jueves, 30 de diciembre de 2010

Mi familia, un gran regalo de Dios

Homilía 26 de diciembre 2010
Fiesta de la Sagrada Familia (ciclo A). San Esteban, protomártir

¿Es mi familia, mi padre, madre, esposo, esposa, hermanos, hijos, algo casual en mi vida, algo accidental, sin mucha importancia para mi desarrollo personal y para mi vida cristiana? O, al contrario, ¿es algo fundamental, constitutivo de mi ser como persona y cristiano, algo que Dios ha querido para mí?
Huída a Egipto
Bartolomé Esteban Murillo
La pregunta que acabo de hacer no se refiere sólo al hecho de que Dios creador haya querido la familia en cuanto tal, con su estructura básica, fundada en el matrimonio como unión estable entre hombre y mujer abierta a la trasmisión de la vida. Cuando afirmamos esto, como lo hace reiteradamente el Magisterio de la Iglesia, decimos que la familia forma parte de la naturaleza del hombre y de la mujer y no es una creación humana que surge de fuerzas sociales y que cambia según las diversas situaciones, sin ninguna identidad propia. Al afirmar que la familia en su esencia, en su estructura básica, es querida por Dios, decimos también que es anterior al Estado, que éste la tiene que respetar y promover como fundamental para el bien común, y que lo que se refiere a ella es de ley natural, por tanto válido para todos, no sólo para los cristianos. De ahí que lo que la Iglesia enseña sobre la familia se dirige a todos, no sólo a sus miembros.
Creo que esto más o menos lo aceptamos todos los católicos, aunque según varias encuestas parece que algunos tienen dificultad para asentir a lo que dice la Iglesia sobre la diferencia sexual como algo constitutivo del hombre y de la mujer, y a que no podamos equiparar el matrimonio con la unión sentimental de dos personas del mismo sexo. Respecto a esto, como a otros temas donde parece que algunos cristianos encuentran dificultades con la enseñanza de la Iglesia, conviene siempre tener presente las palabras de San Pablo en la Carta a los Romanos: “no os amoldéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente” (Rm 12, 2). Cuando no pensamos de forma crítica, y carecemos de formación suficiente en un tema, es fácil dejarse llevar por la opinión dominante y amoldarse a lo que piensa una presunta ‘mayoría’.
En la pregunta inicial yo me refería más bien a nuestra familia concreta, a la tuya y la mía. A nuestra madre, nuestro padre, nuestros hermanos, nuestros esposos y esposas, a nuestros hijos. Esta familia que me ha “tocado”, con lo bueno y lo malo que tiene, es la familia que Dios ha querido para mí, la que me ha dado; es el lugar primero donde vivo y crezco como hombre y mujer y como cristiano. Con todos sus defectos y problemas, que pueden ser muchos, con sus rupturas, ausencias, pecados, es un regalo de Dios para mí en el que debo vivir como hombre y mujer y dar testimonio de mi fe.
Así fue para Jesús. Hoy, domingo dentro de la octava de Navidad, celebramos la fiesta de la Sagrada Familia, fiesta de reciente creación y que en España coincide con la Jornada de la Conferencia Episcopal por la Familia y la Vida, este año con el lema: “la familia, esperanza de la humanidad”. Estos días de Navidad, la Iglesia non invita una y otra vez a ir ante el portal para dejarnos asombrar por el misterio de Dios hecho hombre y caer de rodillas y adorar al Niño-Dios. Hoy lo hacemos, contemplando como Dios se hace hombre en una familia, una familia que fue la que Él mismo, en cuanto Dios, se había elegido y había preparado, para crecer en ella ‘en estatura y gracia’. Podemos imaginarnos algo de cómo vivía esa Sagrada Familia en Nazaret, sus virtudes domésticas, la laboriosidad, la oración, la fidelidad a la voluntad del Señor, el respeto, el amor en la unidad... El Papa Pablo VI, en una alocución pronunciada en Nazaret en su viaje a Tierra Santa en 1964, decía que Nazaret nos enseña tres cosas: la importancia del silencio, de la familia y del trabajo.
Pero también mi familia es la que Dios ha elegido para mí y me ha dado. ¿Cómo vivo en ella? ¿Cómo crezco como hombre y cristiano en ella? ¿Cómo doy testimonio del amor de Dios en ella? ¿Cómo vivo y acepto el misterio de la cruz que también siempre está presente en toda familia? ¿La enfermedad? ¿La muerte? ¿La lejanía de seres queridos? ¿Las enemistades o peleas? ¿Los egoísmos de algunos? ¿La relación con la familia más extensa?
La familia es el lugar principal donde vivir la fe; es lugar de santificación. Para los laicos, junto con el trabajo, y quizás el tiempo de ocio, es el ámbito fundamental para vivir y crecer como cristianos.
Las lecturas de la fiesta de hoy nos hablan de situaciones por las que atraviesan con muchas frecuencia nuestras familias o familias vecinas y que nos interpelan. La primera lectura es un comentario al cuarto mandamiento: ‘honrarás a tu padre y a tu madre’. ¿Qué pasa y cómo nos compartamos cuando nuestros padres son ya mayores y ‘chochean’? ¿Seguimos teniendo hacia ellos respeto y cariño? El evangelio nos habla de la Sagrada Familia que tuvo que huir a otro país, emigrar porque estaba amenazada. ¿Cómo nos situamos ante la inmigración? ¿Cómo vivimos nuestro exilio si nos hemos tenido que ir de nuestra patria para buscar una vida más digna? ¿Conservamos las costumbres y los valores  cristianos y ayudamos a los demás a hacerlo?
En el evangelio también se habla de Herodes y de los que amenazan la vida del que está por nacer. ¿Cómo nos situamos ante el gran drama del aborto?
Lapidación de San Esteban
Annibale Carracci
Hermanos, hay muchas temas que nos tocan muy de cerca en la celebración de hoy. Hoy también, 26 de diciembre, celebramos la memoria del primer mártir, de San Esteban, elegido diácono por los apóstoles para ayudar en el servicio de la caridad y lapidado por su testimonio de Cristo. Imitando su maestro Jesús, perdonaba a los que lo mataban. En el relato de su martirio en libro de los Hechos de los Apóstoles, se nos dice que los que lo lapidaban ponían sus mantos a los pies de un tal Saulo, el mismo Saulo que después será San Pablo, apóstol de los gentiles y también mártir.
¡Que Jesús, María y José, nos enseñen y ayuden a vivir nuestras familias como un gran regalo del Señor y a dar testimonio en ella y con ella del amor de Dios! ¡Qué San Esteban y San Pablo nos enseñen y ayuden a ser valientes en el testimonio de nuestra fe, aunque esto puede a veces implicar incomprensiones y persecución!




(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)

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