comunión de los santos. Nos recuerda la ineludibilidad de la muerte y la gravedad de nuestra vida. Ya por la tarde la impresionante procesión de las antorchas con el tan conocido  canto del 'Ave María' de Lourdes, en una preciosa noche autumnal que nos había regalado el Señor. ¡Que bonito y qué profundo es el signo el de la luz! Signo de fe que alumbra nuestro caminar y de resurrección.
Y la mañana siguiente, el gran momento, el broche de oro final, la celebración de la Eucaristía de la Fiesta de la Inmaculada Concepción en la Basílica subterránea de Pío X. Misa internacional, con partes en latín, italiano, español, inglés, finlandés y francés. Misa presidida por el obispo de Tarbes –Lourdes, que en su homilía, después de haber aclarado que tenemos que distinguir claramente, aunque no separar del todo, la inmaculada concepción de María de la concepción virginal de Jesús, reflexionaba sobre esa frase evangélica que lo que ’hemos recibido gratis debemos darlo gratis’. Al ser el único sacerdote español presente, exceptuando el capellán oficial del santuario, me tocó leer el evangelio de la anunciación en castellano. Extraña, entristece y es motivo de reflexión que tan pocos españoles, comparados con otras nacionalidades, visitemos este santuario. Los italianos, por ejemplo, que vienen de más lejos, son muchos más y tienen también muchos santuarios marianos en su país. ¿Qué significado puede tener este hecho y qué repercusiones para la fe de nuestro pueblo? La proclamación del evangelio de la anunciación con frecuencia emociona: el anuncio de la entrada de Dios en nuestro mundo y en nuestra historia a través del vientre purísimo de una criatura que pronuncia su ‘sí’. Un ‘sí’ del que depende el plan de Dios y nuestra salvación. Un ‘sí’ que implica cruz y anticipa el de Jesús en el huerto de Getsemaní, pero un ‘sí’ a través del cual la mujer empieza a aplastar la cabeza de la antigua serpiente, como ya anuncia el libro del Génesis.

Muchos y grandes teólogos tenían serias dudas de que María fuera concebida sin pecado original, ya que el pecado se nos quita por Jesús, hijo de María. Fue Scoto que aclaró el tema con su famosa doctrina potuit, decuit, ergo fecit; pudo, quiso, por tanto, hizo. Dios pudo preservarla del pecado, era conveniente hacerlo así y por tanto lo hizo. En el evangelio de la anunciación, el ángel afirma con mucha rotundidad que “para Dios nada hay imposible”. Es lo  mismo que decía Scoto y es el fundamento de la fe en la inmaculada concepción de María y lo que motiva a muchos enfermos en el alma y en el cuerpo para que venga a Lourdes. Tener fe significa creer en un Dios que llama a la existencia las cosas de la nada y es capaz de resucitar a los muertos.

En los mosaicos del P. Rupnik de la fachada de la Basílica del Rosario están también representados los misterios de las Bodas de Caná y de la Eucaristía, relacionado un episodio con el otro. En Caná, Maria pronuncia sus últimas palabras en el evangelio: “Haced lo que Él os diga”. A estas palabras de la Virgen, responde el mandato de Jesús al instituir la Eucaristía: “Hacen esto en memoria mía”. El mandato de Jesús al que nos remite la Virgen es que celebremos la Eucaristía, un mandato dirigido a todos, pero en especial a los sacerdotes.



   ¡Qué puente de la Inmaculada tan denso de cosas, de signos y palabras del Señor! Hay muchas cosas que pasan en el santuario más íntimo de las personas, que es difícil contar, o no se puede ni debe, pero hay tantas formas con las que el Señor, también a través de su sierva fiel, de María, interviene y actúa en nuestra vidas. El Señor puede hacer lo imposible, lo sabemos, pero muchas veces prefiere cambiarnos a nosotros más que a las cosas externas, prefiere que aprendamos a conformar nuestra vida a la muerte y resurrección del Señor. Este cambio también puede ser un milagro. Íbamos a Lourdes en un momento de oscuridad, con ganas de aclarar nuestra vida y de discernir la voluntad del Señor y creo que el Señor 'ha estado grande con nosotros'.