martes, 27 de noviembre de 2012

Santa Catalina de Alejandría, modelo de firmeza en la fe para tiempos de relativismo



Homilía Domingo 25 de noviembre de 2012
XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Solemnidad de Jesucristo, rey del universo
Santa Catalina de Alejandría, titular de la parroquia

Santa Catalina de Alejandría (Sig. XVII)
Monsaterio de Santa Catalina
Monte Sinaí (Egipto)
            En la tradición oriental Santa Catalina de Alejandría es venerada como ‘megalomártir’, la ‘gran mártir’, la insigne testigo de la verdad, ya que la raíz griega de la palabra ‘mártir’ significa ‘testigo’ y el prefijo ‘mega’ indica ‘grande’. Catalina con su vida y sobre todo con su muerte dio testimonio de la verdad, del Señor, y mostró que nada está por encima de él. Que, puestos a elegir entre Jesucristo y el emperador hay que elegir a Jesucristo por mucho que cueste, aunque sea a precio de la muerte, ya que el Señor la ha vencido. Por eso también se la venera como sabia, patrona de los filósofos. Poseía la sabiduría de la cruz de la que habla san Pablo; esa sabiduría que reconoce que la cruz del Señor es una victoria y que participar en los sufrimientos de Cristo, ‘completando en nuestra carne lo que falta a su pasión’, es una gran gracia y el camino seguro para llegar a la resurrección. Catalina fue también según la tradición una mujer valiente, llena de fortaleza para aguantar los tomentos a los que la sometían quienes querían que abandonase la verdad que ella había conocido y abrazado.

annusfidei.va
La fe de santa Catalina contrasta mucho con la nuestra, la que vivimos en nuestra cultura tan marcada por la ‘dictadura del relativismo’ de la que hablaba el entonces cardenal Ratzinger al empezar el cónclave que le elegiría papa. Ella nos puede enseñar mucho en estos tiempos de crisis de fe, de ‘fe débil’, de una fe que con frecuencia cede ante la ‘dictadura del relativismo’ que tilda de fanática una fe firme que reconoce una verdad definitiva que vale para todos. El Año de la fe convocado por el papa, y la Misión Madrid que nos propone nuestro obispo diocesano, quieren ser una respuesta de la Iglesia a esta situación difícil que se vive sobre todo en los países de antigua cristiandad como el nuestro, donde los obispos han señalado que ha tenido lugar una ‘apostasía silenciosa de la fe’. El Año de la fe y la Misión Madrid pretenden ser una invitación a que fortalezcamos nuestra fe y demos testimonio de ella ante el mundo, promoviendo así una nueva evangelización. El papa en la Carta Apostólica Porta fidei con la que convoca el Año de la fe nos sugiere como fortalecerla: redescubriendo y rehaciendo el camino que nos has llevado a la fe y reflexionando sobre ella, como acto de confianza en Dios y como contenidos que confesamos como verdaderos.

misionmadrid.es
            En el evangelio de hoy vemos como Jesús reconoce ante el escéptico Pilato que es rey, pero que su reino no es de este mundo, no está al mismo nivel que los reinos y gobiernos temporales, es de un orden distinto, de un orden ligado a la verdad: “Tú los dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad escucha mi voz”. Jesús da testimonio de la verdad con su vida, sus enseñanzas, sus milagros, y sobre todo con su muerte y resurrección; por eso decimos que es el primero de los mártires, el primer testigo de la verdad en sentido pleno. Su vida es la encarnación de la verdad; él mismo es la verdad. De ahí que los que ‘son de la verdad’, los que la buscan con corazón sincero, escuchan su voz, son atraídos por él. Benedicto XVI repite muchas veces que la verdad no es una serie de conceptos o preposiciones, es una Persona, es Jesucristo. Encontrarnos con él, nos lleva a reconocerle como único Señor, único rey, muy por encima de todo lo demás, y a dar testimonio de esta verdad ante el mundo, sabiendo que todos los enemigos ya han sido vencidos aunque esto aún no se perciba claramente.

Jesucristo, señor de la historia
Fray Angélico (1447)
Catedral de Orvieto (Italia)
            La solemnidad que hoy celebramos de Jesucristo, rey del Universo, quiere exhortarnos a esto. Cuando Pío XI instituyó esta fiesta en 1925 lo hizo con la intención de que se reconociese ‘la soberana autoridad de Cristo sobre los hombres y las instituciones’, y en la oración colecta de la misa se rezaba para que ‘todos los pueblos se sometiesen al suavísimo imperio del Hijo de Dios’. Esto a veces ha llevado a interpretaciones sesgadas, como si la Iglesia reclamara el derecho de mandar sobre gobiernos e instituciones seculares. Pero esto evidentemente no puede ser así. Sabemos lo que dice Jesús en el evangelio de ‘dar al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios’, y también sabemos lo que afirmó el Concilio Vaticano II sobre la ‘justa autonomía de las realidades temporales’. Es verdad que a veces pueden surgir conflictos cuando uno de los dos órdenes quiere invadir el terreno del otro, por ejemplo, cuando la religión quiere someter el orden temporal a sus dictámenes, o al contrario, que es lo que suele pasar más hoy en Occidente, cuando las autoridades políticas pretenden intervenir sobre asuntos que pertenecen al ámbito la fe, que no es solo un ámbito privado, sino que tiene también su dimensión pública. En estos casos, como nos enseña santa Catalina, tiene que prevalecer la verdad y debemos dar testimonio valiente de ella.

Fuente imagen: gloria.tv
Esto es lo que implica reconocer a Cristo como rey. Este es el verdadero significado de lo que decían los mártires españoles de la persecución religiosa del siglo pasado cuando morían con el grito “Viva Cristo Rey” en los labios. Reconocer a Cristo como rey significa habernos encontrado con él como ‘camino, verdad y vida’, y dar testimonio de ello. ¡Que nuestra santa, la gran mártir Catalina de Alejandría, nos mueva con su ejemplo a ello y con su intercesión nos ayude a tener una fe más firme en estos tiempos de relativismo!

martes, 20 de noviembre de 2012

Templo y templos



Homilía Domingo 18 de noviembre de 2012
XXXIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Dedicación de las Basílicas de los apóstoles S. Pedro y S. Pablo
Día de la Iglesia Diocesana (en España)

Reproducción del templo de Jerusalén en tiempos de Jesús
Fuente de la imagen: tomachosj.blogspot.com 
            Hay acontecimientos históricos de tal magnitud que marcan el final de una ‘época’, de un ‘mundo’, y el comienzo de un ‘orden’ nuevo. Así, por ejemplo, muchos han interpretado los atentados de la Torres Gemelas del 11 de septiembre de 2001 como un acontecimiento apocalíptico enmarcado en la lucha cósmica entre el bien y el mal, que ha llevado a un ‘nuevo ‘orden mundial’ distinto del que existía antes. Las mismas categorías apocalípticas fueron utilizadas por muchos al hablar del saqueo de Roma del año 410 y la caída del Imperio Romano. Otro suceso histórico de primera magnitud en el ámbito religioso fue la destrucción del templo de Jerusalén en el año 70 de nuestra era por las tropas romanas bajo el mando del futuro emperador Tito. La caída de la ciudad santa y la destrucción del lugar donde residía la presencia de Dios para los judíos, significó un estremecimiento profundo de la fe del pueblo de Israel y un cambio radical en su modo de organización y en la forma de celebrar el culto, al no poder ya hacerlo en el lugar que mandaba la Ley. Pero la destrucción del templo también significó un suceso crucial para la nueva fe cristiana, que se separó aun más de su matriz judía y que contaba con un nuevo sacrificio que sí podía celebrarse fuera del templo.

            En la segunda lectura de la misa de hoy, de la Carta a los Hebreos, se habla del único sacrificio de Jesús que sustituye a los antiguos que se hacían en el templo y que eran incapaces de borrar los pecados. Cristo en cambió se ofreció una sola vez ‘para siempre jamás’, obteniendo para todos el perdón de los pecados. Este único sacrificio de Cristo en la cruz, que se actualiza en la Eucaristía, es el verdadero sacrificio del que los antiguos que tenían lugar en el templo de Jerusalén eran solo imagen y anuncio y que, una vez acontecida la muerte del Salvador, ya han perdido su valor y sentido.

Cristo crucificado
Diego Velázquez (c. 1632)
Museo del Prado - Madrid (España)
            En el discurso escatológico de Jesús, una parte del cual se nos ha proclamado en el evangelio de hoy, se predice claramente la destrucción del templo: “os aseguro que no pasará esta generación antes que todo se cumpla”. Es verdad que este discurso del Señor que encontramos en los tres evangelios sinópticos es difícil de entender para nosotros hoy, también porque utiliza un lenguaje apocalíptico que encontramos en otros textos bíblicos, como el de Daniel de la primera lectura, pero que para nosotros es poco familiar. Otra dificultad añadida es que parece que el Señor mezcla acontecimientos distintos, como la destrucción de Jerusalén y su retorno glorioso al final de los tiempos para dar el premio a los elegidos, suceso este último del que se dice que “el día y la hora nadie lo sabe, ni los ángeles ni el Hijo, solo el Padre”. Esto nos debe llevar a la cautela respecto a los tantos anuncios apocalípticos que con frecuencia surgen, como últimamente el relacionado con el calendario de los Maya, o con las distintas predicciones que suelen hacer algunos grupos sobre el fin inminente del mundo. Junto a la cautela contra los falsos profetas, estas palabras del Señor son una invitación a la vigilancia, a vivir nuestro tiempo estando ‘despiertos’, no dejándolo pasar como si nada, sino utilizándolo para hacer las obras de la luz mientras podamos. De todos modos, aun con lo difícil que es entender este discurso del Señor, lo que sí es cierto es que en él se predice la destrucción del templo. Jesús lo pronuncia sentado en el Monte de los Olivos, teniendo enfrente el templo, y después de que sus discípulo le hicieran notar la imponencia de sus piedras y edificaciones.

            En el plano de la fe, la destrucción del templo de Jerusalén está relacionada con la muerte del Señor en la cruz, verdadero templo de Dios ‘en quien habita la plenitud de la divinidad’, y al surgimiento de la Iglesia, nuevo templo de Dios con los hombres. Hoy celebramos el Día de la Iglesia Diocesana que pretende hacernos más conscientes de nuestra pertenencia a la Iglesia no como algo vago e indefinido, sino como algo muy concreto, que tiene rostros, lugares y tiempos. La Iglesia universal de la que formamos parte que es el nuevo templo de Dios, se concreta en la Iglesia particular que es la diócesis, con al frente el obispo, sucesor de los apóstoles, y en la parroquia. Es en la parroquia, más allá de otros grupos y comunidades en los que quizás también participamos, en que se hace para nosotros presente la Iglesia universal. La parroquia es una realidad constitutiva de la organización territorial de la Iglesia. Otras realidades eclesiales, como los distintos movimientos y asociaciones, pueden ser muy importantes para la vida de la Iglesia, pero no tienen el mismo peso jurídico, pastoral y eclesial que tienen las parroquias. Es, por tanto, en la parroquia donde estamos llamados a vivir la fe y donde somos iniciados en ella, donde recibimos la gracia de Dios a través de los sacramentos, ‘donde vamos siendo consagrados’ como dice la segunda lectura, donde experimentamos la nueva vida que brota del amor de Dios en la relación entre los hermanos. La parroquia es esa ‘fuente de la aldea’, como la llamaba el papa Juan XXIII, a la que todos los habitantes de un determinado territorio pueden acudir para beber gratis el agua viva. Tenemos que sentirnos parte activa de la parroquia a la que pertenecemos, colaborando en sus distintas actividades. Debemos sentirla como nuestra parroquia.

Basílica de San Pedro
Basílica de San Pablo Extramuros
Hoy hacemos memoria de la dedicación de las basílicas de los apóstoles san Pedro y san Pablo extramuros de Roma. Las basílicas, como las catedrales y los templos parroquiales, son un signo visible de la Iglesia, del pueblo de Dios, que vive en un determinado lugar. Pedimos hoy al Señor, por la intercesión de estos dos grandes apóstoles, que son como “los dos ojos de aquel cuerpo cuya cabeza es Cristo”, como decía el papa san León Magno en una de sus homilías, que nos ayude a vivir con más intensidad nuestra pertenencia a la única Iglesia de Cristo.

miércoles, 14 de noviembre de 2012

Dar desde la estrechez, poniendo nuestra confianza en Dios



Homilía Domingo 11 de noviembre de 2012
XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Memoria de san Martín de Tours, obispo

Fuente de la imagen: prjunioaraujo.blogspot.com
En tiempos de fuerte crisis económica como el nuestro, en los que muchos tienen gran dificultad para mantener un nivel de vida digno para su familia, y otros pasan verdadera necesidad, careciendo de lo básico –como un trabajo estable, una vivienda segura- , hay una fuerte tendencia a ser menos generosos. Nos da miedo el futuro que vemos cada vez más incierto y problemático y pensamos que lo mejor es ahorrar lo poco que podamos para tener algo de seguridad para el mañana. Ya para muchas familias no se trata de eliminar cosas superfluas, como actividades extraescolares extravagantes, viajes exóticos o aparatos electrónicos costosos, sino que se ven obligadas a reducir gastos en cosas importantes como la educación, con frecuencia no pudiendo llevar a sus hijos a los colegios que desearían, o eliminando actividades formativas útiles, o reduciendo gastos sanitarios quizás no esenciales pero sí convenientes... En esta situación sentimos un cierto reparo a la hora de dar a los demás. El miedo al futuro nos puede llevar a ser menos generosos. Es verdad que también en estos tiempos difíciles se percibe con frecuencia más solidaridad y los voluntarios de Cáritas puede dar testimonio de ello, pero al mismo tiempo sentimos la tentación de cerrarnos en nosotros mismos y en nuestra familia.

Teniendo presente esta situación de crisis económica que nos tienta a ser menos generosos, podemos dirigir nuestra atención a la Palabra de Dios de este domingo para escuchar los que nos dice. Las dos viudas de las que se nos habla pasaban por grandes estrecheces. La de Sarepta estaba a punto de desfallecer de hambre con su hijo y de la del evangelio dice Jesús de ella que ‘pasa necesidad’. Sin embargo, las dos fueron muy generosas, dieron desde su escasez, y dieron confiando en la palabra del Dios: la de Serepta obedece al profeta Elías y la del evangelio echa su prenda en el arca del templo confiando en lo que dice la Escritura de lo que se ofrece a Dios, que nos lo devuelve con creces. De la del evangelio dice Jesús que dio más que todos los demás, no porque dio más cantidad de dinero, sino porque dio no de lo que le sobraba, sino “echó todo lo que tenía para vivir”. Esta viuda, que como todas las viudas de esos tiempos no contaba con seguridad social, vivía en una situación de mucha precariedad, pero se fiaba de la palabra de Dios, de lo que Dios promete a quien da, y de su pobreza da todo lo que tiene.

En cantidad de dinero da menos que los demás, dos leptas, la moneda más pequeña en circulación, pero para el Señor da más, porque él ‘mira el corazón’. Lo que cuenta para Dios no es la cantidad, sino la intención, el sacrifico que comporta lo que damos, lo que nos cuesta. Puede que en tempos de crisis económica podamos dar menos cantidad, pero el esfuerzo que hacemos, el costo que supone para nosotros, el sacrificio que implica, debe ser el mismo. Y lo hacemos no basándonos en cálculos humanos, sino fiándonos de la palabra del Señor que promete recompensa a quien da generosamente: “hay quien es generoso y se enriquece, quien ahorra injustamente y empobrece. El hombre generosos prosperará, quien alivia la sed será saciado” (Prov 11,24-25). Así lo vemos también en la historia de la viuda de la primera lectura, que aunque dio de lo necesario para su sustento, no le faltó.

San Martín y el mendigo
El Greco (c.1597-1599)
National Gallery of Art
Washington D.C (U.S.A)
De la viuda del evangelio se dice, sin embargo, algo más. Si nos fijamos en el texto griego se afirma no solo que “de su necesidad ha puesto todo lo que tenía”, sino también que ofrece “toda su vida (ólon tòn bión aútês)”. Si nos preguntamos con el salmista “¿cómo pagaré al Señor todo el bien que me hecho?” (Sal 114, 12), ¿qué es lo que debemos dar al Señor?, la respuesta correcta no es dar algo sino darnos nosotros mismos. Junto y por encima de dar de lo nuestro –dinero, tiempo, comprensión, afecto...- el Señor nos pide ofrecerle nuestra misma vida, todo nuestro ser, que, en el fondo, le pertenece.

Hoy celebramos la memoria de un gran santo, el primero que fue venerado como tal sin ser mártir: san Martín de Tours. El acontecimiento fundamental de su vida que siempre se narra cuando se habla de él o se le representa es cuando a las puertas de Amiens un pobre medio desnudo le pidió limosna y él, al no tener más que sus armas y su capa, tomó su espada y corto la capa en dos partes dando una de ellas al mendigo. La noche siguiente se le apreció Jesús, diciéndole: “Martín, el catecúmeno, me ha cubierto con este vestido”. Pedimos con su intercesión que en estos tiempos difíciles sigamos siendo generoso y experimentando como “Dios ama al que da con alegría” (2Co 9,7).

sábado, 10 de noviembre de 2012

Descubrir, acoger y agradecer la presencia y la protección de María



Homilía 9 de noviembre 2012
Solemnidad de Nuestra Señora de la Almudena,
patrona de la diócesis de Madrid

Peregrinos en el Camino de Santiago
Una de las experiencias más conmovedoras e importantes de nuestra vida cristiana es cuando nos damos cuenta que no estamos solos, que hay otras personas a nuestro lado que están haciendo la misma peregrinación que nosotros hacia la casa del Padre, que hay otros que han sido cautivados por Jesús y que se esfuerzan por dejar su vida mundana y vivir como hijos de Dios, como siervos del Señor, siguiendo las huellas de Cristo que ha venido para ‘entregar su vida en rescate por muchos’. Esta experiencia se hace aun más conmovedora e importante cuando ampliamos el horizonte y descubrimos que no solo los vivos nos acompañan en el camino, sino también aquellos que están unidos a nosotros en la comunión de los santos, en el único cuerpo de Cristo que abarca todo tiempo y lugar. Así descubrimos que también están a nuestro lado sosteniéndonos nuestros hermanos difuntos y, especialmente, los santos. Sentirnos acompañados y sostenidos por ellos nos consuela y nos da fuerza para seguir adelante, sabiendo que ellos nos precedieron y gozan ya el premio de la vida eterna.

                Entre todos los santos destaca María, la madre de Jesús. Ella está siempre a nuestro lado protegiéndonos e intercediendo por nosotros, para que no nos falte el vino bueno de las bodas de Caná, el vino del Espíritu, que nos recuerda desde dentro las enseñanzas del Maestro. Ella nos defiende contra las asechanzas del Maligno, porque con la gracia de su Hijo, como nueva Eva, ha pisado y aplastado la serpiente que nos tienta desde el principio. Ella con su ejemplo nos enseña a obedecer a la voluntad de Dios y a escuchar su Palabra. Al habernos precedido con todo su ser en el cielo, nos muestra la meta de nuestro peregrinar, esa ‘”morada de Dios con los hombres”, en la que “ya no habrá muerte, ni luto, ni llanto, ni dolor. Porque el primer mundo ha pasado” (Ap 21,3-5).

En esta ciudad santa, en la Jerusalén celeste hacia la que nos encaminamos, se cumple plenamente la profecía de Zacarías: “Alégrate y goza, hija de Sión, que yo vengo a habitar dentro de ti” (Za 2,14). Anticipo y signo de esta ciudad santa es la Jerusalén terrestre y, sobre todo, la Iglesia, el templo compuesto de piedras vivas que somos nosotros donde habita el Señor. Los otros templos en los que nos reunimos son signos y hacen presente este templo espiritual que somos todos nosotros.

Vista nocturna de la Catedral de la Almudena
Hoy, de un modo especial, nos sentimos unidos a nuestra Iglesia catedral, donde está la cátedra del obispo, y donde se conserva la imagen de nuestra Señora de la Almudena, que fue declarada patrona de la diócesis de Madrid por Pablo VI en 1977 y cuya fiesta celebramos. En Madrid veneramos a María con este nombre, que algunos dicen que deriva del almud de grano que dejaban para el culto de la Virgen los labradores que venían a Madrid. Para otros, el nombre procede de la palabra árabe al-mudayna, que significa ciudadela amurallada, como la que había en Madrid en el lugar donde hoy se encuentra el Palacio Real y la Catedral. Según la tradición, en 1085 una parte de la muralla de una de las torres se rasgó y apareció la imagen de la Virgen.

¡Qué curiosa y significativa es esta historia! María estuvo presente en esa muralla desde mucho antes que se descubriera su imagen, acompañando a los habitantes de Madrid y fortaleciendo sus defensas.

Para sentir esta presencia y protección de María y afianzarla, para que ella siga fortaleciendo nuestras débiles murallas y defendiendo nuestra ciudad, nuestra Iglesia y nuestra vida, contra tantos enemigos internos y externos que asechan, debemos recibirla en nuestra casa como hizo el apóstol Juan cuando Jesús se la entrego como herencia en la cruz; le entregó lo más precioso que tenía en ese momento: su misma madre. En Juan, el discípulo que tanto quería Jesús, nos la entregó a todos nosotros. Y como hizo Juan la queremos acoger en lo más íntimo de nosotros, en nuestra casa para sentir su presencia y protección.

Oración de una amiga a Nuestra Señora de la Almudena:

Te encontraron en una muralla


A mi Madre, la Virgen María,
Nuestra Señora de la Almudena

Te encontraron en una muralla,
Te encontré defendiendo mi muralla.
El devaneo con el mundo había abierto,
grandes resquicios en mi alma.
Y tu amor corría presuroso a taparlos.
A mayor debilidad, mayores batallas te tocaban librar.
¡Nunca me dejaste de defender!

Mi empecinamiento en vivir mi vida,
dejaba neutralizados tus esfuerzos.
Unas ascuas en el alma mantuvieron la esperanza
de que el fuego volviera a arder.

Fue necesario contemplar lo incorrectamente andado.
Deshelar mi corazón, despetrificar las venas…
Grandes oscilaciones movieron mi alma:
querer y no poder,
poder y no querer,
buscar y encontrar pero no entender,
entender y resistirme a la evidencia,
querer huir y entretenerme en naderías,
buscar, encontrar y abrazar,
hincar por fin las rodillas en tierra y
rendirme ante tu Hijo.

Y en todo este proceso no dejaste de interceder,
Tampoco aflojaste la exigencia de vivir desde Dios
mi entrega a Él.

Y por todo ello te doy gracias, Madre fiel,
y te sigo pidiendo tu audacia y tu denuedo,
Porque te necesito, Madre, porque te necesito.
Y para los que me has confiado,
Para cada uno de ellos, te pido,
Todo tu amor, Toda tu comprensión y Toda tu ayuda.

Toma entera posesión de mí,
Te entrego mi anhelo y determinación,
De que en esta segunda etapa de la vida,
Deje al Señor concluir la obra que su Amor comenzó. Amén.

jueves, 8 de noviembre de 2012

Lo que viene antes


Homilía Domingo 4 de noviembre de 2012
XXXI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Memoria de san Carlos Borromeo, obispo

Fuente de la imagen: skullbabyland.blogspot.com
            Es fácil encontrarnos en nuestra vida en la misma situación del escriba del evangelio de hoy. Él tenía muchas cosas que cumplir para estar a bien con Dios. Los sabios de Israel habían condensado la Ley en 613 preceptos que debían ser guardados escrupulosamente y quizás el escriba se sentía agobiado por tanta cantidad y se preguntaba si todos estaban en el mismo nivel, si había que obedecer a todos por igual, o si había una cierta jerarquía entre ellos, si quizás alguno estaba por encima de los demás, venía antes. También nosotros muchas veces nos sentimos agobiados por tantas cosas que tenemos que hacer para cumplir con Dios y con los demás y nos preguntamos qué es lo más importante, qué es lo que viene antes. Quizás puede que no sea lo más urgente, pero sí lo más importante y que estamos descuidando. Con frecuencia nos pasa lo que el P. Raniero Cantalamessa, predicador de la Casa Pontificia, ha señalado en varias ocasiones, lo de ‘sacrificar lo importante por lo urgente’. Como tenemos tantas cosas que hacer que nos parecen urgentes e ‘inprocastinables’, no damos abasto y vamos dejando para un futuro indeterminado lo importante, lo que de verdad cuenta, hasta que al final no lo hacemos, y al atardecer del día o de una época de nuestra vida nos sentimos vacíos al no habernos dedicado a lo que de verdad teníamos que hacer. Pensamientos similares podía tener este escriba cuando ve que Jesús contesta acertadamente a los saduceos sobre el tema de la resurrección de los muertos y decide acercarse a él para preguntarle acerca de lo que a él le preocupa. Quiere saber lo que viene primero, lo que es más importante entre los tantos preceptos, entre las tantas cosas que tiene que hacer.

            La respuesta de Jesús es desconcertante por su sencillez y genialidad. Es como un rayo de límpida luz que disipa las tinieblas en una habitación. No propone nada nuevo, cita solo dos textos de la Torá, de la Ley, bien conocidos, yuxtaponiéndolos, poniéndolos uno al lado del otro como los dos preceptos mayores, en otro nivel distinto respecto a todos los demás: “no hay mandamiento mayor que éstos”, dice. Con esta aclaración del Maestro llega la luz y todo se vuelve a ver en su justa perspectiva, todo se coloca en su sitio.

Primeras palabras del Shemá
El primer mandamientos que menciona Jesús es el comienzo de la oración llamada Shemá (“Escucha”), que es el corazón mismo de la espiritualidad judía, la oración que los hebreos piadosos no dejan de rezar todos los días y cuyo texto escrito ponen en las puertas de sus casas (mezuzá) y en la frente y en el brazo más débil (filacterias) cuando oran. Es la profesión de fe en el único Señor y el precepto del amor a Dios, que es la respuesta a su amor que nos precede y que se ha manifestado en la historia, en lo que ha hecho en favor de su pueblo y de cada uno de nosotros: “Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es el único Señor”. El Señor es uno (eîs éstin en griego, ehad en hebreo), no hay otro Dios: está es la afirmación fundamental del monoteísmo judío y de las grandes religiones que de él derivan. Amarle con todo nuestro ser es lo que se nos pide. Y amarle no es solo un sentimiento, no es solo temor filial -que no servil- aunque también, sino compromiso efectivo que se manifiesta en obras, cumpliendo la ley. Quien ama al Señor guarda sus mandamientos y quien no lo hace aunque diga conocer a Dios es un mentiroso, dice el apóstol san Juan (cf. 1Jn 2,5). Esto es lo que viene antes de todo los demás, lo primero, en sentido cronológico y ontológico. No anteponer nada al amor de Dios, podríamos resumir siguiendo a san Benito.

Pero el Maestro de Nazaret añade inmediatamente otro precepto, que dice que es el segundo y lo pone al lado del primero. Se encuentra también en la Ley, en el Libro del Levítico: “amarás a tu prójimo como a ti mismo”. La originalidad de Jesús está en haber destacado estos dos preceptos sobre todos los demás, relacionándolos entre ellos. En el evangelio de Lucas se añade otra nota original de Jesús al aclarar quién es nuestro prójimo, cosa que podía estar abierta a discusión en sus tiempos. Lo aclara con la parábola del buen samaritano: todo aquel que necesita de nuestra solidaridad es nuestro prójimo, sin importar su procedencia.

Estos dos mandamientos son los mayores y el escriba asiente a esta enseñanza del Maestro. Jesús entonces le dice que ‘no está lejos del reino de Dios’. Entender con el corazón, no solo con la cabeza, las enseñanzas del Señor es un primer paso para entrar en el reino. El segundo y definitivo es ponerlas en prácticas. Quizás es lo que le falta aun a este escriba, por eso Jesús dice que está ‘cerca’ y no ‘dentro’.

San Carlos Borromeo dando la
comunión a las víctimas de la peste
Tanzio da Varallo - c. 1616
Domodossola (Italia)
Celebramos hoy la memoria de san Carlos Borromeo que fue una de las grandes figuras de la Iglesia del siglo XVI, de ese período tan importante de la celebración del Concilio de Trento y de su aplicación como respuesta a la reforma protestante, cuyo aniversario celebrábamos el pasado 31 de octubre, día en que Lutero clavó sus famosas 95 tesis en la puerta de la iglesia del castillo de Wittenberg. San Carlos Borromeo, creado cardenal con solo veintitrés anos, dirigió el Concilio de Trento desde Roma como Secretario de Estado y después, como obispo de Milán, lo aplicó en su diócesis de una forma ejemplar. También nosotros hoy estamos en una importante etapa posconciliar. Hace unos días celebrábamos el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II y todavía estamos en la fase de su aplicación y quedan muchas cosas por hacer para poner en práctica sus enseñanzas. Si el Concilio de Trento fue el Concilio de la Iglesia católica como institución, del sacerdocio y de los sacramentos, el Concilio Vaticano II fue el del laicado, del diálogo con el mundo y de la palabra de Dios. Son sobre todo los laicos, y los laicos santos, los que están llamados a reformar la Iglesia en la línea marcada por el Concilio para que cumpla mejor su misión. Y los santos son los que saben lo que viene primero, lo que de verdad es importante. Todo reforma verdadera de la Iglesia y de nuestra vida pasa por volver a poner en primer lugar el amor a Dios y al prójimo.

martes, 6 de noviembre de 2012

Nápoles y el culto a las almas del purgatorio


Homilía 2 de noviembre de 2012
Conmemoración de todos los fieles difuntos


Santa Maria delle anime del purgatorio ad Arco (Nápoles)
Fuente de la imagen: it.wikipedia.org
            Nápoles es una de las ciudades que más fascinan; su gente, sus costumbres y tradiciones –como el arte de los belenes-, sus monumentos y obras de arte, sus restos de la antigüedad, cautivan a todo aquel que no se deja llevar por prejuicios y estereotipos y se toma el tiempo necesario para mirar detrás de las fachadas y descubrir sus tesoros. Me decía una amiga nacida en esta ciudad que para entender el espíritu de los napolitanos, su forma de vivir al día, de relativizar el valor de las cosas y su tendencia a la superstición, hay que tener presente el volcán que domina la ciudad, el Vesubio, que se ve desde todos los rincones, como un ‘algo’ omnipresente, amenazador e imprevisible.

            En esta bellísima y sorprendente ciudad, en su centro histórico, en Via dei Tribunali, se encuentra una Iglesia barroca interesantísima y poco conocida, que tiene por nombre Santa María delle anime del purgatorio ad Arco, o más sencillamente Purgatorio ad Arco. Es una Iglesia dedicada al culto a las almas del purgatorio. Lo más interesante de ella es el hipogeo, la parte subterránea, donde hay una especie de cementerio con muchos huesos a la vista. En este curioso lugar se practicaba hasta hace poco un culto peculiar a las almas que nos puede sorprender y quizás escandalizar, pero que está muy ligado al espíritu napolitano y que tiene un sólido fundamento teológico. Las personas o las familias adoptaban un alma del purgatorio, de un desconocido, y lo hacían a través de su cráneo, su calavera, que recogían, limpiaban, cuidaban, ponían en un sitio destacado. Rezaban por esta alma, ofrecían limosnas, sacrificios, misas por ella, con la esperanza de que cuando llegara al paraíso intercediera por la persona o la familia que la había adoptado.

Calevera en el hipogeo de la Iglesia
Fuente de la imagen: flickr.com
        Esta forma de culto a las almas tan especial fue prohibida por el cardenal-arzobispo de Nápoles en 1969 también a causa de las desviaciones a las que había conducido, por otro lado muy típicas de Nápoles donde a veces se mezcla una sana religiosidad con elementos supersticiosos. Sin embargo, su fundamento teológico sigue siendo válido y es el que también motiva la conmemoración que hacemos hoy de los fieles difuntos.

En la doctrina de la Iglesia se habla del purgatorio como un ‘estado’ intermedio en el que se encuentran los que han dejado este mundo pero que aún no están lo suficientemente preparados para ver a Dios cara a cara, para encontrarse con él, que es el totalmente Santo, el Amor mismo. En este ‘lugar’ de purificación, en el que las almas por medio del dolor expían la pena de sus pecados, nuestros seres queridos siguen en comunión con nosotros en la unidad del cuerpo místico de Cristo, en el que los miembros nos ayudamos y necesitamos los unos de los otros. Tanto la fiesta que celebrábamos ayer de Todos los Santos, como la conmemoración de hoy, se basan en el dogma de la comunión de los santos, en el hecho de que todos estamos unidos, tanto los bienaventurados que ya están en el cielo, como los que están en el purgatorio, como también nosotros que ‘peregrinamos en país extraño`’. Por eso a veces se habla de Iglesia militante, purgante y triunfante. A causa de la comunión de los santos podemos ayudar a nuestros difuntos con la oración, la limosna, el ofrecimiento de las obras y sobre todo con la celebración de la Eucaristía, como hacemos hoy.

Tumba del padre del autor del blog
Cementerio de la Sacramental de San Justo (Madrid)
Las lecturas que acabamos de escuchar nos invitan a celebrar esta conmemoración de los fieles difuntos recordándolos con cariño, quizás también con dolor y nostalgia, pero con fe y esperanza. En la primera lectura del Libro de las Lamentaciones el orante habla de su aflicción y amargura, pero a la vez de su esperanza: “me han arrancado la paz y ni me acuerdo de la dicha... pero hay algo que traigo a la memoria y me da esperanza: la misericordia del Señor no termina ni se acaba su compasión”. El orante sale de su abatimiento recordando que la misericordia del Señor es eterna. En el evangelio Jesús dice que nos tiene preparado un sitio en la casa del Padre y para llegar a él sabemos el camino que es él mismo, la unión de vida con él a través de su palabra y de los sacramentos.

            Sintámonos hoy, entonces, de un modo especial, unidos en la comunión del cuerpo único de Cristo, que abarca cielo y tierra y todos los tiempos, a nuestros seres queridos difuntos, a nuestros hermanos “que nos han precedido con el signo de la fe y duermen ya el sueño de la paz”, y pidamos por ellos para que lleguen pronto “al lugar del consuelo, de la luz y de la paz”.

sábado, 3 de noviembre de 2012

La santidad, don y tarea para todo cristiano


Solemnidad de Todos los Santos
1 de noviembre de 2012

Detalle de La llamada de los elegidos al paraíso
Luca Signorelli - 1499-1503
 Capilla Brizio - Catedral de Orvieto (Italia)
Fuente de la imagen: elpais.com

Hemos celebrado el pasado once de octubre, memoria del beato Juan XXIII, el 50 aniversario de la apertura del Concilio Vaticano II, que fue, sin duda alguna, el acontecimiento eclesial más importante de los últimos siglos, cambiando profundamente nuestro modo de vivir la fe y de entender la naturaleza y la misión de la Iglesia. Quizás el documento más importante del Concilio fue precisamente la Constitución Dogmática sobre la Iglesia que llamamos Lumen gentium, por las dos primeras palabras en latín con las que empieza. En este documento, después de haber hablado de la estructura jerárquica de la Iglesia, de los obispos y sacerdotes, y también de los laicos, encontramos un capítulo titulado universal vocación a la santidad. Con él los padres conciliares quisieron enseñar de nuevo, con fuerza y con plena autoridad, que la santidad no es algo reservado para unos pocos, sino que es vocación de todo cristiano, independientemente de su función en la Iglesia y de su estado de vida. Más allá de nuestras diferencias por razón del sacramento del orden sacerdotal o de la consagración religiosa, o del género de vida, está lo que nos acomuna a todos que es nuestro bautismo y la llamada que conlleva a vivirlo con coherencia, configurándonos a Cristo muerto y resucitado.

Veneramos hoy de modo especial a todos los santos, tanto los que han sido declarados tales por la Iglesia, por la heroicidad reconocida de sus virtudes y de su poder de intercesión, como también aquellos más anónimos pero no menos cercanos a Dios. Quizás algunos de nosotros hayamos tenido el gran regalo de toparnos con alguno de ellos en nuestra vida y hemos sentido la fuerza que emana de su persona, participación en la santidad de Dios, el único santo. Estos santos son para nosotros ejemplo y ayuda para nuestra debilidad en nuestro camino hacia la casa del Padre.

Dibujo de Kiko Argüello
Sin embargo, antes que una conquista nuestra, la santidad es un don, un regalo gratuito de Dios que ha ‘lavado y blanqueado nuestras vestiduras en la sangre del Cordero’. Esta frase de la primera lectura del Apocalipsis, de tanta fuerza expresiva y a la vez tanta incoherencia cromática, se refiere en primer lugar a los mártires que han pasado por la ‘gran tribulación’ como vencedores, pero la podemos aplicar también a los bautizados a los que se le han perdonado los pecados gracias al sacrificio de Cristo y han recibido la vestidura blanca de su nueva condición de cristianos. Los que hemos sido bautizado hemos sido hecho santos por gracia de Dios. Por eso el apóstol Pablo se dirige varias veces a los cristianos llamándolos santos.

Pero la santidad después de ser don, es también tarea, conquista. El don viene antes, por eso una interpretación solo moral de la santidad es insuficiente, se vuelve moralista y contradice la buena noticia del evangelio. Sin embargo, una vez recibido el don inmerecido de la vida nueva tenemos que vivirla a través de nuestras opciones y llevando a cabo un proceso de ascesis, de purificación, arrancando de nuestra vida todo lo que es contrario a la imagen de Dios en nosotros como nos la ha revelado el verdadero Adán, Cristo, a cuya imagen hemos sido creados. La segunda lectura de hoy afirma que el que tiene su esperanza puesta en Dios, de verle tal cual es, de vivir en comunión con él en la Jerusalén celeste, “se purifica a sí mismo, como él es puro”. Llegar a la perfección de la caridad para poder estar con Dios en el cielo es tarea de cada uno de nosotros, tarea que con su gracia podemos llevar a cabo. Los santos son nuestros amigos y compañeros y nos animan a ello.

Santa María ad Martyres - Panteón de Agripa (Roma)
Origen de la fiesta de Todos los Santos en Occidente
Las bienaventuranzas del evangelio de san Mateo señalan las actitudes profundas del verdadero discípulo del Señor, que nacen de la aceptación plena y confiada del reino de Dios, del mensaje de Jesús. Acoger la buena noticia siendo como esa tierra buena de la que habla la parábola del sembrador, lleva a la conversión, a un cambio radical en nuestro modo de pensar, de sentir y de comportarnos, y nos pone en camino hacia la santidad, hacia el vivir el amor cristiano en plenitud. Jesús es el que cumple perfectamente las bienaventuranzas; se ha dicho que éstas son como una fotografía del Nazareno. El cristiano puede llegar con la ayuda del Espíritu a reproducir su imagen, a ser ‘otro Cristo’. Esto es lo que hoy pedimos a los santos, que nos estimulen y ayuden en el camino de la santidad para llegar también nosotros donde ellos ya están.