martes, 23 de abril de 2013

Dios es algo tan grande que nada mayor puede ser pensado



Homilía Domingo 21 de abril de 2013
IV Domingo de Pascua (ciclo C) - Domingo del Buen Pastor
Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones
Memoria de san Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia
2765 cumpleaños de Roma

            Una de las cosas que más nos ayudan a crecer en nuestra vida cristiana es familiarizarnos con la vida
San Anselmo de Canterbury
Fuente de la imagen: blogs.anselm.edu 
de los grandes santos. La sociedad consumista en la que vivimos nos propone continuamente de forma explícita, y mucho más frecuentemente de forma implícita, modelos de personas a seguir para alcanzar el éxito y la felicidad que bien sabemos lo engañosos que pueden ser. Tener presente la vida de los grandes santos nos ayuda a contrarrestar esto, proponiéndonos a nosotros mismos modelos auténticos de una existencia cristiana y humana vivida en plenitud.

            Entre los grandes santos de la Iglesia, hoy, 21 de abril, hacemos memoria de san Anselmo, obispo y doctor de la Iglesia, una de las figuras más ilustres del siglo XI, un hombre verdaderamente europeo: nacido en Aosta, Italia, monje de la Abadía benedictina de Bec en Normandía, Francia, y finalmente obispo de Canterbury y primado de la Iglesia de Inglaterra. Fue un gran pastor, un gran teólogo y un gran místico. Una persona verdaderamente fascinante que nos incita a una vida cristiana más auténtica y valiente.

Como pastor defendió la libertad de la Iglesia contra las injerencias indebidas de los poderes civiles, especialmente de los reyes. Sabía bien que ‘la esposa de Cristo es libre y no esclava’; una expresión favorita suya era que “nada amaba tanto Cristo en este mundo como la libertad de la Iglesia”. Esto le llevó a ser perseguido y a sufrir el destierro. Sin embargo, cuando pudo volver a Inglaterra después de que le rey Enrique I renunciara a su pretensión de conferir las investiduras eclesiásticas y de confiscar los bienes de la Iglesia, fue acogido con mucho júbilo por el pueblo y el clero.

Catedral de Canterbury
Como teólogo fue el fundador de la escolástica que tan importante fue y sigue siendo para el pensamiento de la Iglesia. Gracias a este método de aproximación al misterio de Dios y de Cristo surgieron las grandes aportaciones teológicas de santo Tomás de Aquino, de san Buenaventura, de Duns Scoto, etc. En este método se parte del dato de la fe y se intenta comprenderlo mejor utilizando la razón: "No pretendo, Señor, penetrar en tu profundidad -decía-, porque no puedo ni siquiera de lejos confrontar con ella mi intelecto; pero deseo entender, al menos hasta cierto punto, tu verdad, que mi corazón cree y ama. No busco entender para creer, sino que creo para entender". Las expresiones ‘creer para entender’, ‘fe que busca el entendimiento’, fides quaerens intellectum, indican lo que caracteriza este método: partir del dato de la fe para aclararlo con la razón. En línea con esto san Anselmo propuso la famosa prueba ontológica de la existencia de Dios, defendida con entusiasmo por muchos pensadores y que tiene también no pocos detractores. Este argumento se basa en el concepto ‘innato’ que tenemos de Dios como de aquello de lo que no se puede pensar nada que sea mayor. Si esto es verdad, se debe predicar de él también la existencia, no solo en la mente de la persona que tiene tal concepto, sino en la realidad misma, ya que si no fuera así se podría pensar en algo que fuera mayor. Si esta prueba la consideramos a nivel solo argumentativo y racional no es válida, ya que tener un concepto de algo en nuestra mente no implica que existe. Sin embargo, partiendo de la idea de san Agustín del Dios intimior intimo meo –más íntimo a mi ser que yo mismo-, y partiendo de una fe inicial aunque no tematizada, esta prueba no sólo es válida, sino que nos orienta hacia una profunda experiencia de Dios.

De ahí que la tercera faceta de san Anselmo sea la que lo resume todo y nos da la clave fundamental
Mensaje para la Jornada de este año de Benedicto XVI
para entender su rica personalidad, es decir su dimensión mística, su profunda experiencia de Dios que marcó toda su vida a partir de un sueño que tuvo cuando era niño y que, no obstante su vida disipada de los primeros años de juventud, se hizo realidad al encontrarse con  Lanfranco de Pavía que lo llevó a hacerse monje en el monasterio de Bec. San Anselmo acoge el dato de la fe como un don, con humildad, para después hacerlo experiencia de vida, encarnarlo, y llegar así a una intuición contemplativa del misterio de Dios. Este camino para llegar a la experiencia mística, a la intuición contemplativa de los misterios de nuestra fe, es válido para todos los cristianos, y puede que hoy sea casi una necesidad. Decía el gran teólogo Karl Rahner que el ‘cristiano del siglo XXI o será un místico o no será'.

Este cuarto domingo de Pascua se llama también el domingo del ‘buen pastor’ porque se nos proclama una parte de capítulo 10 del evangelio de san Juan en el que encontramos esta imagen, o comparación, que se pone en los labios de Jesús para hablar de él y de su relación con nosotros. Puede que esta imagen no nos resulte muy familiar a nosotros, sin embargo tiene profundas raíces bíblicas y un importante significado existencial-relacional. En Jesús se cumplen las profecías mesiánicas de un pastor que apacentara según el sentir de Dios, único y verdadero pastor del pueblo elegido. Jesús es el pastor bueno -ó kalós-, bello, que quiere de verdad a sus ovejas, que las conoce a cada una por su nombre, que las cuida y protege y las conduce a los buenos pastos. Las ovejas también lo conocen a él; reconocen su voz entre otras; se fían de él.



Loba capitolina
Este domingo del buen pastor es también la Jornada Mundial de Oración por las Vocaciones. Nos unimos a toda la Iglesia pidiendo al ‘dueño de la mies que mande obreros a su mies’. Sabemos la necesidad que hay de pastores, de buenos pastores. También rezamos por los pastores que el Señor nos ha dado para que cumplan su misión con fidelidad y valentía. ¡Qué importante es para nuestra vida cristiana encontrarnos con buenos pastores que nos sepan conducir a la vida eterna, como lo fue para Anselmo encontrarse con Lanfranco!

Entre los pastores de la Iglesia ocupa un puesto destacado el que sucede a san Pedro como obispo de Roma. Hoy, 21 de abril, que es el día en que se celebra el cumpleaños de la ciudad eterna, rezamos especialmente por él, por el papa Francisco.

viernes, 19 de abril de 2013

El primado de Pedro: querido por Jesús y fundado en el amor



Homilía Domingo 14 de abril de 2013
III Domingo de Pascua (ciclo C)

Desde el pasado 11 de febrero, día en que Benedicto XI hizo pública su renuncia al “ministerio de
obispo de Roma, sucesor de san Pedro”, al constatar que sus ‘fuerzas por su avanzada edad ya no se
Papa Francisco y Benedicto XVI
Fuente de la imagen: vivienna.it
correspondían con las de un adecuado ejercicios del ministerio petrino’, hemos vivido momentos muy intensos de vida eclesial. Como miembros de la Iglesia hemos sido testigos de acontecimientos que nos afectan directamente y que hemos acompañado con nuestra oración: la renuncia, la sede vacante, el cónclave, la elección del papa Francisco y su primer mes de pontificado. El hecho de que todo esto nos toque tan de cerca, sea tan importante para nuestra vida, se debe principalmente a la función que ejerce el sucesor de san Pedro, al encargo que el Señor dio a este apóstol y que se transmite, según creemos los católicos, a su sucesor como obispo de Roma. Y del encargo que Jesús a dio a Pedro, de su primado, nos habla el evangelio de este tercer domingo de Pascua.

                En el último capítulo del evangelio de Juan , a modo de epílogo, encontramos el relato de una aparición, la tercera que se narra en este evangelio, que tiene lugar en Galilea, en el contexto de una comida que sigue a una pesca milagrosa y precede el encargo que el Señor da al apóstol Pedro. Es un relato que pretende indicar el fundamento del papel que desempeñan Pedro y el ‘discípulo amado’ en la primera comunidad cristiana. En esta aparición hay muchos elementos que recuerdan el comienzo del ministerio de Jesús en Galilea y la vocación de los primeros apóstoles: el lago, la pesca milagrosa, la multiplicación de los panes… Otros hacen referencia a la vida y a la misión de la Iglesia: la barca de Pedro, los peces, la red que no se rompe aunque contenga un gran número de peces –número que tiene un significado simbólico difícil de precisar -, las alusiones a la Eucaristía… Sin embargo, el diálogo entre Jesús y Pedro ocupa un lugar destacado en este epílogo del cuarto evangelio e ilumina mucho el momento eclesial que estamos viviendo.

                Jesús le pregunta a Pedro por tres veces si lo ama: ¿me amas tú? Es una pregunta franca del
Cristo y los apóstoles en la barca representando a la Iglesia que a través
de la historia lleva adelante la obra de la salvación
P. Rupnik - Centro Aletti
Fuente de la imagen: centroaletti.com
Señor muerto y resucitado, del que había pasado por la ignominia de la pasión y de la cruz, del que había entregado su vida por él. La respuesta de Pedro ya no puede referirse a un amor entusiasta inicial, sino tiene que ser la de un amor maduro, un amor incondicional, un amor que responde al que el Señor ha mostrado por él. Cuando Jesús le pregunta por tercera vez a Pedro si le quiere, el apóstol se entristece, quizás porque en ese momento recuerda su triple negación. Descubre así, a la vez, su miseria y el gran amor de Jesús que se carga con su pecado y lo redime, ofreciéndole la posibilidad de una nueva relación mucho más profunda, capaz de asumir y superar la traición. El amor que ahora Pedro manifiesta por Jesús es el de un pecador perdonado, de uno que ha descubierto la grandeza de la misericordia del Señor, de uno que ahora conoce el sentido y la verdad de la cruz. El amor que Jesús le pide a Pedro y que el apóstol dice tener es el de un amor que ha pasado por le experiencia pascual de muerte y resurrección y que ya es tan maduro y pleno que está dispuesto también al martirio: “cuando eras joven, tú mismo te ceñías e ibas a donde querías; pero, cuando seas viejo, extenderás las manos, otro te ceñirá y te llevará adonde no quieres. Esto dijo aludiendo a la muerte con que iba a dar gloria a Dios”. En la primera lectura vemos como Pedro anuncia con valentía ante el Sanedrín el misterio de Cristo y sale contento de ser ultrajado por el nombre de Jesús. Aún a costa de morir tiene muy claro que “hay que obedecer a Dios antes que a los hombres”. Esa pregunta que el Señor muerto y resucitado dirige a Pedro nos la dirige también a cada uno de nosotros: ¿me amas tú? ¿cómo me mas? ¿con un amor soberbio, inconstante, sentimental, infantil, o con un amor maduro, incondicional, de una persona que ha experimentado el perdón y es capaz de entregar su vida?

                Al recibir de Pedro por tres veces la respuesta que lo ama, el Resucitado le da el encargo de
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Cristo empujando los peces hacia la red
apacentar el rebaño también por tres veces. Algunos comentaristas han hecho notar que esta estructura de triple declaración refleja la de un contrato formal de aquellos tiempos y lugares. El amor que Pedro dice tener a Jesús se debe manifestarse concretamente en el servicio a los hermanos. El Señor no es el beneficiario directo del amor que le tenemos, sino los hermanos que debemos servir. Si no servimos y amamos a los hermanos, el amor que decimos tener al Señor no es auténtico. Cada uno está llamado a servir a los hermanos de manera distinta, según su vocación, su lugar en la Iglesia y en el mundo: Pedro y sus sucesores, ejerciendo el ministerio petrino de apacentar el rebaño del Señor como pastores universales, pero tú y yo, de acuerdo con el lugar en el que el Señor nos ha puesto, sea éste una parroquia, una familia, un trabajo, etc.

                El diálogo tan intenso y de tanto alcance entre Jesús y Pedro termina con una palabra que resume todo: “Sígueme”. Hace unos días recordábamos a Dietrich Bonhoeffer, ejecutado en el campo de concentración de Flossenbürg el 9 abril de 1945. Fue uno de lo grandes teólogos y testigos de la fe del siglo XX. En un libro suyo muy leído sobre el discipulado y lo que cuesta la gracia, decía: "Cuando Cristo llama a un hombre, él lo invita a venir y morir". Ser discípulo del Señor, seguirle, amarle de verdad, servir a los hermanos, implica estar dispuestos a compartir su misma suerte, a extender los brazos como él los extendió. Hizo muy bien este gran teólogo luterano en recordarnos que, paradójicamente, la gracia, aunque es gracia, aunque es regalo, cuesta muy cara. No hay un seguimiento de Jesús que sea ‘light’.

                En el evangelio de Juan, al primado que Jesús le da a Pedro, siguen unas palabras sobre el
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’discípulo amado’ que no se nos han proclamado hoy, pero que son importantes para entender los límites del ministerio petrino y la legítima pluralidad que debe existir en la Iglesia. Al preguntarle Pedro a Jesús por este discípulo, el Señor resucitado contesta: “Si quiero que se quede hasta que yo venga, ¿a ti qué? Tú sígueme”. No todo en la Iglesia debe ser controlado por Pedro y sus sucesores de forma directa; hay ámbitos de la vida de la Iglesia, de la vida del Espíritu, de la experiencia mística, que poseen su justa autonomía; de ahí la rica unidad en la pluralidad que caracteriza a la comunidad eclesial de todos los tiempos. Sin embargo, dentro de esta rica pluralidad hay algo que todos compartimos que es el seguimiento de Jesucristo.

Pidamos hoy, en este tercer domingo de Pascua, por el papa Francisco, para que ejerza con valor y fidelidad su ministerio a favor de los hermanos, un ministerio que tiene su origen en la voluntad de Cristo, como hemos vuelto a constatar este domingo. Pidamos también por toda la Iglesia, para que se fomente y respete la legítima diversidad en su seno, dentro de esa unidad que es fruto del Espíritu y a cuyo servicio está el sucesor de Pedro. Pidamos también por nosotros, para que sigamos con determinación a Cristo muerto y resucitado, dispuestos a compartir su suerte.

martes, 9 de abril de 2013

La dicha de creer en un acontecimiento que todo lo cambia



Homilía Domingo 7 de abril de 2013
II Domingo de Pascua - Domingo de la Divina Misericordia
Memoria de san Juan Bautista de la Salle

            La mayoría de nosotros coincidimos en que estamos atravesando un momento especialmente difícil
para nuestra sociedad, nuestro país, nuestras familias y también para la Iglesia. Percibimos a nuestro alrededor y en nosotros mismos mucha desesperanza, mucha tristeza y angustia, mucho sufrimiento y desconcierto, mucho pesimismo No solo la crisis económica, el paro, los desahucios, las tantas personas que encontramos pidiendo limosna en las calles y en el metro, los suicidios, sino también la crisis moral y de valores, la violencia contra las mujeres, las guerras…Nos despertamos muchos días con pena y preocupación ante todo esto y con la sensación de que el mal triunfa sobre el bien ‘como pasa siempre’, de que nuestro mundo y nuestra humanidad no tiene arreglo. Sin embargo, paradójicamente, esta circunstancia y estos sentimientos pueden abrir nuestros oídos para escuchar de un modo nuevo la buena noticia de la resurrección del Señor, ya que no es muy distinta nuestra situación a la de los discípulos que se habían encerrados temerosos en el cenáculo después de la crucifixión injusta e ignominiosa de su Maestro.

            En un principio puede que el hecho de la resurrección del Señor no nos parezca ‘relevante’ para
Fuente de la imagen: lavanguardia.com
nuestra vida, utilizando un anglicismo; puede que pensemos que la solución a la situación actual debe ser económica, política e incluso psicológica. Y en parte es verdad. La psicología, por ejemplo, puede aportar mucho, ya que, desde la perspectiva cognitiva con la que como psicólogo me encuentro más a gusto, es muy importante cuidar los pensamientos que acompañan nuestra percepción de la realidad. Ante la misma realidad podemos tener pensamientos distintos, que muchas veces surgen automáticamente, y que conducen a sentimientos y conductas diferentes; bien sabemos que con frecuencia estos pensamientos no son adaptativos, no son los adecuados que nos ayudan a sobrellevar bien las circunstancias y quizás tampoco se corresponden con los hechos, son irracionales. Sin embargo, aun reconociendo la importancia de estos factores psicológicos, como también de los económicos y políticos, al final se quedan cortos. En el fondo lo que de verdad nos puede salvar es un esperanza ultramundana, una esperanza que vaya más allá de este mundo limitado, que sea más fuerte que la muerte, que la injusticia, que la enfermedad y el pecado del hombre. El cristiano tiene un sólido fundamento para esta esperanza que es el hecho de la resurrección. Si el Señor ha resucitado ya nada es lo mismo, ya el mal no puede con nosotros, ya ha sido vencido.

            Este domingo de la Octava de Pascua es una de las ocasiones en que la noticia de la resurrección del Señor se nos anuncia con mayor fuerza. El pasaje evangélico que se nos ha proclamado parece escrito para este día. En él se narran dos apariciones de Jesús resucitado que tienen lugar dos domingos seguidos; una, el domingo de la resurrección por la tarde, después de que por la mañana los discípulos encontraran la tumba vacía, y la otra, el domingo siguiente, tal día como hoy. Los elementos presentes en los dos relatos indican los efectos de la resurrección de Cristo para nuestra vida: la paz que solo el resucitado nos puede dar, el envío, el don del Espíritu, el perdón de los pecados. Importante es también la figura del apóstol Tomás el incrédulo, que hace de lazo de unión entre las dos apariciones y sirve para que entendemos la diferencia entre los apóstoles, testigos ‘directos’ de la resurrección, y los demás creyentes, como nosotros, que no hemos visto al Señor resucitado pero que sin embargo creemos.

            Jesús llama bienaventurados a los que crean sin haber visto. La resurrección es un acontecimiento
Fuente de la imagen: eltestigofiel.org
real, un hecho verdaderamente acontecido, aunque por otro lado también es una realidad trascendente que supera la historia. Con la resurrección del Señor empiezan ‘los cielos nuevos y la tierra nueva’ prometidos por Dios; de ahí que el cuerpo de Jesús resucitado siendo siempre el mismo, es ahora glorioso y tiene características distintas. Jesús en su resurrección no vuelve a la vida anterior como le pasó a Lázaro, por eso el hecho mismo de la resurrección no fue visto por nadie. Sus manifestaciones sí fueron históricamente comprobables, como la tumba vacía y la experiencia de las apariciones; pero la realidad misma de la resurrección supera el orden de este mundo. Por eso decimos que la resurrección es objeto de fe: creemos en la resurrección, creemos sin haber visto. Creemos sobre la base del testimonio que ha llegado hasta nosotros -como el evangelio de hoy-, y gracias a la acción interior del Espíritu Santo que nos mueve desde dentro para que asintamos con la fe a este anuncio.

            El hecho de la resurrección de Jesús todo lo cambia. Ratifica la enseñanza de Jesús y su vida, su entrega por nosotros en la cruz. Valida que en él se nos da el perdón de los pecado y la reconciliación con Dios y la posibilidad de caminar en una vida nueva. Prueba que hay justicia y vida eterna y que podemos vivir sin ese temor a la muerte que nos esclaviza, tanto a la muerte física, como a las pequeñas muertes que constelan nuestra vida cotidiana.

            Hagamos entonces nuestro el saludo pascual, sintiéndonos dichosos por el don de la fe en la resurrección del Señor. Esta fe que nos da luz y una esperanza cierta también en medio de las crisis más profundas y difíciles.


¡El Señor ha resucitado! ¡Verdaderamente ha resucitado!

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

martes, 2 de abril de 2013

La pasión del Señor fue por mí y para mí



Homilía Domingo 24 de marzo de 2013
Domingo de Ramos en la Pasión del Señor (ciclo C)

Siempre que oímos la pasión del Señor nos conmovemos; este relato hace que resuenen cuerdas
La crucifixión blanca - Marc Chagall (1938)
          Art Institute de Chicago (USA)
          Obra favorita del papa Francisco (granda.com)
        
muy profundas de nuestro ser que tienen con ver con los sentimientos fundamentales de nuestra existencia, los que nos hacen parecidos a Dios. Yo me acuerdo de la primera vez que lo escuché de una maestra mía de Primaria sin saber que estaba hablando de Jesús; me puse a llorar a lágrima tendida. Entre estos sentimientos tan primordiales se encuentra el de la compasión, ‘com-patir’, ‘sufrir-con’. Es lo que sintió el buen samaritano de la parábola ante el que había sido dejado medio muerto por los ladrones. La palabra compasión tiene la misma raíz que pasión; viene del término latino passio que, a su vez, deriva del verbo pati, patior que significa padecer, sufrir, tolerar. De esta raíz también viene el concepto de paciencia que tiene mucho que ver con nuestra vida cotidiana, con nuestra vida en la familia y en el trabajo, donde muchas veces estamos llamados a unirnos a la cruz del Señor por amor y perseverar en ella. Hoy, en este domingo de Ramos en la Pasión del Señor, la Iglesia nos sitúa ante Cristo paciente como 'modelo de sumisión a la voluntad del Padre'.

Podemos escuchar el relato de la pasión de distinta maneras, como diversas eran las reacciones de las personas que presenciaron los acontecimientos esos días en que se llevaba a cabo la obra de nuestra salvación. Así nos encontramos en los relatos evangélicos con las diferentes actitudes de san Pedro, Judas, el Sanedrín, el pueblo, José de Arimatea, Poncio Pilato, Herodes, el buen ladrón, Simón de Cirene... Todas estas personas tocan con mano ‘algo’ que acontece delante de ellos pero reaccionan de modo distinto. Para algunos lo que le pasa a Jesús es externo a sus personas, no tiene mucho que ver con su vida y con sus preocupaciones y aspiraciones; para otros, es motivo de tristeza o de escándalo; para otros es oportunidad para sacar provecho, para rehacer amistades perdidas, o establecer su autoridad. Algunos piensan que ese Jesús ofende a Dios y lo más sagrado de su religión por lo que es preciso castigarlo o incluso eliminarlo. Nosotros, que hoy escuchamos este relato sabiendo el final de la historia, conociendo el hecho de la resurrección y del nacimiento de la Iglesia, somos conscientes de que tiene mucho que ver con nuestra vida, con lo más profundo de nuestro ser, que marca un antes y un después, que conlleva un cambio profundo en nuestra existencia en la medida en que lo acogemos con fe y lo celebramos en los sacramentos.

Una pregunta que nos puede ayudar a entender el significado de la pasión para nosotros hoy es la siguiente: ¿quiénes fueron los responsables de la pasión del Señor? ¿cuál fue su verdadera causa? ¿a quiénes podemos considerar culpables de ella? Después de la shoah, del holocausto del pueblo judío a manos de los nazis en la segunda guerra mundial, tenemos mucho cuidado a la de hora de hablar de la culpa del pueblo judío o de los sus jefes en la pasión del Señor. Sabemos que este tipo de ideas está relacionado con la persecución que ha sufrido este pueblo en los países cristianos a lo largo de los siglos. Sin embargo, teniendo claro que el antisemitismo es incompatible con la fe cristiana, sí es verdad que los evangelios aluden a la responsabilidad del pueblo y del Sanedrín en la condena a muerte de Jesús. Este dato no nos debería llevar a una interpretación sesgada de estos relatos, ni mucho menos a considerar a los judíos responsables colectivamente de la muerte de Jesús, sino a interrogarnos acerca del poder religioso en sí. Jesús es condenado como blasfemo; no se reconoce o no se quiere reconocer en él la presencia y la manifestación de Dios, y esto no solo porque choca con las expectativas judías, sino con las de todo tipo de religión. Pero Jesús también es condenado por el poder político, por Poncio Pilato. También en éste está presente el rechazo de aquel que ha venido para servir y no ser servido. Aunque la pasión y la muerte del Señor ‘estaban escritas’, es decir formaban parte del plan divino de salvación, esto no exime a cada cual de su responsabilidad, que en el fondo solo Dios conoce y puede juzgar.


Sin embargo, para entender realmente el alcance de la pasión del Señor y su significado para nuestra 
Lugar del martirio de san Maximiliano Kolbe
             (Auschwitz)
vida, tenemos que ir más allá de estas consideraciones sobre la responsabilidad de los protagonistas inmediatos y caer en la cuenta que los verdaderos responsables - o culpables - de la pasión y muerte el Señor somos cada uno de nosotros en la medida en que nos hacemos cómplices y perpetuadores del mal, del pecado del mundo. La pasión del Señor fue por y para cada uno de nosotros: fue causada por el pecado del que somos partícipes y fue para librarnos de esta esclavitud. Cuando nos damos cuenta de ello surge en lo más profundo de nuestro ser una verdadera com-pasión y com-punción que nos sana existencial y ontológicamente, y nos hace parecidos al Señor que en vez de condenar se carga con el pecado del mundo y lo vence a fuerza de bien.


¡Qué vivamos así los misterios que celebramos a lo largo de esta Semana Santa, haciendo memoria de acontecimientos que tienen que ver con nuestra vida y nos liberan del poder del mal!



(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)