martes, 9 de julio de 2013

Llevar con orgullo las marcas de Jesús por ser apóstol

Homilía Domingo 7 de julio de 2013
XIV Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Jornada Nacional de Responsabilidad del Tráfico
Recuerdo de Atenágoras I, patriarca de Constantinopla

Nguyen Van Thuan
Imagen: fabisart.blogspot.com
                No creo equivocarme si digo que cada uno de nosotros tiene algún texto bíblico que para él o ella es especialmente importante, quizás porque lo oyó proclamado o lo leyó en un momento muy señalado de su vida y le aportó luz, consuelo y orientación, o porque se refiere a algo que vive muy de cerca, o por otros muchos posibles motivos. Para mí un texto particularmente significativo desde que lo leí hace muchos años cuando estudiaba teología en Roma, es el final de la Carta de san Pablo a los Gálatas que hoy hemos escuchado como segunda lectura. Esta conclusión escrita con letras grandes por su propia mano, como dice el apóstol, a modo de firma de su escrito y subrayando la importancia de lo que dice, es como un resumen de los contenidos fundamentales de la carta, carta que es muy importante para conocer la vida de Pablo y su pensamiento. Hay muchos temas importantes presentes en estos pocos versículos, como el significado de la cruz, la utilidad de la Ley de Moisés y de la circuncisión para la salvación, la Iglesia como nuevo Israel, el cambio ontológico que supone la unión con Cristo que nos hace nueva creación, etc. Yo me quería detener brevemente en el tema de las “marcas de Jesús”. Dice el apóstol en este texto: “En adelante, que nadie me moleste, pues yo llevo en mi cuerpo las marcas de Jesús” (Gal 6, 17). ¿Qué son estas marcas? La palabra griega es stígmata y sabemos que han habido personas en la historia de la Iglesia que han portado lo que llamamos ‘estigmas’, heridas similares a las infligidas a Jesús en la pasión; entre ellas cabe destacar a san Francisco de Asís por los numerosos testigos que corroboran la veridicidad de estas heridas en su cuerpo, signo de su participación también somática en la pasión del Señor. Pero Pablo en el texto de la Carta a los Gálatas no se refiere a este tipo de marcas, sino a las cicatrices que lleva en su cuerpo a causa de su misión de apóstol del Señor. Como tal tuvo que sufrir muchas adversidades. Él mismo habla de ellas en la su segunda Carta a los Corintios comparándose con los presuntos ‘super-apóstoles’ que habían fascinado a esa comunidad; habla de fatigas, cárceles, palizas, peligros de muerte, largos y peligrosos viajes, naufragios, persecuciones, etc. Estas son las marcas que él lleva en su cuerpo, que le asemejan a Cristo y le unen al él. En la antigüedad, estas marcas, stígmata, se ponían a los esclavos y a los animales para indicar quien era su amo. Pablo sabe que estas marcas que son consecuencia de su misión de apóstol indican que es esclavo de Jesús y él se gloría de ellas y no de otras marcas en la carne como la circuncisión de la que se sentían orgullosos los que le perseguían. Ser apóstol, ser testigo del Señor, vivir los valores del reino, responder al mal con el bien, siempre conlleva tener estas marcas que son signo de la pertenencia a Cristo, de la unión con él y dan autoridad y credibilidad a quien las tiene. El papa Francisco habló hace unos días del cardenal vietnamita Van Thuan como “·testigo de la esperanza y ministro de la misericordia de Dios”, al finalizar la fase diocesana de su proceso de beatificación. Van Thuan en 1975, cuando era arzobispo de Saigón, bajo el régimen comunista, fue hecho prisionero a causa de su fe y permaneció trece años en la cárcel, de los cuales nueve en aislamiento total. En los Ejercicios Espirituales que dirigió a la Curia romana en el año 2000, después publicados en un libro titulado Testigos de esperanza, contó su experiencia en la cárcel y como se mantuvo cuerdo y fiel al Señor y a su sacerdocio en esa situación tan extrema. Esto es otro ejemplo de las marcas de Jesús de las que habla Pablo y que de un modo u otro llevan todos los que son verdaderamente apóstoles y testigos del Señor.

                De ser apóstoles nos habla el evangelio de este domingo que es casi un tratado sobre la misión de
Estigmatización de San Francisco de Asís (Giotto, 1325)
Basílica de la Santa Cruz  - Florencia (Italia)
la Iglesia, ya que nos indica quiénes son los que la deben llevar a cabo, cómo lo deben hacer, qué mensaje se debe transmitir, etc. Lo primero a destacar es que en el evangelio de san Lucas encontramos una misión de los setenta -o setenta y dos, según los manuscritos-, distinta a la previa misión de los Doce, pero con los mismos contenidos y métodos. Esto quiere decir que no solo los apóstoles y sus sucesores, los obispos y los sacerdotes, son lo encargadas de la misión de la Iglesia, sino todos. El Concilio Vaticano II insistió mucho en la misión de los laicos que no son sustitutos de los pastores cuando éstos faltan o no pueden llegar a todo, sino que comparten en primera persona, de acuerdo con su vocación específica, que es vivir en el mundo, la misión que Jesús ha encomendado a toda la Iglesia. De este modo, los laicos están llamados a ser fermento en el mundo, transformando sus estructuras y dando testimonio de los valores del reino en los ambientes en los que viven. Jesús también dice a estos 70 y a nosotros cómo se debe llevar a cabo la misión: con mansedumbre, como “corderos en medio de lobos”, sin prepotencia, y también con urgencia, sin ‘perder tiempo’ innecesariamente. Nos dice que para poder llevarla a cabo debemos ser libres, desprendidos de apegos materiales y afectivos. También nos dice el mensaje que debemos anunciar, que es la paz, la llegada del reino de Dios, el cumplimiento de las promesas divinas de las que habla Isaías en la primera lectura; en el fondo, hay que anunciarle a él, a Jesús, que es salvación para todos, ya que él es el ‘sí’ de Dios a todas sus promesas. El número de 72 recuerda el número de naciones paganas que se menciona en el Libro del Génesis poniendo de relieve la universalidad de este anuncio.

                También en el Salmo Responsorial con el que hemos rezado después de la primera lectura hemos
amazon.es
hecho alusión al mensaje que debemos transmitir: “Fieles de Dios, venid a escuchar, os contaré lo que ha hecho conmigo”. Lo que anunciamos es lo que hemos experimentamos, algo de lo que somos testigos. Por eso el Señor manda a los 70 de dos en dos, porque para que un testimonio fuera válido legalmente tenía que ser dado por dos o más personas. También les manda de dos en dos para que se apoyen mutuamente y para que a través de la relación entre ambos se constate la verdad de lo que anuncian. La relación entre los apóstoles, la vida misma de la Iglesia, es un signo de credibilidad junto con las curaciones y los milagros; debe mostrar la verdad de lo que se anuncia, de que se puede creer en lo que se dice. Hay una derivación importante de esto en la vida actual de la Iglesia y en su acción pastoral en relación al matrimonio y a la familia. Los que hemos trabajado muchos años en la pastoral familiar de la Iglesia sabemos lo eficaz que es el anuncio del evangelio hecho por un matrimonio, ya que la relación entre los cónyuges puede volverse un signo claro de la verdad de lo anuncian, de la buena noticia del amor y el perdón.


                Es también importante tener presente en nuestra a veces desalentadora tarea de anunciar el
evangelio, de ser apóstoles, lo que dice Jesús acerca del éxito y lo que debe ser el motivo de la verdadera alegría. Jesús invita a los 70 a no alegrarse por sus aparentes éxitos apostólicos, sino porque sus nombres están inscritos en el cielo. Lo que motiva la alegría de todo verdadero apóstol es su permanecer unido al Señor ahora y en la eternidad, haciendo su deber y si es el caso llevando las marcas de Jesús que son signo de su pertenencia a él.




                Este domingo también tenemos presente
Encuentro entre Pablo VI y Atenágoras I
Jerusalén, 5 de enero 1964
en nuestra oración al patriarca Atenágoras I de Constantinopla y la Jornada Nacional de Responsabilidad en el Tráfico. El lema de la Jornada de este año es: “
¿Qué luz te conduce? La fe te responsabiliza al volante”. Esta es una iniciativa que pretende sensibilizarnos acerca de un tema importante que nos afecta a todos. Muchas personas han perdido seres queridos en accidentes de tráfico y no nos viene mal que se nos exhorte reiteradamente a ser responsables al conducir. El patriarca Atenágoras murió tal día como hoy de 1972. Fue el que se abrazó con Pablo VI en Jerusalén en 1964. Este fue el primer encuentro entre los primados de las dos Iglesias, la de oriente y occidente, los dos pulmones de la única Iglesia como dijo Juan Pablo II, después de más de 500 años, y llevó a la revocación de los decretos de excomunión mutua de 1054 que escenificaron el gran cisma. Recordando al patriarca Atenágoras, rezamos por la unidad de los cristianos, tan deseada por Jesús y que es fundamental para hacer creíble nuestro anuncio del evangelio.

jueves, 4 de julio de 2013

Decidirnos por Cristo y ser verdaderamente libres


Homilía Domingo 30 de junio de 2013
XIII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Óbolo de San Pedro

            El concepto de libertad es uno de los más importantes en nuestra civilización occidental. Se hace
Fuente de la imagen: myriamoliveras.com
constantemente referencia a él en relación con distintos ámbitos de la vida personal y social. Así se habla de libertad de prensa, de opinión, de conciencia, de reunión, de religión, etc., libertades que están en la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos aprobada por la Asamblea General de las Naciones Unidas de 1948 que inspira muchos tratados internacionales y las constituciones de muchos países. Cuando aplicamos este concepto de libertad a nuestra vida personal y a la de personas cercanas, nos damos cuenta de varias cosas. Lo primero es que nuestra libertad está condicionada por muchos factores: el país en el que vivimos y la sociedad en la que estamos, nuestra historia personal, la familia en la que hemos sido criados, la escuela, etc. Algunos piensan que teniendo estos condicionamientos en cuenta no se puede hablar de verdadera libertad: el individuo estaría prácticamente determinado por factores externos –e internos- y su capacidad de elegir sería una mera ilusión y autoengaño. Sin embargo, esto no es verdad. Así lo demostró el gran psiquiatra austriaco del siglo pasado Viktor Frankl, fundador de una escuela de psicoterapia llamada logoterapia que se basa en la importancia que tiene para la salud psíquica de la persona tener un sentido para su existencia. Este médico de origen judío estuvo en los campos de concentración nazis de Dachau y Auschwitz y sobrevivió. En su famoso libro El hombre en busca de sentido cuenta con mucha objetividad su experiencia y expone los principios de la logoterapia. Observó que había un momento crucial en la vida de los prisioneros de estos campos que preanunciaba su muerte que era cuando se ‘dejaban ir’, se rendían, abandonaban la lucha por sobrevivir, y que ese momento estaba ligado a una pérdida de sentido vital. De ahí su propuesta terapéutica. Sin embargo, la observación más valiosa que hizo en estos ‘laboratorios de lo humano’ tan terribles relacionada con el tema de la libertad personal es su constatación que aún en esas condiciones tan extremas quedaba la libertad fundamental del ser humano, la libertad de decidir qué persona se quería ser, cómo se quería morir, cuáles valores se elegían, y así señala como algunos de los prisioneros entraban en las cámaras de gas maldiciendo a sus verdugos y otros rezando el Shemá o el Padrenuestro. En otras palabras, la libertad fundamente del ser humano de decidir qué ‘tipo de persona’ quiere ser no se la puede quitar nada ni nadie, y es de ésta de la que nos hablan los textos bíblicos de la misa de hoy.

            Una de las características fundamentales de esta libertad personal que siempre tenemos aun en las
Información del libro en wikipedia.org
condiciones más extremas es que se hace más grande, crece, en la medida en que tomamos decisiones sobre nuestra vida y el modo en el que la queremos vivir. Esto es paradójico puesto que muchos piensan justo lo contrario: que uno es más libre cuanto más abiertas permanezcan las posibilidades para hacer una elección, cuanto más pueda hacer lo que ‘me da la gana’, lo que ‘me pide el cuerpo’ en un momento dado. Sabemos que esta forma de pensar es errónea y puede ser muy nociva. Una persona que permanece indeterminada, que no sabe o no quiere decidirse, que quiere a todas las mujeres o a todos los hombres pero no termina eligiendo a nadie, o que no se decide pro ningún trabajo concreto, termina siendo mucho más esclavo, sujeto a circunstancias externas siempre cambiantes que no controla y a sus pasiones internas, y su vida no tiene una clara dirección, un claro sentido. ¿Son más libres unos novios que se deciden a vivir contracorriente –como decía el papa Francisco la semana pasada- su noviazgo posponiendo las relacionas matrimoniales plenas a cuando estén casados, u otros novios que viven según la mentalidad dominante que considera la otra modalidad como imposible y anacrónica? ¿Cuál de estos dos matrimonios una vez que se celebren tiene más posibilidad de durar, tiene mejor pronóstico? ¿El que se establece entre personas que hacen uso de su libertad tomando decisiones, o el de esas otras personas que se dejan llevar por los sentimientos del momento? Esta experiencia de como la libertad se hace más grande cuando elegimos, cuando optamos por algo, cuando se determina, es fundamental en nuestra vida cristiana y humana. Evidentemente, decidirse por algo implica renunciar a otras cosas, y esto nos puede dar miedo e incluso bloquear, pero al final es lo que da sentido a la vida y nos hace más libres.

            Es lo que nos enseña Jesús en el evangelio de hoy: Jesús “tomó la decisión de ir a Jerusalén”, más
Entrada de Jesús en Jerusalén - Giotto 1303-1304
Capilla de los Scrovegni - Padua (Italia)
Fuente de la imagen: famigliacristiana.it 

literalmente “endureció el rostro para encaminarse a Jerusalén”. Se nos describe así, con mucha fuerza expresiva, ese momento en que se toma con claridad y entereza una decisión importante y difícil que marca un antes y un después en la vida. El Señor sabe lo que le espera en la Ciudad Santa y asume su destino, hace suya la voluntad del Padre, decide con determinación entregar su vida “en rescate por muchos”, según lo que profetizó Isaías del Siervo de Yahvé. San Lucas da una especial importancia a este momento de la vida de Jesús, haciendo que coincida con el final de la primera parte de su evangelio, centrado en el ministerio de Jesús en Galilea y el comienzo de la segunda parte con su ascender hacia su fin. A partir de ese momento, el Señor también se vuelve mucho más exigente con los que él mismo llama para que le sigan, como con los que se proponen ellos mismos para ser sus discípulos. A partir de ese momento ya nos es tiempo de medias tintas sino de claridad, de hacer uso de la libertad fundamental que Dios nos ha dado tomando una decisión definitiva. Esto es lo que quiere indicar la radicalidad con la que Jesús contesta a los que le piden poder despedirse de su familia o enterrar a su padre antes de ir tras él. La respuesta deliberadamente exagerada, hiperbólica, de Jesús, no va contra la familia ni los deberes familiares, sino es un modo retórico de indicar la importancia de la acción de tomar una decisión clara por él y el reino de Dios sin anteponerle nada.

vatican.va


            Tomar una decisión así sin ‘mirar atrás’, una decisión por los valores del reino aceptando el sufrimiento que ello conlleva en un mundo como el nuestro, la cruz que implica, es lo que pide el Señor a nosotros que hemos sido llamados o que nos sentimos atraídos por él. Cuando tomemos esta decisión de una vez por todas, del mismo modo que Jesús la tomó, experimentaremos profundamente nuestra libertad, nos sentiremos verdaderamente libres, aunque ello signifique paradójicamente autolimitarnos, renunciar a otras cosas también bellas que nos ofrece la vida, y dirigirnos con determinación hacia nuestro destino, hacia lo que Dios quiere de nosotros, quizás hacia nuestro Gólgota.

jueves, 27 de junio de 2013

El papa Francisco y la invencibilidad de la cruz


Homilía Domingo 23 de junio de 2013
XII Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Solemnidad de Pentecostés en las Iglesias ortodoxas y orientales

Hace una semana el papa Francisco cumplía sus primeros cien días de pontificado, tiempo
Fuente de la imagen: practicaespanol.com
que le ha bastado para ganarse el cariño de los fieles y para suscitar grandes expectativas y esperanzas dentro y fuera de la Iglesia. Su sencillez, su cercanía a las personas, su preocupación por los más pobres y desfavorecidos, su sobriedad, su poner al centro de su ministerio el ser pastor, su insistir en la misericordia divina... todo esto y más cosas nos han vuelto a ilusionar a muchos después de momentos muy difíciles por los que hemos pasado -y digo esto sin querer quitar nada a la grandeza de los pontificados de Juan Pablo II y Benedicto XVI. No se trata de comparar sino de discernir y agradecer la acción de Dios en su Iglesia. En este sentido, dentro de este momento de gracia que estamos viviendo con el comienzo del pontificado del papa Francisco, junto a la capacidad de renovación que tiene la Iglesia, lo que realmente impresiona es su invencibilidad, cosa de la que yo estoy cada día más convencido según la promesa del Señor de que “el poder del infierno no la derrotará”. Por mucho que los hombres de Iglesia hagamos para destruirla, por muchos que las fuerzas del mal presentes y actuantes en este mundo la ataquen, por mucho que Satanás la asalte, la Iglesia no puede perecer, pero no por virtud propia, sino porque se funda en Cristo, más aún, porque surge de un acontecimiento que es un fracaso para el mundo, porque nace de la cruz. La Iglesia es invencible porque la cruz es invencible. Cuando la Iglesia se aleja de ella, cuando se vuelve mundana entremezclándose con los poderes de este mundo, pierde su razón de ser y salen a la luz todas sus miserias y su pecado. Cuando, en cambio, vuelve a su fuente, vuelve a la cruz, todo se pone en su sitio y brilla de nuevo el ser y la razón de ser de la Iglesia. Es esto lo que creo está pasando en estos primeros días del papa Francisco. Hoy percibimos con más claridad la trascendencia de aquellas palabras sobre la cruz que pronunció en la primera misa que celebró con los cardenales en la capilla Sixtina el día después de su elección:

"Este Evangelio prosigue con una situación especial. El mismo Pedro que ha confesado a Jesucristo, le dice: Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo. Te sigo, pero no hablemos de cruz. Esto no tiene nada que ver. Te sigo de otra manera, sin la cruz. Cuando caminamos sin la cruz, cuando edificamos sin la cruz y cuando confesamos un Cristo sin cruz, no somos discípulos del Señor: somos mundanos, somos obispos, sacerdotes, cardenales, papas, pero no discípulos del Señor."

(Homilía misa con los cardenales, Capilla Sixtina, jueves 16 de marzo 2013)


            Esta importante homilía del papa Francisco hace referencia al episodio de la confesión de fe
Fuente de la imagen: evangelio.wordpress.com
de Pedro que hemos escuchado en el evangelio de este domingo. En aquella ocasión, en la misa con los cardenales, se proclamó según la versión del evangelio de san Mateo, en la que se incluye el diálogo entre Jesús y Pedro en el que el Señor le da el primado sobre su Iglesia y en el que el apóstol rechaza el mensaje de la cruz. Hoy hemos escuchado el relato que nos ofrece san Lucas que omite este diálogo entre Jesús y el príncipe de los apóstoles, pero que sin embargo es el único de los evangelistas que pone de relieve el carácter cotidiano del tomar la cruz.

            Como acabamos de escuchar en el evangelio, después de que Pedro confesara su fe en Jesús como el Mesías y de que el Señor prohibiera divulgar esto para evitar malentendidos y anunciara su pasión, se explicitan los requisitos para ser su discípulo: “Si alguno quiere venir en pos de mí, que se niegue a sí mismo, tome su cruz cada día y me siga”. Solo Lucas añade a la exigencia de tomar la cruz, que esto hay que hacerlo cada día. ¿Qué significa concretamente esto? ¿Qué significa tomar la cruz y hacerlo cada día?

            Para entender esto y retomando lo que decíamos antes de los primeros cien días del papa Francisco y su poner al centro la cruz, quizás lo más apropiado es citar lo que él mismo hoy ha dicho antes del rezo del Ángelus comentando el evangelio de este duodécimo domingo del Tiempo Ordinario. En estas palabras del sucesor de Pedro se nos transmite con una autoridad que nace también de su entrega y coherencia de vida, el significado de la cruz que estamos llamados a tomar cada día y su invencibilidad:

 "Pero, ¿qué significa “perder la vida por causa de Jesús”? Esto puede suceder de dos maneras: explícitamente confesando la fe, o implícitamente defendiendo la verdad. Los mártires son el máximo ejemplo del perder la vida por Cristo. En dos mil años son una fila inmensa de hombres y mujeres que han sacrificado su vida por permanecer fieles a Jesucristo y a su Evangelio. Y hoy, en muchas partes del mundo son tantos, tantos, más que en los primeros siglos, tantos mártires que dan su vida por Cristo. Que son llevados a la muerte por no renegar a Jesucristo.
Pero también está el martirio cotidiano, que no comporta la muerte pero que también es un “perder la vida” por Cristo, cumpliendo el propio deber con amor, según la lógica de Jesús, la lógica de la donación, del sacrificio. Pensemos: ¡cuántos papás y mamás cada día ponen en práctica su fe ofreciendo concretamente su propia vida por el bien de la familia! Pensemos en esto. ¡Cuántos sacerdotes, religiosos y religiosas desarrollan con generosidad su servicio por el Reino de Dios! ¡Cuántos jóvenes renuncian a sus propios intereses para dedicarse a los niños, a los minusválidos, a los ancianos…! ¡También estos son mártires, mártires cotidianos, mártires de la cotidianidad!
Y después hay tantas personas, cristianos y no cristianos, que “pierden su propia vida” por la verdad. Y Cristo ha dicho “yo soy la verdad”, por tanto, quien sirve a la verdad sirve a Cristo. Una de estas personas, que ha dado su vida por la verdad es Juan el Bautista: precisamente mañana, 24 de junio, es su fiesta grande, la solemnidad de su nacimiento. ¡Cuántas personas pagan a caro precio el compromiso por la verdad! ¡Cuántos hombres rectos prefieren ir contracorriente, con tal de no renegar la voz de la conciencia, la voz de la verdad!"


sábado, 22 de junio de 2013

Solo el amor convierte en milagro el barro

Homilía Domingo 16 de junio de 2013
XI Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)


            Una de las experiencias más fundamentales de todo cristiano es la experiencia del perdón, de
Fuente de la imagen: catolicidad.com 
saberse y haberse sentido perdonado por Dios. Hasta que uno no la hace, tiende a mantenerse encerrado en la cárcel de su propia autosuficiencia, a mirar por encima del hombro a los demás, a juzgar y emitir sentencias implacables contra los fallos de los otros. Cuando, en cambio, uno es alcanzado por el amor incondicional y misericordioso de Dios, un amor que no juzga ni condena, un amor que previene, regenera y levanta, que no exige, que es tal a pesar de nuestras miserias, pobrezas y pecados, cuando se experimenta este amor surge una nueva criatura, nace en nosotros una nueva forma de ser y actuar, pasamos del antiguo al nuevo Testamento, de una religión del deber y la exigencia a una del amor y el perdón.

            De esa experiencia del perdón nos hablan las tres lecturas de este domingo. Y nos hablan a nosotros que muchas veces somos como el fariseo Simeón del evangelio, que no es consciente de sus pecados ―se habla mucho de eclipse del sentido del pecado en la sociedad actual― y de la necesidad de ser perdonado, que se siente justo ante Dios, que juzga a los demás y al mismo Jesús, que tiende a excluir a los que no considera puros, como probablemente ocurría entre los judíos cristianos rigoristas a los que Lucas tiene presente al escribir su evangelio.

            La primera lectura del segundo libro de Samuel hace referencia al pecado terrible que cometió el rey David en su prepotencia, desfachatez y lujuria, acostándose con la mujer de uno de sus soldados más fieles, dejándola embarazada, haciendo que el soldado volviera de la guerra para acostarse con ella y esconder así su fechoría, incitándole a desobedecer a la ley sagrada de la guerra, y finalmente haciendo que le mataran. El profeta Natán hace caer en la cuenta a David de su grave pecado y el rey se arrepiente sinceramente y es perdonado. Es un relato que nos describe con mucha viveza el círculo vicioso del pecado que se va haciendo cada vez más grande si no es roto con un acto de sinceridad, como también nos habla de la grandeza del perdón de Dios con el hombre verdaderamente arrepentido.

            Pero es pasaje del evangelio el que probablemente nos llama más la atención. El versículo más importante de la perícopa que se nos ha proclamado es ambiguo, y yo creo que lo es a propósito, aunque en un principio pueda ser el resultado de la unión de dos partes del relato originariamente independientes, es decir, la parábola sobre las diferentes cantidades de dinero condonadas y lo que hace la mujer pecadora con Jesús. El versículo es este: “Por eso te digo: sus muchos pecados han quedado perdonados, porque ha amado mucho, pero al que poco se le perdona, poco ama”. Nos queda la duda de si las lágrimas de la mujer, sus actos de amor para con Jesús, son de arrepentimiento o de alegría y agradecimiento, si son consecuencia del perdón obtenido o su causa. Creo que las dos posibilidades de interpretación son correctas, aunque lo que viene antes es el perdón. En un principio y así es en nuestra vida, el amor cristiano que llega hasta el perdón de los enemigos es consecuencia de haber sido perdonados por Dios, pero también a veces puede ser verdad lo contrario: los actos de verdadero amor consiguen el perdón divino; por eso la Escritura dice que ‘la caridad cubre una multitud de pecados’. Los actos concretos de amor hacia los demás, especialmente hacia los más pequeños −que por otro lado son ya fruto de la gracia que actúa en la interioridad del hombre−, mueven el corazón de Dios hacia el perdón. Es lo que se nos dice desde otra perspectiva en la alegoría del juicio final que encontramos en el evangelio de san Mateo.

La segunda lectura de la carta de san Pablo a los Gálatas nos revela algo de la vida interior, de la intimidad de este gran apóstol. En el texto de esta epístola san Pablo dice que vive crucificado con Cristo, que ya no es él el que vive, sino Cristo; su ‘yo’ personal ha sido sustituido por el del Señor. También afirma con unas palabras cargadas de fuerza espiritual que su vida presente, la ‘vida en la carne’: la “vivo de la fe del Hijo de Dios, que me amó hasta entregarse por mí”. Esta experiencia que hace el apóstol del amor de Dios y el perdón de sus pecados, de la entrega del Hijo por él, marca toda su vida. Pablo experimenta a la vez el amor y el perdón de Dios y su elección como apóstol. Su enorme celo apostólico nace de esta experiencia.

            Curiosamente encontramos una experiencia análoga de amor y perdón en el papa Francisco, como
Explicación del escudo: vatican.va
lo manifiesta el lema que ha elegido y que es el mismo de su consagración episcopal, ya que hace referencia a lo que él define como ‘uno de los pivotes de su experiencia religiosa’: miserando atque eligendo. El entonces arzobispo Bergoglio, en una de sus conocidas conversaciones con los periodistas Sergio Rubin y Francesca Ambrogetti, que salieron en un libro de 2010 y que ha vuelto a editarse después de su elección, lo explica:

"La vocación religiosa es una llamada de Dios ante un corazón que la está esperando consciente o inconscientemente. A mí siempre me impresionó una lectura del breviario que dice que Jesús lo miró a Mateo en un actitud que, traducida, sería algo así como “misericordiando y eligiendo” Ésa fue, precisamente, la manera en que yo me sentí que Dios me miró durante aquella confesión. Y ésa es la manera con la que Él me pide que siempre mire a los demás: con mucha misericordia y como si estuviera eligiéndolos para Él; no excluyendo a nadie, porque todos son elegidos para el amor de Dios."

En este texto, el papa hace referencia a una confesión que hizo con un sacerdote que no conocía en su parroquia porteña de San José de Flores cuando tenía alrededor de 17 años y que le llevó a descubrir su vocación sacerdotal; salió de ella con la convicción de que “quería... tenía que ser sacerdote”.


¡Qué importante es para todos nosotros sentirnos mirados así por el Señor, con una mirada de amor, misericordia y elección! Es lo que sintió la mujer del evangelio antes de derramar su perfume sobre los pies de Jesús, es lo que sintió Pablo en el camino de Damasco y lo llevó a ser el más grande de los apóstoles, es lo que el joven Jorge Bergoglio sintió un 21 de septiembre de hace muchos años. Esta mirada de amor y perdón realmente consigue 'encender lo muerto' y 'convierte en milagro el barro', como dice la hermosa canción de Silvio Rodríguez.

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial) 

lunes, 17 de junio de 2013

El cambio que supone el encuentro con Cristo


Homilía Domingo 9 de junio de 2013
X Domingo del Tiempo Ordinario (ciclo C)
Memoria de san Efrén, diácono y doctor de la Iglesia

Conversión de San Pablo
Caravaggio (1600-1601)
Iglesia de Santa Maria del Popolo, Roma (Italia)
Una de las afirmaciones más citadas de Benedicto XVI, hoy papa emérito, quizás la que más, la encontramos en el primer capítulo de su primera encíclica Dios es amor (Deus caritas est): "No se comienza a ser cristiano por una decisión ética o una gran idea, sino por el encuentro con un acontecimiento, con una Persona, que da un nuevo horizonte a la vida y, con ello, una orientación decisiva". Lo que de verdad cuenta en una vida cristiana, lo que de verdad nos hace cristianos, es encontrarnos con Cristo, un encuentro que todo lo cambia. Este encuentro puede tener lugar de diferentes modos, en distintos lugares y tiempos: en la soledad de una habitación, en una celebración litúrgica, en un retiro, en un gran evento eclesial como la Jornada Mundial de la Juventud, en contacto con la naturaleza... Sin embargo, hay algunos elementos que suelen estar siempre presentes en estas experiencias y que nos ayudan a discernirlas: acontecen en relación directa o indirecta con la Iglesia que es mediadora del encuentro con Cristo y con frecuencia tienen lugar en una situación que el psicólogo y filósofo existencialista alemán Karl Jaspers llama ‘situación límite’, es decir, en una situación que empuja hacia un cambio, de desafío, a veces de desesperación en la que no se ve una salida, o en la que no se encuentra un sentido, o de gran búsqueda interior, y que se resuelve a través de una ruptura inesperada con lo que había antes, con la aparición de un nuevo sentido y de una nueva realidad. Muchos de nosotros hemos experimentado esto en un momento dado de nuestra vida en relación con Cristo, y es lo que hace que estemos aquí hoy en esta celebración litúrgica para renovar esta experiencia y nuestra alianza con el Señor que de ella surge.

            En el evangelio y en la segunda lectura de hoy se hace mención de dos de estas experiencias de
Fuente de la imagen: aleteia.org
encuentro con el Señor que todo lo cambian. En el evangelio, Jesús se topa con un cortejo fúnebre que va saliendo por la puerta de la pequeña ciudad de Naín llevando un ataúd con el cuerpo de un muchacho, hijo único de una madre viuda. Jesús, al ver a la madre, se conmueve, siente lástima, se acerca, y le dice: “no llores”. La viuda se encuentra con el único que puede cambiar su suerte, con el que es más fuerte que la muerte, con el que tiene poder de resucitar. El milagro que hace Jesús es signo y anticipo de la su victoria definitiva sobre el pecado y la muerte, del reino de Dios que con él se inaugura. ¡Cuántas veces en mi vida sacerdotal he experimentado con gran sorpresa este poder del Señor que sale al encuentro de quien esté desesperanzado, del enfermo incurable, de la persona a la que se le ha muerto un ser querido, y todo lo cambia, haciendo surgir un nuevo sentido y un nuevo horizonte donde antes había solo dolor y muerte! Decía un conocido padre espiritual jesuita que los sacerdotes nunca podemos tirar la toalla ante cualquier situación por desesperada que parezca, porque el Señor todo lo puede. El encuentro con Cristo hace que se viva la enfermedad y la muerte de un modo distinto, incluso como una bendición. Hace unos días, al celebrar el XXV aniversario de mi sacerdocio, me llegó una carta de un compañero que también celebraba esos días lo mismo. A él le habían diagnosticado un cáncer y nos invitaba a dar gracias a Dios con él por su sacerdocio, pero también por su enfermedad que consideraba “una caricia de Dios”. Los que se han encontrado con Cristo muerto y resucitado pueden realmente hacer suyas las palabras del salmista con las que acabamos de rezar: “cambiaste mi luto en danzas”.

            En la segunda lectura de la Carta de san Pablo a los Gálatas tenemos una de esas frecuentes referencias que hace el apóstol al acontecimiento de Damasco, a su encuentro con Cristo camino de esa ciudad, a la que iba para perseguir a los cristianos. Un encuentro que supuso un cambio radical en su vida, tanto externamente, de perseguidor de la Iglesia a apóstol, como interior, de fariseo que se salva por las obras, a cristiano que se salva por la fe. En el texto de la Carta a los Gálatas, Pablo describe esta experiencia como una “revelación del Hijo en él”: “Pero, cuando aquel que me escogió desde el seno de mi madre y me llamó por su gracia se dignó revelar a su Hijo en mi, para que yo lo anunciara a los gentiles...”. Este acontecimiento hace entender al apóstol el significado de aquel Cristo a quien perseguía; le hace comprender que Cristo murió por él, que en Cristo se le perdonan los pecados, que la salvación que tanto anhelaba depende de la fe en el crucificado-resucitado y no en el cumplimiento de la Ley. De ahí nace casi por consecuencia lógica su misión a los gentiles, a los no judíos, ya que la obra de Cristo es también para ellos, como había establecido Dios en su designio eterno. Este ‘insight’ de Pablo camino de Damasco, esta revelación que recibe, es para él es tan fundamental que no permite a nadie ponerla en discusión; para Pablo el evangelio de la gracia que predica es de origen divino y quienquiera que enseñe otra cosa ‘sea anatema’. A nadie, ni a Pedro, le consiente menoscabar la libertad que tenemos en Cristo.

A la luz de estos dos encuentros con Cristo que nos presenta la Liturgia de la Palabra de este X
Fuente de la imagen: aciprensa.com
Domingo del Tiempo Ordinario, podemos hacer memoria y renovar los nuestros. Cada Eucaristía que celebramos es una nueva ocasión para encontrarnos con él, ya que se hace realmente presente y re-actualizamos su entrega por nosotros en la cruz que todo lo cambia.


Hacemos hoy también memoria de san Efrén, gran padre de la Iglesia de Siria, gran cantor de las maravillas de Dios, “arpa del Espíritu Santo” se le llamaba. Era diácono y se sentía indigno de ser sacerdote; las veces que el pueblo intentaba conseguir ordenarlo presbítero u obispo se fingía loco para evitarlo. Pedimos hoy de un modo especial por su tierra y las Iglesias y comunidades cristianas que en ella peregrinan en estos momentos muy difíciles para ese país.

jueves, 6 de junio de 2013

La Eucaristía: presencia, memoria y anticipo del futuro


Homilía Domingo 2 de junio de 2013
Solemnidad del Santísimo Cuerpo y Sangre del Señor
Día nacional de la Caridad

            El jueves pasado tuve la gran dicha de acompañar al obispo copto católico de Assiut a Toledo, para
Procesión del Corpus en Toledo
que participara en la misa de rito mozárabe de la solemnidad del Corpus en la Catedral y en la posterior procesión por las calles de la histórica ciudad imperial. Fue una dicha por varias razones. Primeramente, por estar con un obispo de una ciudad del alto Egipto, de una Iglesia que vive en una situación muy distinta de la nuestra y muy difícil, en un país oficialmente islámico donde los católicos son una minoría dentro de la minoría cristiana, que con frecuencia es discriminada por el Estado y sufre persecución de manos de musulmanes radicales. Estar con este obispo como signo de cercanía y apoyo a su comunidad y darle la posibilidad de conocer una expresión genuina y pública de fe del pueblo español fue un regalo para mí y también para él, como después me dijo. Sin embargo, la razón fundamental de la dicha que tuve ese día fue participar en un acto auténticamente religioso y bellísimo, que manifestaba una fe profunda por parte de un pueblo -vestido de gala para la ocasión- en la presencia real del Señor en el santísimo sacramento. Eso es en definitiva lo que movía y justificaba todo aquel gran acontecimiento que se lleva celebrando desde 1595 y que induce a los que participamos en él a renovar con vigor nuestra fe eucarística. ¡Cuánta devoción hacia la Eucaristía! Cuando empezó a moverse la famosa custodia de Arfe con la sagrada forma para salir de la Catedral, el animador del acto dijo con voz solemne: “Dios está aquí”, resonando sus palabras con fuerza en ese templo gótico, haciéndonos sentir que así era, que Dios estaba realmente presente de una forma especial a través de esa apariencia de un trocito de pan.

            La fiesta que hoy celebramos aquí en Madrid, y que siguiendo la tradición antigua se celebró el jueves pasado en Toledo, surge a mediados del siglo XIII para conmemorar la presencia real del Señor en el sacramento de la Eucaristía. Es presencia verdadera, no simbólica. Bajo las especies del pan y el vino, el Señor está, misteriosamente, pero realmente presente. Así ha querido él permanecer entre nosotros. Es verdad que el Señor esta presente de diversos modos y en todas partes: en la naturaleza, en nuestro interior, en el acontecer de la historia, pero lo está de un modo singularísimo en la Eucaristía.

            Sin embargo, la Eucaristía, junto a ser presencia real del Señor, es también memorial y anticipo del
Iglesia de Santa María della Pietà  (Bologna) - 1585
futuro, como se pone de relieve en las la lecturas de la Misa del Corpus de este año. En la segunda lectura se nos ofrece el relato más antiguo que tenemos de la institución de la Eucaristía, ya que la primera Carta del apóstol Pablo a los Corintios fue escrita antes que los evangelios, alrededor de veinte años después de esa noche de la última cena en la que el Señor “iba a ser entregado”. Para corregir algunos abusos y desviaciones que se daban en la celebración de la Cena del Señor en esa comunidad, Pablo les recuerda lo que él les había enseñado, y que él mismo había recibido como una “tradición que procede del Señor”. Recordándoles los gestos y las palabras de Jesús, Pablo insiste en el aspecto sacrificial del acto, ya que se habla de cuerpo entregado y de sangre, con una clara alusión al acontecimiento del Calvario y a la salvación que él se nos brinda. Al celebrar la Eucaristía se proclama la muerte del Señor y por eso hay que participar dignamente en ella, discerniendo el cuerpo del Señor. En la Eucaristía hacemos memoria del Señor, de su entrega por nosotros en la cruz, y nos ponemos en una continuidad histórica y también material con él y su muerte en cruz.

            Pero la Eucaristía también es anticipo del futuro, de la plenitud del reino de Dios que aguardamos. En  el texto de la Carta a los Corintios Pablo dice que debemos celebrarla hasta “que vuelva”. La Eucaristía es para este tiempo intermedio entre la primera venida del Señor y la Parusía, cuando volverá a instaurar definitivamente su reino; es para este tiempo entre el ‘ya’ de la salvación obtenida en la cruz, y el ‘todavía no’ de su plena manifestación. En definitiva, la Eucaristía es para este tiempo de la Iglesia, llamada a predicar el evangelio a toda criatura y a llevar la salvación hasta los confines del orbe.

También se hace alusión a esta dimensión de futuro de de la Eucaristía en el evangelio que se ha
 proclamado. La imagen del banquete es utilizada con frecuencia por Jesús para hablar del reino de Dios, y sus comidas, especialmente con publicanos y pecadores, escenificaban su predicación de la llegada del reino. Así también el milagro de la multiplicación de los panes, situado en el apogeo de la misión de Jesús en Galilea, es anuncio del reino que llega, reino en el que habrá sobreabundancia y verdadera comunión. Por eso la Eucaristía, junto a ser presencia real del Señor en medio de nosotros y memorial de él, de su muerte por nuestra salvación, es también anticipo del reino futuro, en el que no sentaremos en el banquete eterno para saciarnos de la sobreabundancia del Señor.

Pidamos al Señor que sepamos valorar debidamente este sacramento, este gran regalo de Dios, y que nos acerquemos siempre a él discerniendo el cuerpo del Señor, un cuerpo entregado que crea comunión, que nos hace Iglesia. Por eso es muy apropiado que, coincidiendo con la solemnidad del Corpus, también celebremos en España el Día de la Caridad. El lema propuesto por Cáritas para la campaña de este año nos recuerda el deber de "vivir sencillamente para que otros, sencillamente, puedan vivir", y la experiencia fundamental que hace continuamente el cristiano de que ‘cuanto más se da más se tiene’, cuyo fundamento ontológico es la entrega del Señor que se actualiza para nosotros en la Eucaristía. 

miércoles, 22 de mayo de 2013

Mi sacerdocio y el misterio de la elección divina



Homilía de la Misa de acción de gracias en el XXV aniversario de la ordenación sacerdotal
Parroquia Santa Catalina de Alejandría, Madrid,  21 de mayo 2013

Jer 20, 7-90: “Me sedujiste, Señor, y me dejé seducir”
Sal 116: “Alzaré la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor”
2 Co 4, 1-12: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor”
Jn 15, 12-17: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido”


Lo primero que quiero hacer es dar las gracias de todo corazón a los que habéis querido
acompañarme en este momento de oración, de fiesta, para esta misa de acción de gracias con ocasión de mis XXV años de sacerdocio. Os lo agradezco de verdad. Me emociona mucho constatar la estima que tiene el pueblo fiel de Dios, como lo ama llamar el papa Francisco, del ministerio sacerdotal. Cuando empecé a pensar en este aniversario y el modo de organizarlo, no le di en principio mucha importancia, pero la reacción de las personas a las que se lo iba comentando me sorprendió y conmovió; a veces los miembro del pueblo de Dios valoran mucho más lo que somos y hacemos los sacerdotes que nosotros mismos. Es una manifestación de ese “sentido de la fe” de los fieles, del que hablaba el Concilio Vaticano II, que viene de compartir el sentir de Dios y que tienen las personas humildes. Aunque no puedo nombrar a todos, sí quiero nombrar a algunos de los que están aquí presentes también en representación de los demás, ya que no se debe ser genéricos en las cosas del afecto y el cariño; y esto aunque corra el riesgo de no decir el nombre de personas que saben que las quiero mucho y que les agradezco enormemente su presencia. Sin seguir ningún orden, ni de importancia, ni de cariño, agradezco la presencia de mi familia, de mi madre, mis hermanos y sobrinos, y estoy seguro de que mi padre, al que considero un santo y al que le debo mucho, también está presente desde el cielo. También agradezco la presencia de los amigos sacerdotes José María Serrano y José Luis González Novalín, que han venido desde Roma y que me acompañaron hace 25 años en mi ordenación y primera misa; don Elías Yánez, arzobispo emérito de Zaragoza, compañero de estudios y amigo de mi padre; D Justo Bermejo, vicario  para el clero en Madrid; D. Gil González, vicario episcopal de nuestra zona; D. Felipe Redondo, compañero mío en esta parroquia; P. Abdon, sacerdote de este arciprestazgo de Barajas; Juan Miguel Díaz Rodelas amigo y compañero de estudios en Roma.... También está presente y me alegra mucho que lo esté, Diego Teruel, pastor del la Iglesia Evangélica Española. También agradezco la presencia de los feligreses de esta parroquia de Santa Catalina de Alejandría en la que llevo 14 años ejerciendo de párroco y en la que me he sentido muy a gusto y me siento muy querido. Agradezco también la presencia de todos los demás, familiares y amigos y también la cercanía de muchos que no pueden estar aquí hoy pero me han manifestado por distintos medios su cariño y aprecio. A todos gracias, con un especial recuerdo para las personas enfermas.

He elegido los textos bíblicos para esta Eucaristía en consonancia con una convicción personal que
después de estos 25 años de sacerdocio se ha vuelto cada día fuerte, más clara, que se refiere al misterio de la vocación, de la llamada, de la elección divina, y que está claramente expresada en el evangelio que acabamos de escuchar: “No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto y vuestro fruto permanezca”. Después de estos 25 años, puedo decir que mi sacerdocio lo vivo realmente como un misterio, como algo que me viene de fuera, casi impuesto, a veces quizás no querido, y sin embargo algo que me siento obligado a ser y a ejercer a pesar de mis miserias y graves pecados. Cada vez soy más consciente de que no he sido yo quien ha elegido ser sacerdote; más bien, si hubiera hecho caso a mi propio ‘yo’, habría elegido algo muy distinto, y lo continuaría haciendo si dejo prevalecer ese ‘yo’ no redimido que seguimos llevando dentro los bautizados. Por eso, cuando me piden hablar de mi vocación me cuesta hacerlo, porque es verdaderamente un misterio no expresable con palabras. La historia que se cuenta no refleja el misterio que se vive. La gracia se cuela a través de acontecimientos muchas veces banales y sin relación aparente con el desenlace final. Lo único que realmente puedo decir es que soy sacerdote porque siento en lo más profundo de mi ser, a veces de forma egosintónica, como diríamos los psicólogos, pero muchas veces también de forma egodistónica, que lo ‘debo’ ser, con ese sentido de la palabra ‘deber’ que en la Escritura está relacionado con la voluntad de Dios.

El texto de Jeremías de la primera lectura, junto con esa queja a Dios por lo mal que lo está pasando
el profeta, revela esa dialéctica entre seducción y lucha tan característica del modo en que algunos vivimos nuestra elección, que nunca se percibe como un privilegio. Por un lado, el profeta se rebela, se queja, a causa de la persecución que conlleva su misión y quiere dejar de llevarla a cabo, olvidarse de ella, y de paso también del Señor que piensa lo ha engañado, pero al mismo tiempo siente que no puede, que hay algo dentro de él que es más fuerte, que lo impele, un fuego que no puede apagar: “Había en mis entrañas como fuego, algo ardiente encerrado en mis huesos. Yo intentaba sofocarlo, y no podía”. A veces, medio en broma, he dicho a personas muy cercanas que “soy sacerdote contra mi voluntad”; aunque no es del todo correcta la frase, tiene algo de verdad. Refleja esa dialéctica entre seducción y resistencia, entre elección y huida, que san Agustín decía que podía solo entender el enamorado, el que experimenta esa desgarradora situación de sentirse al mismo tiempo libre y esclavo. “Da mihi amantem et sentit quod dico”, “dame alguien que ama y sentirá -entenderá- lo que digo”, decía el santo doctor de la Iglesia refiriéndose a la relación entre la libertad del hombre y la gracia de Dios.

De la segunda lectura saqué el lema de mi ordenación sacerdotal que he vuelto a imprimir en el
recordatorio de la celebración de hoy porque para mí conserva toda su verdad y vigencia: “No nos predicamos a nosotros mismos, sino a Jesucristo como Señor, y a nosotros como siervos vuestros por Jesús”. El centro de nuestra vida, de los que decimos y hacemos, no somos nosotros sino Jesucristo, a quien reconocemos como Señor. Esta centralidad de Cristo en nuestro hablar y obrar es la que marca y da sentido a todo. Cuando perdemos esta referencialidad poniéndonos a nosotros mismos en el centro todo se viene abajo y queda la nada. Pablo nos recuerda que este tesoro lo llevamos “en vasijas de barro, para que se vea que una fuerza tan extraordinaria es de Dios y no proviene de nosotros”. ¡Qué frágiles somos! Basta muy poco para hacernos caer y que todo se haga pedacitos. Sin embargo, hacemos también constantemente experiencia de la fuerza de Dios en nuestra debilidad, de la eficacia de su gracia no obstante nuestros pecados. Recientemente he leído unas palabras del papa Francisco que para mí son muy consoladoras. Hablando de ese texto del final del evangelio de Juan del primado de Pedro, comenta lo siguiente:

"Una vez supe de un sacerdote, un buen párroco que trabajaba bien; fue nombrado obispo, y el
sentía vergüenza porque se sentía indigno, tenía un tormento espiritual. El confesor le escuchó y le dijo: ‘Pero no te escandalices. Si con lo que hizo Pedro lo hicieron papa, ¡tú adelante!’. Es que el Señor es así."

El Salmo 116, con el que hemos rezado en respuesta a la primera lectura, ha tenido y sigue teniendo mucha importancia en mi vida sacerdotal. El salmista habla de su experiencia de ser salvado en un momento de desesperación y desilusión, quizás de una enfermedad grave. Como agradecimiento por la liberación obtenida dice que ‘alzará la copa de la salvación, invocando el nombre del Señor’. Yo tuve esta experiencia en un momento muy difícil de mi vida, de ser salvado por el Señor después de haberlo invocado, y por eso hoy sigo levantando esa copa de salvación y ‘cumplo mis votos en presencia del todo el pueblo’. Como yo, creo que también muchos de vosotros habéis tenido esta experiencia, como la tuvo el pueblo de Israel al salir de Egipto y los apóstoles cuando se encontraron con Jesús resucitado. Por eso hoy alzamos juntos en esta Eucaristía la copa de salvación con la sangre del cordero sin macha que quita el pecado del mundo.

Desde hace dos años se me ha confiado en la Conferencia Episcopal Española el Secretariado para
Icono de los mártires de Tibhirine
pintado por hermanas carmelitas de Polonia
las Relaciones Interconfesionales, debiendo ocuparme de ecumenismo y diálogo interreligioso. De los muchos correos electrónicos de felicitación que he recibido con motivo de este aniversario, me impactó mucho uno de José Luis Navarro, monje trapense de la comunidad de Nuestra Señora del Atlas, que conocí en un encuentro interreligioso monástico. En su correo me hace notar que hoy también es el aniversario de la muerte de sus siete hermanos de Tibhirine (Argelia), martirizados en 1996. En el testamento espiritual de uno de ellos, el padre Christian Marie Chergé, abad entonces del monasterio, podemos encontrar un testimonio muy esclarecedor de lo que significa elección y fidelidad a ella. Estos monjes no buscaban el martirio, ni tampoco excentricidades, pero sentían, aún con dolor, que debían permanecer en ese lugar conscientes de lo que podía pasar y que de hecho pasó. Vivieron con autenticidad el misterio de su elección divina al martirio. A ellos hoy me encomiendo.

Vamos a pedirle al Señor, con la intercesión de María, que aprendamos a hacer su voluntad, aunque nos cueste, viviendo con autenticidad el gran misterio de haber sido elegidos por él. ¡Amén!

(Este post sale publicado con algunas modificaciones y mejoras en mi libro Si conocieras el don de Dios y por tanto está sujeto al copyright que establece la editorial)