Homilía 15 de enero 2012
II Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Hay encuentros con personas que recordamos para toda la vida. Recordamos el día y la hora en que tuvieron lugar, las circunstancias, las palabras y los gestos… Bendecimos, como dice una bella canción, ‘el reloj que nos puso puntual ahí y el motivo de estar en ese lugar’. Son encuentros que nos cambian la vida, que abren un nuevo horizonte, en los que encontramos lo que estábamos buscando quizás sin saberlo, aquello que da un sentido pleno a nuestra existencia, a nuestra historia anterior y al futuro que nos aguarda.
Una vivencia parecida es la que nos narra el evangelio de hoy; un bellísimo y sugestivo pasaje del evangelio de san Juan que tiene todo el sabor de una experiencia personal, de un relato autobiográfico. Aunque la exégesis moderna pueda dudar de la autoría del cuarto evangelio y de la identidad del apóstol del que se omite el nombre y que estaba con Andrés ese día, la tradición de la Iglesia desde siempre lo ha identificado con el evangelista Juan, autor del relato. Eso parece sugerir esa mención de la hora del acontecimiento que cambió su vida: “serían las cuatro de la tarde”.
Todo el relato de este encuentro con el Salvador tiene una hondura de significado que nos cautiva y nos lleva a imaginarnos la escena y a sentirnos parte de ella. Los dos discípulos, Andrés y Juan, estaban con el Bautista a orillas del Jordán donde él bautizaba; eran sus discípulos. Pero Juan sabía cuál era su misión: él debía ‘manifestar a Israel alguien que venía detrás de él, pero que estaba delante, porque existía antes que él’. A Juan se le había revelado que aquél sobre quien viera posarse el Espíritu sería el que bautizara con Espíritu Santo. Juan lo vio posarse sobre Jesús y dio su testimonio. Fijándose en Jesús que pasaba, dijo: “Este es el Cordero de Dios”. Extraña expresión la que utiliza el Bautista para dar testimonio de Jesús. Para entenderla tenemos que hacer referencia al Antiguo Testamente donde se hace mención del cordero pascual, el que comieron los israelitas la noche que salieron de Egipto y con cuya sangre marcaron sus casas para que no pasara por ellas el ángel exterminador (Ex 12, 1-14). Es el cordero que indica el paso de la esclavitud a la libertad. Por otro lado, el término cordero está también relacionado con el Siervo de Yahvé del que habla el profeta Isaías, que iba a ser como ‘cordero llevado al matadero’, que ‘justificaría a muchos porque cargaría con sus crímenes’ (Is 53, 7.11). Cuando Juan y Andrés oyeron al Bautista señalar de ese modo a Jesús se pusieron a caminar detrás de Él. El Bautista no lo impide aunque eran sus discípulos; sabe que ha llegado el Elegido, el Hijo de Dios y deja que se vayan tras él. Preciosa imagen a tener presente en la labor sacerdotal y la dirección espiritual. Es necesario saber ‘dejar ir’ a las personas una vez que las hemos llevado a encontrarse con el Señor; no tenemos que mantenerlas para siempre a nuestro lado. Somos amigos del Esposo que cumplen su función cuando acompañan la novia donde está Él.
"Este es el Cordero de Dios"
P. Rupnik - Centro Aletti
Cripta de la Iglesia de S. Pio de Pietralcina
San Giovanni Rotondo (FG-Italia)
|
Jesús, al ver que lo seguían, se da la vuelta y pregunta: “¿Qué buscáis?”. Hay que entender estas palabras en toda su hondura existencial, como pasa con otras expresiones del cuarto evangelio. Jesús no sólo pregunta acerca del motivo que les lleva a caminar detrás de él, sino acerca de lo que de verdad buscan, lo que les motiva, sus anhelos más profundos. Podríamos hacernos esta misma pregunta nosotros aquí hoy: ¿Qué buscamos? ¿Qué nos ha traído aquí? ¿Qué anhelamos al participar en esta Eucaristía? ¿Qué deseamos para nuestra vida? Los dos apóstoles responden a la pregunta con otra pregunta: Maestro, ¿dónde vives? Parecería que quieren conocer mejor al Maestro, a aquel que el Bautista había designado como el Cordero de Dios. El lugar donde alguien vive suele ser muy revelador de su persona. Quizás también, implícitamente, sugieren a Jesús ser sus discípulos. Puede que también estas palabras escondan un significado más profundo si pensamos que el verbo ‘vivir’ en el cuarto evangelio tiene acepciones trascendentes: Jesús ‘vive’ en Dios, permanece en Él, esta junto a Él, como se afirma en el prólogo de este evangelio.
La respuesta de Jesús a la pregunta de Juan y Felipe es muy significativa también para nosotros hoy. Jesús no explica donde vive, sino invita a que lo experimenten personalmente: “Venid y veréis”. Cuando Pablo VI decía que hoy se necesitan ‘más testigos que maestros’ y cuando Benedicto XVI insiste en que uno se hace cristiano a partir de un acontecimiento, del encuentro con una Persona, se está haciendo referencia a esto. Es el encuentro con el Señor lo que cambia la vida, lo que nos hace sus discípulos, lo que nos hace verdaderamente cristianos. No es el adherirnos a una ideología o entrar a formar parte de un grupo, o aceptar un determinado código moral, o creer una serie de verdades que se nos proponen. Por eso debemos poder siempre decir a quien nos pregunta acerca de nuestra fe, a quien busca la Verdad: ‘ven y verás’; y nuestra vida y la vida de nuestras familias y comunidades deben ser ámbitos en los que se pueda experimentar la presencia del Señor y encontrarse con Él. San Juan Crisóstomo decía algo parecido: “Si quieres que alguien se haga cristiano, invítale a vivir contigo durante un año”. Debemos poder siempre decir al que busca: 'ven y verás'. El verbo ‘ver’, de forma parecida a ’vivir’, tiene en el cuarto evangelio una significado técnico, se refiere al ver de la fe. Estos dos discípulos al convivir con el Señor verían con los ojos de la fe la gloria de Dios. Y eso es lo que ocurrió aquel día que pasaron con Jesús. No sabemos lo que hablaron ni lo que hicieron, sin embargo sí sabemos por lo que acontece inmediatamente después que se convencieron de que Jesús era el Mesías.
"Maestro, ¿dónde vives?" P. Rupnik - Centro Aletti Capilla de la Fraternidad san Carlo - Roma (Italia) |
Una vez encontrado lo que realmente buscaban no se lo guardan para ellos, sino lo comparten con las personas que más quieren. Andrés encuentra a su hermano Pedro, le dice lo que ha descubierto y lo lleva a Jesús. De este modo, empieza a perfilarse esa cadena de testimonios, de apostolado, en la que uno llama a otro, que empezó con Juan Bautista y que va creando la comunidad de lo creyentes, la Iglesia.
Habíamos empezado considerando lo decisivo que puede ser para nuestra vida el encuentro con algunas personas. Hemos puesto estas experiencias en relación a la vivencia del encuentro de los dos apóstoles con Jesús que nos narra el evangelio. Ahora volvemos a nuestra vida iluminados por esta Palabra. Los encuentros que tenemos con personas, aún cuando casuales, debemos cuidarlos porque pueden significar mucho, tanto para nosotros como para los demás. Por otro lado, el encuentro personal más importante que podemos hacer es con Cristo, vivo y presente en su Iglesia. Antes de distribuir la comunión, el sacerdote levanta la hostia y repite las palabras del Bautista: “Este es el Cordero de Dios que quita el pecado del mundo”. Decía el filósofo Sören Kierkegaard que la liturgia para ser tal debe hacernos contemporáneos de Jesús. El Señor está aquí realmente presente como lo estuvo a orillas del Jordán aquel día a las cuatro de tarde. Hoy podemos y debemos encontrarnos con Él.
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.