jueves, 3 de marzo de 2011

El acoso a la familia

Intervención en el II Congreso Regional Familia y Sociedad
Alcobendas (Madrid), 3 de marzo 2011

LA SITUACIÓN DE LA FAMILIA EN NUESTRA SOCIEDAD


                En octubre 2008, en San Agustín de Guadalix, participé en el primer Congreso Familia y Sociedad con una intervención en la que me centraba en el plan pastoral que la Iglesia de Madrid había emprendido, centrado en la familia, y cuyo lema, que resumía bien lo que perseguía, era: Vive la familia, con Cristo es posible. Hoy, y volviendo a agradecer a los organizadores de este segundo Congreso su invitación, quiero centrarme sobre cómo vemos a la familia hoy, en nuestra sociedad, desde la fe. La conclusión a la que llego es que la familia está acosada y lo percibimos así no sólo desde la Iglesia, sino lo sienten y manifiestan así las mismas familias. Acoso que nace de distintos factores presentes en nuestro entorno que se entrecruzan y refuerzan mutuamente. Estos factores son los que quiero exponer hoy aquí.

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                Sin embargo, antes de delinear estos factores y para que no se me acuse de negativismo y dramatismo y de ver sólo las sombras sin tener en cuenta las luces, quiero empezar señalando los indudables e innegables avances que se han dado y están dando en los últimos años en nuestra sociedad en distintos aspectos relacionados con la familia. Entre ellos, cabe destacar los derivados del bienestar económico de las últimas décadas, el adelanto en los servicios sanitarios, en especial los relacionados con el embarazo y el dar a luz, la calidad de vida de los mayores, el acceso de la mujer al mundo del trabajo con la consiguiente mejora de su situación socio-económica, la mayor sensibilidad hacia la violencia doméstica. Hoy existe un mayor reconocimiento de la igualdad entre hombre y mujer, una mayor libertad en las relaciones y en la elección del matrimonio, una mayor responsabilidad y conciencia a la hora de transmitir la vida y de educar a los hijos, una mayor atención a la calidad de las relaciones interpersonales en la familia. Todo esto es innegable y así lo reconoce también la Iglesia en sus declaraciones y documentos, por ejemplo la Instrucción Pastoral de la Conferencia Episcopal Española La familia, santuario de la vida y esperanza de la sociedad(CEE, Asamblea Plenaria LXXVI, (27.IV.2001); n. 10).


No obstante junto a estos avances que no hay que minimizar, es preciso señalar también muchas ambigüedades y sombras que existen y nos preocupan a todos. Para no alargarme y dejando a un lado ofrecer datos estadísticos que sería bueno tener presente, indicaré una serie de factores — culturales, económicos, políticos, eclesiales — que a mi parecer influyen en la familia y que hacen que esté pasando hoy por una situación muy crítica. Una situación que yo llamo de ‘acoso’.
               
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Alcobendas (Madrid)
                Por un lado están los factores culturales entre los que cabe señalar el relativismo que niega la existencia de una verdad absoluta que valga para todos. En nuestra sociedad sus postulados filosóficos suelen mantenerse implícitos y normalmente son el nihilismo que niega el Ser como trascendental, o el agnosticismo que rechaza la posibilidad de conocer la verdad o, en algunos casos más sofisticados, el pensamiento débil que considera que el conocimiento se tiene que adecuar a un Ser que se ha debilitado deshaciéndose y fragmentándose. Este relativismo se considera que se adapta bien a nuestros valores democráticos y nos hace más tolerantes y se propone (o impone) desde los medios de comunicación, llegándose a instaurar lo que Benedicto XVI ha calificado como una ‘dictadura del relativismo’, en la que el único criterio de la verdad y el bien es el ‘yo’ y sus apetencias. Esta forma de pensar que se esconde muchas veces detrás de expresiones aparentemente inocentes que la vehiculan, como ‘distintos modelos de familia’, ‘familias alternativas’, ‘tolerancia’, etc., constituye un ataque formidable al matrimonio como realidad objetiva. Cuando junto al relativismo encontramos una debilidad moral del sujeto, incapaz de llevar a cabo lo que verdaderamente desea, se crea un fuerte obstáculo para realizar un proyecto serio de vida familiar. En la esfera moral, apareado al relativismo está el hedonismo, ya que no existiendo el bien objetivo, el criterio de lo bueno es el placer que provoca. Y con esto, en nuestro humus cultural, encontramos el utilitarismo, el individualismo, el materialismo y un sentimentalismo infantil. Así, el hombre y la mujer en sus relaciones laborales se comportan según el criterio de lo útil, instrumentalizando muchas veces al otro, y en la esfera interpersonal privada según lo que sienten, persiguiendo frecuentemente mitos como el del amor romántico y terminando también por utilizar al otro en beneficio propio. Esta ruptura interior del ser humano se manifiesta por otro lado en el ámbito de la sexualidad, donde el cuerpo se considera como algo que está separado de nuestro ser persona, y la sexualidad misma se escinde del matrimonio y del amor. Para muchos la raíz de todo esto está en el secularismo, en el prescindir o dar las espaldas a Dios, en el "rechazo que el hombre opone al amor de Dios" (Juan Pablo II, Exhortación Apostólica Familiaris consortio sobre la misión de la familia cristiana en el mundo contemporáneo [22.XI.1981]; n. 6). No sin razón y contra el falso mito del progreso, Juan Pablo II afirmaba: “Esto revela que la historia no es simplemente un progreso necesario hacia lo mejor, sino más bien un acontecimiento de libertad, más aún, un combate entre libertades que se oponen entre sí, es decir, según la conocida expresión de San Agustín, un conflicto entre dos amores: el amor de Dios llevado hasta el desprecio de sí, y el amor de sí mismo llevado hasta el desprecio de Dios” (Ibid.  La cita de S. Agustín es: De Civitate Dei, XIV, 28: CSEL 40, II, 56s ).

                Evidentemente, también los factores económicos influyen mucho en la situación del matrimonio y la familia. Los precios elevadísimos y muchas veces injustificados de las viviendas a pesar de la crisis económica, la precariedad del empleo y la dificultad que encuentra la mujer y también el hombre para compatibilizar el trabajo y la familia, son ciertamente condicionantes importantes a tener en cuenta. Aquí se nos pide a todos, hombres y mujeres, denunciar proféticamente situaciones injustas y apoyar a las familias en sus esfuerzos por conseguir mejores condiciones. También es necesario concienciar a los esposos y padres para que sepan dedicar el tiempo y las energías justas al trabajo sin descuidar a la familia.

                Entre los factores sociales es necesario señalar la influencia nefasta que pueden llegar a tener en nuestra sociedad los medios de comunicación. Carentes de un verdadero pluralismo político y mucho más cultural y preocupados sobre todo por los niveles de audiencia, suponen una seria amenaza para el bien del matrimonio y la familia. Transmiten explícita e implícitamente los valores de la cultura dominante de la que ya he señalado los rasgos esenciales; proponen modelos de conductas inadecuados y muy lejos de poder ser referentes morales; banalizan la sexualidad y menosprecian a la mujer y su cuerpo; denigran a la Iglesia y sus enseñanzas. De esta forma se hacen promotores del consumismo, de la exaltación de las relaciones prematrimoniales, de la manipulación y tergiversación de conceptos (‘género’ en vez de ‘sexo’, ‘tipos’ de familia, familia ‘tradicional’ etc.) de la normalización de las relaciones homosexuales... Muestran con frecuencia poco respeto hacia los niños y la tarea educativa de los padres, exhibiendo imágenes de violencia y sexo en el horario menos apropiado. Estos medios suponen con frecuencia una presencia constante en nuestras casas, un ‘caballo de Troya’, llegando a sustituir al diálogo entre los miembros de la familia y, lo que es peor, a ser una forma de acallar los conflictos sin resolverlos y de evitar que los padres se esfuercen para prestar atención a sus hijos. Es importante que los padres aprendan a hacer buen uso de estos medios, sabiendo dosificar su tiempo y escogiendo sabiamente los programas. También deben saber enseñar a sus hijos una aproximación crítica a la información que estos medios ofrecen. Por otro lado, es oportuno que las familias, solas o asociadas, defiendan sus derechos pidiendo una televisión – sobre todo pública – de calidad que les ayude en su tarea educativa, y que denuncien cualquier atropello a sus valores que son los que quieren transmitir a sus hijos.

                Atendiendo a todos estos factores que he señalado, es evidente que un una familia que intente vivir su ser desde el ideal cristiano o genuinamente humano se encontrará con bastantes dificultades en nuestra sociedad para llevarlo a cabo. Sufrirá ataques constantes desde distintos frentes. Se sentirá acosada. A su manera, es probable que haga experiencia de la persecución del justo de la que habla el libro de la Sabiduría: “Pongamos trampas al justo que nos fastidia y se opone a nuestras acciones; nos echa en cara nuestros delitos y reprende nuestros pecados de juventud. Presume de conocer a Dios y se presenta como hijo el Señor. Es un reproche contra nuestras convicciones y su sola apariencia nos resulta insoportable pues lleva una vida diferente a los demás y va por caminos diferentes” (Sab 2, 12-15). Es necesario formar a las familias para que sus convicciones puedan resistir a estas embestidas y crear una red de apoyo donde puedan encontrar otras familias que persigan sus mismos ideales y compartan sus mismas dificultades. De ahí la importancia de los grupos matrimoniales y de que las familias puedan encontrar en las comunidades eclesiales, en los colegios de inspiración católica, en los medios de comunicación afines, en los centros de ayuda para la familia, el apoyo necesario para poder decir sí a la voluntad de Dios.

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                Resulta evidente que las administraciones públicas tienen buena parte de responsabilidad en la situación del matrimonio y la familia en nuestra sociedad. Estos factores políticos tenemos que tomarlos en consideración con mucha seriedad en la coyuntura actual, donde se están desarrollando leyes que claramente atentan contra la familia, tales como la modificación del código civil que pone bajo un mismo paraguas jurídico indefinido el matrimonio y otros tipos de uniones cualitativamente distintas también en lo que se refiere a sus funciones sociales, desnaturalizándolo y debilitándolo. O la que agiliza los divorcios permitiendo el divorcio directo sin necesidad de separación previa, sin causa y decidido por una de las partes de manera unilateral. Es obligación de todo creyente y hombre de buena voluntad combatir con todos los medios lícitos estas leyes que minan el pilar básico de nuestra sociedad y manifestar digna pero firmemente su rechazo e indignación. Los pastores no podemos callar ante estos peligros y debemos animar y sostener a las familias para que defiendan de la forma más eficaz posible no sólo sus derechos, sino su mismo ser. Por otro lado, no sólo se promulgan leyes injustas, sino que tampoco se promueven iniciativas legislativas útiles que podríamos llamar auténticamente de política familiar. Así, las iniciativas se limitan a intervenciones asistenciales para corregir desigualdades y al plano puramente económico, sin tener en consideración los aspectos educativos, sociales, culturales, jurídicos, etc. y a las familias que necesitarían ayuda sin ser extremadamente pobres.

                También es deber señalar algunos factores eclesiales que influyen sobre el matrimonio y la familia. Aquí es honesto pronunciar un mea culpa, sobre todo como pastores. Es verdad que muchas veces nos hemos olvidado de la centralidad de la familia y su importancia a la hora de designar nuestros objetivos pastorales, como también hemos cuidado poco la preparación para el matrimonio y la celebración del sacramento. Por otro lado, el acompañamiento que hemos realizado de las familias una vez formadas y la ayuda que hemos prestado en situaciones difíciles no ha sido muchas veces la más adecuada. Tampoco hemos alentado con fuerza el justo protagonismo de las familias en la esfera pública. De todo esto somos conscientes, sobre todo después del Magisterio de Juan Pablo II y la centralidad que otorgó a la familia. Debemos, tanto los pastores como los laicos, comprometernos a cuidar más la familia, empezando por la nuestra, y ofrecer los medios apropiados para que la familia pueda encontrar la ayuda que necesita para vivir plenamente su vocación y pueda hacerse a su vez protagonista de la nueva evangelización de nuestra sociedad.


Enlaces con nocticia de la celebración del Congreso:

Enlaces relacionados con la polémica suscitada por la críticas de la oposición municipal:

Blogs con noticias del Congreso:

pedroalcorcon.blogspot.com

blogosferadealcorcon.com

vinuesa.espacioblog.com


(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro La buena noticia del matrimonio y la familia y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)

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