viernes, 18 de marzo de 2011

¿Es Dios quien nos tienta? El tobogán.


Disquisiciones sobre la tentación

Santo Job - Léon Bonnat
 Podemos considerar la cuestión a partir de la oración del ‘Padre nuestro’ y de las nuevas traducciones litúrgicas que se están proponiendo de la Biblia. Literalmente, la petición es: "no nos metas en tentación, antes bien, líbranos del Malo". En el Antiguo Testamento es verdad que Dios tienta, somete a prueba a los suyos. Pero en el Nuevo Testamento se dice: "Bienaventurado el hombre que aguanta la prueba, porque, si sale airoso, recibirá la corona de la vida que el Señor prometió a los que lo aman. Cuando alguien se vea tentado, que no diga: 'Es Dios quien me tienta’; pues Dios no es tentado por el mal y Él no tienta a nadie. A cada uno lo tienta su propio deseo cuando lo arrastra y lo seduce; después el deseo concibe y da a luz al pecado, y entonces el pecado, cuando madura, engendra muerte” (Carta de Santiago 1, 12-14). Por eso, aunque en latín se ha traducido la frase en la Vulgata según el sentido literal, ne nos inducas ('no nos sometas'), ya en antiguos manuscritos se había cambiado por 'no permitas que seamos sometidos'. En la nueva traducción litúrgica italiana se ha propuesto "no nos abandones a la tentación".

De todas formas, más allá de estas consideraciones, lo importante es saber qué estamos pidiendo a Dios Padre al rezar la oración que Jesús nos enseñó: ¿que no nos tiente?; ¿que no permita que seamos tentados?; ¿que cuando seamos tentados no nos deje desamparados?; ¿que no permita una tentación que vaya más allá de nuestras fuerzas? etc.

En el primer libro del Papa Benedicto XVI sobre Jesús, explicando esta petición, dice que "ciertamente, Dios no tienta... la tentación viene del diablo" y afirma que lo que imploramos en esta petición es: "Sé que necesito pruebas para que mi ser se purifique. Si dispones esas pruebas sobre mí, si das una cierta libertad al Maligno, entonces piensa en lo limitado de mis fuerzas. No me creas demasiado capaz. Establece unos límites que no sean excesivos, dentro del los cuales puedo ser tentado, y mantente cerca con tu mano protectora cuando la prueba sea desmedidamente ardua para mí" (Benedicto XVI, Jesús de Nazaret, Madrid, 2007; p. 199-200). San Agustín, para dar un ejemplo de una perspectiva distinta, sí distingue entre tentación que viene de Dios que edifica e instruye y la que viene del diablo que confunde.

Más allá de saber si es Dios el que tienta o el diablo, creo que lo más ayuda en el momento en que no sentimos tentados es pensar que toda prueba, como toda crisis, puede ser para nosotros ocasión para crecer o para retroceder, según la vivamos. Si viene de Dios o no, lo dejamos a su Misterio, sabiendo que Él de todas formas está a nuestro lado y lucha con nosotros. El peligro que entraña pensar que es Dios el que nos tienta, es que abre la puerta para decir que una grave enfermedad de un hijo o la muerte de un esposo, o el perder el trabajo, o un cáncer, etc. es querido por Dios para nuestra conversión. Esto no es aceptable ni verdad, aunque a veces se oye decir por algún catequista con poca formación teológica y con una idea algo mezquina de Dios. Lo que sí hay que afirmar es que el motivo de esa situación de extremo dolor es un misterio para el creyente en un Dios bueno, pero puede volverse para quien la vive en unión con el Señor ocasión para unirse más a Él, glorificar su nombre y santificarse.

Teresa del Niño Jesús
Es también interesante y útil la distinción que propone San Cipriano, de la habla también el Papa en el libro ya citado, entre los dos motivos por los que Dios concede que seamos tentados. Puede ser como penitencia para nosotros, para curarnos de nuestra soberbia y para que crezcamos en santidad o para Su mayor gloria. Tentación esta última que han tenido grandes santos, como santa Teresita, y que lleva a unirse más a la pasión del Señor, intercediendo así por los demás y haciéndose instrumentos de gracia para la humanidad. Son santos llamados a hacer presente  para su generación a Cristo víctima inocente por nuestros pecados.

La petición del ‘Padre nuestro’ de no abandonarnos en la prueba, hay que entenderla como otras súplicas que dirigimos al Señor, sabiendo que Él ya conoce lo que deseamos y no dudando que nos lo concederá. Sabemos que el Señor no nos va a abandonar, pero se lo pedimos porque nos hace bien a nosotros pedírselo. Es lo que dice san Agustín de la oración. El Señor sabe lo que nos viene bien antes de que se lo pidamos, pero el pedirle cosas nos ayuda a nosotros en nuestra relación con Él.
 
Salvador Dalí
Muy relacionado con este tema de la tentación y de quién proviene, está la consideración acerca de lo que sintió Jesús en la cruz y que expresó con esa frase tan desgarradora: “Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”. Esta es la tentación por excelencia, la de dudar de Dios, de su amor, de que nos cuida. Lo que sintió Jesús en la cruz es para nosotros un gran misterio. ¿Experimentó el abandono del Padre? ¿Dios quiso que su Hijo por nosotros y por nuestra salvación experimentara el infierno? Es probable que Jesús, como dicen muchos autores, como buen judío que era, recitara en ese momento el Salmo 22 haciéndolo suyo. Este Salmo empieza con esas palabras y es casi un resumen de todo el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Pero también puede ser cierto que Dios Padre haya querido que su Hijo amado sintiera y viviera por todos nosotros lo que significa el pecado como lejanía de Dios y que experimentara todo el dolor del mundo alejado de su Creador. Esto quizás nos puede ayudar a entender mejor esa tentación para la gloria de Dios de la que habla San Cipriano y que Dios concede a sus mejores amigos. Es la tentación que no necesita el santo para su conversión, porque ya es humilde, pero que Dios permite para que el santo se pueda configurar más al Señor, que siendo inocente se cargó con nuestros pecados, y así completar en su carne lo que falta a los sufrimientos de Cristo a favor de su Iglesia y de la humanidad.

                Volviendo a la pregunta inicial: ¿es Dios quien tienta? Yo contestaría diciendo que no lo sabemos. En la Escritura y en la Tradición de la Iglesia encontramos afirmaciones contrastantes sobre este tema. Desde un punto de vista racional, no nos parece lógico ni conforme con la idea que tenemos de Dios que sea Él quien tienta a su criatura. De todos modos, aún sin saber contestar claramente a la pregunta anterior, sí podemos afirmar rotundamente, y creo que esto es lo importante para nuestra vida, que la tentación, junto con ser ocasión para dudar de Dios y de su amor, es también ocasión para crecer en la fe y en el conocimiento y la confianza en Él. Viviendo la tentación unidos al Señor, podemos hacer que se vuelva para nosotros y para los demás momento de gracia, dándonos la oportunidad de vencer nuestra soberbia y egoísmo y de ofrecer nuestros sufrimientos, unidos a los de Cristo, por el bien de los hermanos y de la humanidad.

El tobogán


       Se ha definido la teología como ‘el arte de narrar cuentos acerca de lo divino’ (Anthony de Mello). De hecho, todo lo que se acaba de decir sobre la tentación y si es Dios quien tienta al hombre puede ser mucho mejor expresado por medio de un cuento, como el que pongo a continuación. Una gran amiga mía me lo propuso y fue lo que dio pie a mi reflexión. Pero como el lector constatará, este relato explica mucho mejor y de forma mucho más bella todo el tema...

Cuando era jovencita no podía entender que alguien dijera que Dios en ocasiones ponía a prueba nuestro amor. ¿Cómo Él que tanto me quiere me puede probar? Es inadmisible que un esposo ponga a prueba el amor de su esposa, eso no es honesto, pensaba yo.
Con el tiempo, me fui fijando en que en muchas citas de la Sagrada Escritura se hablaba de las pruebas de Dios al hombre (sobre todo del Antiguo Testamento) y fue un pensamiento, que aunque ahogaba diciéndome que no era posible, lo seguía teniendo en mi mente.
Hoy que ya no soy tan jovencita, creo que Dios — que nos conoce — nos trata como un padre y no como un esposo en el aspecto educativo. En muchas ocasiones actúa al igual que hacemos nosotros en nuestra labor de padres y madres: Sabemos que a nuestro hijo le ha llegado la edad de subirse al tobogán y pese a que vemos cómo nuestro hijo se resiste y le da un miedo atroz, un determinado día le subimos al tobogán más alto del parque. Hay un momento que nuestra mano no nos llega y el niño claramente se puede caer, pero lo debe intentar — se dice la madre por dentro —, debe saber deslizarse por el tobogán. La primera vez que el niño se encuentra en la parte de arriba del tobogán aprende muchas cosas: si pongo el pie en según qué sitio me caigo, debo tener cuidado, se dice, pero qué emoción siente arriba, solo, desprendido de la mano de su madre y de vez en cuando sacando el pie por el lateral del tobogán. Finalmente se desliza por la rampa (la madre rápidamente le espera abajo para recibirle) y siente un inmenso gozo. En rostro del niño se dibuja una sonrisa de satisfacción por haber superado el miedo y haber experimentado la sensación de bajar por el tobogán.

La madre se siente feliz porque el hijo ha sido capaz. En ningún momento ha querido que su hijo se cayera, pero para llegar a cubrir las etapas propias de su desarrollo, había que ponerle en situación de peligro sabiendo que había para él una buena salida. Ella confiaba plenamente en su hijo, y conocedora del peligro, le encomendó a los ángeles y a los santos, ¡incluso pidió ayuda a los otros hijos!, todo con tal de que superara esta prueba tan edificante. ¡Cuantas enseñanzas trae la experiencia del tobogán para el niño! ¡Cuán necesaria es!
Después de esto creo que San Agustín tiene razón: no todas las tentaciones son del demonio. Las de Dios edifican y sólo tienen una gran salida posible (además de la de bajar por la escalera): elegir el obedecer al Señor y bajar por la rampa. El niño con esta experiencia ha tenido nuevas sensaciones (y — por supuesto — no todas buenas: las ganas de hacer rabiar a su madre, por ejemplo. Debe purificar las malas sensaciones y no permitir que se hagan más grandes porque le pueden llevar a hacer barbaridades la próxima vez).

En definitiva, vencer la tentación es una experiencia vital de ejercicio de libertad, de crecimiento y de desarrollo en el camino de la vida. Sus frutos son el crecimiento, la fortaleza, la alegría y abrir nuevos horizontes.

1 comentario:

  1. Es difícil hacer un comentario sobre el tema principal de su homilía, tam magníficamente expuesto, en pocas palabras. He reproducido el texto para, más despacio, extraer de él todo lo más posible de su contenido para mi propia experiencia al respecto, pero sí me referiré a su elección del cuadro de Dalí sobre Jesucristo crucificado, "desde el punto de vista de Dios Padre", de ahí la perspectiva en que lo pintó, porque creo que refleja muy plástica y fundamentalmente el sentido de la homilia.
    Por toda la parafernalia mediático-provocativa que rodeó a Dalí toda su vida, ha quedado muy desvaída, -me cuesta calificarlo-, lo que yo creo más importante de él como persona, que no dejó de reflejarlo en sus cuadros, que es su, digamos, interes por la religiosidad, sus creencias, sus dudas sus certezas.
    La comtenplación de este cuadro, además de maravillarme como obra pictórica en sí, la verdad es que me despierta sensaciones místicas que me conmueven y me transportan a la meditación.
    Tal vez por mi afición a la pintura, esté más predispuesta a su influencia, en cualquier caso, a mí me ayuda como ayuda el arte en general, pues la belleza nos hace transcender de los sentidos más allá, incluso hacia lo divino.

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