martes, 11 de enero de 2011

Este es mi hijo amado, en quien me complazco

Homilía 9 de enero 2011
Fiesta del Bautismo del Señor (ciclo A)


Muchas veces, preocupados con nuestros problemas, que pueden no ser pocos, y quejándonos quizás con razón de lo difícil que es vivir en España nuestra fe y de sentirnos a veces perseguidos, no nos damos cuenta de otros cristianos, otros hermanos en la fe, que lo están pasando peor que nosotros, y precisamente por ser cristianos, por vivir su fe y que nos dan un valiente testimonio de coherencia y no violencia. Es el caso de los que viven en Corea del Norte, en Sudán, en Nigeria, en el Congo, en China, en Somalia, en la India, en Irak y varios países más. En Nochebuena hubo un atentado contra los cristianos coptos de Alejandría en Egipto, coincidiendo con la Jornada Mundial por la Paz, para la que el Papa Benedicto XVI escribió un mensaje ciertamente profético, titulado: “La libertad religiosa, camino para la paz”.
Icono copto moderno
Según varios estudiosos, fue precisamente en Alejandría donde se empezó a celebrar la fiesta de la Epifanía, ligándola al evangelio del Bautismo del Señor que acabamos de escuchar. Es un episodio clave en la vida de Jesús, fundamental para entender su persona y misión y su estilo o ‘talante’. Pero es también un relato de epifanía, de manifestación: Jesús se nos revela como el Mesías, el ungido por el Espíritu, pero también como el Hijo de Dios, por eso es un texto evangélico ligado a la fiesta de la epifanía, de la manifestación del Señor en nuestra carne. Como constatamos en la segunda lectura, los primeros cristianos empezaban a narrar la buena noticia de Jesús partiendo de su bautismo en el Jordán a manos de Juan. Este episodio marca un antes y un después en la vida de Jesús: el paso de la vida oculta en Nazaret a la vida pública. Pero quizás lo más significativo para nuestra existencia es el modo en que Jesús vive su ser Hijo de Dios y su misión de Mesías. Él es Hijo de Dios obedeciendo la voluntad del Padre. A Juan, que se extraña de que Jesús venga a recibir el bautismo y no se lo quiere administrar, el Señor responde indicando que hay que ‘cumplir toda justicia’. Por otro lado, Jesús se pone en la fila con los pecadores, para recibir un bautismo de conversión que Él no necesita, indicando su forma de ser Mesías, que es la del Siervo de Yahvé profetizada por Isaías en la primera lectura, un mesías que no 'quebrará la caña cascada, ni apagará el pábilo vacilante', un mesías que hace suyos los pecados del pueblo. En su bautismo descubrimos el estilo, el talante, de Jesús, que es entregarse, vaciarse, servir, humillarse; a esta conducta de Jesús responde Dios exaltándolo y dándole el nombre sobre todo nombre. Por eso el bautismo también es anticipo del misterio pascual, de la muerte y resurrección del Señor: el entrar en las aguas es un entrar en la muerte llevando al viejo Adán, para salir como Hijo de Dios, y el Espíritu en forma de paloma sobre las aguas señala esta nueva creación que empieza con los tiempos mesiánicos.
Cuando los cristianos recibimos el bautismo, hacemos sacramentalmente nuestro el bautismo de Jesús y nos unimos a Él, pasado de nuestra antigua condición de pecadores a la de hijos muy queridos por Dios. Todo esto es don. Como bautizados, incorporados a Jesús, escuchamos las palabras que Dios Padre dirige a Jesús, como dirigidas a nosotros: “Este es mi hijo amado, en quien me complazco”. Estas palabras, escuchadas de verdad, desde lo más profundo de nuestro ser, pueden cambiar nuestra vida, como ha sido el caso en la vida de muchos santos. Adquirir conciencia de que somos hijos de Dios, de lo que esto significa, es lo más fundamental de nuestra vida cristiana.

Bautismo de Valentino Mora
Parroquia de la Aunción de Ntra Sra. (Córdoba)
Fotógrafa: María Silvana Salles

Es también el mensaje que una y otra vez se nos ha dado a lo largo de este tiempo de Navidad, sobre todo a través de la proclamación del prólogo del evangelio de Juan que hemos escuchado varias veces: “Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre”. Esto es lo fundamental de este tiempo de Navidad: que adquiramos conciencia de ser hijos de Dios, de este don que gratuitamente se nos ha dado cuando el Verbo eterno en la plenitud de los tiempos asumió de María una humanidad como la nuestra. Nuestra respuesta a este regalo de Dios es la fe y el intentar vivir con la dignidad que nos corresponde como hijos. La oración que hacemos después de la comunión de hoy es un buen resumen de todo esto: “Alimentados con estos dones santos te pedimos, Señor, humildemente que escuchemos con fe la palabra de tu Hijo para que podamos llamarnos y ser en verdad, hijos tuyos”.
María que conservaba en su corazón todo lo que pasaba y lo meditaba, es un modelo para nosotros de como debemos ir asimilando poco a poco el misterio de nuestra salvación para irlo viviendo cada día más.

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