jueves, 30 de agosto de 2012

Palabras duras pero de vida eterna



Homilía Domingo 26 de agosto de 2012
XXI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

                Las lecturas de este domingo son una buena muestra de lo que dice Simón Pedro a Jesús cuando pregunta a los Doce si ellos también se quieren echar para atrás: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna”. La Palabra de Dios puede a veces ser dura, puede no ofrecernos un consuelo fácil, ni decirnos lo que nos gustaría oír -no nos regala el oído-, pero es palabra de vida eterna, es palabra que salva, como no puede hacerlo ninguna palabra humana que está limitada a lo mundano, a nuestro lado de la realidad. Podemos tener muchos maestros y muchos amigos que nos dicen cosas bonitas y útiles, pero solo uno de ellos no es de este mundo, solo uno de ellos ‘ha bajado del cielo’ y tiene palabras de vida eterna: Jesucristo, la Palabra de Dios, el Logos encarnado. A él acudimos, muchas veces cuando todo lo demás nos falla.

                La primera lectura del libro de Josué narra un momento decisivo en la historia del pueblo elegido, cuando, una vez asentado en la tierra prometida, ratifica, renueva, la alianza con Dios. El anciano Josué, que guió al pueblo en la conquista de esa tierra, quiere que todas las tribus renueven la alianza del Sinaí y convoca para ello a sus jefes en el santuario de Siquén: “Si no os parece bien servir al Señor, escoged hoy a quien queréis servir... yo y mi casa serviremos al Señor”. A esta pregunta-provocación del sucesor de Moisés, el pueblo responde: “¡Lejos de nosotros abandonar al Señor para servir a dioses extranjeros! El Señor es nuestro Dios; él nos sacó a nosotros y a nuestros padres de la esclavitud de Egipto; él hizo a nuestra vista grandes signos, nos protegió en el camino que recorrimos y entre todos los pueblos por donde cruzamos. También nosotros serviremos al Señor: ¡es nuestro Dios!”. Al narrar este texto un momento en que el pueblo debe tomar una decisión, debe comprometerse, debe optar, es fácil relacionarlo con el pasaje del evangelio que acabamos de escuchar en el que Jesús también pregunta a los doce apóstoles si quieren irse. En nuestra vida, con cierta frecuencia, se nos pide tomar una decisión o renovarla, decidir si queremos servir a Dios o no. Israel toma la decisión de servir al Señor sobre la base de lo que Dios ha hecho en el pasado en su favor, de cómo ha actuado en su historia liberándolo de la esclavitud. Por eso es oportuno también para nosotros hacer memoria de lo que el Señor ha llevado a cabo en nuestra vida, de la salvación que nos ha otorgado, ya que es fácil olvidarlo sobre todo cuando las cosas nos van bien, y renovar así nuestro compromiso de servirle. Es lo que hacemos cada vez que celebramos la Eucaristía.

Familia del Castillo - Tomillo (Madrid)
                La segunda lectura de la misa de hoy, de la Carta de san Pablo a los Efesios, es el texto bíblico de referencia para fundamentar la sacramentalidad del matrimonio entre cristianos. El matrimonio es uno de los siete sacramentos de la Iglesia y decimos que lo es porque es signo e instrumento, es signo eficaz, de la unión entre Cristo y la Iglesia. En un principio este texto del apóstol nos puede sorprender por su aparente tono machista. Pablo habla de sumisión de la mujer al marido en todo, de que el marido es cabeza de la mujer. Sin entrar en un análisis detenido de esta cuestión, sí es útil señalar algunas cosas que nos pueden ayudar a enmarcar bien este texto. Pablo escribe sus cartas y ejerce su ministerio en un contexto socio-cultural determinado, que él en principio asume sin cuestionarlo directamente, pero en el que inserta la novedad del evangelio con toda su fuerza transformadora. Así, no cuestiona en sus cartas el machismo de la sociedad de entonces, ni la esclavitud, ni la forma de gobierno, etc. Sin embargo, al introducir la novedad del evangelio, injerta en esta cultura un nuevo dinamismo que la irá cambiando desde dentro. Esto lo podemos ver en el texto de la segunda lectura de hoy. El apóstol habla de sumisión de la mujer al marido, pero el fundamento de esta actitud no es social, no es la ‘diferencia de género’ como algunos dirían hoy, sino que es religioso. Pablo invita a los cristianos a ser sumisos los unos a los otros, a ponerse a servicio de los demás, a considerar a los otros superiores a uno mismo. En el fondo el fundamento de esta sumisión es seguir el ejemplo de Cristo que ‘siendo de condición divina... se despojó de sí mismo tomando la condición de esclavo’ (cfr. Flp 2,6-7), y esto vale tanto para la mujer cristiana como para el varón bautizado. Por eso Pablo, si bien dice a las mujeres que estén sometidas a sus maridos en todo, también dice a los maridos que amen a sus mujeres como Cristo amó a la Iglesia entregándose por ella. De todos modos, lo más señalado del texto de la Carta a los Efesios que hemos escuchado es su mención del ‘gran misterio’, que Pablo refiere a Cristo y a la Iglesia. La palabra ‘misterio’, en griego mysterión, en latín sacramentum, hace referencia en la teología de Pablo al plan de salvación de Dios que se actualiza para nosotros en el culto cristiano. Pablo aplica a la unión de Cristo y la Iglesia un texto del libro del Génesis que se refiere directamente al matrimonio: “Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne” (Gn 2,24). Para nosotros el matrimonio entre cristianos manifiesta y hace presente, en su celebración, pero también en su misma vida, el gran misterio de la unión de Cristo y la Iglesia, del amor de Dios hacia la humanidad. Por eso es tan importante el testimonio que pueden dar los matrimonios cristianos en un mundo secularizado que ya no conoce el amor de Dios.  

Fuente de la imagen: russellminick.com
El pasaje del evangelio de hoy es el final del discurso de Jesús sobre el pan de vida, discurso que nos ha acompañado a lo largo de varios domingos de este verano y que podemos leer en el capítulo seis del evangelio de san Juan. En la perícopa de hoy vemos las reacciones de los discípulos -no ya de los judíos- a las palabras de Jesús. Muchos de ellos dicen que el modo de hablar de Jesús es duro y se echan para atrás. Hoy también, como entonces, constatamos como muchos cristianos, a veces pueblos y países enteros, abandonan la fe, sobre todo cuando se enfrentan a sus requerimientos, y hoy como entonces el Señor no rebaja sus exigencias, no baja el listón; él sabe que la fe es un don: “nadie puede venir a mí si el Padre no se lo concede”. Es útil preguntarnos qué es lo que hace que las palabras de Jesús suenen duras a sus discípulos, ya que no es del todo evidente en el texto del evangelio. Jesús antes había hablado del pan que baja del cielo, del verdadero maná, del pan que da vida eterna, de su carne que es dada para la vida del mundo. La dureza de estas palabras de Jesús se debe a que hacen referencia de modo implícito al misterio de la cruz, como comprobamos al considerar los textos paralelos en los otros evangelios, y a que señalan su origen divina. Muchos de sus discípulos no pueden aceptar ni una cosa ni la otra: conocen el origen humano de Jesús que parece contradecir sus pretensiones y no tiene cabida en sus esquemas el camino de la cruz como camino de salvación. Jesús pregunta entonces a los doce si también ellos quieren marcharse. Simón Pedro responde en nombre de todos: “Señor, ¿a quién vamos a acudir? Tú tienes palabras de vida eterna; nosotros creemos y sabemos que tú eres el santo consagrado por Dios”. Pedro profesa su fe y reconoce que solamente Jesús tiene palabras de vida eterna. Pueden ser palabras duras, que requieren fe para aceptar su origen divina y sus exigencias de cargar con la cruz, pero son las únicas que salvan. Benedicto XVI, comentando este texto, hace notar que dentro del grupo de los Doce está Judas, cosa sobre la cual insiste también mucho el evangelista Juan. Él no se echa para atrás, pero tampoco acepta a Jesús como mesías. Vive en la mentira. Permanece físicamente en el grupo de los Doce, pero su corazón está en otra parte; se siente traicionado por Jesús y quiere a su vez entregarlo. La figura de Judas es una advertencia para los discípulos del Señor de todos los tiempos.

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

jueves, 19 de julio de 2012

Verano y Palabra de Dios


Homilía 15 de julio de 2012
Domingo XV del Tiempo Ordinario (ciclo B)
San Buenaventura, obispo y doctor de la Iglesia

Fuente de la imagen: nationalgeographic.com 
        El verano es un tiempo muy adecuado para ponerse a la escucha de la Palabra de Dios, para dejar que esta palabra entre en nosotros, en las profundidades de nuestro ser, y nos vaya transformando. Esto lo podemos hacer participando en las celebraciones litúrgicas, sobre todo en la misa dominical, y prestando atención a la Liturgia de la Palabra. Pero también lo podemos hacer leyendo por nuestra cuenta con una cierta regularidad algún texto bíblico. Si hacemos esto a sabiendas de que no solo es palabra humana, sino también palabra de Dios, experimentaremos como esto nos va cambiando. La palabra de Dios es eficaz, es creadora, y va actuando en todos los niveles de nuestra existencia, incluso más allá de nuestra conciencia, y nos va haciendo una creatura nueva a imagen de Jesús. No hace falta que entendamos todo lo que leemos o escuchamos, es suficiente hacerse receptivos a esta palabra, acogerla con cariño y devoción. Por eso una Biblia, o un libro que contenga textos bíblicos como un misal, no debería faltar en nuestra maleta para este verano.

       Voy a comentar brevemente los textos bíblicos que se nos han proclamado en su orden, destacando con sencillez solo algunas cosas que a mí me han llamado la atención hoy, dejando a vosotros que descubráis otros elementos que pueden apelar más a vuestra vida y a vuestra situación actual. La Palabra de Dios, por ser de Dios, tiene una riqueza de significados inagotable y cada uno de nosotros al leerla o escucharla puede sacer cosas distintas, todas ellas válidas.

       En la primera lectura el sacerdote del templo de Betel dice al profeta Amós que se vaya a predicar a otro sitio, a Judea, porque su predicación molesta, anuncia catástrofes y desanima al pueblo, y además él no es un profeta de profesión, no es hijo de profetas, no pertenece a esta casta. A esto Amós responde que no ha sido él quien ha decido ser profeta, sino que ha sido Dios quien lo la llamado para ello. Él era un pastor y un  cultivador de higos. Su vocación es la que legitima su predicación. Con frecuencia la Palabra de Dios denuncia nuestra conducta, nos dice que el rumbo que hemos dado a nuestra vida no es bueno, nos pide cambiar; es decir, con frecuencia nos incomoda y preferiríamos no escucharla. Sin embargo, en el fondo de nuestro corazón sabemos que es palabra de vida eterna, que es palabra de verdad y de un Padre que nos ama y quiere nuestro bien. Otra enseñanza que podemos sacer de esta primera lectura es que la Palabra de Dios nos puede llegar por medio de alguien que no es oficialmente ministro de ella, sino que ha sido inspirado por Dios para transmitírnosla. ¡Cuántas veces alguien nos dice algo importante para nosotros, algo que nos ayuda a vivir de un modo distinto nuestra situación, desde Dios y no desde el mundo, y ese alguien no es un ministro de la Iglesia, ni alguien en principio cualificado para ello!

Fuente de la imagen:  myblog.it
La segunda lectura es un himno con el que empieza la Carta de Pablo a los Efesios. Quiero resaltar solo dos frases de este importante himno que se refieren a dos temas fundamentales de nuestra vida cristiana: la elección y la predestinación. El apóstol afirma que ‘Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos eligió en la persona de Cristo, antes de crear el mundo, para que fuésemos santos e irreprochables ante él por el amor’. Dios nos ha elegido a todos y a cada uno de nosotros, a ti y a mí, desde siempre, desde toda la eternidad, para que fuésemos santos, viviendo la plenitud del amor. Dice también el apóstol a los cristianos de Éfeso y a nosotros que “él nos ha destinado en la persona de Cristo, por pura iniciativa suya, a ser sus hijos”. El reformador Calvino hablaba de una doble predestinación: Dios destina algunos al cielo y otros al infierno independientemente de su libertad. Aquí en cambio Pablo habla de una sola predestinación y es a ser hijos de Dios. Podemos con nuestra libertad oponernos a ella, pero la única predestinación que existe es a ser sus hijos. Paralelamente, el Concilio Vaticano II habla de una única vocación que es válida para todos los hombres y es la divina, la vida eterna, y no hay otra.

En el evangelio que hoy la Iglesia nos ofrece se habla de la misión prepascual de los Doce que es anticipo de la misión universal de toda la Iglesia que empezará después de Pascua, después de la muerte y resurrección del Señor. Los apóstoles son enviados de dos en dos por Jesús, recibiendo de él instrucciones muy precisas sobre el modo de proceder. Estas instrucciones siguen valiendo hoy para la misión de la Iglesia que nos incumbe a todos. Hay que usar medios pobres que no contradigan el mensaje que se tiene que transmitir que es el de Cristo y éste crucificado. McLuhan, profeta de la civilización actual de la comunicación, decía que “el medio es el mensaje”. No se puede separar el mensaje del medio que se utiliza para transmitirlo. Eso quiere decir que para predicar a Jesucristo que rechazó las tres tentaciones del demonio en el desierto, no podemos utilizar medios que basen su eficacia en el poder, el miedo, lo espectacular y el misterio, como diría el gran inquisidor de Dostoievski y que fue justo el camino que Jesús rechazo para llevar a cabo su misión. También es significativo que Jesús los mande de dos en dos. Dice san Gregorio Magno que así lo hizo Jesús porque los mandamientos de la caridad son dos: el amor de Dios y el del prójimo y que quien no tiene caridad para con los demás no debe dedicarse a la predicación. La relación entre los apóstoles tiene que ser testimonio de la verdad de lo que predican. Los padres cristianos transmiten a sus hijos la fe a través de la enseñanza, pero es fundamental que la relación que existe entre ellos no contradiga lo que enseñan, sino que muestre su ceredibilidad.

San Buenaventura
Hoy es el 15 de julio y se celebra la memoria de san Buenaventura, uno de los grandes teólogos del siglo XIII, ministro general de la Orden franciscana en sus comienzos, y después también cardenal obispo de la diócesis de Albano. Es uno de los grandes doctores de la Iglesia. En sus obras habla de la fe de la gente sencilla que puede ser muy superior a la de un gran teólogo como su contemporáneo Tomás de Aquino; también, a diferencia de santo Tomás, sostiene la preeminencia del amor sobre la fe. De los muchos libros que escribió, hoy la Iglesia en el Oficio nos propone un texto suyo tomado de su obra Itinerario de la mente hacia Dios. En él afirma que ‘quien mira plenamente la placa de expiación que es Jesús y la contempla suspendida en la cruz, con la fe, con esperanza y caridad, con devoción, admiración, alegría, reconocimiento, alabanza y júbilo, este tal realiza con él la pascua, esto es, el paso, ya que, sirviéndose del bastón de la cruz, atraviesa el mar Rojo, sale de Egipto y penetra en el desierto donde saborea el maná escondido, y descansa con Cristo en el sepulcro, muerto en lo exterior, pero sintiendo, en cuanto es posible en el presente estado de viadores, lo que dijo Cristo al ladrón que estaba crucificado a su lado: Hoy estarás conmigo en el paraíso.'

Nos encomendamos hoy a este gran santo y también a nuestra Madre que mañana veneraremos como Nuestra Señora del Carmen.

martes, 3 de julio de 2012

Permanecer en el esplendor de la verdad con una fe sencilla y valiente



Homilía Domingo 1 de julio de 2012
XIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)

La Escuela de Atenas - Raffaello Sanzio (1512-1514)
Museos Vaticanos, Roma, Ciudad del Vaticano
¡Qué fácil es vivir en el error! Creer que algo es verdad, defenderlo incluso con vehemencia, quizás hasta hacerlo un pilar de nuestra vida,  para darnos cuenta después, con sufrimiento y vergüenza, que estábamos equivocados, que lo que pensábamos era verdad no lo era, que nos habíamos engañado o dejado engañar. Esto es así en muchos ámbitos de nuestra vida, también en el religioso, y nos debería llevar a la humildad, a la búsqueda sincera de la verdad, a evitar el fanatismo, a pedir al Señor que nos aleje del error. Esto último es lo que acabamos de hacer en la Oración colecta al comenzar esta Eucaristía: “Padre de bondad, que por la gracia de la adopción nos has hecho hijos de la luz, concédenos vivir fuera de las tinieblas del error y permanecer siempre en el esplendor de la verdad”. Todos los que hemos tenido la experiencia de pasar de la increencia a la fe en Jesucristo, sabemos de esto, de lo fácil que es vivir en el error y de lo necesario que es orar para permanecer en la verdad y que la verdad se manifieste también a las personas que queremos.

                El evangelio de este domingo narra dos milagros de Jesús, milagros que son signos de su poder divino y de que el reino de Dios que anuncia con él se hace presente. Que Dios reine implica que todo lo que va contra la voluntad de Dios para el hombre y el mundo sea vencido, sea eliminado, como la enfermedad y la muerte, que dice la primera lectura del libro de la Sabiduría que ‘entró en el mundo por la envidia del diablo; las criaturas creadas por Dios eran saludables, no había en ellas veneno de muerte’. Los milagros de Jesús son signo de la restauración de todas las cosas según el proyecto de Dios, de que el pecado y la muerte son vencidos.

La resurrección de la hija de Jairo - Giotto (1305-1306)
Capilla de los Scrovegni, Padua (Italia)
                Los dos milagros que se nos narran están relacionados entre sí y aparecen juntos en los tres evangelios sinópticos. Tienen en común que hablan de curación, de que el sujeto de ella es una mujer, de que aparece el número el 12 -doce son los años de la hija de Jairo y doce los años que la hemorroísa ha estado enferma- y tienen lugar en secreto. Pero sobre todo estos dos milagros hacen referencia a la fe. Jesús dice a la hemorroísa. “Hija, tu fe te ha salvado. Vete en paz y queda curada de tu enfermedad”. Esta mujer con una fe sencilla, creyendo que ese Jesús que pasaba tenía poder para curarla, se le acerca abriéndose hueco entre el gentío y toca su manto pensando “Con solo tocarle el manto, curaré”. Hace algo atrevido que podía acarrearle muchos problemas, ya que a causa de su enfermedad, según la ley judía, era impura y todo lo que tocaba se volvía impuro. Sin embargo, se atreve a tocar el manto de Jesús contraviniendo las normas y el Señor nota que alguien le había tocado de un modo distinto a como le estaban tocando todos los demás; alguien le había tocado con fe, con el corazón, y pregunta para saber quien ha sido. Dice Jesús que es la fe de esta mujer la que la ha curado. Al jefe de la sinagoga, a Jairo, cuando vienen a darle la noticia de que su hija había muerto, le dice Jesús: “No temas, basta que tengas fe”. Y a la niña le dice esas palabras casi mágicas que se conservan en arameo en el texto griego del evangelio de Marcos: “Talitha qumi, que el evangelista traduce para sus lectores: “Contigo hablo, niña, levántate”.

Fuente de la imagen: flickr.com
Para nosotros hoy, que escuchamos este evangelio, estos dos relatos son una catequesis sobre la fe, una enseñanza de lo que significa y de lo que nos aporta creer. La fe de la hemorroísa, la fe de los sencillos, toca el corazón de Dios y hace milagros. A veces, algunos que hemos tenido la suerte de poder estudiar teología, corremos el riesgo de despreciar la fe de los más humildes, las prácticas de la religiosidad popular, de los que tocan con devoción las estatuas de los santos pidiendo sanación. Este pasaje evangélico nos debería poner en guardia contra esta actitud de pretendida superioridad. La fe no está relacionada directamente con la cultura que uno tiene; Jesús en el evangelio da gracias a Dios Padre “porque ha escondido estas cosas a los sabios y entendidos, y se las ha revelado a los pequeños’ (Mt 11, 25). Los términos que se utilizan en estos dos milagros son los mismos que se usan en el Nuevo Testamento para hablar de la resurrección y de la vida nueva de los bautizados: levantar, salvar, sanar. Es la fa valiente y humilde de los 'pequeños', como la de la hemorroísa que supera muchos obstáculos para acercarse a Jesús, para tocarlo, la que nos hace resucitar de una vida de muerte y de pecado a la vida de los hijos de Dios.

                Se merece un comentario aunque breve también la segunda lectura de hoy. En ella el apóstol Pablo anima a los fieles de Corinto a participar con generosidad en la colecta que está recogiendo para los cristianos pobres de Jerusalén, de la Iglesia madre. Les pone como ejemplo la actitud de Jesús, que siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza. Les dice que no se trata de hacer pasar estrecheces a unos para aliviar a otros, sino de nivelar. Son palabras que nos vienen muy bien en este tiempo de crisis, donde cada vez nos damos más cuenta que para salir de ella tenemos que cambiar nuestro estilo de vida, tenemos que vivir de una forma más sobria, más solidaria, más respetuosa con la naturaleza. Se trata de nivelar y tomar cada vez más conciencia que los cristianos formamos un solo cuerpo.

jueves, 28 de junio de 2012

Descubrir y llevar a cabo nuestra misión en la vida, como san Juan Bautista



Homilía domingo 24 de junio 2012
Solemnidad de la Natividad de san Juan Bautista

San Juan Bautista
Leonardo da Vinci (1508-1513)
Museo del Louvre, Paris (Francia)
Una de las tantas facetas destacables de san Juan Bautista es que cumplió la misión que Dios le había asignado con fidelidad, desde el comienzo de su existencia, cuando aún estaba en el vientre de su madre, hasta su muerte cruel por manos de Herodes. Sabía cuál era su lugar en el plan de Dios para la humanidad, en la historia de la salvación, y se mantuvo con fidelidad en él, costara lo que costara, con coherencia y humildad.

Probablemente fue en los largos años pasados en la soledad del desierto cuando Juan descubrió con claridad lo que Dios le pedía. En la oración y la lectura de la Palabra de Dios, con el auxilio del Espíritu Santo, se le fue manifestando su vocación profética, de que él era el que iría delante del Señor para prepararle un pueblo bien dispuesto. Leyendo los textos del profeta Isaías se fue dando cada vez más cuenta de esto; ese texto en el que se habla de una voz que grita en el desierto exhortando a preparar el camino del Señor, o ese otro texto de la primera lectura de hoy en que el profeta Isaías hace mención de un siervo de Dios formado desde la entrañas maternas para ‘traer a Jacob’, para ser ‘luz de las naciones’.

Para llevar a cabo su misión practicaba un bautismo de conversión, una inmersión en el río Jordán como signo del deseo de convertirse, de cambiar, de purificarse para el día del juicio. Una gran muchedumbre venía desde todas partes a donde él estaba para recibir su bautismo, reconociendo sus pecados. Un día llegó también Jesús, como uno más, y se puso en la cola. Pero Jesús era muy distinto a los demás. Él era sin pecado, no necesitaba de este bautismo, más aún, él era el que tenía que venir. Juan, al verlo pasar, da testimonio de él diciendo que es “el cordero de Dios que quita el pecado del mundo”.  Desde ese momento el Bautista sabe que debe pasar a un segundo plano, que él 'tiene que disminuir y el Señor crecer’, que no es digno ni de ‘desatarle las sandalias’, como se dice en la segunda lectura. Y Juan cumple su misión, la cumple con fidelidad y humildad, sabe cuál es su lugar, no pretende ser otra cosa de lo que es, testigo de la luz, pero no la luz, voz, pero no la Palabra.

Solsticio de verano en Stonehenge (Inglaterra)
El hecho de que hoy, veinticuatro de junio, se celebre la Natividad de san Juan Bautista no es casual. Es seis meses antes del 24 de diciembre, Natividad del Señor, ya que como dice el ángel a María, su pariente Isabel estaba ya embarazada de seis meses. Pero sobre todo el veinticuatro de junio, cerca del solsticio de verano, es cuando los días empiezan a disminuir, como tiene que hacer el Bautista respecto de Jesús.

                Juan permanecerá fiel a su misión hasta su muerte a manos del rey Herodes, una muerte cruel e injusta. El Bautista lleva a término su misión con la máxima coherencia, fidelidad y humildad. En esto es un modelo para nosotros. Como él, debemos ir descubriendo la misión que Dios nos tiene asignada, nuestro lugar en la vida, lo que el Señor quiere de nosotros. Esto puede no ser fácil, puede que no tengamos claro qué es lo que quiere el Señor y que nos cueste mucho tiempo y esfuerzo descubrirlo. Juan tuvo que pasar muchos años en el desierto, en penitencia y oración, antes de saberlo con claridad. Una vez que lo sepamos, nuestra tarea es hacerlo, permanecer en ese lugar, llevar a cabo nuestra misión en la vida, aunque cueste. Puede ser la de ser un buen sacerdote en un lugar determinado, un buen padre o madre de familia, un buen profesional... Puede que no concuerde con nuestras aspiraciones iniciales; puede que implique asumir algunos errores que hayamos podido cometer, reconciliándonos con nuestro pasado. Pero es nuestro lugar en la vida y en la historia de Dios con toda la humanidad, y es estando en él como realizaremos lo que Dios quiere de nosotros y encontraremos nuestra paz. Iremos descubriendo poco a poco que Dios había pensado esto para nosotros desde siempre, desde antes que naciéramos y nos fue preparando para ello. Desde las profundidades de la tierra, desde el seno de nuestra madre, dicen las lecturas de hoy, nos va formando.

Monumento de la Visitación
Ein Karen (Israel)
De hecho, la palabra de Dios de este día hace especial hincapié en que ya desde el seno materno, una vez concebidos, empezamos a llevar a cabo el plan que Dios tiene para nosotros. Juan, en el seno de su madre, exultó de gozo cuando María llegó a casa de Isabel embarazada de Jesús. Esto nos hace reflexionar sobre el tristísimo drama del aborto, de los niños concebidos y no dejados nacer, cuya misión en la vida queda frustrada, desde nuestra perspectiva humana. Para Dios puede que nos sea así, porque él es capaz de sacar el bien del mal más profundo, y estos niños no nacidos, como los santos inocentes, cumplen una misión en el plan de salvación. Sin embargo, aunque esto puede dar un cierto consuelo y esperanza de perdón a quien haya cometido este terrible acto, tenemos que decir que el aborto es un verdadero crimen. Un ‘crimen nefando’, es definido en los documentos del Concilio Vaticano II.

Pidamos hoy por las madres embarazadas, sobre todo por las que tienen situaciones difíciles, para que no se rindan ante las presiones y lleven a término su embarazo, dando a luz una persona sobre la cual Dios ha puesto sus esperanzas, una persona que tiene una misión a cumplir en la vida. Pidamos también por nosotros, para que descubramos lo que Dios tiene pensado para nosotros y lo llevemos a cabo, con fidelidad, coherencia y humildad.

sábado, 23 de junio de 2012

Para salir de la crisis es necesario cambiar el estilo de vida



Mensaje de las Iglesias a los ciudadanos europeos en la situación actual de crisis económica

Los participantes delante de la Torre de Belém (Lisboa) 
                Del 5 al 8 de junio se celebró en Lisboa, Portugal, el III Fórum Católico-Ortodoxo con el tema: “La crisis económica y la pobreza. Desafíos para la Europa de hoy”. El Fórum es una iniciativa del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa en unión con los patriarcados de las Iglesias ortodoxas, que reúne cada dos años a representantes y delegados de estas Iglesias para debatir sobre temas de actualidad y promover un testimonio común de los valores del evangelio en la sociedad europea. La de Lisboa ha sido la tercera reunión; en las dos anteriores se abordaron los temas de la familia (Trento, Italia, 11-14 de diciembre de 2008) y de las relaciones Iglesia-Estado (Rodas, Grecia, 18-22 de octubre de 2010).

                Tuve la suerte de participar como delegado de la Conferencia Episcopal Española en esta última reunión de Lisboa. Ha sido una experiencia muy enriquecedora, con días de intenso intercambio, trabajo y debate entre hermanos en la fe de unas Iglesias que aun no están unidas como quiere el Señor, pero que se esfuerzan por recorrer el difícil camino hacia la unidad y por dar un testimonio común del evangelio. Fruto de este encuentro ha sido el mensaje final. Quiero compartir con los lectores de este blog este mensaje y añadir algunas consideraciones que me surgen a partir de él.

(Texto original: francés)

Mensaje aprobado por los participantes
en el III Fórum Católico-Ortodoxo

Lisboa, 5-8 de junio de 2012


El cardenal patriarca de Lisboa con a su derecha el
metropolita Gennadios y a su izquierda el cardenal Erdô
1.       El III Fórum Católico-Ortodoxo se ha celebrado en Lisboa, Portugal, del 5 al 8 de junio de 2012, sobre el tema “La crisis económica y la pobreza. Desafíos para la Europa de hoy”. El Fórum ha sido acogido por Su Eminencia el cardenal patriarca de Lisboa José da Cruz Policarpo. Los trabajos han sido copresididos por el cardenal Peter Erdö, presidente del Consejo de las Conferencias Episcopales de Europa (CCEE) y el metropolita Gennadios de Sassima, del Patriarcado Ecuménico. Después de la experiencia positiva de los dos primeros Fórums Católico-Ortodoxos (Trento, Italia, 11-14 de diciembre de 2008 y Rodas, Grecia, 18-22 de octubre de 2010), los delegados de las Conferencias Episcopales Católicas de Europa y de las Iglesias Ortodoxas en Europa han debatido a la luz de la fe cristiana la cuestión de la crisis económica y de sus repercusiones en Europa.

Al finalizar este encuentro deseamos ofrecer nuestras reflexiones a los cristianos de nuestras Iglesias y a toda persona que comparta nuestras preocupaciones.

2.       Europa atraviesa hoy una crisis muy grave. Muchos europeos sufren directamente las consecuencias de esta crisis, especialmente el paro y la ausencia de perspectivas y de esperanza. Los europeos están preocupados en lo que se refiere a su futuro.
Nuestras Iglesias acogen y permanecen atentas a estos sufrimientos y preocupaciones. Ellas desean dirigir a sus fieles y a todos los europeos un mensaje de confianza y de esperanza. Debemos seguir confiando en la providencia divina y en nuestra capacidad de corregir los errores del pasado, y debemos también trazar las líneas de un futuro de justicia y de paz.

3.       A lo largo de su historia, Europa más de una vez ha enderezado el curso de su destino sobre la base del pensamiento y de la moral cristianos, presentes en la Biblia, la tradición patrística y monástica y en la doctrina social de la Iglesia, lo que constituye un tesoro que comparten todos sus pueblos.

4.       El mensaje de las Iglesias concierne al lugar y al papel de la persona humana en la creación, en la sociedad y, en especial, en la vida económica.
Las Iglesias cristianas enseñan que el hombre encuentra su plenitud en Dios su creador y salvador. Nada en este mundo puede satisfacer plenamente sus anhelos. Al utilizar los bienes de este mundo está llamado a descubrir el lazo que lo une, en comunión con el creador,  a los demás hombres.

5.       A causa de los efectos del proceso de secularización, muchos europeos se han distanciado de su relación constitutiva con Dios y han buscado un sentido para su vida tan solo dentro del horizonte mundano. Las ideologías materialistas y hedonistas les han propuesto unas visiones reductivas haciéndoles creer que la felicidad se podía conseguir a través de la acumulación de bienes, que la libertad consistía en la satisfacción de todos los deseos, y que la vida en sociedad podía resultar de la conjugación de todos los intereses privados.

Algunos de los delegados de las Iglesias ortodoxas
6.       Las Iglesias reconocen que la crisis que atravesamos no es solamente una crisis económica, es también una crisis moral y cultural, y más profundamente, una crisis antropológica y espiritual.
Si hemos llegado hasta aquí es porque las finanzas se han separado de la economía real y porque la economía se ha separado del control de la voluntad política, la cual se ha separado a su vez de la ética. Teniendo en cuenta nuestra experiencia de la presencia de Cristo vivo en la Iglesia, nosotros creemos que a través del retorno a Cristo, en la disponibilidad al Espíritu y a la fe cristiana, los hombres de hoy encontrarán una respuesta a sus aspiraciones más profundas.

7.       La sociedad debe ser organizada de tal modo que esté siempre al servicio del hombre y no al revés. El hombre es un ser social por naturaleza que se realiza en primer lugar en la familia. Rechazamos el individualismo que aísla a las personas, unas en relación con otras. Cada persona es un fin en sí misma, abierta al amor infinito de Dios, y nunca debe ser tratada como un objeto manipulable sujeta a los intereses de los más poderosos. Por su parte, los cristianos están dispuestos a colaborar con todos los hombres de buena voluntad de cara a una sociedad más justa y más humana.

8.       Si los europeos quieren salir de la crisis –en solidaridad con el resto de la humanidad- deben comprender que es necesario cambiar el estilo de vida. Para el creyente se trata de renovar una relación personal con el Dios trinitario que es comunión de amor, relación que va más allá de una simple doctrina o de un planteamiento ético. La crisis puede ser ocasión de una toma de conciencia saludable. Los europeos deben dar sentido a la actividad económica partiendo de una visión integral y no parcial de la persona humana y de su dignidad. Poniendo a la persona en su justo lugar, subordinando la economía a objetivos de desarrollo integral y de solidaridad, abriendo la cultura a la búsqueda de la verdad, dando su puesto a la sociedad civil y a la ingeniosidad de los ciudadanos que trabajan por el bienestar de sus contemporáneos, crearán las condiciones para que surja un nuevo tipo de relación con el dinero, la producción y el consumo. Es también lo que nos recuerda la tradición ascética cristiana del ayuno y el compartir. Las Iglesias hacen un llamamiento a los cristianos para que coordinen su servicio diaconal a nivel local y global con vistas a ayudar a las personas en situación de precariedad y a contribuir al desarrollo de una sociedad más equitativa.

9.       En este cambio necesario, una de las prioridades debe ser el trabajo. Es conveniente privilegiar las actividades que generan empleo. Cada persona debe poder vivir dignamente y desarrollarse gracias a su trabajo, y poder hacerse solidario con los demás. Todas las formas de corrupción y explotación han de ser eliminadas.

10.    El mercado no debe ser una fuerza anónima y ciega. Es el lugar en el que se intercambian bienes y servicios útiles para el desarrollo material, social y espiritual de las personas. El mercado pide ser regulado en función del desarrollo integral de la persona.

Algunos de los delegados de la Iglesia Católica
11.    Ya no es posible seguir derrochando los recursos de la creación, contaminando el medio ambiente en el que vivimos, como lo hacemos ahora. La vocación del hombre es la de ser guardián de la creación no su depredador. Tenemos que hacernos conscientes hoy de la deuda que tenemos con las generaciones futuras a las que no podemos entregar un medio ambiente degradado e inhabitable. En nuestro mundo globalizado la mano que rige la vida de los pueblos no debe ser la mano invisible del egoísmo individual y colectivo, sino una política de control y de transparencia de las decisiones de los actores sociales y de los Estados.

12.    Deseamos dirigir una palabra de aliento a los Gobiernos nacionales y a los responsables de las instituciones europeas en sus esfuerzos por encontrar una vía justa y equitativa para salir de la crisis económica y financiera, con una atención especial para los países con más dificultades.

13.    Nos dirigimos sobre todo al único agente de cambio capaz de hacer evolucionar nuestras sociedades hacia un nuevo estilo de vida: el ciudadano de nuestros países europeos. Si él entiende la necesidad vital de un cambio en relación a sus hábitos de consumo, sus representantes en las instancias parlamentarias lo seguirán, la industria se adaptará a estas nuevas opciones, la educación enseñará un nuevo modelo de ciudadanía, más sobrio y más solidario con los pobres. En fin, el hombre europeo encontrará la alegría de reavivar sus raíces cristianas y de cultivar la dimensión espiritual de su ser, la única capaz de satisfacer la búsqueda de felicidad y de sentido.

Algunas consideraciones a partir del mensaje

Cabo da Roca (Sintra). El punto más
occidental del continente europeo

  • ·      El beato Juan Pablo II, refiriéndose a la separación entre la Iglesia Católica y las Iglesias Orientales surgida a raíz del Gran Cisma de 1054 y a la necesidad de superarla, utilizaba frecuentemente la bella y significativa comparación de los dos pulmones de la Iglesia. Le gustaba decir que la Iglesia y Europa tenían que volver a respirar con sus dos pulmones. Cuando nos juntamos con nuestros hermanos de los patriarcados ortodoxos para tratar algún tema, percibimos la verdad de estas palabras del papa polaco. Se abordan las cuestiones de una forma diferente, con más amplitud y diversidad de aproximaciones, juntando perspectivas distintas, una occidental más pragmática, cristológica y jurídica, y otra oriental más pneumatológica, filosófica y espiritual. Esto hace que el mansaje que la Iglesia puede ofrecer a nuestra sociedad europea en esta hora difícil sea mucho significativo y fecundo, y que apele al alma profunda de este viejo continente que va ‘desde el Atlántico hasta los Urales’, como también amaba repetir el papa eslavo. En el encuentro del Fórum en Portugal, en los confines del viejo mundo, tratando el tema de la crisis económica y de la pobreza, percibimos esto con mucha claridad mientras debatíamos si hacer referencia explícita a Jesucristo como único salvador en el mensaje final o limitarnos a una perspectiva ética de la ley natural aplicable a todos, creyentes y no creyentes; si partir de un texto bíblico o no; si invitar a la conversión o hablar de las estructuras que deben cambiar... Esta constatación nos debería impulsar a todos a caminar con más empeño hacia la unidad de las Iglesias, al darnos cuenta que nuestra vida eclesial y nuestra misión está de momento ‘a medio gas’.

Entrada al Convento de los Capuchinos en la Sierra de
Sintra (siglo XVI). Un lugar de vida sobria, solidaria y
 respetuosa con la naturaleza
  • ·         Al abordar la crisis económica y la pobreza en Europa, las Iglesias, solidarizándose con los que lo están pasando muy mal y pidiendo a los fieles que ejerzan con vigor la diaconía de la caridad, describen la situación también como oportunidad y desafío, como un reto que nos invita a cambios profundos. La crisis puede ser ocasión para volver a una forma de vida más auténtica, para recuperar valores que hemos perdido, para volver a poner a la persona en el centro, por encima de la economía y de los mercados. La afirmación central del mensaje es que para salir de la crisis es necesario un cambio de estilo de vida. Tenemos que vivir de un modo mucho más sobrio, más solidario, más respetuoso con la naturaleza. Solo así tendremos futuro y podremos ofrecer una Europa habitable y digna a las nuevas generaciones.

  • ·         Es muy significativo que los representantes de las Iglesias dirijan su mensaje en primer lugar ‘al ciudadano de nuestros países europeos’, no a los políticos ni a la instituciones, ya que se le considera como “el único agente de cambio capaz de hacer evolucionar nuestras sociedades hacia un nuevo estilo de vida”. En contra de lo que muchas veces se piensa de que son los mercados y los ‘poderes fácticos’ los que determinan la vida de las personas, este mensaje apela a la responsabilidad personal del ciudadano europeo, llamado a ser el verdadero protagonista de su destino. Si él cambia, cambiará la política, cambiará la educación y cambiará la industria. Las Iglesias nos invitan a tomar las riendas de nuestra vida y de nuestro futuro y a construir una Europa mejor sin hacer dejación de nuestra responsabilidad.

martes, 19 de junio de 2012

La eficacia de la Palabra de Dios



Homilía Domingo 17 de junio 2012

XI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo B)


Púlpito de la Catedral de Siena
Nicola Pisano (1265-1268)
Fuente de la imagen: wikipedia
                A los que ejercemos el ministerio de la Palabra, el servicio eclesial de la predicación, nos sorprende con mucha frecuencia la fuerza y la eficacia de la palabra de Dios. Cuando la anunciamos experimentamos lo poderosa que puede llegar a ser, su capacidad de cambiar la vida de las personas que la escuchan, su poder de dar esperanza y vida nueva a los que están “cansados y agobiados”. Es una palabra cuya luz disipa las tinieblas del pecado y del error. Es como un agua que donde llega hace nacer la vida. Es la única palabra capaz de dar un mensaje significativo y real a quien está sumido en el dolor y la desesperanza más profundos. Las demás palabras pueden ayudar momentáneamente, como las que dice un buen psicólogo; pueden conseguir consolarnos un poco y evitar que nos hagamos más daño con nuestras conductas inadaptativas, pueden facilitar que elaboremos el duelo como se suele decir, pero solo la palabra de Dios es portadora de una esperanza cierta que supera también la oscuridad del sufrimiento más profundo y de la muerte. Por eso es una palabra distinta a todas las demás; no es palabra de este mundo, es palabra de Dios con todo lo que esto significa.

Grano de mostaza
Fuente de la imagen: blogspot.com
Al principio, cuando pronunciamos esta palabra y la explicamos nos puede parecer algo muy pequeño, casi insignificante respecto a todas las demás palabras que nos llegan a través de los poderosos medios de comunicación. Éstas nos seducen modificando nuestros pensamientos y sentimientos para que nos comportemos de un determinado modo, comprando esto o consumiendo aquello. Es curioso como todos,  también nosotros por mucho que digamos que no, nos dejamos llevar por estos mensajes y terminamos pensando y haciendo lo que condenamos en los demás y tachamos de consumismo, materialismo y hedonismo. También las palabras del psicólogo pueden parecer más eficaces porque son dichas según técnicas que experimentalmente han mostrado su capacidad para modificar la conducta. Sin embargo, aunque aparentemente sea así y al principio las palabras del mundo, de la cultura dominante, de los políticos y de los medios de comunicación, de los psicólogos, parezcan más poderosas y útiles, al final la única que verdaderamente salva es la palabra de Dios. Cuando la oímos o pronunciamos puede parecer una palabra despreciable comparada con las demás, pero va creciendo en los que la escuchan con oído abierto y corazón no endurecido hasta volverse la roca sobre la que construyen la propia vida y que aguanta todas las tormentas, y que puede cobijar también a los demás que se acercan a nosotros pidiendo consejo y ayuda.

Fuente de la imagen:  lavistachurchofchrist.org
De la fuerza de la palabra de Dios nos habla el evangelio de hoy. Jesús, desde una barca, habla al gentío que está en la orilla escuchando. Les habla en parábolas, acomodándose a su entender. 'Les expone la palabra', dice el evangelista. Las dos parábolas que narra en el evangelio de hoy ilustran la eficacia y la forma de actuar de la palabra de Dios: es palabra que va creciendo en nosotros por su propia fuerza, por ella misma, ocupando cada vez más espacio en nuestra vida sin saber nosotros muy bien cómo lo hace. Es palabra que parece poca cosa al principio para después volverse en lo más importante.

Todo esto lo podemos fácilmente experimentar nosotros. Es suficiente leer periódicamente un pasaje aunque corto de la palabra de Dios, de la Sagrada Escritura, y lo constataremos. Muchos tienen la buena costumbre de leer cada día el evangelio que se proclama en la misa aunque ellos no puedan asistir a la celebración litúrgica. Todos los que hacen esto pueden dar testimonio de la verdad de la enseñanza de Jesús sobre la semilla pequeña que crece automáticamente hasta volverse un gran árbol.

Las otras lecturas de la misa de hoy, como también el salmo responsorial, tienen relación con el evangelio, aunque de una forma algo oblicua. La primera lectura del profeta Ezequiel anuncia la intervención paradójica de Dios en la historia del pueblo elegido, sacando de él una rama tierna y plantándola en la montaña más alta, haciendo que se vuelva un cedro noble que da cobijo a todas las aves. Actuando así, el Señor muestra su fidelidad, ‘humillando a los poderosos y enalteciendo a los humildes’ como canta María en casa de su primer Isabel. El Señor interviene en nuestra historia cambiando nuestra suerte y nuestros esquemas y lo hace también por medio de su palabra poderosa.

Árbol de mostaza
Fuente de la imagen: blogspot.com
En la segunda lectura Pablo nos invita a agradar al Señor aunque de momento vivamos desterrados, lejos de él, “caminando sin verlo, guiados por la fe”, y esto con vistas al juicio, ya que “todos tendremos que comparecer ante el tribunal de Cristo para recibir premio o castigo por lo que hayamos hecho”. En el evangelio se habla de la hoz que se mete cuando llega la siega, que es una imagen que se refiere también al juicio. Y este juicio de Dios no debe darnos miedo, sino esperanza y consuelo, ya que es anuncio del triunfo de la justicia, de la victoria del bien sobre el mal, de que Dios es fiel y cumple sus promesas y salva a los pobres y humildes que confían en él.

En el salmo responsorial se dice que el justo “crecerá como palmera, / se alzará como cedro del Líbano; / plantado en la casa del Señor, / crecerá en los atrios de nuestro Dios” y “en la vejez seguirá dando fruto / y estará lozano y frondoso” (Sal 91). La forma de permanecer plantados en la ‘casa del Señor’, unidos a él, es a través de su palabra y esto es lo que hace que demos frutos, frutos de vida eterna.

martes, 12 de junio de 2012

El cuerpo y la sangre de Cristo, no solo el cuerpo



Homilía Domingo 10 de junio de 2012
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo
Día de la Caridad

Detalle de la Cruz de la Unidad
                La fiesta solemne que celebramos hoy tiene una larga historia. Se empezó celebrando en el siglo XIII con la finalidad de profesar la fe en la presencia real de Jesucristo en la Eucaristía, una presencia verdadera, no simbólica, y permanente, que no desvanece una vez terminada la celebración litúrgica, lo que hace que la forma consagrada sea merecedora de ser adorada cuando se expone y cuando es llevada en procesión por nuestras calles, porque en ella está presente Jesucristo en cuerpo, alma y divinidad. Sin embargo, esta misma historia tan gloriosa e importante para la piedad cristiana, ha llevado a poner en segundo plano otro aspecto fundamental del misterio eucarístico que es el de la sangre de Cristo. Ha sido la reforma litúrgica llevada a cabo por el Concilio Vaticano II la que ha intentado recuperar este aspecto cambiando el nombre de la fiesta, de Corpus Domini – como aún hoy la solemos seguir llamando-, a Cuerpo y Sangre de Cristo. El hecho de que se dé la comunión a los fieles habitualmente solo bajo la especie del pan, de que se lleve en procesión solo la hostia y de que se exponga para la adoración la forma consagrada, ha hecho que nos olvidemos un poco de la sangre de Cristo y de su importancia.

                De hecho, las lecturas de hoy hablan de la sangre del Señor más que de su cuerpo. La primera lectura menciona la sangre de la antigua alianza, sacada de los animales sacrificados, que Moisés rocía sobre el altar, signo de Dios, y sobre el pueblo y con la que se sella el pacto entre Dios e Israel sobre la base de la Ley que los israelitas se comprometen a guardar. Sangre que es signo de comunión de vida y de posible castigo si una de la partes no es fiel a la alianza. La segunda lectura de la Carta a los Hebreos nos dice que la sangre de Cristo, “que, en virtud del Espíritu eterno, se ha ofrecido a Dios como sacrificio sin mancha”, es muy superior a la sangre de la antigua alianza y puede “purificar nuestra conciencia de las obras muertas”. Nos da la liberación eterna y el perdón de los pecados.

Cruz de la Unidad
                Pero sobre todo es importante para nosotros hoy el pasaje del evangelio de Marcos que se ha proclamado. Es uno de los cuatro relatos de la institución de la Eucaristía que encontramos en el Nuevo Testamento. En la última cena Jesús lleva a cabo un verdadero sacrificio incruento, anticipación del que tendrá lugar el día siguiente en la cruz, y da a sus discípulos a beber su sangre. Esto no es algo simbólico, sino real; las palabras que utiliza Jesús no dan lugar a dudas. Dice que la sangre es la sangre de la alianza, que es derramada por muchos. Cuando comulgamos con la sangre de Cristo, bebemos realmente su sangre bajo la especie del vino: la sangre que fue derramada en la cruz, la sangre que salió de su costado, la sangre que nos purifica y limpia nuestra alma, la sangre que nos rescata y libera, que nos otorga el perdón de los pecados, la sangre santa e inmortal.

                En los relatos de la institución de la Eucaristía que encontramos en el evangelio de Lucas y en la primera Carta de san Pablo a los Corintios se añade el mandato de repetir el gesto de Jesús: “haced esto en memoria mía”. Desde ese día la Iglesia no ha cesado de repetir este gesto en la celebración eucarística que, aunque ha cambiado mucho a lo largo de estos dos milenios en la forma en que se ha llevado a cabo, se ha mantenido idéntico en lo esencial, en lo que viene directamente de Jesús. Nuestras eucaristías de hoy nos unen con la que celebró Jesús en el cenáculo que, a su vez, está en continuidad con las otras comidas del Señor a lo largo de su vida pública. Comidas en las que se sentaba junto con publicanos y pecadores para escándalo de los bienpensantes de entonces. El comer juntos es signo de comunión de vida y el Señor se sienta con los pobres, marginados y pecadores,  es decir con nosotros, invitándonos a su mesa que es anticipo del banquete del Reino. Es él el que a la vez nos invita y nos hace dignos de participar en su banquete, purificándonos con su sangre.

                Sin embargo, a la invitación inmerecida del Señor tenemos que corresponder con el deseo de convertirnos y de cambiar para ser cada vez más dignos de sentarnos en la mesa con él y compartir su misma vida. San Pablo dice que debemos ‘discernir el cuerpo de Cristo’ para no ser 'reos del cuerpo y la sangre del Señor’. Participar dignamente en al Eucaristía significa hacer nuestra la caridad de Cristo, vivir según sus valores y virtudes. Participar en la Eucaristía es un don y un compromiso.  La alianza del Sinaí se estableció sobre la base de la Ley que el pueblo se comprometía a cumplir; la nueva alianza en la sangre del Señor se estipula sobre la nueva ley de Cristo, que es el Espíritu, el amor, la caridad derramada en nuestros corazones y ejercida.

                Por eso es muy apropiado que hoy celebremos también el Día de la Caridad, de Cáritas, que es una organización de la Iglesia a través de la cual ella organiza y coordina su servicio de caridad. La Eucaristía tiene su fundamento en el amor de Dios, en su servicio hacia nosotros, y pide nuestra respuesta de caridad y de servicio hacia los demás, sobre todo hacia los más pobres. “Vivir es amar; amar es servir”, es el lema de la Campaña de Cáritas de este año.

Benedicto XVI levantando
el Santo Grial en Valencia
(6 de julio de 2006)
                Terminamos con las palabras del salmo 115 que hemos rezado en respuesta a la primera lectura. Es uno de los salmos más bellos y profundos del salterio. El salmista canta su alegría por la salvación que ha experimentado: el Señor ha roto sus cadenas, lo la liberado de la muerte. Por eso dice que en acción de gracia alzará la copa de la salvación invocando el nombre del Señor. Es lo que hacemos en la celebración eucarística. Damos gracias al Señor alzando en unión con el sacerdote, que actúa in persona Christi’, la copa de salvación, la copa que contiene la sangre del cordero sin macha, la sangre de la nueva alianza, la sangre que nos redime.





(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)