martes, 2 de octubre de 2012

‘Ser de los nuestros’ para el cristiano tiene un sentido distinto



Homilía Domingo 30 de septiembre de 2012
XXVI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)
Memoria de san Jerónimo, presbítero y doctor de la Iglesia

Una manifestante besa a un policía en la Plaza Tahrir
El Cairo (Egipto) - 30/01/2011 AP
Normalmente cuando hablamos de alguien o pensamos en él tenemos muy presente si es de ‘los nuestros’ o no. Dependiendo del contexto, ‘ser de los nuestros’ puede significar pertenecer a la misma familia o grupo social, o ser del mismo partido político, o compartir las mismas creencias religiosas, o haber nacido en el mismo país, o ser miembro de la Iglesia o del mismo movimiento eclesial,... Este esquema de pensamiento que utilizamos inconscientemente para interpretar la realidad social, conlleva que nuestros sentimientos, nuestra conducta y los juicios que hacemos varían según se trate de alguien de nuestro grupo o no. Como cristianos tenemos que decir que mientras este esquema de pensamiento puede ser útil en nuestra vida cotidiana de relaciones sociales, facilitándonos la lectura de una realidad muy compleja –siempre y cuando tengamos presente lo que nos dice Jesús acerca de quién es nuestro prójimo-, no es correcto cuando lo aplicamos a la Iglesia. La Iglesia no es solo una realidad humana, un grupo humano que se contrapone a otros, sino tiene también una dimensión divina: ella es ‘signo e instrumento de la unión con Dios’; en ella está presente y actúa el Señor resucitado. Por eso las categorías humanas de ‘los nuestros - los otros’ no hacen justicia a la realidad de la Iglesia y pueden llevarnos fácilmente a falsear nuestras relaciones con los demás. Así es, por ejemplo, cuando usamos este esquema para contraponer a los cristianos con los no creyentes, o a los católicos con los cristianos no católicos, y dentro de la misma Iglesia, a los miembros de un grupo o movimiento con los de otro grupo o movimiento. Causa tristeza constatar como hay cristianos que hablan de los demás, a veces miembros de otras comunidades eclesiales tan legítimas como las suyas, como los de ‘fuera’, los que hay que evangelizar o con los hay que ser precavidos. No han entendido el misterio de la Iglesia, ni el poder de Dios, y aplican esquemas mundanos, a veces incluso marxistas de lucha de clase -aunque no lo sepan-, a una realidad que no lo es. Éste ha sido uno de los grandes errores de la teología de la liberación, pero se da en muchos ámbitos eclesiales, también de tendencia totalmente opuesta.

El pasaje del evangelio de este domingo nos muestra esto con mucha claridad. Jesús instruye a sus discípulos, mientras se dirigen hacia Jerusalén, para que vayan entendiendo el misterio de la cruz, pero ellos siguen con sus esquemas y modos de pensar mundanos. Si antes discutían quién era el más importante, ahora el apóstol Juan que ve actuar a uno en nombre de Jesús sin ser del grupo de los discípulos quiere impedírselo porque “no es de los nuestros”. Juan, como los demás discípulos, y todos nosotros, tendrá que entender que a la luz del misterio pascual ‘ser de los nuestros’ no se identifica con formar parte socialmente, visiblemente, del grupo, sino con tener el Espíritu del Señor. Decía san Ireneo: “Donde está la Iglesia, allí está el Espíritu de Dios; donde está el Espíritu de Dios, allí está la Iglesia”. Entender y vivir el misterio de la Iglesia implica reconocer de buena gana los elementos de verdad y de santidad que hay fuera de sus confines visibles, que son frutos de la acción del Espíritu, y evitar utilizar acríticamente categorías mundanas que pueden ser útiles en otros ámbitos pero no para la Iglesia.

Fuente de la imagen:  blogs.lainformacion.com
Otro tema importante del evangelio de hoy tiene que ver con la palabra ‘escándalo’, que aparece en el texto cuatro veces traducida al castellano con ‘hacer caer’. Para entender mejor el uso de esta palabra en el Nuevo Testamento tenemos que tener en cuenta su etimología, su origen. En nuestra vida diaria cuando hablamos de escándalo entendemos “un hecho o suceso inmoral o contra las conveniencias sociales, ocurrido entre personas tenidas por respetables, que da lugar a que la gente hable mucho de él’ (Diccionario de uso del español de María Moliner). Es decir, en el uso común el significado de esta palabra está asociado al ruido, al alboroto, que causa un determinado suceso, quizás por la indignación que provoca. En este sentido también hablamos del escándalo que arman los niños cuando gritan. En la Escritura, en cambio, esta palabra se utiliza con un significado algo diferente. Skándalon, en griego, es la piedra en la que se tropieza. Es el obstáculo en el camino que nos hace caer.

            A veces esta piedra, este obstáculo, puede ser bueno para nosotros, como cuando vamos despistados por mal camino y la piedra nos hace darnos cuenta de ello y rectificar. En un sentido parecido, san Pablo habla de la cruz como un escándalo para los judíos que buscan milagros. Ellos no entienden el actuar de Dios, su fuerza y sabiduría, que se revela en la cruz. Otras realidades de la vida también pueden ser escandalosas para nosotros porque nos hacen pensar y ponen en cuestión nuestros estereotipos. Así, por ejemplo, el sufrimiento de los inocentes, la aparente suerte de los malvados y la desgracia de los justos, son hechos que cuestionan nuestras creencias.

En el texto del evangelio de hoy la palabra escándalo se concreta aún más para indicar lo que nos hace pecar, lo que es un obstáculo en el camino que nos marca Dios desvíándonos de la meta. A veces somos nosotros mismos los que nos volvemos escándalo para los demás con nuestra conducta, con nuestras palabras y mal ejemplo; nos volvemos motivo para que los demás abandonen su compromiso cristiano y pequen. El Señor utiliza palabras muy duras cuando esto acontece con alguien que es débil en la fe, con un ‘pequeñuelo’. En este caso, no solo podemos ser de escándalo cuando hacemos algo claramente ilícito, sino también cuando hacemos algo que en sí es lícito, pero que el otro no entiende o de momento no puede aceptar. Un ejemplo muy instructivo de esto, que a mí me gusta mucho citar, es el que nos ofrece san Pablo cuando trata de la cuestión de la carne inmolada a los ídolos que comían algunos cristianos. Otros cristianos consideraban esto como un acto idolátrico. San Pablo afronta esta cuestión en su primera Carta a los Corintios, enseñando que los ídolos no son nada y que por tanto la carne que se les inmola es carne como otra cualquiera. Sin embargo, si comerla puede llevar al más débil en la fe a escandalizarse hay que abstenerse de hacerlo, para no correr el riesgo de perder un ‘hermano por el que Cristo murió’ (1Co 8, 1-9-13).

San Jerónimo escribiendo
Caravaggio, 1605 - Galería Borghese, Roma (Italia)
            También hay cosas en nuestra vida que pueden ser un escándalo para nosotros, un obstáculo que nos puede separar del Señor. En el evangelio de hoy, Jesús menciona en un sentido metafórico la mano, el pie, y el ojo, y nos pide ser muy radical porque es mucho lo que está en juego. De hecho, en este texto encontramos una referencia a la eternidad del infierno cuando Jesús habla del ‘gusano que no muere’ y del ‘fuego que no se apaga’. Tolerancia cero, por tanto, con todo aquello que nos puede separar del Señor para siempre; aunque sea algo en principio lícito. Es muy reductivo interpretar estas palabras de Jesús en términos solo sexuales, como si se tratara de cosas referidas al sexto mandamiento, como muchas veces se ha hecho en el pasado. Todo lo que en nuestra vida es motivo de escándalo tenemos que quitarlo de en medio con decisión, sea ello un vicio, una relación ambigua con otra persona, un determinado lugar físico o virtual que frecuentamos, un esquema o patrón de pensamiento que hace que veamos al otro como enemigo y no como hermano, una constelación de emociones ligadas a nuestro pasado que nos impide amar de verdad, unas conductas patológicas que nos aíslan de los demás... la lista puede ser muy larga.

            Pedimos hoy al Señor, por medio de la intercesión de san Jerónimo cuya memoria celebramos, determinación para tomar las decisiones que son necesarias en nuestra vida y amor hacia la Palabra de Dios para descubrir en ella el poder y la sabiduría de Dios.

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