martes, 24 de septiembre de 2013

Siendo pecador, Jesús lo miró con misericordia y lo eligió


Homilía Domingo 22 de septiembre de 2013
XXV Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
San Mateo, apóstol y evangelista

            Lo más conveniente a la hora de hacer una homilía es hablar de las lecturas del día, de la Palabra de
Rostro de la imagen de la Divina Misericordia
Dios que nos ha sido proclamada y que siempre ilumina nuestra vida, nuestra autocomprensión y nuestra historia; nos hace entender las cosas de un modo nuevo. Sin embargo, hoy es conveniente hacer una excepción por varias razones relacionadas con el evangelio del día y sobre todo con el papa Francisco y la fiesta de san Mateo que celebrábamos ayer. El evangelio está relacionado con el que escucharemos el próximo domingo del pobre Lázaro y podremos entonces con más detenimiento reflexionar sobre las riquezas y el uso que hacemos de ellas; si las compartimos, si las usamos astutamente para ganarnos el cielo. Sin embargo, este jueves se hizo pública una importante y larga entrevista que concedió el papa al director de una emblemática revista de los jesuitas -La Civiltà cattolica- y que salió simultáneamente en varias publicaciones de la Compañía de Jesús. En ella Francisco habla de varios temas de actualidad pero también de su vida interior y de su vocación, que él interpreta a la luz de la vocación de san Mateo. De ahí lo que decía antes de que la palabra de Dios alumbra nuestra historia personal y nos la hace ver con más profundidad. Debido a esta providencial coincidencia entre la entrevista del papa y la fiesta de ayer de san Mateo, quisiera hoy reflexionar especialmente sobre el papa Francisco, su vocación, y la vocación de todos nosotros, que tiene que ver con nuestro propio autoconcepto, como diríamos los psicólogos, con el modo en el que nos comprendemos a nosotros mismos.

            En efecto, la primera pregunta que le hace el periodista en esta entrevista al papa es la siguiente:
Escudo episcopal del entonces
cardenal Jorge María Bergoglio
¿Quién es Jorge María Bergoglio? Y el papa contesta de primeras: “Soy un pecador”. Después, profundizando en ello, menciona la vocación de san Mateo y su lema episcopal: miseranda atque eligendo. Ya Francisco cuando era aun arzobispo de Buenos Aires había hablado de lo importante que había sido en su vida una confesión que hizo un 21 de septiembre en su parroquia porteña con un sacerdote que no conocía, teniendo él entonces 17 años. Salió de esa confesión hace hoy 60 años con la certeza de que debía ser sacerdote. Se sintió mirado con misericordia por el Señor y elegido.

            El papa interpretó esta experiencia de perdón sacramental a la luz de un texto de san Beda el Venerable que, comentando el relato evangélico de la vocación del apóstol, dice: “Jesús vio un publicano, y mirándolo con amor (miserando), y eligiéndolo (atque eligendo), le dijo: ‘Sígueme’”. Así se sintió Jorge María Bergoglio en aquella ocasión: mirando con misericordia por el Señor y elegido no obstante su pecado. De ahí sacó su lema episcopal que ha vuelto a elegir como papa: miserando atque eligendo, que marca tanto su vida personal como su apostolado, que interpreta como hacer sentir también a los demás esta misericordia y elección, no excluyendo a nadie.

              Creo que esto nos puede ayudar espiritualmente a todos. Si nos preguntara un periodista a uno de nosotros: “¿Quién eres tú?”, por ejemplo, ¿qué le diríamos? Creo que hablaríamos primero de nuestras dotes físicas e intelectuales, de nuestro trabajo, de nuestro recorrido vital, de lo que hemos hecho en la vida, de las relaciones que tenemos... Creo que pocos de nosotros haríamos referencia desde el principio a la relación con el Señor como lo más importante para nosotros, quizás por pudor pero también por no considerarla tan esencial para saber quien somos. El papa Francisco en cambio siente que ser un pecador mirado con misericordia y elegido por el Señor es lo mas definitorio de su persona, lo que le identifica. ¡Qué importante es que los cristianos aprendamos a pensarnos en referencia al Señor y no solo a partir de criterios mundanos! Nuestra relación con Dios, sentirnos sus amigos íntimos, amados y elegidos por él, debe ser para nosotros lo que nos describe mejor. Otras cosas como nuestro estatus social, el dinero que tenemos en el banco, el trabajo que hacemos, las relaciones sociales, etc., deben venir después. Un cristiano que no se entiende a sí mismo a partir del Señor sino de las cosas mundanas, no se conoce realmente y fácilmente se engaña y decepciona.

         En la misma entrevista el papa dice que cuando iba a Roma se alojaba con frecuencia en una
La vocación de San Mateo (Caravaggio, 1599-1600)
Explicación del lienzo en Patio de los Gentiles  
residencia sacerdotal que está en Vía della Scrofa, cerca de la Iglesia de San Luigi dei Francesi, donde se encuentra un celebérrimo cuadro de Caravaggio que representa la vocación de san Mateo. Con frecuencia iba a contemplarlo viéndose reflejado en él. Se fijaba en el dedo del Señor que señala y en el joven reclinado sobre sus monedas que parece decir: “¡No, no quiero! ¡Estas monedas son mías! El joven siente la llamada del Señor pero sigue aferrado a su dinero.


            Este aferrarnos al dinero y del buen uso
Detalle del cuadro
que debemos hacer de él nos habla el evangelio de hoy y del próximo domingo. La parábola del administrador injusto nos choca porque no entendemos como el amo pueda felicitar a su empleado por una conducta que aunque astuta es claramente inicua. Algunos estudiosos dicen que no es así; que en esos tiempos en Palestina, en el recibo que se daba al deudor, se apuntaba tanto la cantidad realmente prestada como los intereses debidos como una única cantidad, y lo que hizo el administrador fue reducir estos intereses, cosa que era de su competencia. El evangelista le llama ‘injusto’ no por esta conducta que es solo astuta para poder hacerse amigos, sino por lo que hizo anteriormente como administrador. Sea como fuere, lo verdaderamente fundamental es aprender a usar con diligencia el dinero que tenemos, muchas veces "injusto" porque forma parte de un entramado de injusticia y de pecado, para ganarnos el cielo. Sin embargo, debemos reconocer también que muchas veces aun habiendo sentido el amor del Señor, su llamada, su mirada de misericordia, su elección a ser su amigo, seguimos agarrados al dinero como el chico del cuadro de Caravaggio; intentamos servir esos dos dueños que Jesús y al experiencia nos dice que son incompatibles.
“Si se elige la vía del dinero, al final serás un corrupto”, dijo el papa también en esta intensa semana.

sábado, 21 de septiembre de 2013

Redescubriendo el Concilio Vaticano II y su enseñanza sobre la Iglesia


La actualidad y vigencia de la Lumen gentium



En las reuniones de los grupos de matrimonios de mi parroquia a lo largo del curso 2012-2013 se ha utilizado como texto de referencia la Constitución dogmática Lumen gentium del Concilio Vaticano II sobre la Iglesia. Se eligió este importante documento al estar celebrando el Año de la fe convocado por Benedicto XVI. En la Carta Apostólica Porta fidei (n. 5con la que el papa emérito invitaba a toda la Iglesia a celebrar este año como ocasión para profundizar en los contenidos de la fe y en el acto mismo de creer, hacía clara referencia al Concilio Vaticano II:

He pensado que iniciar el Año de la fe coincidiendo con el cincuentenario de la apertura del Concilio Vaticano II puede ser una ocasión propicia para comprender que los textos dejados en herencia por los Padres conciliares, según las palabras del beato Juan Pablo II, “no pierden su valor ni su esplendor. Es necesario leerlos de manera apropiada y que sean conocidos y asimilados como textos cualificados y normativos del Magisterio, dentro de la Tradición de la Iglesia. […] Siento más que nunca el deber de indicar el Concilio como la gran gracia de la que la Iglesia se ha beneficiado en el siglo XX. Con el Concilio se nos ha ofrecido una brújula segura para orientarnos en el camino del siglo que comienza" (Novo millennio ineunte, 57) . Yo también deseo reafirmar con fuerza lo que dije a propósito del Concilio pocos meses después de mi elección como Sucesor de Pedro: “Si lo leemos y acogemos guiados por una hermenéutica correcta, puede ser y llegar a ser cada vez más una gran fuerza para la renovación siempre necesaria de la Iglesia" (Discurso a la Curia Romana  (22 diciembre 2005) .

Al estudiar la Constitución Lumen gentium en las reuniones de los talleres de matrimonios nos dimos cuenta de la verdad de estas palabras de Benedicto XVI y de la vigencia de las enseñanzas del Concilio Vaticano II. Varios matrimonios expresaron su gozo y sorpresa al descubrir lo que la Iglesia, en el ejercicio más solemne de su función magisterial, dice de sí misma, de su misterio, de su papel en el plan de salvación de Dios para con la humanidad, de su relación con los demás cristianos y los miembros de otras religiones y también con los no creyentes, de su estructura, de los sacramentos, de la vida consagrada, de la santidad exigida a todos sus miembros y de su dimensión escatológica, como también del misterio de la Virgen María a ella inescindiblemente ligado.

Propongo aquí, como ya hice para el Youcat, un resumen de los ocho capítulos de este documento que se hizo teniendo presente los grupos de matrimonios de mi parroquia, en su mayoría compuestos por matrimonios jóvenes con niños pequeños, para que les pudiera ayudar a la hora de preparar las reuniones de este año. Sin embargo, aunque en este resumen de la Lumen gentium se tiene especial atención a los temas matrimoniales y familiares, creo que puede ayudar también a otras personas y grupos en  diferentes contextos. Después del resumen del contenido de los distintos capítulos se proponen algunas preguntas para la profundización y reflexión personal y de grupo de los temas tratados.

Las fotos que se han puesto en esta entrada del blog fueron sacadas en la reunión final de los grupos de matrimonios de la parroquia que se celebró en un chalet de Robledo de Chavela, en la sierra de Madrid, el 29 de junio 2013.

CAPÍTULO I: El misterio de la Iglesia

  • El documento quiere insertar a la Iglesia dentro del plan de salvación de Dios para la humanidad.
  • Plan que Dios tiene pensado de toda la eternidad y que tiene como finalidad hacer partícipe al 
    hombre de la vida divina.
  • Pero desde el inicio de la historia humana, el hombre se rebela, pretende usurpar el puesto de Dios al no aceptar ser criatura.
  • La misión de Cristo y el envío del Espíritu restaura el plan de Dios y la Iglesia continua la misión de Cristo, llevando la salvación a la humanidad sobre todo a través de la celebración de los sacramentos, en especial del bautismo y la Eucaristía.
  • Por eso la Iglesia, antes de ser una sociedad, un grupo humano con características peculiares y con una organización especial, es parte del misterio de salvación, es como un sacramento, un signo e instrumento de la salvación que Dios ofrece a la humanidad; está integrada por un elemento divino y otro humano; es una realidad compleja humano-divina que hace presente y visible en este mundo la salvación que Dios ofrece a toda la humanidad; por eso también decimos que es la vez santa porque en ella está presente la gracia de Dios, y necesitada continuamente de renovación porque encierra en su propio seno a pecadores.
  • El tema central de la predicación de Jesús es la llegada del reino de Dios y la llamada a la conversión para entrar en él. La Iglesia es el germen y el inicio del reino de Dios que llegará a su plenitud al final de los tiempos.
  • En la Escritura se utilizan distintas imágenes para hablar del reino de Dios y de la Iglesia: redil cuya puerta es Cristo; grey cuyo pastor es Dios; campo y viña del Señor; edificio y templo cuya piedra angular es Cristo; ciudad santa y nueva Jerusalén, esposa y madre, etc.
  • Una imagen muy importante es la de cuerpo de Cristo, cuerpo cuyos miembros somos nosotros y cuya cabeza es él.
  • Esta Iglesia fundada por Cristo subsiste en la Iglesia católica aunque fuera de ella se dan muchos elementos de santidad y de verdad.

Posibles preguntas para la profundización personal y el trabajo de grupo

  • ¿Cómo percibo y vivo la Iglesia? Como un grupo, una sociedad humana a la que vagamente pertenezco, o como una realidad humano-divina en la que me uno a Dios? ¿Cuál es mi lugar en la Iglesia? ¿Me siento parte activa del cuerpo de Cristo?
  • ¿Cómo vivo los sacramentos? ¿Los vivo como instrumentos para unirme con Dios y para recibir la vida divina?
  • ¿Creo que esta Iglesia que es la mía tiene su origen en Cristo o es una invención humana?



CAPÍTULO 2: El pueblo de Dios

  • “Fue voluntad de Dios el santificar y salvar a los hombres, no aisladamente, sin conexión alguna de unos con otros, sino constituyendo un pueblo, que le confesara en verdad y sirviera santamente”. Por eso eligió al pueblo de Israel como anticipación e imagen de la Iglesia, nuevo y definitivo pueblo de Dios. La alianza que Dios hizo con Israel era figura y preparación de la nueva y definitiva, realizada en Cristo. Este nuevo pueblo de Dios, la Iglesia, no está unificado por la común descendencia carnal, sino por el Espíritu. Esto significa que entramos a formar parte de este pueblo no por ser descendencia de Abrahán según la carne, sino por la fe y el bautismo. Este pueblo mesiánico, aunque de momento no incluya a todos los hombres y a veces parezca pequeña cosa en comparación a toda la humanidad, es para todo el género humano signo e instrumento de salvación. Este pueblo entra la historia de la humanidad, si bien también trasciende todo tiempo y frontera.
  • Por el bautismo y la confirmación se participa en el sacerdocio común de los fieles y estamos llamados a ofrecer sacrificios espirituales a Dios y a dar testimonio de él y de su reino en el mundo. En la Eucaristía, junto con la Víctima divina, nos ofrecemos nosotros mismos, nuestras propias vidas, al Padre: éste es nuestro culto razonable como dice san Pablo. Junto al sacerdocio común de los fieles está el sacerdocio ministerial de los que reciben el sacramento del orden. Los dos tipos de sacerdocio, aunque esencialmente distintos, están ordenados el uno al otro y son participación en el único sacerdocio de Cristo.
  • El sacerdocio común de los fieles y el ministerial se actualizan en la celebración de los sacramentos a través de los cuales se nos da la gracia de Dios para poder santificarnos.
  • Todo el pueblo de Dios participa no solo del sacerdocio de Cristo sino también de su función profética, sobre todo dando testimonio de su fe con su vida. Cuando el pueblo de Dios en su conjunto, obispo y fieles, cree algo que se refiere a le fe o a las costumbres como cierto, no puede equivocarse ya que posee como don del Espíritu “el sentido sobrenatural de la fe”. El Espíritu también distribuye dones –carismas- a los fieles para el bien de la comunidad. El juicio acerca de la autenticidad de estos dones, sobre todo de los extraordinarios, pertenece a la autoridad eclesiástica.
  • Todos los hombres están llamados a formar parte del pueblo de Dios, por eso decimos que la Iglesia es universal, es ‘católica’. Esta catolicidad se manifiesta en que las culturas y tradiciones de los distintos pueblos, en lo que tienen de verdadero y bueno, son asumidas por la Iglesia, es decir, la Iglesia se hace presente en todos los pueblos y culturas manteniéndolas, purificándolas y elevándolas. .La unidad de la Iglesia no es uniformidad sino rica diversidad, cuyo principio de unidad es el Espíritu. En el seno de la Iglesia las personas tienen diferentes funciones y estados y existen distintas Iglesias particulares, algunas de las cuales tienen sus propias tradiciones y ritos litúrgicos. A la Iglesia están ordenados todos los hombres, tanto los católicos y creyentes en Cristo, como los demás.
  • La Iglesia es necesaria para la salvación ya que en ella se hace presente y actúa Cristo, único salvador del género humano. “Por lo cual no podrían salvarse aquellos hombres que, conociendo que la Iglesia Católica fue instituida por Dios a través de Jesucristo como necesaria, sin embargo, se negasen a entrar o perseverar en ella”. “No se salva, sin embargo, aunque esté incorporado a la Iglesia quien, no perseverando en la caridad, permanece en el seno de la Iglesia ‘en cuerpo’, mas no ‘en corazón’”. Los catecúmenos que se preparan para recibir el bautismo, y que han solicitado con voluntad expresa ser incorporados a la Iglesia, están vinculados a ella.
  • La Iglesia se reconoce unida por muchas razones con los cristianos no católicos y ora, espera y trabaja por la unidad de todos los creyentes en Cristo.
  • También los no cristianos están orientados a la Iglesia. En primer lugar lo está el pueblo judío ‘del cual nació Cristo según la carne’, pero también los musulmanes y todos los que buscan a Dios con sincero corazón. “Pues quienes, ignorando sin culpa el evangelio de Cristo y su Iglesia, buscan, no obstante, a Dios con un corazón sincero y se esfuerzan, bajo el influjo de la gracia, en cumplir con obras su voluntad, conocida mediante el juicio de la conciencia, pueden conseguir la salvación eterna. Y la divina providencia tampoco niega los auxilios necesarios para la salvación a quienes sin culpa no han llegado todavía a un conocimiento expreso de Dios y se esfuerzan en llevar una vida recta”, ya que “Dios quiere que todos los hombres se salven” (1 Tm 2,4).
  • La Iglesia, a través de los apóstoles, ha recibido de Cristo el mandato de predicar el evangelio a toda criatura hasta los confines de la tierra. “La responsabilidad de diseminar la fe incumbe a todo discípulo de Cristo”, según su función. “La Iglesia ora y trabaja para que la totalidad del mundo se integre en el Pueblo de Dios”.


Posibles preguntas para la profundización personal y el trabajo de grupo

  • ¿Cómo experimento yo la universalidad de la Iglesia? ¿Me doy cuenta de que ella está llamada a estar presente en todos los pueblos y culturas, respetando, valorando y asumiendo todo lo bueno que hay en ellos? Reconozco la rica diversidad que existe en la Iglesia y a la vez su profunda unidad?
  • ¿Siento que como bautizado participo en el único sacerdocio de Cristo? ¿Cómo ejerzo este sacerdocio? ¿Me uno a la ofrenda de Cristo en la Eucaristía ofreciendo mi vida? ¿Intercedo por los demás hombres y mujeres?
  • ¿Cómo entiendo la doctrina de que la Iglesia es necesaria par salvación? Si Dios quiere que todos se salven, ¿qué debemos decir de los muchos que no  forman parte visiblemente de la Iglesia? EL Concilio también afirma que no basta estar dentro de la Iglesia visiblemente para salvarse, sino que es preciso también que ejercer la caridad: ¿qué significa esto para mí?
  • ¿Cómo entiende mi lugar y mi responsabilidad en la misión de la Iglesia que nos incumbe a todos de dar a conocer a Cristo a todos las criaturas y hasta los confines de la tierra?


CAPÍTULO 3: Constitución jerárquica de la Iglesia, y particularmente el episcopado

  • Entre sus seguidores Cristo eligió doce apóstoles constituyéndolos a modo de colegio, o grupo estable, con la función de enseñar el evangelio, celebrar los sacramentos y gobernar la Iglesia por él fundada. Dentro de este grupo destaca la figura de Pedro al que Jesús dio las llaves del reino y el poder de atar y desatar, es decir, “instituyó en la persona del mismo el principio y fundamento, perpetuo y visible, de la unidad de fe y comunión”.
  • Los obispos son los sucesores de los apóstoles y junto con el sucesor de Pedro, el papa, 
    gobiernan la Iglesia. De hecho, los apóstoles, en las Iglesias que iban fundando elegían entre los discípulos a algunos para que ocupasen sus puestos al morir ellos, y éstos, a su vez, hacían lo mismo. Esto es lo que llamamos la sucesión apostólica que se ha mantenido en la Iglesias hasta nuestros días y que es la que garante de que lo que transmitieron los apóstoles haya llegado invariado hasta nosotros. Algunas comunidades cristianas han roto esta cadena de transmisión del encargo apostólico, como las que nacieron de la Reforma protestante, por eso no las llamamos Iglesias sino comunidades cristianas y no las consideramos ‘apostólicas’ en el sentido en el que nosotros entendemos este término. Esta cadena de sucesión apostólica se manifiesta visiblemente a través del signo de la imposición de las manos que se utiliza en la ordenación episcopal.
  • Los obispos reciben la plenitud del sacramento del Orden con la consagración episcopal que lleva consigo una efusión especial del Espíritu Santo que confiere la capacidad-deber de santificar, enseñar y gobernar; capacidad-deber que deben ejercer siempre en comunión con los demás obispos y con el papa.
  • El colegio episcopal no tiene poder o autoridad si no es junto al romano pontífice, mientras que el papa “tiene sobre la Iglesia, en virtud de su cargo, es decir, como Vicario de Cristo y Pastor de toda la Iglesia, plena, suprema y universal potestad, que puede siempre ejercer libremente”. Esta autoridad suprema de todo el colegio episcopal junto con el papa se ejerce de modo solemne en los concilios ecuménicos. El último de ellos ha sido el Concilio Vaticano II.
  • Los obispos son el principio y fundamento visible de unidad en las Iglesias particulares que gobiernan, “en la cuales y a partir de las cuales se constituye la Iglesia católica, una y única”. Tienen potestad propia, ordinaria e inmediata sobre la porción del pueblo de Dios que se les encomendada, pero no sobre otras Iglesias, aunque como miembros del colegio episcopal deben sentir solicitud por todas las Iglesias y prestar ayuda fraterna cuando sea necesario. Algunas Iglesias, especialmente las surgidas de los grandes patriarcados de la antigüedad,  tienen una disciplina y unos ritos litúrgicos propios, aunque estén unidas a la Iglesia de Roma. Esta variedad manifiesta la catolicidad de la Iglesia.
  • La predicación del evangelio sobresale entre los deberes de los obispos, los cuales deben ser escuchados con veneración, ya que lo hacen con “la autoridad de Cristo”, aunque cada uno de ellos por separado no goza de la infalibilidad. Además del papa, la infalibilidad compete a todo el colegio episcopal cuando, en unión con el papa, define como tal una doctrina que se refiere a la fe o a la moral y que se sitúa en el ámbito de la divina revelación. Sin embargo, aunque no sea una enseñanza de por sí infalible y definitiva, los fieles deben adherirse al magisterio ordinario de los obispos -y especialmente del papa- con “religioso respeto”, con el “obsequio religioso de la voluntad y del entendimiento”.
  • Los primeros colaboradores de los obispos son los sacerdotes, que santifican, predican y gobiernan, bajo la autoridad del obispo, la porción del pueblo de Dios a ellos confiada. Cuando celebran los sacramentos actúan en la persona de Cristo cabeza y lo hacen presente.
  • Los diáconos son los colaboradores de los sacerdotes en la administración de algunos sacramentos y en ejercicio de la caridad. El diaconado se puede conferir también a hombres casados.


Posibles preguntas para la profundización personal y el trabajo de grupo

  • ¿Cómo entiendes tú la figura de los obispos? ¿Qué relación tienes con ellos? ¿Crees que son sucesores de los apóstoles con un don especial del Espíritu para cumplir su función? ¿Cómo escuchas sus enseñanzas: con respeto y obediencia, con actitud crítica…? ¿Lees lo que dicen los obispos o te fías de lo que dice la prensa que ellos han dicho?
  • ¿Cómo entiendes la figura del papa? ¿Crees que es sucesor del apóstol Pedro y que cumple en la Iglesia la misión que Jesús le confió a él? ¿Cómo te sitúas ante su enseñanza y como la escuchas (con respeto, con obediencia filial, con actitud crítica, con sospecha…)? Crees que el papado tal como se ejerce actualmente en la Iglesia es como Jesús lo quiso para su Iglesia? ¿Qué cambiaría?



CAPÍTULO 4: Los laicos

  • Identidad y misión de los laicos: Los laicos son “todos los fieles cristianos a excepción de los miembros del orden sagrado y los del estado religioso”. El carácter secular es ”propio y peculiar” de los laicos”. “A los laicos corresponde por propia vocación tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios”. “Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida… Allí están llamados por Dios, para que desempeñando su propia vocación… contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento”.
  • El pueblo de Dios es uno y hay una auténtica igualdad entre todos los miembros: común a todos es la dignidad de ser hijos de Dios que viene del bautismo, común también es la vocación a la santidad, y común es la esperanza de la vida eterna.
  • Los laicos están llamados a contribuir al crecimiento de la Iglesia y a su auténtica santificación. Los laicos están especialmente llamados a hacer presente y operante a la Iglesia en aquellos lugares y circunstancias en que solo puede llegar a ser sal de la tierra a través de ellos. Junto al apostolado en el mundo los laicos también pueden desempeñar cargos eclesiásticos y asociarse más de cerca al apostolado de los pastores ejerciendo algunas funciones eclesiales (catequesis, participar en la liturgia o presidirla en algunos casos, dirigir asociaciones de fieles, etc.).
  • Los laicos también participan a su modo del triple oficio de Cristo sacerdote, profeta y rey. Como sacerdotes ofrecen sacrificios espirituales, ya que “todas sus obras, sus oraciones, iniciativas apostólicas, la vida conyugal y familiar, el cotidiano trabajo, el descanso de alma y cuerpo, si son hechos en el Espíritu, e incluso las mismas pruebas de la vida si se sobrellevan pacientemente, se convierten en sacrificios espirituales, aceptables a Dios por Jesucristo”.
  • Como profetas los laicos proclaman el reino de Dios con su vida y su palabra dando testimonio de la fe, testimonio que “adquiere una característica específica y una eficacia singular por el hecho de que se lleva  a cabo en las condiciones comunes del mundo y esto es especialmente importante en el ámbito de la vida matrimonial y familiar: “Aquí los cónyuges tienen su propia vocación: el ser mutuamente y para sus hijos testigos de la fe y del amor de Cristo. La familia cristiana proclama en voz muy alta tanto las presentes virtudes del reino de Dios como la esperanza de la vida bienaventurada”.
  • Como reyes deben dilatar el reinado de Cristo en la tierra, ‘impregnando las cosas temporales del Espíritu de Cristo, y promoviendo los bienes creados mediante el trabajo, la técnica y la cultura civil, para utilidad de todos los hombres y de modo que sean más convenientemente distribuidos’. Deben igualmente sanar las estructuras y los ambientes del mundo cuando inciten al pecado.
  • Los laicos deben “aprender a distinguir con cuidado los derechos y deberes que les conciernen por su pertenencia a la Iglesia y los que les competen en cuanto miembros de la sociedad humana”. Pero deben saber también que ‘cualquier asunto temporal debe guiarse por la conciencia cristiana, dado que toda actividad humana está bajo el imperio de Dios’. Del mismo modo que es preciso ‘reconocer que la ciudad terrena se rige por principios propios’, hay que “rechazar la doctrina funesta que pretende construir la sociedad prescindiendo en absoluto de la religión y que ataca y elimina la libertar religiosa de los ciudadanos”.
  • Los fieles laicos tienen “el derecho de recibir con abundancia de los sagrados Pastores los auxilios de los bienes espirituales de la Iglesia, en particular la palabra de Dios y los sacramentos”. Y “manifiéstenles sus necesidades y deseos con aquella libertad y confianza que conviene a los hijos de Dios y a los hermanos en Cristo”. Igualmente deben aceptar “con prontitud de obediencia cristiana aquello que los Pastores sagrados, en cuanto representantes de Cristo, establecen en la Iglesia en su calidad de maestros y gobernantes”. Las Pastores por su lado deben reconocer y promover la dignidad y responsabilidad de los laicos en la Iglesia: ‘recurran a su consejo, encomiéndenles cargos a servicio de la Iglesia y denles libertad y oportunidad para actuar’.
  • “Cada laico debe ser ante el mundo un testigo de la resurrección y de la vida del Señor Jesús y una señal del Dios vivo”. “Lo que el alma es en el cuerpo, esto han de ser los cristianos en el mundo”, y esto vale de un modo especial para los laicos que viven en el mundo.


Posibles preguntas para la profundización personal y el trabajo de grupo

  • Lo que caracteriza la identidad y misión de los laicos es que viven como cristianos en el mundo, en un trato cotidiano con las cosas temporales: la familia, el trabajo, el barrio, el ocio... Es en estos ámbitos donde deben vivir su fe y dar su testimonio. ¿Qué significa concretamente esto para ti? ¿Cómo vives tu fe en estos ámbitos (familia, trabajo, vecinos, ocio, etc.? ¿Cómo das testimonio en ellos? ¿Eres (o intentas ser) sal de la tierra, luz del mundo, fermento en la masa? ¿Es más difícil vivir la fe en el mundo o en un monasterio?
  • El laico participa de la misión de la Iglesia y frecuentemente es llamado a colaborar más de cerca en el apostolado que llevan a cabo los pastores. ¿Participas en alguna actividad eclesial (catequesis, apostolado de algún movimiento, celebraciones litúrgicas, etc.? ¿Estás llamado a hacer algo más?
  • Lo que enseñó el Concilio Vaticano II acerca de la identidad y la misión de los laicos fue en su momento muy innovador, ya que en el magisterio anterior se había hablado poco de ellos. Se tendía a considerar a los laicos más como sujetos pasivos de la acción eclesial que como protagonistas de ella. Sin embargo, trascurridos 50 años del Concilio, quizás podemos constatar que se quedó algo corto y no llegó a desarrollar del todo la doctrina sobre el ser y el actuar de los laicos. ¿Qué añadirías tú a partir de tu experiencia sobre la misión y la identidad de la los laicos en la Iglesia y en el mundo? Aunque el Concilio habla algo de la vida familiar, quizás hoy añadiríamos algo más, ya que el matrimonio y la familia es el lugar principal de santificación para los esposos y para dar testimonio del amor de Dios en el mundo. ¿Qué piensas sobre ello?
  • Una de las enseñanzas fundamentales del Concilio es la distinción entre el orden temporal y el religioso, que no están separados, pero que sí tiene cada uno de ellos su propia autonomía que es preciso respetar. Así la Iglesia no debe inmiscuirse directamente en asuntos que tienen que ver con el gobierno del orden temporal y, a su vez, tampoco el gobierno civil debe meterse con temas que no son de su competencia. Sin embargo, esta tensión no es fácil de mantener y siempre se corre el riesgo de que el más fuerte en un momento dado invada el territorio otro. ¿Qué piensas? ¿La Iglesia es demasiado intervencionista en asuntos civiles y políticos? ¿Los gobiernos respetan como es debido la libertad religiosa?


CAPÍTULO 5: Universal vocación a la santidad en la Iglesia

  • Llamamiento a la santidad: La Iglesia es santa porque el Señor la hace santa, entregándose por
    ella y uniéndola a sí. Por ello, todos sus miembros están llamados a la santidad, no solo los que pertenecen a la jerarquía. Todos deben acercarse a la perfección de la caridad según el propio género de vida; de una manera singular la santidad se manifiesta en la práctica de los consejos evangélicos (pobreza, castidad, obediencia), que por impulso del Espíritu Santo muchas personas abrazan, tanto en privado, como en un forma pública reconocida por la Iglesia, por ejemplo en un instituto religioso.
  • El divino maestro y modelo de toda perfección: Jesucristo nos pidió a todos ser santos: “Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestros Padre celestial es perfecto” (Mt 5,48). Él nos envía el Espíritu Santo para que nos mueva interiormente a amar a Dios con todo nuestro ser y a nuestro prójimo como él nos amó. En nuestro bautismo ya hemos sido santificados, ya que este sacramento nos hace hijos de Dios y partícipes de la vida divina, pero es necesario que con la ayuda de la gracia conservemos y perfeccionemos esta santidad que hemos recibido como un don. La santidad es don y tarea. Como todos los días pecamos tenemos que rezar continuamente al Padre que nos perdone nuestras deudas, como hacemos en el Padrenuestro.
  • La santidad en los diversos estados: Aunque todos estamos llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad y siendo una misma la santidad a la que estamos llamados, sin embargo cada uno debe practicarla según su género de vida. Todos estamos llamados a progresar en la santidad siguiendo a Cristo pobre, humilde y cargado con  la cruz, pero según los dones y funciones que nos son propios. Así los pastores deben ser ejemplo de santidad y su mismo ministerio si es vivido ejerciendo la caridad pastoral se vuelve medio de santificación para ellos. “Los esposos y padres cristianos, siguiendo su propio camino, mediante la fidelidad en el amor, deben sostenerse mutuamente en la gracia a lo largo de toda la vida e inculcar la doctrina cristiana y las virtudes evangélicas a los hijos amorosamente recibidos de Dios”. Lo mismo, mutatis mutandis, vale para los viudos y célibes. El trabajo diario también es medio para llegar a la santidad, ayudando a los conciudadanos, elevando el nivel de la sociedad y de la creación, e imitando a Jesús que trabajó con sus propias manos y sigue obrando en unión con el Padre. También los enfermos y los que sufren están llamados a permanecer unidos a Cristo paciente, ofreciendo sus padecimientos por la salvación del mundo. “Todos los fieles cristianos, en las condiciones, ocupaciones o circunstancias de su vida, y a través de todo eso, se santificarán más cada día si lo aceptan todo con fe de la mano del Padre celestial y colaboran con la voluntad divina, haciendo manifiesta a todos, incluso en su dedicación a las tareas temporales, la caridad con que Dios amó al mundo.”
  • La santidad consiste en el ejercicio de la caridad perfecta, amando a Dios sobre todas las cosas y al prójimo por él. Es un don del Espíritu pero debemos poner los medios para que crezca: escucha de la palabra de Dios, participación en los sacramentos, oración, abnegación de sí mismo, servicio de los hermanos… El martirio es el supremo testimonio de amor ante todos, especialmente ante los perseguidores; aunque es don concedido a pocos, sin embargo, todos debemos estar dispuestos a confesar a Cristo delante de los hombres. También la consagración a Dios con corazón indiviso en la virginidad y el celibato por el reino de los cielos es un modo de fomentar la santidad. Esto vale también para los otros dos consejos evangélicos, los de la obediencia y de la pobreza, a través de los cuales los hombres y las mujeres que libremente los eligen por impulso de la gracia, conforman su vida a Cristo pobre y obediente.


Posible pregunta para la profundización personal y el trabajo de grupo

  • ¿Me siento llamado a la santidad o creo que no es algo para mí? ¿Cómo puedo vivir la perfección de la caridad en mi estado de vida? ¿Qué medios debería poner o qué cambios debería realizar? ¿Qué significa para mí vivir la plenitud del amor en mi matrimonio y mi familia? ¿Mi trabajo es para mí ocasión de santificación y de colaborar en la obra de la creación?



CAPÍTULO 6: Los religiosos

  • La práctica de los consejos evangélicos de castidad, pobreza y obediencia, fundada en la palabra y el ejemplo del Señor son un don divino que la Iglesia valora y conserva; la Iglesia se ha preocupado de interpretar estos consejos, de regular su práctica e incluso de fijar formas estables para vivirlos. Esto ha llevado al desarrollo de diversas formas de vida solitaria y comunitaria y al nacimiento de muchos institutos de vida consagrada. Estos institutos religiosos ofrecen a sus miembros estabilidad en el género de vida, doctrina experimentada y comunión fraterna.
  • Los religiosos, o consagrados,  no constituyen un estado intermedio entre los laicos y los clérigos, como algunos piensan, sino son personas, que siendo laicos o clérigos, sienten la vocación de consagrarse a Dios de una forma más plena a través de la práctica de los consejos evangélicos, por tanto es un estado común a ambos. La consagración tiene lugar a través  de la emisión de los votos, que se suele hacer en el contexto de una celebración litúrgica. Aunque se pueden vivir los consejos evangélicos de forma privada, normalmente se hace dentro de un instituto religioso aprobado por la Iglesia y que frecuentemente ha fundado un santo dándole una regla. 
  • Los religiosos manifiestan ante todos los fieles que “los bienes celestiales se hallan ya presentes en este mundo, testimonian la vida nueva y eterna conquistada por la redención de Cristo y prefiguran la futura resurrección y la gloria del reino celestial”. Con su vida son testigos de la dimensión trascendente y escatológica de la existencia, es decir, hacen presente en este mundo la ciudad futura hacia la que nos encaminamos. El estar consagrados a Dios a través de la práctica de los consejos evangélicos no les quita nada de su humanidad, ni les hace extraños a los hombres e inútiles para la sociedad terrena. 
  • La jerarquía de la Iglesia, cumpliendo su función de dirección pastoral, es la que aprueba, regula y vigila sobre la vida religiosa. Algunos institutos están eximidos de la jurisdicción de los obispos locales y responden solo al Romano Pontífice, mientras que otros son de derecho diocesano. Todos, sin embargo, deben obedecer al obispo local y seguir sus indicaciones en lo que se refiere a la actividad diocesana.

Posible pregunta para la profundización personal y el trabajo de grupo

  • ¿Aprecio el testimonio que dan los consagrados en la Iglesia y en el mundo? ¿Les considero unos ‘raros’? Aunque no todos están llamados a vivir los consejos evangélicos, ¿me siento yo llamado a abrazar algunos de ellos, aunque sea privadamente? ¿Ha habido alguna persona consagrada que ha sido significativa en mi vida a través de su testimonio o de su ayuda? ¿Qué institutos religiosos conozco más de cerca? ¿Qué me atrae de su carisma?



CAPÍTULO 7: Índole escatológica de la Iglesia peregrinante y su unión con la Iglesia celestial

  • El centro de la predicación de Jesús es el adviento del reino de Dios que es una realidad trascendente
    que se cumplirá definitivamente solo en la gloria del cielo. Sin embargo, Jesús fundó la Iglesia como anticipo, como germen e inicio, en la tierra del reino de Dios.
  • Existe una unión en la caridad entre los cristianos que aun peregrinamos por este mundo y los que ya
    han muerto y han alcanzado la gloria celestial o están todavía en un estado de purificación. Este es el fundamento de los sufragios que se ofrecen por los difuntos y de la veneración a los santos, cuyo culto, más que en la multiplicidad de los actos exteriores, debe fundarse en un amor efectivo. Los santos son modelo para nosotros e interceden ante el Padre en nuestro favor; su culto no compite con el culto ‘latréutico’ que es debido solo a Dios. Nos unimos a ellos de un modo especial en cada celebración eucarística. Siempre creyó la Iglesia que los Apóstoles y mártires de Cristo, por haber dado el supremo testimonio de fe y de caridad con el derramamiento de su sangre, nos están más íntimamente unidos en Cristo; les profesó especial veneración junto con la Bienaventurada Virgen y los santos ángeles e imploró piadosamente el auxilio de su intercesión. A éstos pronto fueron agregados también quienes habían imitado más de cerca la virginidad y pobreza de Cristo y, finalmente, todos los demás, cuyo preclaro ejercicio de virtudes cristianas y cuyos carismas divinos los hacían recomendables a la piadosa devoción e imitación de los fieles”.


Posibles preguntas para la profundización personal y el trabajo de grupo

  • Tengo presente la dimensión escatológica, trascendente, en mi vida? ¿Vivo cara ‘al cielo’ o estoy apegado solo a lo mundano? ¿Qué pienso de los santos? ¿Les tengo una devoción apropiada? ¿Tengo devoción a la Virgen o a algún santo en especial?
  • ¿Qué relación tengo con mis difuntos? ¿Rezo y celebro misas por ellos? ¿Creo que siguen vivos y que están en el purgatorio o en el cielo? ¿Qué pienso del purgatorio?



CAPÍTULO 8: La Santísima Virgen María, Madre de Dios, en el misterio de Cristo y de la Iglesia

  • Los fieles al estar unidos a Cristo, debemos honrar la memoria de María, su madre. Ella es superior a todas las criaturas celestiales y terrenas, pero forma parte de la raza humana y en cuanto tal también necesita ser salvada por su Hijo. El Concilio quiere en este capítulo ilustrar su función en la obra de la salvación y en la Iglesia y los deberes de los creyentes para con ella.
  • Al engendrar al Verbo eterno en su seno y darlo a luz es justamente venerada con el título de Madre de Dios. Fue redimida de modo eminente desde el primer momento de su existencia en previsión de los méritos de su Hijo y estuvo unida  a él con un vínculo estrecho e indisoluble. A causa de esto es superior a todas las criaturas, pero a la vez está unida a la estire de Adán. Es también madre de los miembros de la Iglesia al cooperar con su amor a que nazcan a la vida de la gracia. Por eso también es miembro excelentísimo y singular de la Iglesia y es tipo o modelo de ella. La Iglesia tiene hacia ella un afecto de piedad filial. Ella ocupa en la Iglesia el lugar más alto y la vez el más próximo a nosotros.

Función de María en la historia de la salvación

  • Antiguo Testamento: Los libros del Antiguo Testamento leídos tal como se leen en la Iglesia y tal como se interpretan a la luz de la revelación ulterior y plena, evidencian poco a poco de una forma cada vez más clara la figura de la mujer Madre del Redentor: Bajo esta luz aparece proféticamente bosquejada en textos como: Gn 3, 15: promesa a los primeros padres de la victoria sobre a serpiente; Is 7,14: la virgen que concebirá un hijo y le pondrá por nombre Emanuel.
  • Anunciación: aceptación por parte de María del plan de salvación querido por Dios; ella es la llena de gracia, la toda santa, la preservada desde el momento de su concepción de toda mancha de pecado; María no fue un instrumento pasivo en las manos de Dios, sino cooperó a la salvación de los hombres con fe y obediencia libres; los Padres de la Iglesia contraponen la desobediencia de Eva a la obediencia de María: “La muerte  vino por Eva, la vida por María”.
  • Visitación: María es proclamada por Isabel bienaventurada a causa de su fe en la salvación prometida.
  • Nacimiento: María presenta su Hijo a los pastores y a los Reyes Magos.
  • Bodas de Caná: María suscita con su intercesión el comienzo de los milagros de Jesús,
  • Vida pública: También ella durante la vida pública de Jesús avanza en su peregrinación de la fe y se mantiene unida a su Hijo hasta la cruz, asociándose con su entraña de madre a su sacrificio, consintiendo amorosamente en la inmolación de la víctima que ella misma había engendrado; fue dada por Jesús agonizante en la cruz como madre al discípulo amado.
  • Después de la Ascensión: Persevera con los apóstoles con en oración a la espera del Espíritu prometido por el Hijo.
  • “Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de culpa original, terminado el decurso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celestial y fue ensalzada por el Señor como Reina universal con el fin de que se asemejase de forma más plena a su Hijo, Señor de señores y vencedor del pecado y de la muerte.”


La Santísima Virgen y la Iglesia

  • Hay un solo mediador entre Dios y los hombres que es Cristo. Sin embargo, la misión maternal de
    María para con los hombres no oscurece ni disminuye en modo alguno esta mediación única de Cristo, antes bien sirve para demostrar su poder. El influjo salvífico de María sobre los hombres depende totalmente de la mediación de Cristo.
  • En la tierra ella fue Madre de Jesús, compañera suya y su humilde esclava. Concibió a Cristo, lo engendró, lo alimentó, lo presentó al Padre en el templo, padeció con él en su pasión y cooperó con él a obra de la salvación con su obediencia, su fe, su esperanza, y su caridad ardiente, con el fin de restaurar la vida sobrenatural en las almas; por eso podemos decir que es nuestra madre en el orden de la gracia.
  • La maternidad de María perdura sin cesar desde el momento de la anunciación, pasando por la cruz, y llegando hasta la consumación final, ya que asunta a los cielos continua esta misión salvadora; con su amor materno cuida de los hermanos de su hijo; por eso es invocada con los títulos de Abogada, Auxiliadora, Socorro, Mediadora…
  • Cristo es el único mediador, pero esta mediación única no excluye, sino suscita en las criaturas diversas formas de participar en ella; así somos mediadores los unos para los otras de la gracia de Dios y esto vale de un un modo más eminente para María.
  • Junto a ser mediadora de gracia, María, en cuanto virgen y madre, es tipo y modelo de la Iglesia. Es modelo de la Iglesia en el orden de la fe, de la caridad y de la unión con el Señor. De hecho, la Iglesia es madre pues por la predicación y el bautismo engendra a una vida nueva e inmortal a los hijos concebidos por obra del Espíritu Santo y nacidos de Dios. La Iglesia también es virgen en cuanto guarda pura e íntegramente la fe prometida al Esposo.
  • Ella también es modelo de virtudes para toda la comunidad de los elegidos. Por su íntima participación en la historia de la salvación reúne en sí y refleja en cierto modo las supremas verdades de la fe.
  • María por ser madre santísima de Dios, que tomó parte en los misterios de Cristo, es justamente honrada por la Iglesia con culto especial. Es venerada desde los tiempos antiguos como “Madre de Dios”. El  culto que le tributamos es de veneración y de amor, de invocación y de imitación. Aunque es un culto muy singular, se distingue esencialmente del culto de adoración debido solo a Dios. María al ser honrada hace que su Hijo sea mejor conocido, amado, glorificado y obedecido. Su culto no quita nada al que tributamos a su Hijo.
  • El Concilio invita a fomentar el culto a la Virgen; los teólogos y los predicadores deben abstenerse con cuidado tanto de toda falsa exageración como también de una excesiva mezquindad de alma al tratar de la singular dignidad de la Madre de Dios. “La verdadera devoción no consiste ni en un sentimentalismo estéril y transitorio ni en un vana credulidad, sino que procede de la fe auténtica, que nos induce a reconocer las excelencia de la Madre de Dios, que nos impulsa a un amor filial hacia nuestra Madre y a la imitación de su virtudes”.
  • Asunta en cuerpo y alma al cielo es signo de esperanza cierta y de consuelo hasta que llegue el día del Señor.


Posibles preguntas para la profundización personal y el trabajo de grupo
  • ¿Qué pienso del culto a María en la Iglesia católica? ¿Es el adecuado? ¿Es demasiado sentimental? ¿Tiene poco fundamento bíblico y teológico y menoscaba la centralidad de Cristo y de Dios?
  • ¿Qué ideas de este capítulo de la Lumen Gentium te han parecido más útiles para entender el culto debido a María (la participación de María en la historia de la salvación, su unión con Jesús, su función maternal para con los creyentes, su ser modelo de la Iglesia como virgen y madre, su ser signo de esperanza en la victoria final, … )?
  • ¿Qué devociones marianas conozco (rezo del rosario, romerías, visita a santuarios, etc.? ¿Con cuál de ellas me siento más a gusto y cuáles no me gustan o las rechazo?
  • Juan Pablo II llamó España “Tierra de María”. ¿Tenía razón?
  • ¿Qué lugar tiene María en mi vida de fe? ¿Me dirijo a ella en mi oración o me dirijo más a Jesús o directamente a Dios? ¿Debería mejorar en esto?

martes, 3 de septiembre de 2013

Comer juntos y el reino de Dios


Homilía Domingo 1 de septiembre de 2013
XXII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)

            Algunos estamos terminando el verano con algunos kilitos de más. Sabemos que esto es normal
porque en vacaciones somos más tolerantes con nosotros mismos, nos concedemos  algún capricho más, comemos cosas que no solemos probar durante el resto del año... pero también porque hacemos más comidas juntos en familia y con los amigos, y en nuestra cultura, como en la de Jesús, el comer juntos tiene mucha importancia; es algo que hacemos no solo para alimentarnos físicamente, sino es una acción que tiene profundas dimensione humanas, culturales y sociales, y también religiosas. Aunque compartimos la conducta de comer con el resto de los animales, en nosotros adquiere significados que superan este nivel y hacen referencia a lo humano y social, especialmente cuando la realizamos juntos. En esto es parecida a otras conductas, como la sexual, que en el hombre adquieren una dimensión nueva. Comer juntos, compartir el pan, es mucho más que alimentarse y es algo que tenemos que valorar y cuidar. En nuestras comidas familiares y con amigos, por ejemplo, a veces con demasiada ligereza damos paso a la televisión y a otros artilugios que nos aíslan los unos de los otros y entorpecen la comunión y comunicación verdaderas. Algunos hablan de estos aparatos como caballos de Troya que dejamos entrar poco precavidamente como si fueran un regalo y terminan destruyéndonos desde dentro.

Si consideramos la vida de Jesús como se describe en los evangelios nos damos cuenta de lo importante que eran las comidas para él. Muchas de las cosas señaladas que hace y enseña el Señor ocurren en el contexto de una comida, y el mismo eligió la imagen del banquete para hablar del reino de Dios. Esta Eucaristía que estamos celebrando se instituyó en la última cena de Jesús con sus discípulos y es una pregustación del cielo. Así nos lo decía el autor de la Carta a los Hebreos en la segunda lectura. Aunque en nuestro culto no se repitan los signos tremebundos del Sinaí que marcaron la antigua alianza, tiene lugar algo mucho más grande, porque en él nos acercamos “al monte de Sión, ciudad del Dios vivo, Jerusalén del cielo, a millares de ángeles en fiesta, a la asamblea de los primogénitos inscritos en el cielo, a Dios, juez de todos, a las almas de los justos que han llegado a su destino y al Mediador de la nueva alianza, Jesús”. Y en el origen de todo esto está el acto de comer juntos.

            El evangelio de hoy nos narra una de esas comidas de Jesús que él aprovecha para dar sus
El papa Francisco en la capilla de Santa Marta
enseñanzas sobre el reino de Dios. Jesús habla de la inclusividad de este reino, que es para todos. Nadie en principio está excluido de él; no es solo para los que se creen elegidos, los que la sociedad considera justos, sino también para los excluidos, los pobres, los que no cuentan, los impuros. Por eso una de las condiciones para entrar en él es la humildad. Esta actitud surge del darse cuenta y reconocer que uno es invitado al banquete sin merecerlo, que el puesto que le corresponde por propios méritos es el último. Decía santa Teresa de Ávila que la “humildad es andar en verdad”: nace de un verdadero conocimiento de uno mismo, de los propios límites y defectos y, más profundamente, de nuestro sabernos criaturas de Dios y pecadores, de la conciencia de nuestra nada si no fuera por la providencia y la misericordia del Señor. La actitud opuesta es la soberbia que surge de un autoconcepto falso, de un yo ‘inflado’, de una percepción errónea de la propia autosuficiencia.

            Otra condición para participar en el banquete es aceptar que Dios invita a quien quiere, según sus criterios que no son los nuestros. Por ello, no nos debemos escandalizar de ver en nuestras Eucaristías personas que algunos consideran ‘impuras’, como quizás pasaba en las comunidades a las que Lucas tiene presente al escribir su evangelio. Tenemos que aprender una y otra vez que los planes de Dios y sus caminos difieren de los nuestros, que su reino es para aquellos que él llama bienaventurados, los pobres, los mansos, los que lloran, los que tienen hambre y sed de justicia, los misericordiosos, los limpios de corazón... no para aquellos que tienen éxito según los criterios humanos.

            Unido a lo anterior, para entrar en el reino de los cielos hay que aprender a hacer comunidad cristiana con los últimos y hay que aprender también a dar sin esperar una reciprocidad humana o mundana, sino la que nos dará Dios en la “resurrección de los justos”.

            ¡Cuidemos ese acto tan cotidiano y a la vez tan profundamente humano y religioso del comer juntos en el que pregustamos el reino de Dios! ¡Que aprendamos a conocernos y aceptarnos para ser verdaderamente humildes! ¡Que aprendamos también a ser generosos como lo es Dios con  nosotros!