martes, 2 de noviembre de 2010

Zaqueo y Jesús: ¿Quién busca a quién?

Homilía 31 de octubre 2010
Domingo XXXI Tiempo Litúrgico Ordinario (ciclo C)

¿Quién le iba a decir a Zaqueo que su baja estatura sería ocasión de salvación para él? Esta es la pregunta que encontramos como oración-comentario a las lecturas de este domingo en el Evangelio 2010, editado por Edibesa.  ¡Qué acertada es esta pregunta! Es su baja estatura, algo que probablemente para Zaqueo era motivo de vergüenza y de complejo, lo que hace que se suba al árbol y pueda encontrarse con Jesús. Muchas veces esto es lo que nos pasa en la vida; lo que para nosotros es motivo de vergüenza y de complejo, lo que acontece y no comprendemos ni aceptamos, un defecto nuestro, una debilidad, una enfermedad, el mismo envejecimiento, nuestra historia de miserias y pecado y sus consecuencias, es con frecuencia lo que nos lleva a encontrarnos con el Señor y a unirnos a Él. Esto no quiere decir que Dios es un Dios ‘tapa-agujeros’ como a veces se ha dicho, un Dios que viene al encuentro del hombre sólo cuando éste es débil, porque Dios también es la meta de nuestro afán de auto-superarnos continuamente, de ir cada vez más allá. Por tanto lo encontramos también cuando somos más fuertes como el horizonte de nuestra trascendencia. Pero sí es cierto que cuando el hombre se despoja de su pretendida y falsa autosuficiencia y reconoce su verdad, se abre el camino para el encuentro salvífico con el Dios vivo y verdadero. Es lo que la Sagrada Escritura nos quiere decir con esas palabras de que ‘Dios se esconde a los soberbios y se manifiesta a los humildes’.
Pero lo más sobrecogedor del pasaje evangélico de este domingo es que el encuentro entre Jesús y Zaqueo es una escenificación perfecta de una gran cuestión teológica que ha ocupado a las mejores cabezas del pensamiento religioso: ¿Quién tiene la iniciativa en el encuentro entre Dios y el hombre? ¿Quién es el primero que mueve ficha? ¿El hombre debe hacer algo por su cuenta para que Dios le salga al encuentro o es Dios que libremente previene al hombre y le pone el deseo de buscarlo? Y si es Dios quien tiene la iniciativa, ¿qué libertad le queda al hombre? ¿Cómo se le puede considerar culpable si no encuentra a Dios? En el relato de Zaqueo encontramos esta pregunta escenificada y también su respuesta, aunque una respuesta que como toda respuesta humana es limitada y permanece abierta al misterio.
                Desde el punto de vista de Zaqueo, que es el nuestro, es él el que está buscando algo, aunque no sabe muy bien qué; seguramente se sentía interiormente insatisfecho, aunque era un hombre rico: era ‘jefe de publicanos’ en una ciudad económicamente muy próspera. Su inquietud, su insatisfacción, se manifiesta como curiosidad, al querer ver a un tal que va a pasar por su ciudad, un tal que le han dicho que es un gran Maestro, uno que ha hecho milagros, que tiene fama de ser un profeta, quizás el mismo Mesías que se espera. Su curiosidad le lleva a dejar sus ocupaciones, a subirse a un árbol aunque pueda hacer el ridículo. Él quiere ver a Jesús, quizás con la secreta esperanza que algo cambie en su vida y desaparezca el vacío que siente. Pero una vez realizado este esfuerzo, es Jesús mismo el que se invita a su casa y trae la salvación. El cambio radical que tiene lugar en la vida de Zaqueo se concreta en su generosidad para con los pobres y su deseo de reparar el daño que haya causado. Y, como siempre, los beatos de todo la vida se quedan mirando el actuar desconcertante de Jesús al no conocer el amor de Dios.
                Por otro lado, también es verdad que era Jesús, en cuanto verdadero Dios, que desde siempre iba en busca de Zaqueo. Le había puesto en el corazón ese deseo de buscar algo más, de querer ver al Jesús del que todos hablaban, de subirse al árbol. Más aún, era Dios la causa última de su baja estatura que le llevó a esforzarse más que los demás para ver a Jesús que pasaba.
                Así es que como respuesta a la pregunta de si la iniciativa la tiene Dios o el hombre, tenemos que contestar que la tienen los dos, cada uno en el ámbito que le corresponde. Puede que esta respuesta no nos parezca satisfactoria y que sea difícil de enmarcar en nuestra lógica, pero así son las cosas de Dios, nos desconciertan y exigen de nosotros que salgamos de nuestros esquemas, que dejemos los odres viejos...

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