sábado, 12 de noviembre de 2011

Creer y amar en tiempos revueltos

Homilía 6 de noviembre 2011
XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

Alcuza de aceite
                Con frecuencia experimentamos que es difícil mantener encendida la llama de nuestra fe. El mundo en el que vivimos no nos ayuda: la mentalidad materialista dominante, para la que existe sólo lo que es material y perceptible con los sentidos corporales; el hedonismo que pone como finalidad de la vida la búsqueda del placer y un placer que se entiende también de forma material y mundana; el relativismo que niega la existencia de una verdad absoluta conocible que vale para todos; el positivismo que considera verdadero sólo lo que es verificable según el método de las ciencias naturales y relega la fe a un pseudo-conocimiento subjetivo y sentimental. Tampoco a veces la Iglesia nos ayuda a mantenernos firmes en la fe, con sus tantos cambios que nos desorientan, las distintas opiniones sobre temas importantes que encontramos entre sus representantes, y el mal ejemplo que damos. A esto se añade nuestra propia experiencia de la vida en la que sentimos con frecuencia la lejanía de Dios, su ausencia y el frío gélido de la nada. A veces anhelamos volver a sentir lo que sentíamos en los años de nuestra primera comunión, cuando todo parecía más sencillo y más claro y la presencia de Dios era una evidencia. Sobre todo cuando la vida nos sacude y nos quita nuestras seguridades, cuando experimentamos el dolor y el sinsentido, cuando los acontecimientos mismos parece que excluyen la posibilidad de un Dios bueno y omnipotente que cuida de sus criaturas, esta sensación de que Dios está ausente se hace más acuciante.       
La conocida y bellísima parábola del evangelio de hoy de las diez vírgenes nos ofrece una valiosa indicación de cómo mantener la lámpara encendida aunque el Esposo tarde, aunque sintamos su ausencia y tengamos dudas de fe. De estas diez vírgenes se nos dice que cinco eran necias y cinco sensatas, o prudentes, es decir precavidas, previsoras, porque junto con las lámparas llevaban una reserva de aceite. Habían previsto que el esposo podía tardar y que el aceite en sus lámparas podía no bastar y se habían llevado más aceite en alcuzas. Estas alcuzas con aceite de reserva que evita que se apaguen las lámparas hasta que llegue el esposo, las podemos interpretar de distintos modos, todos legítimos en la medida en que mantengamos el sentido fundamental de esta parábola. Yo las quiero entender hoy — en línea con lo que he dicho anteriormente y con las demás lecturas de la Misa — como ese deseo profundo de Dios, de su presencia y cercanía, que es ya oración y que nos ayuda a mantenernos fieles al Señor y vigilantes en la espera. Un deseo del que nos habla el salmista:
“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua”.

Este deseo de Dios es ya oración y para san Agustín es la forma de orar incesantemente como nos pide el apóstol, ya que podemos seguir deseando a Dios mientras hacemos otras cosas o dormimos, como dice el Cantar de los Cantares: “Yo dormía, pero mi corazón velaba” (Cant 5, 2). Un deseo que muchas veces se vive como búsqueda de la Verdad y de la Sabiduría, como en la primera lectura, en la que se nos dice que esta búsqueda tendrá ciertamente su premio: la Sabiduría misma viene al encuentro de los que la desean y madrugan por ella. Este deseo profundo y a veces apremiante de Dios es el que tenemos que cultivar para que no se apague la llama de nuestra fe, sobre todo en los momentos difíciles, cuando es de noche. Y esto lo hacemos también con la oración. Ya el deseo mismo es oración, pero al mismo tiempo, se mantiene y cultiva en los momentos de oración. Una oración que muchas veces es una súplica insistente y esperanzada en la noche para que venga pronto el Esposo a visitarnos.

Sin embargo, la parábola nos enseña algo más acerca de la espera de Dios cuando sentimos su ausencia y la misma espera se vuelve pesada. Nos dice que junto a tener la lámpara de la fe encendida a través del deseo tenemos también que esperarle activamente. El resto del capítulo 25 de Mateo aclara más esta segunda enseñanza con la parábola de los talentos y la escena del juicio final que escucharemos los próximos domingos. Aunque la fe pueda ser difícil y sintamos que el Señor está lejos, tenemos que permanecer fieles y perseverantes en la realización de las buenas obras. No nos tenemos que rendir ni abandonar nuestro compromiso cristiano como los ‘hombres sin esperanza’ de los que habla san Pablo en la segunda lectura. Aunque se haga cuesta arriba el mantenernos fieles a las exigencias de la fe y nos sintamos acosados por todas partes, aunque tengamos dudas, aunque se nos haya cerrado el cielo y desconfiemos de la recompensa a tanto esfuerzo y tanto llevar la cruz, tenemos que seguir haciendo lo que el Señor nos pide.

books.google.es
Un ejemplo y modelo para todos nosotros muy claro de los que acabo de decir es la Beata Teresa de Calcuta. Gracias a un libro publicado hace algunos años, en 2007, que lleva como título Ven, sé mi luz, en el que se recogen algunas cartas suyas a sus directores espirituales, que ella no quería se hiciesen públicas, hemos descubierto que Teresa pasó los últimos casi 50 años de su vida no sintiendo la presencia de Dios, en la oscuridad más absoluta. Sin embargo, como virgen sabia y prudente se mantuvo en ella muy vivo el deseo de Dios, un deseo ardiente, una sed profunda que cultivaba con la oración aunque no sintiera nada. Junto a este deseo acuciante que era su forma de vivir la fe en la oscuridad, también se mantuvo ejemplarmente fiel en el ejercicio heroico de la caridad con los más pobres de los pobres.

                Creo que la Beata Teresa de Calcuta ha sido un gran regalo que ha dado Dios a su Iglesia y a la humanidad en este momento histórico, y su vida, sus escritos, estas cartas reservadas que gracias a la desobediencia providencial de algunos han salido a la luz, son un modelo de cómo vivir la fe y ejercer la caridad en momento revueltos, en tiempos de oscuridad y de ausencia aparente de Dios, y con una sonrisa siempre en la boca como tenía ella.




(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)

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