jueves, 26 de enero de 2012

Vivir ‘como si’

Homilía 22 de enero 2012
III Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Semana de Oración por la Unidad de los Cristianos
Infancia misionera — San Vicente, mártir
El profeta Jonás
                Cuando sabemos que está a punto de pasar algo importante, algo que va a cambiar nuestra vida, vivimos el presente de un modo peculiar, sin estar absorbidos por él: lo que cuenta es lo que va a pasar y la situación que se va a producir cuando eso ocurra. Así, por ejemplo, si vamos a cambiar de trabajo, o de país, o vamos a recibir una herencia, o nos vamos a casar, o a tener un hijo, o también, más tristemente, si los médicos nos dicen que a un ser querido ya le queda poco tiempo de vida. En todas estas situaciones, nuestros quehaceres mundanos, las cosas presentes, se relativizan en vista del futuro que se aproxima.
                De la forma de vivir el tiempo nos hablan las lecturas de hoy; todas ellas están marcadas por esta fundamental categoría de nuestra existencia. En la primera lectura el profeta Jonás es mandado a Nínive a anunciar que queda poco tiempo, sólo cuarenta días, para que la ciudad sea destruida. Este anuncio fue creído por los habitantes y llevó a un cambio de conducta; hizo que vivieran su presente de modo distinto, en perspectiva de lo que podía pasar. En el evangelio se nos ofrece un resumen de toda la predicación de Jesús en Galilea. El Señor anuncia que el ‘plazo se ha cumplido’, que ‘el reino de Dios está cerca’ y exhorta a vivir el presente de modo distinto, cara a esta nueva realidad que llega y en la que se cumplen las promesas de Dios. La llegada del reino de Dios es obra de Dios, es gracia, es regalo. Ante el anuncio de su llegada estamos invitados a creer y a cambiar.
            Per es san Pablo en la segunda lectura el que nos sitúa en un plano más teológico y existencial. Hablando del matrimonio y la virginidad invita a los cristianos de Corinto a vivir las realidades mundanas y el tiempo presente de un modo nuevo, en vista de que “la representación de este mundo pasa”, cara al futuro escatológico que es inminente: “Digo esto: que el momento es apremiante. Queda como solución que los que tienen mujer vivan como si no la tuvieran; los que lloran, como si no llorarán, los que están alegres, como si no lo estuvieran...” (1Cor 7, 29-30). Este ‘como sí’ que utiliza el apóstol — hos mé, en griego — es muy indicativo de lo que es una existencia redimida, una vida cristiana verdadera. Uno de los más influyentes filósofos del siglo pasado, Heidegger, en sus clases sobre la fenomenología de la religión, consideraba estas palabras de Pablo como descripción de una existencia cristiana auténtica. El apóstol no invita a los corintios a desentenderse de las realidades temporales, a no implicarse con las cosas de mundo, sino a vivirlas teniendo presente el futuro que llega, relativizándolas, dándoles su justo valor, no dejándose absorber por ellas. Si el Señor viene, si el reino de Dios está cerca, si nuestra verdadera patria está en el cielo, la forma que tenemos de vivir el presente y las cosas del mundo tiene que estar determinada por esto. Una vida preocupada sólo por lo mundano y esclava de ello, que no mira al cielo, sin esperanza, encarcelada en el aquí y ahora, no es cristiana. La Carta a Diogneto que describe la vida de los cristianos en la Atenas del siglo II es una buena ilustracion de lo que estamos diciendo: “Habitan en sus propias patrias, pero como extranjeros; participan en todo como los ciudadanos, pero lo soportan todo como extranjeros; toda tierra extraña les es patria, y toda patria les es extraña... Viven en la carne, pero no viven según la carne. Están sobre la tierra, pero su ciudadanía es la del cielo. Se someten a las leyes establecidas, pero con su propia vida superan las leyes”.
                Esta semana, en unión espiritual con la mayoría de los cristianos de todo el mundo, rezamos por la unidad visible de los creyentes. Hacemos nuestra esa petición de Jesús al Padre en su oración sacerdotal en la víspera de la pasión: “ut omnes unum sint... ut mundus credat; que todos sean uno...  para que el mundo crea (Jn 17, 21). El Concilio Vaticano II afirmó que la oración es el ‘alma de ecumenismo’, y esta semana queremos dedicar más tiempo a rezar por este fin, conscientes de la fuerza de la oración que es capaz de realizar lo que humanamente puede parecer imposible. Pero el Concilio también decía que la conversión personal es un aspecto fundamental del compromiso ecuménico y el Papa Benedicto XVI, en su magisterio reciente, ha insistido frecuentemente sobre ello. La conversión implica ser transformados en la fe por la victoria de nuestro Señor Jesucristo, pasar con Jesús de la muerte a la vida, hacer nuestra su derrota y victoria, vivir el presente en la espera esperanzada de la manifestación plena de la resurrección y su triunfo sobre las fuerzas del mal y de la desunión. La Pascua del Señor cambia por completo nuestros conceptos de victoria y derrota y esto vale también cuando los aplicamos al ecumenismo. La cruz del Señor para el mundo es una derrota y un fracaso, para el creyente y para Dios es una victoria. Debemos también entender la unidad de la Iglesia en esta perspectiva pascual de muerte y resurrección y según los tiempos de Dios y no los nuestros. Éste es el mensaje central de los materiales que se han preparado de común acuerdo entre las Iglesias y comunidades eclesiales para este Octavario. Han sido elaborados por un grupo ecuménico polaco partiendo de una reflexión sobre la historia de su país, una historia marcada por derrotas y victorias. Esta historia civil se lee a la luz de los que dice san Pablo sobre la resurrección y sus efectos en el capítulo 15 de su primera carta a los Corintios. El lema elegido para esta Semana resume estas consideraciones: “Todos seremos transformados por la victoria de nuestro Señor Jesucristo”.
                Hoy también celebramos el Día de la Infancia Misionera. Podemos relacionar esto con la memoria de san Vicente, diácono y mártir, que celebramos también hoy. Hablando de él y de su martirio, san Agustín dice que pudo soportar con entereza los padecimientos que se le infligían no por sus propias fuerzas, sino gracias a la ayuda del Señor, al ‘poder divino’ que actuaba en él. Así pudo vencer al mundo que intentaba hacerlo sucumbir de las dos formas en que lo intenta con los ‘soldados de Cristo’: “los halaga para seducirlos, los atemoriza para doblegarlos”. Ayer hacíamos memoria de otra mártir, Santa Inés, que venció al mundo en joven edad, teniendo sólo doce años. Todo esto nos sugiere que incluso los niños, contando con la ayuda del Señor y de sus padres, pueden ir aprendiendo a ser verdaderamente cristianos, venciendo las fuerzas que a ello se oponen, y dando así testimonio con su forma de vivir de la victoria de nuestro Señor Jesucristo.

sábado, 21 de enero de 2012

Serían las cuatro de la tarde

Homilía 15 de enero 2012
II Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)


            Hay encuentros con personas que recordamos para toda la vida. Recordamos el día y la hora en que tuvieron lugar, las circunstancias, las palabras y los gestos… Bendecimos, como dice una bella canción, ‘el reloj que nos puso puntual ahí y el motivo de estar en ese lugar’. Son encuentros que nos cambian la vida, que abren un nuevo horizonte, en los que encontramos lo que estábamos buscando quizás sin saberlo, aquello que da un sentido pleno a nuestra existencia, a nuestra historia anterior y al futuro que nos aguarda.

            Una vivencia parecida es la que nos narra el evangelio de hoy; un bellísimo y sugestivo pasaje del evangelio de san Juan que tiene todo el sabor de una experiencia personal, de un relato autobiográfico. Aunque la exégesis moderna pueda dudar de la autoría del cuarto evangelio y de la identidad del apóstol del que se omite el nombre y que estaba con Andrés ese día, la tradición de la Iglesia desde siempre lo ha identificado con el evangelista Juan, autor del relato. Eso parece sugerir esa mención de la hora del acontecimiento que cambió su vida: “serían las cuatro de la tarde”.
            Todo el relato de este encuentro con el Salvador tiene una hondura de significado que nos cautiva y nos lleva a imaginarnos la escena y a sentirnos parte de ella. Los dos discípulos, Andrés y Juan, estaban con el Bautista a orillas del Jordán donde él bautizaba; eran sus discípulos. Pero Juan sabía cuál era su misión: él debía ‘manifestar a Israel alguien que venía detrás de él, pero que estaba delante, porque existía antes que él’. A Juan se le había revelado que aquél sobre quien viera posarse el Espíritu sería el que bautizara con Espíritu Santo. Juan lo vio posarse sobre Jesús y dio su testimonio. Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Extraña expresión la que utiliza el Bautista para dar testimonio de Jesús. Para entenderla tenemos que hacer referencia al Antiguo Testamente donde se hace mención del cordero pascual, el que comieron los israelitas la noche que salieron de Egipto y con cuya sangre marcaron sus casas para que no pasara por ellas el ángel exterminador (Ex 12, 1-14). Es el cordero que indica el paso de la esclavitud a la libertad. Por otro lado, el término cordero está también relacionado con el Siervo de Yahvé del que habla el profeta Isaías, que iba a ser como ‘cordero llevado al matadero’, que ‘justificaría a muchos porque cargaría con sus crímenes’ (Is 53, 7.11). Cuando Juan y Andrés oyeron al Bautista señalar de ese modo a Jesús se pusieron a caminar detrás de Él. El Bautista no lo impide aunque eran sus discípulos; sabe que ha llegado el Elegido, el Hijo de Dios y deja que se vayan tras él. Preciosa imagen a tener presente en la labor sacerdotal y la dirección espiritual. Es necesario saber ‘dejar ir’ a las personas una vez que las hemos llevado a encontrarse con el Señor; no tenemos que mantenerlas para siempre a nuestro lado. Somos amigos del Esposo que cumplen su función cuando acompañan la novia donde está Él.

"Este es el Cordero de Dios"
P. Rupnik - Centro Aletti
Cripta de la Iglesia de S. Pio de Pietralcina
San Giovanni Rotondo (FG-Italia)


            Jesús, al ver que lo seguían, se da la vuelta y pregunta: “¿Qué buscáis?”. Hay que entender estas palabras en toda su hondura existencial, como pasa con otras expresiones del cuarto evangelio. Jesús no sólo pregunta acerca del motivo que les lleva a caminar detrás de él, sino acerca de lo que de verdad buscan, lo que les motiva, sus anhelos más profundos. Podríamos hacernos esta misma pregunta nosotros aquí hoy: ¿Qué buscamos? ¿Qué nos ha traído aquí? ¿Qué anhelamos al participar en esta Eucaristía? ¿Qué deseamos para nuestra vida? Los dos apóstoles responden a la pregunta con otra pregunta: Maestro, ¿dónde vives? Parecería que quieren conocer mejor al Maestro, a aquel que el Bautista había designado como el Cordero de Dios. El lugar donde alguien vive suele ser muy revelador de su persona. Quizás también, implícitamente, sugieren a Jesús ser sus discípulos. Puede que también estas palabras escondan un significado más profundo si pensamos que el verbo ‘vivir’ en el cuarto evangelio tiene acepciones trascendentes: Jesús ‘vive’ en Dios, permanece en Él, esta junto a Él, como se afirma en el prólogo de este evangelio.

            La respuesta de Jesús a la pregunta de Juan y Felipe es muy significativa también para nosotros hoy. Jesús no explica donde vive, sino invita a que lo experimenten personalmente: “Venid y veréis”. Cuando Pablo VI decía que hoy se necesitan ‘más testigos que maestros’ y cuando Benedicto XVI insiste en que uno se hace cristiano a partir de un acontecimiento, del encuentro con una Persona, se está haciendo referencia a esto. Es el encuentro con el Señor lo que cambia la vida, lo que nos hace sus discípulos, lo que nos hace verdaderamente cristianos. No es el adherirnos a una ideología o entrar a formar parte de un grupo, o aceptar un determinado código moral, o creer una serie de verdades que se nos proponen. Por eso debemos poder siempre decir a quien nos pregunta acerca de nuestra fe, a quien busca la Verdad: ‘ven y verás’; y nuestra vida y la vida de nuestras familias y comunidades deben ser ámbitos en los que se pueda experimentar la presencia del Señor y encontrarse con Él. San Juan Crisóstomo decía algo parecido: “Si quieres que alguien se haga cristiano, invítale a vivir contigo durante un año”. Debemos poder siempre decir al que busca: 'ven y verás'. El verbo ‘ver’, de forma parecida a ’vivir’, tiene en el cuarto evangelio una significado técnico, se refiere al ver de la fe. Estos dos discípulos al convivir con el Señor verían con los ojos de la fe la gloria de Dios. Y eso es lo que ocurrió aquel día que pasaron con Jesús. No sabemos lo que hablaron ni lo que hicieron, sin embargo sí sabemos por lo que acontece inmediatamente después que se convencieron de que Jesús era el Mesías.
"Maestro, ¿dónde vives?"
P. Rupnik - Centro Aletti
Capilla de la Fraternidad san Carlo - Roma (Italia)

            Una vez encontrado lo que realmente buscaban no se lo guardan para ellos, sino lo comparten con las personas que más quieren. Andrés encuentra a su hermano Pedro, le dice lo que ha descubierto y lo lleva a Jesús. De este modo, empieza a perfilarse esa cadena de testimonios, de apostolado, en la que uno llama a otro, que empezó con Juan Bautista y que va creando la comunidad de lo creyentes, la Iglesia.

            Habíamos empezado considerando lo decisivo que puede ser para nuestra vida el encuentro con algunas personas. Hemos puesto estas experiencias en relación a la vivencia del encuentro de los dos apóstoles con Jesús que nos narra el evangelio. Ahora volvemos a nuestra vida iluminados por esta Palabra. Los encuentros que tenemos con personas, aún cuando casuales, debemos cuidarlos porque pueden significar mucho, tanto para nosotros como para los demás. Por otro lado, el encuentro personal más importante que podemos hacer es con Cristo, vivo y presente en su Iglesia. Antes de distribuir la comunión, el sacerdote levanta la hostia y repite las palabras del Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Decía el filósofo Sören Kierkegaard que la liturgia para ser tal debe hacernos contemporáneos de Jesús. El Señor está aquí realmente presente como lo estuvo a orillas del Jordán aquel día a las cuatro de tarde. Hoy podemos y debemos encontrarnos con Él.

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

miércoles, 11 de enero de 2012

El Bautismo del Señor y el nuestro

Homilía 8 de enero 2012
Fiesta del Bautismo del Señor

                Cuando nosotros pensamos en nuestra vida y hacemos un recorrido mental por sus años, nos damos cuenta que hay momentos que sobresalen sobre los demás, momentos de cambio en los que hemos tomado una decisión, en los que hemos hecho una opción fundamental o nos ha venido impuesta desde fuera, momentos en los que nuestra vida ha tomado un determinado rumbo que la ha marcado hasta hoy. Puede ser el momento en que hemos ido a vivir en un determinado lugar, que hemos elegido la carrera, en que nos hemos casado, en que hemos empezado a trabajar, en que hemos tenido un hijo... A veces son acontecimientos más tristes los que encauzan nuestra vida: la muerte de un ser querido, un despido, una desilusión de amor...
Bautismo de Jesús (Rupnik -Centro Aletti)
Sacristía de la Catedral de la Almudena - Madrid
                Algo así es lo que significó para Jesús el bautismo que recibió de manos de Juan en el Jordán. Marcó un antes y un después en su vida; señaló el comienzo de su vida pública, su revelación como el ungido por el Espíritu que viene a ‘traer el derecho a la naciones’, a proclamar la buena nueva a los pobres, ‘a abrir los ojos de los ciegos, sacar a los cautivos de la prisión, y de la mazmorra a los que habitan las tinieblas’. En su bautismo se oyó una voz del cielo que lo proclama Hijo amado, predilecto, en quien Dios se complace. Más aún, el bautismo de Jesús indica también el modo de su vida, la forma en que llevará a cabo su misión, por eso es su inauguración, su preludio, una anticipación de su pasión y resurrección. El Señor baja a las aguas del Jordán, símbolo de muerte, uniéndose a los pecadores que se hacían bautizar por Juan, como si fuera uno más, solidarizándose con ellos y por tanto con todos nosotros. El cumple lo que anunciaban las Escrituras del Siervo de Yahvé, que ha venido ‘para servir y no para ser servido’, para ‘tomar el pecado de muchos’ (Is 53, 12). Pero Jesús sale también del agua, y se abren los cielos, y baja sobre Él el Espíritu, y es proclamado Hijo amado, predilecto, anticipando la victoria de su resurrección.
El bautismo del Señor tiene tanta importancia en su vida y en la predicación apostólica que en los comienzos se narra la buena noticia de Jesús partiendo de este acontecimiento, como hemos constatado en la segunda lectura que nos presenta la predicación de Pedro en casa del pagano Cornelio: “conocéis lo que sucedió en el país de los judíos, cuando Juan predicaba el bautismo, aunque la cosa empezó en Galilea. Me refiero a Jesús de Nazaret, ungido por Dios con la fuerza del Espíritu Santo, que pasó haciendo el bien y curando a los oprimidos por el diablo porque Dios estaba con él” (Hch 10, 37-38). También cuando fue el momento de sustituir a Judas para completar el grupo de los Doce, el requisito que se exigía a los posibles candidatos era que hubiesen acompañado a los apóstoles ‘desde el bautismo de Juan hasta el día que nos fue quitado y llevado al cielo’ (Hch 1, 22).

Río Jordán
Jesús no necesitaba recibir el bautismo de Juan: era sin pecado y era Él el que inauguraba el reino de Dios al que ese bautismo de agua preparaba. Sin embargo, lo recibió; según los Padres, no para ser Él santificado, sino para santificar Él las aguas de todos los bautisterios del mundo, de todas las pilas bautismales; ‘para que el agua tuviera desde entonces poder de santificar’. Por eso el bautismo del Señor es inauguración y fundamento del nuestro. Esta fiesta que hoy celebramos del bautismo del Señor es un momento oportuno para reflexionar y renovar nuestro propio bautismo.

En nuestro bautismo, salvando las distancias, se repitió para cada uno de nosotros lo que aconteció en el bautismo de Jesús. Se rasgaron los cielos y se abrió para nosotros el paraíso cerrado por el pecado de Adán. La voz del Padre nos declaró hijos amados, predilectos, en quienes Él se complace. En nuestro bautismo, sacramental pero realmente, hemos sino unidos a la muerte y resurrección de Cristo y hemos salido del agua como nuevas criaturas para formar parte del nuevo Israel.

Cuando se recibe el bautismo siendo adultos, este sacramento se vuelve uno de aquellos momentos de los que hablábamos antes, que marcan un antes y un después en la vida. Uno se prepara para recibirlo por medio de un proceso largo y exigente llamado catecumenado para empezar realmente a caminar en una vida nueva una vez recibido el sacramento. Sin embargo, la mayoría de nosotros hemos recibido el bautismo siendo niños. Fueron nuestros padres los que, queriendo darnos lo mejor, nos llevaron a la pila bautismal y fueron también ellos, junto con los padrinos, los que se comprometieron públicamente a educarnos en la fe para que el sacramento pudiera dar mucho fruto en nuestra vida. Se lo agradecemos porque así cumplieron con una tradición antiquísima de bautizar a los niños para que participaran de la vida de la gracia cuanto antes. Pero al hacernos adultos debemos hacer nuestro el bautismo que recibimos, renovarlo, confirmarlo con nuestra libre decisión.

Renovando el bautismo a orillas
del río Jordán
Renovar el bautismo tiene dos aspectos. Por un lado, reconocer y agradecer lo que Dios hace por nosotros gratuitamente, sin mérito por nuestro parte. Nos abre el paraíso, nos da su gracia, el Espíritu, y nos declara sus hijos muy amados, sus predilectos. Por otro lado, está nuestra colaboración con la acción de Dios, nuestra adhesión. Esto significa decidirnos por la vida de Jesús, rechazando el pecado, dejándolo sumergido en las aguas, y vivir una vida nueva, una vida según el ejemplo de Jesús, una vida de servicio, de entrega, de amor, de cruz.

En distintos momentos se nos invita a renovar nuestro bautismo de modo que el sacramento que hemos recibido vaya marcando cada vez más un antes y un después en nuestra vida, quizás no cronológico pero sí existencial. Así renovamos el bautismo cuando nos confesamos, sacramento que es como como un segundo bautismo en el que se nos perdonan lo pecados cometidos después del primero. También renovamos nuestras promesas bautismales la noche de Pascua, después del camino cuaresmal que es como un nuevo catecumenado. Cuando peregrinamos a Tierra Santa uno de los momentos más destacados es el recuerdo que se hace del bautismo a orillas del río Jordán. Cuando un familiar recibe el sacramento y nos hace el honor de elegirnos como padrinos también renovamos nuestros compromisos. También hoy, fiesta del bautismo del Señor, es un buen momento para hacerlo.

¡Que el bautismo que hemos recibido y que hoy renovamos marque realmente un antes y un después en nuestra vida!

sábado, 7 de enero de 2012

Buscadores de la Verdad

Homilía 6 de enero 2012
Solemnidad de la Epifanía de la Señor

Catedral de Colonia (Alemania)
                Hace unos meses hemos vivido aquí en Madrid — y de forma muy intensa en nuestra parroquia — un acontecimiento eclesial de mucha importancia, un acontecimiento de la Iglesia universal en el que nuestra Iglesia de Madrid ha sido la diócesis de acogida, un acontecimiento en el que muchas personas se encontraron con el Señor, algunos por primera vez, otro de una forma más intensa, acontecimiento en el que también muchos han descubierto un rostro nuevo de la Iglesia, un rostro joven alegre y comprometido, distinto al que suelen presentar los medios de comunicación social. El acontecimiento al que me refiero es la Jornada Mundial de la Juventud. Como dijo Benedicto XVI a los periodistas en el avión que lo traía a España, la Jornada Mundial de la Juventud es una creación del Beato Juan Pablo II, una iniciativa surgida de una ‘verdadera inspiración’ que ha dado mucho mucho fruto en la Iglesia y en el mundo.
                La primera Jornada Mundial de la Juventud que presidió el actual Papa Benedicto XVI fue la que se celebró en su tierra natal, en Colonia. En la bellísima Catedral de esta ciudad a orillas del río Rin, según la tradición, en un famoso relicario, colocado detrás y encima del altar mayor, se conservan los restos de los tres reyes magos de los que habla el evangelio de hoy. Estas reliquias llegadas desde Milán en el siglo XII atrajeron a muchos peregrinos a Colonia, llamada la ‘Roma del norte’.
Relicario de los Tres Reyes Magos
                Yo tuve la gracia de poder participar en esa inolvidable Jornada de Colonia acompañado por un pequeño grupo de jóvenes de la parroquia. Al ser pocos, se nos unieron otros jóvenes que venían por su cuenta, llamados ‘independientes', que se habían apuntado individualmente y no como grupo. Resultó ser una experiencia intensísima de compartir nuestra fe, inquietudes y búsquedas; una experiencia tan intensa que la amistad que surgió en esos días de agosto de 2005 sigue existiendo todavía y es para cada uno de nosotros referencia de lo que es una verdadera amistad y una verdadera comunidad y consuelo en los momentos difíciles.
                Uno de los mensajes que recibimos en esa Jornada de Colonia y que nos llegó al corazón está tomado del final del evangelio de hoy. Se dice que los magos “se marcharon a su tierra por otro camino”. Cuando en nuestra vida acontece un encuentro real con el Señor ya no podemos ser los mismos de antes, ya no podemos volver a nuestra vida y nuestro lugar anterior del mismo modo que hemos venido. Ya todo es nuevo. Ya estamos llamados a dar testimonio de ese misterio que nos ha sido revelado, ese Emanuel, el Dios-con-nosotros con el que nos hemos encontrado.
XX Jornada Mundial de la Juventud Colonia 2005
Los magos que vienen de Oriente, esos hombres sabios, representan a todos los auténticos buscadores de la verdad de todos los tiempos, que por distintos caminos llegan hasta ella y se postran en adoración. El recorrido que ellos hacen hasta el humilde pueblo de Belén es parecido al que han hecho muchos hombres y mujeres a lo largo de la historia. Vieron aparecer una estrella y se pusieron en camino. No se quedan en su lugar seguro y cómodo, asumen el riesgo de buscar, de salir. Es una estrella que les da la señal para que se pongan en camino, estrella que puede representar cualquier signo que nos impulsa a buscar y nos señala una posible dirección. Para los magos, si interpretamos el relato evangélico como histórico, podía estar relacionado con la astrología, un saber muy venerado entre los antiguos por lo maravilloso que son los astros y sus movimientos. Sin embargo, este es un saber imperfecto, con una idea determinista del destino. Muchas veces los signos que nos hacen llegar a la verdad no son del todo correctos; muchas veces llegamos a ella a través de caminos tortuosos. Cristóbal Colón descubrió las indias occidentales queriendo llegar a las orientales. Sin embargo, la tierra que descubrió era real e iba a ser el nuevo mundo que abría los horizontes de la Europa de entonces. No obstante, aún partiendo de sus conocimientos y saberes, y después de haberse puesto valientemente y confiadamente en camino, los magos tienen que escuchar lo que dice la revelación bíblica, su ciencia no basta, tienen que consultar las profecías del pueblo elegido. Como dice Jesús a la samaritana, la ‘salvación viene de los judíos’ y el Antiguo Testamento es referencia obligada para todos los pueblos y es válido para todos. Son las Escrituras las que nos llevan al encuentro con el Salvador.
Al llegar a la casa y entrar ven al niño con María, su madre, caen de rodillas y le adoran. Esta es la actitud ante Dios que se manifiesta, ante la epifanía del Señor: adorar. Bien conocen los orientales esta actitud de proskynesis, de postrarse en adoración. Actitud que se reserva a Dios, al Señor de los señores, como Jesús dice al demonio en el relato de las tentaciones: “Al Señor, tu Dios, adorarás, y a Él solo darás culto”.
Catedral de Colonia durante la JMJ 2005
Nuestro camino hacia la verdad llega a su término cuando caemos de rodillas y adoramos al Señor que se manifiesta. Muchas veces Benedicto XVI ha repetido que la verdad no es una idea, un concepto, una ideología, sino una Persona, es Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Cuando la verdad se nos revela, se manifiesta, no nos queda otras cosa que caer de rodillas y adorar. Ante su epifanía, el esplendor de su gloria, y conscientes de nuestra nada, sobrecogidos, fascinados y aterrados, nos postramos reconociendo humildemente su majestad divina.
¡Pidamos hoy al Señor con la intercesión de María que muestra el Niño Jesús a los magos, que seamos auténticos peregrinos de la Verdad, que tengamos el valor de salir a buscarla y que la sepamos reconocer cuando se nos manifieste y caer de rodillas en adoraración!

martes, 3 de enero de 2012

La bendición como palabra eficaz

Homilía 1 de enero 2012
Solemnidad de Santa María, Madre de Dios
Jornada por la Paz

Puerta Santa de la Basílica de S. María
la Mayor de Roma
En la parte de abajo representación del Concilio
de Éfeso que definío a María como Madre de Dios
vatican.va
Hay palabras que experimentamos como eficaces, que no sólo dicen, sino que también hacen, que realizan lo que expresan, que son capaces de cambiar las cosas, de crear algo nuevo, de transformar la vida. Esto lo constatamos, aunque con menos frecuencia de la que desearíamos, los que nos dedicamos — o nos hemos dedicado durante cierto tiempo — a la psicoterapia: una palabra de verdad aunque dura, dicha en el momento oportuno y acogida sin resistencias o con éstas vencidas, trae una luz nueva, provoca un ‘insight’, que lleva a un cambio de sentimiento y de conducta, a superar miedos y fobias, complejos y bloqueos, comportamientos dañinos o poco asertivos, y a ser una nueva persona capaz de amar y trabajar y relacionarse satisfactoriamente con los demás y el mundo. También en psicología social aprendemos la noción de ‘profecía autocumplida’ o ‘autorrealizada’, que hace referencia a aquellas cosas que afirmamos de la realidad que, aunque no necesariamente verdaderas en el momento en que lo hacemos, llevan a que la realidad misma termine amoldándose a los que hemos dicho de ella. De ahí, la terrible fuerza de las encuestas electorales que terminan siendo verdaderas, sin quizás serlo al principio, ya que llevan a la gente a que vote como si lo fueran. Por eso se intentan controlar y a veces se prohiben. El ejemplo clássico que se ofrece de una ‘profecía autocumplida’ es el de un banco en buena salud pero del que empiezan a circular rumores de que está próximo a la quiebra; al final, el falso rumor se convierte en realidad al sacar la gente el dinero del banco por miedo.
Todas estas realidades humanas nos ayudan a entender mejor la eficacia de la Palabra de Dios y su papel destacado en la liturgia. La Palabra de Dios desde el comienzo, desde el relato de la creación en el libro del Génesis, se entiende como una palabra eficaz, una palabra que realiza lo que dice: “Y dijo Dios: ‘Exista la luz’. Y la luz existió” (Gn 1, 3). En el Nuevo Testamento la Palabra de Dios se asocia a la Buena Noticia de Jesús que aporta la salvación a quien la acoge y lo transforma en una nueva criatura: “Os recuerdo, hermanos, el Evangelio que os anuncié y que vosotros aceptasteis, en el que además estáis fundados, y que os está salvando...” (1Cor 15, 1-2). La Palabra de Dios es palabra eficaz que crea y renueva, que da el ser y lo transforma.
Una cristalización, o concreción, de la palabra poderosa del Señor, capaz de crear y cambiar la realidad, es la ‘bendición’ — berak, beraká, en hebreo —, con la que se hace también referencia a la generosidad y gratuidad de Dios para con sus criaturas. En el libro de los Números encontramos el mandato que da Dios a Moisés para que lo transmita a los sacerdotes, a los hijos de Aarón, mandato que incluye las palabras precisas con las que quiere se bendigan los israelitas que se acercan al Templo:
El Señor habló a Moisés: “Di a Aarón y a sus hijos, esta es la fórmula con la que bendeciréis a los hijos de Israel:
El Señor te bendiga y te proteja,
ilumine su rostro sobre ti y te conceda su favor.
El Señor te muestre su rostro y te conceda la paz.
Así invocarán mi nombre sobre los hijos de Israel y yo los bendeciré.”(Nm 6, 22-27)

Una traducción más literal de las palabras de bendición, palabras con forma poéticas y con resonancias pre-exílicas, con la triple invocación del nombre divino y con una doble referencia a su rostro, nos puede ayudar a captar más plenamente toda su fuerza:
¡Yahveh te bendiga y guarde!
¡haga brillar Yahveh su rostro sobre ti y séate propicio!
¡alce Yahveh su rostro hacia ti y te conceda la paz!
                                (traducción de Cantera-Iglesias)

                El texto deja claro que es Dios mismo quien bendice con la intermediación de los sacerdotes, intermediación que antes de su institucionalización podía ser ejercida también por el padre de familia u otra persona. Y la bendición es una palabra eficaz de Dios pronunciada sobre una persona, no una cosa inanimada. Según la Escritura, una cosa inanimada o un animal pueden ser consagrados para uso litúrgico y pasar así a participar de la santidad de Dios, pero sólo un ser humano puede ser bendecido.
Texto hebreo de la bendición aarónica
adoradores.com
                El poder de la bendición deriva del poder mismo Dios “que da vida a los muertos y llama a la existencia lo que no existe” (Rm 4, 17), pero apela también a le fe de quien la recibe. De este modo se hace palabra que crea, sana y renueva. Al derivar su poder de Dios, la bendición es mucho más eficaz que cualquier palabra terapéutica, o cualquier profecía que se autorrealiza a través de mecanismos psicológicos y sociales. La bendición actúa en capas mucho más profundas de nuestro ser, más allá de la consciencia y el inconsciente personal o colectivo, de los sentimientos y impulsos, y llega hasta el mismo ser ontológico de la persona. Sin embargo, su eficacia también depende de la acogida que le demos, de nuestra fe.
                Al comenzar el nuevo año, año del Señor 2012, la Iglesia hace suya la bendición de los sacerdotes de la antigua alianza y la pronuncia sobre nosotros. Pide a Dios que nos conceda la paz, el gran don mesiánico que resume todo lo que podemos desear. Paz que no es sólo ausencia de conflicto, sino plena armonía con Dios, los demás, y todo lo que existe. Paz que es don, pero también tarea relacionada con la búsqueda de la justicia. Paz que también depende de la educación adecuada de las nuevas generaciones en estos valores, como recuerda el Papa en su mensaje para este día.
                El uno de enero la Iglesia también celebra la maternidad divina de María, llevándonos otra vez delante del misterio de Belén para contemplar esta vez a la Madre, a la ‘Mujer’ de que habla san Pablo en la Carta a los Gálatas, que en la plenitud de los tiempos da a la luz al que nos hace hijos de Dios y sus herederos a través del don del Espíritu.
                También el uno de enero, al concluir la octava de Navidad, recordamos la circuncisión de Jesús, ‘que nace bajo la Ley para rescatarnos de la Ley’ como también dice san Pablo en el texto de la Carta a los Gálatas. Al ser circuncidado Jesús derrama su primera sangre, preludio de su obra redentora, y se le da el nombre, el que había dicho el ángel a María, el dulce y santo nombre de Jesús que significa ‘Dios salva’.
                La fiesta del santo nombre de Jesús se ha vuelto a introducir el día tres de enero en las últimas ediciones del Misal romano. Es otra instancia de la eficacia de la Palabra de Dios. Este nombre pronunciado con fe, no sólo significa que ‘Dios salva’, sino que realiza lo que significa, nos da la salvación que nos trae Jesús, como afirman muchos textos del Nuevo Testamento.
                ¡Que este año 2012 experimentemos en nuestra vida la fuerza de la Palabra salvadora y sanadora de Dios! ¡Que el Señor nos colme en este nuevo año de Espíritu Santo y de paz!