Homilía
Domingo 16 de junio de 2013
XI
Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Una
de las experiencias más fundamentales de todo cristiano es la experiencia del
perdón, de
saberse y haberse sentido perdonado por Dios. Hasta que uno no la
hace, tiende a mantenerse encerrado en la cárcel de su propia autosuficiencia, a
mirar por encima del hombro a los demás, a juzgar y emitir sentencias implacables
contra los fallos de los otros. Cuando, en cambio, uno es alcanzado por el amor
incondicional y misericordioso de Dios, un amor que no juzga ni condena, un
amor que previene, regenera y levanta, que no exige, que es tal a pesar de
nuestras miserias, pobrezas y pecados, cuando se experimenta este amor surge
una nueva criatura, nace en nosotros una nueva forma de ser y actuar, pasamos
del antiguo al nuevo Testamento, de una religión del deber y la exigencia a una
del amor y el perdón.
Fuente de la imagen: catolicidad.com |
De
esa experiencia del perdón nos hablan las tres lecturas de este domingo. Y nos
hablan a nosotros que muchas veces somos como el fariseo Simeón del evangelio,
que no es consciente de sus pecados ―se habla mucho de eclipse del sentido del
pecado en la sociedad actual― y de la necesidad de ser perdonado, que se siente
justo ante Dios, que juzga a los demás y al mismo Jesús, que tiende a excluir a
los que no considera puros, como probablemente ocurría entre los judíos cristianos
rigoristas a los que Lucas tiene presente al escribir su evangelio.
La
primera lectura del segundo libro de Samuel hace referencia al pecado terrible que
cometió el rey David en su prepotencia, desfachatez y lujuria, acostándose con
la mujer de uno de sus soldados más fieles, dejándola embarazada, haciendo que
el soldado volviera de la guerra para acostarse con ella y esconder así su
fechoría, incitándole a desobedecer a la ley sagrada de la guerra, y finalmente
haciendo que le mataran. El profeta Natán hace caer en la cuenta a David de su
grave pecado y el rey se arrepiente sinceramente y es perdonado. Es un relato
que nos describe con mucha viveza el círculo vicioso del pecado que se va haciendo
cada vez más grande si no es roto con un acto de sinceridad, como también nos
habla de la grandeza del perdón de Dios con el hombre verdaderamente arrepentido.
Pero
es pasaje del evangelio el que probablemente nos llama más la atención. El
versículo más importante de la perícopa que se nos ha proclamado es ambiguo, y
yo creo que lo es a propósito, aunque en un principio pueda ser el resultado de
la unión de dos partes del relato originariamente independientes, es decir, la
parábola sobre las diferentes cantidades de dinero condonadas y lo que hace la
mujer pecadora con Jesús. El versículo es este: “Por eso te digo: sus muchos
pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le
perdona, poco ama”. Nos queda la duda de si las lágrimas de la mujer, sus actos
de amor para con Jesús, son de arrepentimiento o de alegría y agradecimiento, si
son consecuencia del perdón obtenido o su causa. Creo que las dos posibilidades
de interpretación son correctas, aunque lo que viene antes es el perdón. En un
principio y así es en nuestra vida, el amor cristiano que llega hasta el perdón
de los enemigos es consecuencia de haber sido perdonados por Dios, pero también
a veces puede ser verdad lo contrario: los actos de verdadero amor consiguen el
perdón divino; por eso la Escritura dice que ‘la caridad cubre una multitud de
pecados’. Los actos concretos de amor hacia los demás, especialmente hacia los
más pequeños −que por otro lado son ya fruto de la gracia que actúa en la
interioridad del hombre−, mueven el corazón de Dios hacia el perdón. Es lo que
se nos dice desde otra perspectiva en la alegoría del juicio final que encontramos
en el evangelio de san Mateo.
La segunda
lectura de la carta de san Pablo a los Gálatas nos revela algo de la vida
interior, de la intimidad de este gran apóstol. En el texto de esta epístola san
Pablo dice que vive crucificado con Cristo, que ya no es él el que vive, sino
Cristo; su ‘yo’ personal ha sido sustituido por el del Señor. También afirma con
unas palabras cargadas de fuerza espiritual que su vida presente, la ‘vida en
la carne’: la “vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí”.
Esta experiencia que hace el apóstol del amor de Dios y el perdón de sus pecados,
de la entrega del Hijo por él, marca toda su vida. Pablo
experimenta a la vez el amor y el perdón de Dios y su elección como apóstol. Su
enorme celo apostólico nace de esta experiencia.
Curiosamente
encontramos una experiencia análoga de amor y perdón en el papa Francisco, como
lo manifiesta el lema que ha elegido y que es el mismo de su consagración
episcopal, ya que hace referencia a lo que él define como ‘uno de los pivotes de
su experiencia religiosa’: miserando atque eligendo. El entonces arzobispo Bergoglio, en una de sus conocidas conversaciones
con los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, que salieron en un libro
de 2010 y que ha vuelto a editarse después de su elección, lo explica:
Explicación del escudo: vatican.va |
"La vocación
religiosa es una llamada de Dios ante un corazón que la está esperando
consciente o inconscientemente. A mí siempre me impresionó una lectura del breviario
que dice que Jesús lo miró a Mateo en un actitud que, traducida, sería algo así
como “misericordiando y eligiendo” Ésa fue, precisamente, la manera en que yo me
sentí que Dios me miró durante aquella confesión. Y ésa es la manera con la que
Él me pide que siempre mire a los demás: con mucha misericordia y como si estuviera
eligiéndolos para Él; no excluyendo a nadie, porque todos son elegidos para el
amor de Dios."
(p. 51; El Papa Francisco - libros.fnac.es)
En este
texto, el papa hace referencia a una confesión que hizo con un sacerdote que no
conocía en su parroquia porteña de San José de Flores cuando tenía alrededor de
17 años y que le llevó a descubrir su vocación sacerdotal; salió de ella con la
convicción de que “quería... tenía que ser sacerdote”.
¡Qué importante
es para todos nosotros sentirnos mirados así por el Señor, con una mirada de amor,
misericordia y elección! Es lo que sintió la mujer del evangelio antes de derramar
su perfume sobre los pies de Jesús, es lo que sintió Pablo en el camino de Damasco
y lo llevó a ser el más grande de los apóstoles, es lo que el joven Jorge
Bergoglio sintió un 21 de septiembre de hace muchos años. Esta mirada de amor y
perdón realmente consigue 'encender lo muerto' y 'convierte en milagro el barro',
como dice la hermosa canción de Silvio Rodríguez.
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)
Muchas gracias, Manuel, es una homilía preciosa y trascendental en nuestro camino con Cristo, que nos va transformado poco a poco en Él mismo. Que vivamos con la tranquilidad que Él puede transformar nuestro barro, buscando siempre su rostro.
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