lunes, 28 de noviembre de 2011

¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!

Homilía 27 de noviembre 2011
I Domingo de Adviento (ciclo B)

Paso del Mar Rojo
                Hay momentos en nuestra vida en los que pedimos a gritos una intervención de Dios; momentos en los que sentimos que sólo Dios nos puede salvar y sacar de la situación en la que nos encontramos. Humanamente no vemos salida, pero confiamos en el Señor que ya en otras ocasiones ha intervenido y se ha mostrado poderoso y nos ha sacado de la fosa profunda. Al haber experimentado esto en el pasado, recordamos estas intervenciones del Señor, hacemos memoria de ellas, para darnos esperanza en la situación presente de que el Señor, que es fiel, volverá a mostrar su brazo poderosos y sacarnos de la red que en la que estamos atrapados. Puede que nos demos cuenta que hemos sido nosotros mismos con nuestras males acciones y nuestros pecados los que nos hemos enredado, pero pedimos al Señor que nos perdone, que no lo tenga en cuenta, que se acuerde de que es Padre y venga a liberarnos.
                Ésta también es la situación en la que se encuentra el orante de la primera lectura de hoy. La ciudad santa y el templo están destruidos, parece que todo está perdido, que no hay salida; la única esperanza es que Dios mismo intervenga y salve a su pueblo como ya hizo en el pasado. “¡Ojalá rasgases el cielo y bajases!” grita el profeta, que se lamenta con Dios por haber permitido esta situación — “endureces nuestro corazón para que no te tema” —, pero le recuerda que es Padre y que ya en el pasado ha hechos grandes cosas en favor de su pueblo. Es un Dios que hace “tanto por el que espera en Él”, un Dios que ‘sale al encuentro de quien practica con alegría la justicia’.
                Ésta también es la actitud que la Iglesia nos invita a renovar en el tiempo litúrgico de Adviento que empezamos hoy. Tanto nosotros mismos como la humanidad entera necesitamos que el Señor venga a salvarnos. Puede que a veces no sintamos esto con mucha urgencia, pero hay otros momentos en que vemos claramente que sólo del Señor puede venir la salvación. “Sólo un Dios nos puede salvar”, como afirmaba Heidegger. Sí, la ciencia y la tecnología pueden ayudar mucho a que tengamos una calidad de vida mejor, el compromiso humano por la justicia social también puede y debe producir mejores condiciones de vida para la humanidad en su conjunto, la nueva sensibilidad ecológica puede y debe hacer que cuidemos mejor de la naturaleza que nos ha sido confiada, pero al final sabemos que sólo Dios puede salvarnos de determinadas situaciones y darnos también la vida eterna que anhelamos. Entonces hacemos nuestro el grito del profeta: ¡Ojalá rasgases el cielo y descendieses!”. Este el grito de la Iglesia, de la Esposa, en este tiempo de Adviento. “¡Ven, Señor Jesús! ¡Maranathá!” ¡Ven a salvarnos!
                Nuestra esperanza de que el Señor vendrá a salvarnos tiene un fundamento sólido y es que ya vino en el pasado. Vino hace más de dos mil años. Vino en pobreza y debilidad para mostrarnos que no debemos tener miedo de Él. Vino y murió en la cruz para mostrarnos lo mucho que nos quiere. Vino y nos enseñó con sus palabras y su ejemplo el camino para vivir una vida digna de hijos de Dios. Prepararnos estas cuatro semana para celebrar la primera venida del Señor en la carne significa también aprender a vivir toda nuestra vida esperando confiadamente la salvación de Dios, ya que Él es Padre. Y la mejor forma de vivir esta espera es ‘practicando la justicia con alegría’, como dice el profeta Isaías en la primera lectura.
                La virtud teologal de la esperanza es fundamental en la vida cristiana. En el Código de Derecho Canónico antiguo, de 1917, se prohibía celebrar en las iglesias las exequias de los que habían cometido suicidio. Esto hoy puede que nos perezca duro e injusto, ya que es anticiparse al juicio que compete sólo a Dios y tampoco no sabemos la libertad real que tenía la persona en el momento de cometer el acto, ni si se arrepintió en el último momento; de hecho, en el nuevo Código de 1983 ya no se hace mención del suicidio. Sin embargo, esta norma tenía su sentido. Entre ellas, está el hecho de quien se suicida realiza un acto claro de desesperanza, lo que choca directamente con lo que significa ser cristiano y ejercer las virtudes teologales que nos han sido dadas. El cristiano tiene esperanza porque confía en Dios y su promesa y sabe que es Padre, que quiere a su criatura y no la abandona.
Basílica de Santa María la Mayor
                Antiguamente, en Roma, los cristianos empezaban este tiempo de Adviento reuniéndose —haciendo estación, como se dice — en la Basílica de Santa María la Mayor. Se ponían así bajo la protección de María para empezar bien este tiempo. María es una de las figuras centrales del Adviento. Ella estaba entre los pobres de Yahvé que esperaban la salvación de Dios, ella es la Virgen de la Esperanza, de la expectación, cuya fiesta señala el comienzo de las últimos días de preparación a la Navidad con el canto de las antífonas ‘O’. María creyó en el Señor que cumpliría sus promesas, como dice de ella su prima Isabel. Nos ponemos también nosotros bajo su cuidado maternal para vivir bien este tiempo y aprender a esperar en Dios que cumple sus promesas y vendrá a salvarnos.

martes, 22 de noviembre de 2011

Nada es casual, tampoco las ocasiones para ejercer la caridad

Homilía 20 de noviembre 2011
XXXIV Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
Solemnidad de Jesucristo, Rey del Universo
Día de Elecciones Generales en España
foto: lacienciaysusdemonios.com
                Muchos acontecimientos de nuestra vida solemos clasificarlos como ‘casuales’, por ejemplo un encuentro fortuito con alguien que no veíamos desde hacía tiempo, o una coincidencia imprevisible de dos cosas que nos sorprende y no nos explicamos cómo ha podido tener lugar. Pensamos que esta contingencia no se debe a una causa clara, no es buscada ni querida por nadie, y no hay tampoco que romperse la cabeza para encontrarle un sentido. Sin embargo, los cristianos también hablamos de la providencia divina, de que Dios todo lo gobierna, de que el Señor está detrás de todo lo que sucede, de que si nos pasa algo es por algo, que nada tiene lugar sin que Dios lo quiera o lo permita. Como afirma Jesús en el evangelio: “pues vosotros hasta los cabellos de la cabeza tenéis contados” (Mt 10, 30). Hoy, en España, tiene lugar una tal conjunción de dos sucesos que llamaríamos casual: unas complicadas e importantes elecciones generales que nos implican a todos y, en un plano muy distinto, los creyentes celebramos la fiesta de Jesucristo rey del universo. Evidentemente, no se decidió la fecha de las elecciones teniendo presente el ciclo litúrgico de la Iglesia; quizás en otros tiempos sí se hubiese hecho, pero en la actualidad obviamente no. No obstante, esta circunstancia ciertamente no es casual en los planes de Dios y de ella podemos sacar algunas enseñanzas sobre la relación entre fe y política para nosotros hoy.
foto: lavoz.com.ar
                De hecho, la fiesta de Jesucristo rey del Universo, en sus comienzos, cuando fue instituida por el Papa Pio XI en 1925, tenía un marcado carácter político, y diríamos político-eclesiástico, queriendo promover el respeto y la defensa de los derechos de la Iglesia también en el orden temporal. Es correcto que hoy siga teniendo este carácter político pero en otro plano más profundo, al que se ha referido el Papa actual en diversas ocasiones. En su magisterio, Benedicto XVI nos pone en guardia reiteradamente contra un peligro que se repite una y otra vez en la historia humana, que consiste en que el poder temporal, un soberano terrenal cualquiera, tanto un individuo como un grupo, pretenda para sí atributos divinos, exigiendo una fidelidad, obediencia y sumisión que se debe sólo a Dios. Ya en el libro del Apocalipsis se habla de ello con referencias implícitas y explícitas al imperio romano y al de Babilonia. Y esto no es un peligro remoto para nosotros. También en las democracias occidentales actuales hay tendencias claras a no respetar la libertad religiosa y de conciencia de los ciudadanos y a creer que las leyes votadas por los parlamentos están por encima de la verdad y del respeto de la naturaleza y de la dignidad del hombre y  de la mujer. Ese grito de los mártires de la persecución religiosa ‘Viva, Cristo rey’, como también la actitud de los demás mártires de la historia del cristianismo, como los muchos olvidados de los países del Este europeo, nos recuerdan esta verdad y de que el soberano último es el Señor y nadie más. Que los poderes públicos hagan sus justos deberes en el plano temporal como expresión y actuación de la soberanía popular, pero que no se extralimiten invadiendo el ámbito que es propio de Dios y de la conciencia del hombre. Éste es el ámbito de ese reino de la Verdad que ha inaugurado Jesús, que no es de este mundo, y que llegará a su término cuando el Señor ‘vuelva a juzgar a vivos y muertos’, como profesamos en el Credo.
De este juicio nos habla el evangelio de hoy. Esta conocidísima página del evangelio de Mateo con la que concluimos el presente año litúrgico nos hace pensar en lo último, en el final, no tanto entendido en sentido cronológico, sino sobre todo como lo definitivo, lo que de verdad cuenta. Y lo que cuenta - se nos dice - es el ejercicio concreto de la caridad para con el prójimo necesitado. Nuestra actitud hacia él. Más allá de nuestra fe, de nuestra pertenencia a la Iglesia, de los actos de culto y de piedad que realicemos, lo que es importante para Dios y de lo que se nos ‘examinará al atardecer de la vida' es del amor, como dice san Juan de la Cruz, de cómo hemos actuado con quien necesita nuestra ayuda. Yo ya he celebrado muchos funerales a lo largo de mis años de sacerdocio, entre ellos el de mi padre, y siempre me sobrecoge como lo que más se recuerda en ese momento del difunto es el bien que ha hecho a los demás, los actos de caridad concreta que ha realizado a lo largo de su vida. Y esto que vale para nosotros vale mucho más para Dios. Todavía me acuerdo como al terminar el funeral de mi padre se acercó una persona que yo no conocía para decirme que él no era creyente pero que estaba ahí porque mi padre en un momento muy difícil de su vida le ofreció un trabajo sin él atreverse a pedirlo. 
Las siete obras de misericordia
Caravaggio - Nápoles 1606
mi comentario al cuadro
En este texto evangélico se repite el mismo listado de acciones concretas cuatro veces, acciones que han venido a constituir las obras de misericordia corporales del catecismo, junto con la de enterrar a los muertos que se añadió en el Medioevo. El repetir tantas veces las mismas obras de misericordia nos indica que la caridad es algo concreto, que ‘obras son amores y no buenas razones’. Y el prójimo necesitado puede estar mucho más cerca de lo que pensamos. Puede ser un miembro de mi familia que necesita mi ayuda y cercanía. En contra de como a veces interpretamos esta página evangélica, los actos de caridad no se limitan a la limosna que muchas veces tanto nos cuesta, sino también a dar mi tiempo tan preciado, a ofrecer apoyo, escucha, consuelo, aprecio… También las personas que necesitan ayuda muchas veces son incapaces de pedirla, pero si nosotros estamos atentos y hemos cultivado un corazón sensible nos daremos cuenta y sabremos encontrar el modo de ofrecer nuestro apoyo sin herir la sensibilidad del otro y sin hacérselo pesar. Es ilustrativo considerar como Jesús en el evangelio sabe anticiparse a las necesidades de los demás y ofrecer lo que las personas de verdad necesitan con mucha delicadeza y respeto. Pensemos en Zaqueo, en la samaritana, en la hemorroísa, en la viuda de Naím… y sabemos también que el Señor nos dice que cuando hagamos una obra de caridad no vayamos tocando la trompeta delante de nosotros para que los demás nos vean.
Hemos empezado hablando de la casualidad al coincidir hoy el día de las elecciones generales en nuestro país y la fiesta de Cristo rey del Universo. Las ocasiones que se nos brindan para ejercer la caridad con el hermano no son casuales, son queridas por Dios para nuestra salvación, son oportunidades que Él nos da para unirnos más a Él y darle algo a cambio, agradecer lo mucho que ha hecho por nostros. El mensaje central del evangelio de hoy es que para Dios el pecado más grave puede ser el de omisión: no tanto el de hacer el mal directamente, sino el no hacer el bien que podríamos hacer.
Pidamos la Señor hoy por España, para que el gobierno que salga de estas elecciones haga las cosas bien, y pidamos también por nosotros, para que se nos conceda un corazón sensible como el de Jesús, atento a las necesitadas de las personas que el Señor nos pone en nuestro camino y dispuesto siempre a ayudar.

miércoles, 16 de noviembre de 2011

La mujer y los talentos

Homilía 13 de noviembre 2011
XXXIIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)
Día de la Iglesia Diocesana

La Gioconda
Leonardo da Vinci
                Muchas veces al leer o escuchar un texto de la Biblia nos extrañamos al constatar que refleja una cultura machista, o que se narran cosas que no son ejemplares, o que están presentes ideas desde hace tiempo superadas por los estudios científicos. Y esto extraña porque la Biblia contiene la Palabra de Dios, es una carta de Dios para nosotros y decimos que no tiene error porque Dios no nos puede engañar. ¿Cómo podemos casar estas dos cosas? ¿Cómo es posible que la Biblia sea al mismo tiempo revelación de la Verdad absoluta y que contenga muchas cosas discutibles? Estos días, por ejemplo, como es bueno que hagamos todos los cristianos leyendo una y otra vez toda la Escritura, estoy volviendo a leer por entero el primer libro de la Biblia, el Génesis. En este libro se narra entre otras cosas la historia de los patriarcas, de Abrahán. Isaac y Jacob. ¡Cuántas cosas éticamente inaceptables se hacían entonces! Y aún así, éstos eran elegidos por Dios, amigos de Dios, instrumentos del Señor para llevar a cabo la obra de la salvación de la humanidad y los veneramos como santos.
                La primera lectura de hoy es otro ejemplo de lo que estoy comentando. Se hace un elogio de la mujer hacendosa, laboriosa, y se dice que es una bendición para su marido. Y aunque esto es una ‘verdad como un templo’, como sabemos por experiencia, el texto del Libro de los Proverbios refleja claramente una mentalidad machista que habla de la mujer en función del hombre y no por sí misma, ni al revés, ya que también es verdad que un hombre trabajador y responsable es una bendición para su mujer. Otros muchos textos bíblicos, y no sólo del Antiguo Testamento, reflejan una cultura machista. Un ejemplo claro son las cartas de Pablo en que se habla del lugar de la mujer en la sociedad y la Iglesia. Tenemos, por tanto, que aprender a distinguir la Palabra de Dios del ropaje cultural en que se nos transmite, separar el vino de la copa que se utiliza para contenerlo y que puede no estar limpia ni ser muy bonita. La Palabra de Dios nos llega en y a través de palabras humanas que reflejan la cultura y mentalidad de una época y para entender correctamente el texto bíblico tenemos que hacer uso de la inteligencia que nos ha dado Dios, como certeramente indica san Ignacio de Loyola.
sexo vs. género
hablando-en-plata.blogia.com
                De todos modos, también tenemos que decir que el Señor, aunque aparentemente no rechace directamente una cultura y en un cierto sentido la asuma, también la va cambiando desde dentro. Introduce en ella un dinamismo que la va a ir transformando. Así, por ejemplo, Jesús da un lugar prioritario a la mujer en claro contraste con la cultura de su tiempo. Las tiene a su lado en su ministerio y en la cruz y son ellas las primeras en conocer la noticia de la resurrección y en ser enviadas a anunciarla. Y esta novedad introducida llevará poco a poco a un cambio en la consideración de la mujer en los primeros siglos del cristianismo respecto al mundo judío y pagano.
Sin embargo, también es de justicia reconocer que la Iglesia no siempre ha estado al lado de la mujer en su lucha por la igualdad con el hombre. Igualdad en la que es innegable que han tenido lugar muchos progresos en los últimos siglos, pero por la que queda todavía tanto por hacer. Desde la fe y también desde el evangelio de este domingo se nos pone en guardia contra un modo de llevar a cabo esta lucha que no es correcto. Es aquel que está presente en algunas proclamas feministas que exigen una igualdad entendida como nivelación entre hombre y mujer, y no como igualdad de dignidad y derechos civiles, pero respetando su naturaleza distinta. Esta segunda forma de entender la igualdad es la que defiende al Iglesia, ya que el hombre y la mujer, en contra de lo que piensan algunos partidarios — a veces inconscientes — de la ideología de género, son seres distintos, tienen talentos diferentes, aunque son iguales en dignidad y deben tener los mismos derechos civiles. El hombre y la mujer son diferentes por naturaleza y no sólo por educación. La diferencia que algunos llaman de género se fundamenta en una diferencia sexual real, como también señala el Libro de Génesis al decir que Dios creó “al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó, varón y mujer los creó” (Gn 1, 26).
Estos talentos de los que habla la parábola del evangelio de hoy los entendemos como esos dones naturales y sobrenaturales que distribuye el Señor como Él quiere. En esto podemos notar también otro ejemplo de cómo el cristianismo cambia la cultura desde dentro. El talento era una medida de peso y más tarde una moneda, pero hoy todos entendemos esta palabra en el sentido de las dotes, o aptitudes, que tiene una persona, y este cambio de significado se debe con toda probabilidad a esta parábola evangélica. Algunos de estos dones son propios de la mujer y otros del hombre, y otros son independientes del sexo. Se nos dice a través de la parábola que debemos ponerlos a trabajar para que den fruto. Con frecuencia esto no la hacemos porque somos holgazanes y negligentes, o porque tenemos miedo; miedo a personas o situaciones imaginadas o reales que nos bloquean e impiden que realicemos plenamente las potencialidades que nos ha dado el Señor. Puede ser miedo al Señor, que creemos muy exigente y tememos nos pida demasiado y, como el siervo de la parábola, escondemos nuestro talento en un hoyo. O miedo al ‘qué dirán’, al compromiso, a nuestra debilidad e inconstancia... Contra estos miedos debemos luchar para que los talentos que con tanta generosidad nos ha dado el Señor den su fruto. Da mucha pena ver hombres y mujeres que sólo realizan una pequeña parte de sus potencialidades cuando podrían hacer mucho más.
              Nos encomendamos a María, la nueva Eva, la mujer escogida por Dios para ser la madre de su Hijo, la llena de gracia, la que supo reconocer y agradecer lo que el Señor hizo con ella y lo puso todo al servicio de Dios y su plan de salvación, sin guardarse nada y sin miedo. ¡Qué ella nos ayude con su ejemplo e intercesión a decir también nosotros un sí pleno y valiente al Señor!




(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)

sábado, 12 de noviembre de 2011

Creer y amar en tiempos revueltos

Homilía 6 de noviembre 2011
XXXII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo A)

Alcuza de aceite
                Con frecuencia experimentamos que es difícil mantener encendida la llama de nuestra fe. El mundo en el que vivimos no nos ayuda: la mentalidad materialista dominante, para la que existe sólo lo que es material y perceptible con los sentidos corporales; el hedonismo que pone como finalidad de la vida la búsqueda del placer y un placer que se entiende también de forma material y mundana; el relativismo que niega la existencia de una verdad absoluta conocible que vale para todos; el positivismo que considera verdadero sólo lo que es verificable según el método de las ciencias naturales y relega la fe a un pseudo-conocimiento subjetivo y sentimental. Tampoco a veces la Iglesia nos ayuda a mantenernos firmes en la fe, con sus tantos cambios que nos desorientan, las distintas opiniones sobre temas importantes que encontramos entre sus representantes, y el mal ejemplo que damos. A esto se añade nuestra propia experiencia de la vida en la que sentimos con frecuencia la lejanía de Dios, su ausencia y el frío gélido de la nada. A veces anhelamos volver a sentir lo que sentíamos en los años de nuestra primera comunión, cuando todo parecía más sencillo y más claro y la presencia de Dios era una evidencia. Sobre todo cuando la vida nos sacude y nos quita nuestras seguridades, cuando experimentamos el dolor y el sinsentido, cuando los acontecimientos mismos parece que excluyen la posibilidad de un Dios bueno y omnipotente que cuida de sus criaturas, esta sensación de que Dios está ausente se hace más acuciante.       
La conocida y bellísima parábola del evangelio de hoy de las diez vírgenes nos ofrece una valiosa indicación de cómo mantener la lámpara encendida aunque el Esposo tarde, aunque sintamos su ausencia y tengamos dudas de fe. De estas diez vírgenes se nos dice que cinco eran necias y cinco sensatas, o prudentes, es decir precavidas, previsoras, porque junto con las lámparas llevaban una reserva de aceite. Habían previsto que el esposo podía tardar y que el aceite en sus lámparas podía no bastar y se habían llevado más aceite en alcuzas. Estas alcuzas con aceite de reserva que evita que se apaguen las lámparas hasta que llegue el esposo, las podemos interpretar de distintos modos, todos legítimos en la medida en que mantengamos el sentido fundamental de esta parábola. Yo las quiero entender hoy — en línea con lo que he dicho anteriormente y con las demás lecturas de la Misa — como ese deseo profundo de Dios, de su presencia y cercanía, que es ya oración y que nos ayuda a mantenernos fieles al Señor y vigilantes en la espera. Un deseo del que nos habla el salmista:
“Oh Dios, tú eres mi Dios, por ti madrugo,
mi alma está sedienta de ti;
mi carne tiene ansia de ti,
como tierra reseca, agostada, sin agua”.

Este deseo de Dios es ya oración y para san Agustín es la forma de orar incesantemente como nos pide el apóstol, ya que podemos seguir deseando a Dios mientras hacemos otras cosas o dormimos, como dice el Cantar de los Cantares: “Yo dormía, pero mi corazón velaba” (Cant 5, 2). Un deseo que muchas veces se vive como búsqueda de la Verdad y de la Sabiduría, como en la primera lectura, en la que se nos dice que esta búsqueda tendrá ciertamente su premio: la Sabiduría misma viene al encuentro de los que la desean y madrugan por ella. Este deseo profundo y a veces apremiante de Dios es el que tenemos que cultivar para que no se apague la llama de nuestra fe, sobre todo en los momentos difíciles, cuando es de noche. Y esto lo hacemos también con la oración. Ya el deseo mismo es oración, pero al mismo tiempo, se mantiene y cultiva en los momentos de oración. Una oración que muchas veces es una súplica insistente y esperanzada en la noche para que venga pronto el Esposo a visitarnos.

Sin embargo, la parábola nos enseña algo más acerca de la espera de Dios cuando sentimos su ausencia y la misma espera se vuelve pesada. Nos dice que junto a tener la lámpara de la fe encendida a través del deseo tenemos también que esperarle activamente. El resto del capítulo 25 de Mateo aclara más esta segunda enseñanza con la parábola de los talentos y la escena del juicio final que escucharemos los próximos domingos. Aunque la fe pueda ser difícil y sintamos que el Señor está lejos, tenemos que permanecer fieles y perseverantes en la realización de las buenas obras. No nos tenemos que rendir ni abandonar nuestro compromiso cristiano como los ‘hombres sin esperanza’ de los que habla san Pablo en la segunda lectura. Aunque se haga cuesta arriba el mantenernos fieles a las exigencias de la fe y nos sintamos acosados por todas partes, aunque tengamos dudas, aunque se nos haya cerrado el cielo y desconfiemos de la recompensa a tanto esfuerzo y tanto llevar la cruz, tenemos que seguir haciendo lo que el Señor nos pide.

books.google.es
Un ejemplo y modelo para todos nosotros muy claro de los que acabo de decir es la Beata Teresa de Calcuta. Gracias a un libro publicado hace algunos años, en 2007, que lleva como título Ven, sé mi luz, en el que se recogen algunas cartas suyas a sus directores espirituales, que ella no quería se hiciesen públicas, hemos descubierto que Teresa pasó los últimos casi 50 años de su vida no sintiendo la presencia de Dios, en la oscuridad más absoluta. Sin embargo, como virgen sabia y prudente se mantuvo en ella muy vivo el deseo de Dios, un deseo ardiente, una sed profunda que cultivaba con la oración aunque no sintiera nada. Junto a este deseo acuciante que era su forma de vivir la fe en la oscuridad, también se mantuvo ejemplarmente fiel en el ejercicio heroico de la caridad con los más pobres de los pobres.

                Creo que la Beata Teresa de Calcuta ha sido un gran regalo que ha dado Dios a su Iglesia y a la humanidad en este momento histórico, y su vida, sus escritos, estas cartas reservadas que gracias a la desobediencia providencial de algunos han salido a la luz, son un modelo de cómo vivir la fe y ejercer la caridad en momento revueltos, en tiempos de oscuridad y de ausencia aparente de Dios, y con una sonrisa siempre en la boca como tenía ella.




(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)

lunes, 7 de noviembre de 2011

El verdadero Espíritu de Asís: fe recta, caridad perfecta, humildad profunda

Estatua de orante en el jardín de san Damián
mirando hacia Santa María de los Ángeles (Asís)
Hace 25 años, el 27 de octubre de 1986, el beato Juan Pablo II presidía en Asís una Jornada Mundial de Oración por la Paz, con la presencia de los representantes de las principales religiones y de las Iglesias y confesiones cristianas. Según cuenta el cardenal Etchegaray, entonces presidente del Pontificio Consejo Justicia y Paz y uno de los máximos responsables de esa Jornada, la iniciativa surgió a raíz de una carta que había recibido el Papa un año antes de un distinguido físico, Weizsäcker, buen conocedor del peligro nuclear, pidiéndole que hiciera algo por la paz. De Juan Pablo II salió la idea de que fuese un encuentro celebrado en Asís, centrado en la oración, y con representantes no sólo cristianos, sino de todas las religiones. Según el cardenal vasco-francés, esto fue una “idea audaz, verdaderamente nueva y diría que profética” (entrevista en Vida Nueva). Yo comparto plenamente esta opinión. Creo que como otras iniciativas innovadoras del ‘gran’ Papa polaco, como las Jornadas Mundiales de la Juventud o las relacionadas con el matrimonio y la familia, fueron fruto de una auténtica inspiración del Espíritu Santo dada al sucesor del Pedro.
Primer Encuentro de Asís el 27 de octubre de 1986
(foto en Vida Nueva)
Por ello no es de extrañar que en algunos sectores de la Iglesia surgieran reservas, resistencias y a veces oposición frontal ante esta iniciativa. Así fue también cuando San Pedro, en otro contexto y sin querer exagerar la comparación, abrió la Iglesia a los gentiles con el bautismo de Cornelio y su familia (Hechos 11, 1-18). Un ejemplo conocido de esta oposición a la primera Jornada de Asís fue la de Mons. Lefebvre: “El colmo de esta ruptura con el magisterio anterior de la Iglesia se realizó en Asís, luego de la visita a la Sinagoga. El pecado público contra la unicidad de Dios, contra el Verbo encarnado y Su Iglesia, hace estremecer de horror. Juan Pablo II alentando a las falsas religiones a rezar a sus falsos dioses: escándalo sin medida y sin precedente”. Es innegable que una tal iniciativa que coloca — también visiblemente ante las cámaras — todas las religiones y los cristianos juntos en la búsqueda de un objetivo común mundano, corre el riesgo de ser mal interpretada en un sentido relativista, como si todas las religiones fueran iguales, y sincretista, como queriendo crear una religión universal válida para todos. Los trajes coloridos y ademanes peculiares de muchos al rezar también pudieron parecer poco serios a algunos. Cierta precaución, por tanto, es demandada para evitar falsas interpretaciones y dejar claro el significado de una Jornada como la de Asís. El mismo Juan Pablo II, al iniciarla en 1986, decía: “El hecho de que hayamos venido aquí no implica intención alguna de buscar entre nosotros un consenso religioso o de entablar una negociación sobre nuestras convicciones de fe. Tampoco significa que las religiones puedan reconciliarse a nivel de un compromiso unitario en el marco de un proyecto terreno que las superaría a todas. Ni es tampoco una concesión al relativismo en las creencias religiosas, ya que cada ser humano ha de seguir con sinceridad su recta conciencia con la intención de buscar y obedecer a la verdad. Nuestro encuentro testimonia solamente  —y éste es su gran significado para los hombres de nuestro tiempo — que en la gran batalla en favor de la paz, la humanidad, con su gran diversidad, debe sacar su motivación de las fuentes más profundas y vivificantes en las que se plasma su conciencia y sobre las que se funda la acción moral de toda persona”.
Chico en contra de la celebración de la Jornada
delante de Santa María de los Ángeles (27/10/2011)
En estas clarificadoras palabras de Juan Pablo II al comenzar la Jornada, precedidas también por otras intervenciones suyas parecidas en los Ángelus y Catequesis inmediatamente anteriores a ese primer encuentro interreligioso de Asís, podemos ver la mano del entonces cardenal Ratzinger, prefecto de la Congregación para la Doctrina de le fe. Él no estuvo presente en esa primera Jornada y se ha dicho que había confiado a algunos amigos íntimos sus reservas. Sin embargo, 25 años después, en el Ángelus del 1 de enero de 2011, Jornada Mundial por la Paz, sorprendió a todos cuando anunció que quería celebrar el 25 aniversario de aquella primera Jornada de Asís y en la misma ciudad. Y así lo hizo, teniendo yo la suerte de poder estar presente ese día en la ciudad del Santo seráfico e imbuirme del espíritu de Asís.
Discurso del Papa en el Encuentro
interreligioso ante la la Porziuncula
Santa María de los Ángeles (27/10/2011)
Esta decisión del Papa Benedicto XVI, después de la caída del muro de Berlín y de las Torres Gemelas, es una clara señal de que él también piensa que la iniciativa de su beato predecesor fue una inspiración divina. Ciertamente, la experiencia de las anteriores Jornadas ha llevado a introducir algunos cambios, varios de ellos para alejar aún más el riesgo de una posible falsa interpretación. Así, en esta ocasión, no ha tenido lugar una oración pública en común — que no común, que sería sincretista —, sino que los líderes religiosos han tenido la posibilidad de rezar en las habitaciones que se les habían asignado en el Convento de la Porziuncula, cerrando la puerta como manda Jesús en el evangelio. También se ha hecho más hincapié en el aspecto de peregrinación como recoge el lema ‘peregrinos de la verdad, peregrinos de la paz’, ya que todo ser humano, también el creyente en Cristo, es un peregrino que camina hacia la Verdad plena. El título también de la Jornada se ha ampliado para indicar que no es sólo un encuentro de oración, sino también de ‘reflexión y diálogo por la paz y la justicia en el mundo’. Junto a estas innovaciones y relacionada con ellas hay una que ha sorprendido a algunos y que es de suma importancia para esclarecer la intención del Papa: la presencia e intervención de personalidades no religiosas pero comprometidas con la búsqueda de la verdad y el progreso de la humanidad.
Estos cambios dan claramente a entender lo que persigue Benedicto XVI con esta Jornada y la teología que la sustenta. Joseph Ratzinger desde el comienzo de su pontificado ha señalado como uno de los peligros mayores para la fe la ‘dictadura del relativismo’, por tanto esta iniciativa querida este año personalmente por él no puede tener nada de relativista. Por otro lado, es un punto central de su pensamiento que la Verdad no es una fórmula o un conjunto de preposiciones, sino una persona, Cristo. Él, como presidente de la Congregación para la Doctrina de la Fe, fue el responsable de esa importante declaración sobre “la unicidad y la universalidad salvífica de Jesucristo y de la Iglesia” que se llama Dominus Iesu. Sin embargo, en su magisterio, Benedicto XVI también insiste mucho en que la verdad no la poseemos, sino que nos posee, y que a Dios no lo podemos considerar una propiedad nuestra. También reitera con frecuencia que la verdad no se puede imponer y que la genuina naturaleza de la religión es incompatible con el uso de la violencia, como dijo en el famoso discurso en la Universidad de Ratisbona y volvió a reiterar como mensaje central de esta Jornada de Asís. Otros principios teológicos que sustentan esta iniciativa son la unidad de toda la familia humana que tiene un sólo Creador y Padre y el común viaje que todos los hombres realizamos, que es también un viaje del espíritu hacia la verdad.
Tumba de san Francisco
Sin embargo, para aclarar aún más el fundamento teológico de esta Jornada de Asís en el pensamiento del Papa, fundamento que también justifica un auténtico diálogo interreligioso y lo promueve, hay que analizar la relación entre fe y humildad en los escritos y discursos de Joseph Ratzinger. Para él la verdadera fe del creyente en Cristo y la certeza que conlleva nada tiene que ver con la falsa seguridad del fanático intolerante, que en el fondo esconde una angustiosa inseguridad y es una huida hacia delante motivada por el miedo. La fe auténtica implica una profunda humildad, que es la virtud ligada al reconocimiento de la propia verdad y de los propios límites. El creyente sabe que la fe es un don inmerecido y que es sumamente frágil, suspendida sobre el abismo de la nada, y que es susceptible de crecer en un conocimiento cada vez más pleno de la Verdad que le ha sido revelada y de la que no es dueño. Este modo de vivir la fe posibilita un diálogo sincero con todo hombre religioso y con todo buscador de la verdad, entraña un proceso continuo de purificación, sabe que puede aprender de otros y con otros implicarse en la defensa de la dignidad del hombre y en la promoción del bien común de la humanidad. Unas palabras de Joseph Ratzinger en el libro-entrevista con Peter Seewald Dios y el mundo (Círculo de Lectores-Galaxia Gutenberg, Barcelona, 2002) así lo indican:
La fe nunca está sencillamente ahí, de forma que yo pueda decir a partir de un momento determinado que yo la tengo y otros no. Ya lo hemos comentado. Es algo vivo que incluye a la persona entera — razón, voluntad, sentimiento– en toda su dimensión. Entonces cada vez puede arraigar más profundamente en la vida, de forma que mi existencia se torne más y más idéntica a mi fe, pero a pesar de todo nunca es una mera posesión. La persona conserva siempre la posibilidad de ceder a la tendencia opuesta y caer.
La fe sigue siendo un camino. Mientras vivimos estamos de camino, de ahí que se vea amenazada y acosada una y otra vez. Y también es curativo que no se convierta en una ideología manipulable. Que no me endurezca ni me incapacite para pensar y padecer junto al hermano que pregunta, que duda. La fe sólo puede madurar soportando de nuevo y aceptando en todas las etapas de la vida el acoso y el poder de la falta de fe y, en definitiva, trascendiéndolos para transitar por una nueva época (p. 29).
Coro de santa Clara
Con todo, es otro texto más antiguo del actual Papa el que más aclara su pensamiento sobre la relación entre fe y humildad, certeza y duda, verdad y búsqueda, evangelización y diálogo. Es un texto que yo creo fundamental y también profético, aunque ha pasado muy desapercibido, y que no sólo justifica un acto como el de Asís, sino explica el fundamento que sustenta y da sentido al diálogo con otras religiones y con todo hombre que busca la verdad, al señalar lo que une al creyente y al no creyente. El texto se encuentra en el libro más famoso del teólogo Joseph Ratzinger antes de ser Papa, cuyo título es Introducción al cristianismo (consulta del libro en Catholic.net):
Prescindamos del ropaje literario. Creo que en esa historia se describe con mucha precisión la situación del hombre de hoy ante el problema de Dios. Nadie, ni siquiera el creyente, puede servir a otro Dios y su reino en una bandeja. El que no cree puede sentirse seguro en su incredulidad, pero siempre le atormenta la sospecha de que ‘quizá’ sea verdad. El ‘quizá’ es siempre tentación ineludible a la que uno no puede sustraerse; al rechazarla, se da uno cuenta de que la fe no puede rechazarse. Digámoslo de otro modo: tanto el creyente como el no creyente participan, cada uno a su modo, en la duda y en la fe, siempre y cuando no se oculten a sí mismos y a la verdad de su ser. Nadie puede sustraerse totalmente a la duda o a la fe. Para uno la fe estará presente a pesar de la duda, para el otro mediante la duda o en forma de duda. Es ley fundamental del destino humano encontrar lo decisivo de su existencia en la perpetua rivalidad entre la duda y la fe, entre la impugnación y la certidumbre. La duda impide que ambos se encierren herméticamente en su yo y tiende al mismo tiempo un puente que los comunica. Impide a ambos que se cierren en sí mismos: al creyente lo acerca al que duda y al que duda lo lleva al creyente; para uno es participar en el destino del no creyente; para el otro la duda es la forma en la que la fe, a pesar de todo, subsiste en él como exigencia (es iluminante leer todo el apartado sobre duda y fe en este libro de Joseph Ratzinger).
Hábitos de san Francisco y santa Clara
Es esta concepción de la ‘humildad de la fe’ la que ha llevado Benedicto XVI a invitar también a no creyentes a la Jornada de reflexión, diálogo y oración por la paz y la justicia en el mundo y a dedicarles una buena parte de su importante intervención. Incluso algunos han hablado, como el conocido vaticanista Andrea Tornielli, no sin razón, de una cierta predilección del Papa por los agnósticos. Esta concepción es también la que está detrás de la iniciativa del ‘Patio de los Gentiles’ de la que toma título este blog.
Vista de la Basílica de san Francisco durante el
Encuentro interreligioso de la tarde (27/10/2011)
Juan Pablo II convocó la primera Jornada en Asís y esto también forma parte de la inspiración divina que motivó esta iniciativa. Esta bellísima y pequeña ciudad de la Umbria, a menos de doscientos kilómetros de Roma, es la ciudad de san Francisco, el fundador de los franciscanos, el alter Christus, el primer estigmatizado, el pobrecillo, el reformador de la Iglesia, el que fue a predicar al sultán de los turcos aunque no pudo conseguir más que muestras de admiración y eso que buscaba el martirio. A esto se debe que los franciscanos tengan la Custodia de los Santos Lugares. La Oración Simple atribuida equivocadamente al santo en el siglo pasado es, a pesar de ello, un buen reflejo del espíritu del pobrecillo de Asís y está muy en sintonía con las primeras fuentes franciscanas:
Señor, haz de mi un instrumento de tu paz.
Que allá donde hay odio, yo ponga el amor.
Que allá donde hay ofensa, yo ponga el perdón.
Que allá donde hay discordia, yo ponga la unión.
Que allá donde hay error, yo ponga la verdad.
Que allá donde hay duda, yo ponga la Fe.
Que allá donde desesperación, yo ponga la esperanza.
Que allá donde hay tinieblas, yo ponga la luz.
Que allá donde hay tristeza, yo ponga la alegría.
Oh Señor, que yo no busque tanto ser consolado, cuanto consolar, ser comprendido, cuanto comprender, ser amado, cuanto amar.
Porque es dándose como se recibe, es olvidándose de sí mismo como uno se encuentra a sí mismo, es perdonando, como se es perdonado, es muriendo como se resucita a la vida eterna.

Encuentro intterligioso de la tarde ante la entrada a la
Basílica inferior de San Francisco (27/10/2011)
(foto Osservatore Romano)
                Si se tiene la suerte de poder visitar esta ciudad y rezar en la tumba del santo o ante la cruz original que habló a Francisco pidiéndole que reconstruyera la Iglesia que se estaba cayendo, y que se conserva en la Iglesia de santa Clara junto con otras reliquias, como los hábitos originales de los dos santos, o más aún, visitar el monasterio de San Damián, el primer lugar de Clara y su hermanas, las ‘pobres damas’ como entonces se llamaban, con su pequeño y sencillo coro, su dormitorio y el comedor, o la Porziuncula donde empezó la orden franciscana, o el Tugurio de Rivotorto, se puede percibir algo de ese Espíritu de Asís de que tanto se habla y que inspira estas Jornadas. Algo de este espíritu se puede encontrar en otra oración de san Francisco, esta vez original suya y que según las fuentes franciscanas rezaba delante del crucifijo de San Damián:
Alto y glorioso Dios,
ilumina las tinieblas de mi corazón
y dame fe recta,
esperanza cierta
y caridad perfecta,
sensatez y conocimiento, Señor, para hacer tu santo y veraz mandamiento.

Mons. Marco Frisina, al poner una bellísima y sugerente música a esta oración, añadió otra petición que está plenamente en línea con el pensamiento y la vida del pobrecillo de Asís: “dame humildad profunda”. La fe recta, la humildad profunda y la caridad perfecta constituyen la esencia del espíritu de Asís y del auténtico diálogo interreligioso y con los no creyentes, como también del compromiso conjunto por la paz.

San Francisco pintado
por Cimabue
(Basílica Inferior de Asís)
                Dos días después de la primera Jornada de oración por la Paz en Asís, hace 25 años, Juan Pablo II en un discurso a los representantas de las religiones no cristianas pedía que se ‘continuara difundiendo el mensaje de la paz, que se continuara viviendo el espíritu de Asís'. Y, desde entonces, se ha intentado vivir este espíritu de distintas formas, no todas acertadas. Con humildad profunda, fe recta y caridad perfecta lo podremos hacer, pero esto es fruto de la oración, y para nosotros los cristianos de la oración ante el crucificado, el príncipe de la paz, el que vino a reconciliar en la cruz lo que estaba separado. Francisco fue un enamorado de Jesús crucificado, tanto que se identificó en su mismo cuerpo con Él, y se volvió un hombre de paz. ¡Qué lo podamos ser también nosotros, siguiendo su ejemplo, imbuidos del Espíritu de Asís que aún se respira en esa ciudad, con fe recta, humildad profunda y unidos al Señor crucificado!

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)